VANGUARDIA DE SALTILLO

Productores de melón en Matamoros sufren los estragos del clima y se ven obligados a vender a bajos precios

10/07/2016 - 7:09 pm

En el día a día, muchos productores han perdido todo. Sobran las historias del ejidatario que perdió todo por un mal año. “Hay gente que ha empeñado sus escrituras, sus casas, sus coches. Le invierten a una cosecha y nada”.

Foto: Vanguardia
Foto: Vanguardia

Por Francisco Rodríguez

Matamoros, 10 de julio(SinEmbargo/Vanguardia).- Oficialmente, La Laguna es el principal productor de melón en el país, y Matamoros, el municipio que da la mejor calidad de la fruta. Es la versión defendida y argumentada como tesis de doctorado de cuanto melonero matamorense se le pregunte.

Que en Tlahualilo lo cortan muy maduro, que de otros lados llega aguado, que aquí es mejor semilla, que está como piedra y llega dulce diamadre, que el agua de pozo le da mejor sabor. Lo dice cuanto melonero matamorense se le pregunte en “las meloneras”, el mercado de compra venta de melón y sandía que está a la salida de Matamoros rumbo a Viesca. El lugar que el municipio quiso cerrar hace un año pero la gente se negó; que porque ya era tradición de 40 años, que luego dónde vendían, que luego cómo los iban a encontrar los camiones de Aguascalientes, Guadalajara, México, Monterrey, Zacatecas, que luego dónde iban a tirar el melón cuando protestaran por el bajo precio, que se tiene que quedar. Y se quedó.

Melón en México
Los meloneros obtienen ganancias por un camión cargado de melón por sólo 2 mil pesos, ya que tienen que vender el kilo muy barato. Foto: Francisco Rodríguez / Vanguardia

Porque las meloneras es el lugar a donde todo matamorense vuelve. Un lagunero sabe mejor dónde están las meloneras que el museo municipal –que ha sido reubicado como si fuera tianguis-. Y no importa que sea un entronque desamparado de una mugrosa sombra, o que los estanquillos de comida que se ponen en la temporada, estén más destartalados que los coches de un corralón. Aquí en las meloneras se sufre por gusto, por necesidad, porque la gente no sabe hacer otra cosa o porque, créalo, la gente le tiene cariño.

Si no pregúntele a Ezequiel Rodríguez, dueño de una taquería y cocinero en una maquila, que cuando llega la temporada del melón, pide permiso en la planta y le encarga el changarro a su hija para ir a comprar y vender melón. Lo hace desde hace 15 años porque, sí, desde chiquillo su apá lo traía a cargue y cargue camionetas, le daban una moneda de cinco pesos y entendió lo que era el trabajo. Ahora Ezequiel compra bara, llena su troca de melones y los revende. Todo en el mismo sitio.

– Compro por montón. 100 pesos un montón. Gasto 600 pesos en llenar la troca y yo la ofrezco en mil para que me den 800. Le saco 200 y vuelvo a invertir –relata Ezequiel arriba de su troca repleta de melón.

Melón en México
El kilo en mayoreo esta entre 1 y 2 pesos, pero casi siempre hay coyotes que abusan y quieren comprarlo hasta en 40 centavos. Foto: Francisco Rodríguez / Vanguardia

Así cuatro, cinco veces al día. Si la matemática no falla gana 800, mil pesos al día, dos mil como ayer que le dio hasta las nueve de la noche. Hoy apenas es mediodía, el sol hierve en la tierra y Ezequiel ya lleva dos viajes.

Se acerca un comprador de Monterrey que viene en un torton con capacidad de 18 toneladas. En Matamoros se producen cerca de 60 mil toneladas cada año, el equivalente a más de 2 mil 700 tortons que transitan y levantan melón cada temporada. Como comarca Lagunera, la cifra supera las 140 mil toneladas.

– ¿A cuánto el melón? –pregunta el hombre enfundado en una playera roja.

– Dame mil pesos.

– Te compro en un peso el kilo.

– No me sale.

Y se va el comprador.

Foto: Francisco Rodríguez / Vanguardia
Foto: Francisco Rodríguez / Vanguardia

 

Las meloneras es el ejemplo práctico de una clase de economía: cuando hay sobreproducción en el país (o a nivel regional) el precio cae a los suelos (ha llegado a venderse en 40 centavos el kilo); cuando los comerciantes se ponen de acuerdo, establecen un precio y no lo bajan hasta que a un ahorcado lo convence un coyote. La otra es que el coyote se ponga sus moños y no quiera comprar, entonces empieza la lucha del más fuerte, donde normalmente pierde el productor porque el melón se echa a perder. El melón se vende a gente que lo revende a granel, en mercados de abastos de otras ciudades o en grandes tiendas. El producto se vende por kilo o por tonelada, principalmente, pero si llega un despistado en coche le venden dos, tres piezas en 10 pesos. En cruceros de Torreón se miran chavalos ofertando bolsas con cuatro o cinco piezas en 25 pesos. En Walmart, donde los productores de Viesca y de una asociación de Matamoros lograron un acuerdo hace un año de venderles melón, el kilo está en 14, 15 pesos.

Foto: Francisco Rodríguez / Vanguardia
Foto: Francisco Rodríguez / Vanguardia

 

Ezequiel explica que si vende en kilo no le sale. “Prefiero que me digan dame tanto por la carga”, platica. En las meloneras se practica el trueque sin reglas, anárquico.

– ¿Quiénes pagan mejor? –le pregunto a Ezequiel.

– Los del Bajío, los de México. Los de Monterrey son los más codos.

Dice que hoy nomás vende esa carga y se va a descansar. En las meloneras se observan decenas de camionetas como la de Ezequiel, también camiones torton, camiones con redilas que la gente llama jaulas o camiones thermo con refrigeración que compran, una tarde caliente de julio, el kilo en cuatro pesos, y cuyo melón –el de mejor calidad- va a parar a los mejores supermercados del país. Las meloneras es una selva del capitalismo donde conviven grandes y pequeños productores; grandes y pequeños compradores.

 

Foto: Francisco Rodríguez / Vanguardia
Foto: Francisco Rodríguez / Vanguardia

– ¿No has pensado en retirarte? –le pregunto a Ezequiel, padre de dos hijos.

– No, me gusta aquí. Es pleito con mi esposa porque dice que tengo trabajo que para qué me ando desgastando. Pero me gusta. Me gusta el ambiente.

– ¿A poco extrañas cuando no es temporada?

– Sí, como quiera hay veces que saco mil 500 pesos en un día, en la maquila eso me pagan a la semana.

Las meloneras es el estira y afloje del melón, una parábola del estira y afloje de la vida.

El melón se vende a gente que lo revende a granel en mercados de abasto en otras ciudades o en tiendas comerciales. Foto: Francisco Rodríguez / Vanguardia
El melón se vende a gente que lo revende a granel en mercados de abasto en otras ciudades o en tiendas comerciales. Foto: Francisco Rodríguez / Vanguardia

 

En las entrañas

El melón de Matamoros es de alta demanda por su calidad y sabor; su tierra generosa, su exquisitez. Se debe porque la mayoría se siembra con el agua de las norias, más que por el agua rodada.

Dice como si fuera experto en agronomía, Matías Rodríguez Chihuahua, el cronista de la ciudad. Bueno, dice que dicen los ejidatarios viejos, aquellos que después de la debacle del algodón por la llegada de las fibras sintéticas, empezaron a impulsar el cultivo del melón.

La agricultura, menciona el cronista, es un arraigo del lagunero y más en el matamorense. El melón está tatuado en el escudo de armas del municipio y la economía local no se entiende sin las temporadas de cosecha: una hectárea genera cerca de 120 jornales. En 2015 se cosecharon 5 mil 220.75 hectáreas en toda La Laguna, según datos la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa). Un valor de producción estimado en los 646 mil pesos.

En Matamoros se produce serca de 60 mil toneladas cada año, el equivalente a más de 2 mil 700 tortons que trasitan y levantan melón cada temporada. Foto: Francisco Rodríguez / Vanguardia
En Matamoros se produce serca de 60 mil toneladas cada año, el equivalente a más de 2 mil 700 tortons que trasitan y levantan melón cada temporada. Foto: Francisco Rodríguez / Vanguardia

 

El melón aparece hasta en las canciones populares: “…Yo vivo en la región con mucha fe en mi tierra, también ella se alegra con viñas y melón”, dice la letra del ‘algodonero”.

Jesús Antonio Jasso sabe lo que es vivir del melón. Hijo de Benjamín Jasso, alguna vez comisariado ejidal de Morelos. Familia de agricultores, de meloneros. Herencia del reparto agrario. Herencia de la pobreza y la mala administración. Hace unos años el padre enfermó de cáncer y la familia vendió las 24 hectáreas que poseía. 20 mil pesos cada hectárea, una ganga del mercado, una baratija.

– Nos quedamos sin tierras. Da tristeza tener todo y caer en la nada. Es la vida de uno.

Al final el padre falleció y se quedaron sin tierras. De sembrar melón, ahora Jesús Antonio “el tierno” como le dicen, compra melón de segunda, el que le sobra a uno de 700 productores sociales que hay en Matamoros y Viesca, la pachanga como le llaman los meloneros. Compra a mitad de precio pa’ sacarle.

Antonio Vega perdió sus 4.5 hectareas de melón en granizada. Foto: Francisco Rodríguez / Vanguardia
Antonio Vega perdió sus 4.5 hectareas de melón en granizada. Foto: Francisco Rodríguez / Vanguardia

 

– No traes nada, le pregunta un melonero.

– Nada, hijo.

Jesús dice que le venden porque lo conocen. “Sale uno para sobrevivir”, aclara. Gana dos mil a tres mil pesos por semana. Tiene 38 años y tres hijos. Cuando no hay temporada de melón vende elotes por las calles, por eso le dicen ‘el tierno’.

– ¿Y qué prefieres?

– Prefiero andar en los melones que puchar el triciclo.

– ¿Nunca has pensado en cambiar de oficio?

– No, es una escuela que nos dio mi padre.

Hablando de escuela, Jesús solo terminó primaria. Cada año, cuenta a quien le pregunta, regresa porque las meloneras, el comercio, le trae grandes recuerdos; recuerdos de andar con su viejo, cargando costales en la siembra.

Cada año, el mismo problema

Problema de organización, mala administración, falta de visión, ausencia de mentalidad empresarial, falta de planeación.

Enumera Damián Torres, maestro en ciencias de economía de El Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (INIFAP) de Matamoros. Y lamenta: “Es un tema de todos los años”.

Sobran las hirtorias de ejidarios que perdieron todo por un mal año. Foto: Francisco Rodríguez / Vanguardia
Sobran las historias de ejidarios que perdieron todo por un mal año. Foto: Francisco Rodríguez / Vanguardia

 

“Productores de melón protestan por el bajo precio”. “Meloneros tiran producto en la carretera como protesta”.

“Melón baja a 80 centavos el kilo”. “Coyotes asfixian a meloneros”. “Cae precio de melón”. Todos, encabezados de diarios cada año.

Por la región han surgido organizaciones de productores como programas sociales. Se hacen y deshacen a la primera. Son compadres, amigos y no se organizan. Cada año el tema de los meloneros es el mismo. El productor prefiere vivir al día. “Es necesaria la agricultura por contrato”, recalca Damián Torres. Eso es, procurar ver con anticipación mercados por contrato, que tengan a quien venderle a un precio firmado con antelación, sin intermediarios.

Su ley mercado. Cuando hay sobreproducción el el país el precio se cae por los suelo; cuando los comerciantes se ponen de acuerdo, establecen un precio y no lo bajan. Foto: Francisco Rodríguez / Vanguardia
Su ley mercado. Cuando hay sobreproducción el el país el precio se cae por los suelo; cuando los comerciantes se ponen de acuerdo, establecen un precio y no lo bajan. Foto: Francisco Rodríguez / Vanguardia

“Vimos hace poco un camión que vino de Morelia, el productor ya había aplicado la agricultura por contrato. El camión ya vino directo al rancho. El productor ya no tuvo que ir al mercado a ver a quién vendía, ya tenía asegurado un producto y un precio. Pero son pocos”, coincide Luis Isidro, maestro en ciencias en el área de Inocuidad Alimentaria y Valor Agregado, también del INIFAP.

Jesús Zárate, Presidente de la sociedad cooperativa El Roble de Morelos, dirá que el productor está acostumbrado a que a diario le paguen. La gente no aguanta un mes para que una tienda le pague, quiere ver el dinero diario, el cash cash. “Se complica con este tipo de tiendas”, remata Zárate.

El mercado de las meloneras es el prototipo de una comercialización antigua. Si a los campesinos les piden que se registren en Hacienda para recibir un apoyo de semilla, no saben qué hacer o prefieren seguir igual.

Los meloneros han intentado organizarse a travez de asociaciones, pero ninguna ha funcionado, ellos prefieren salir a vender y llegar a su casa con la venta del día.
Los meloneros han intentado organizarse a travez de asociaciones, pero ninguna ha funcionado, ellos prefieren salir a vender y llegar a su casa con la venta del día.

 

“Hemos querido que tomen nota de los costos. Ellos dicen me llevo 50 mil pesos por hectárea pero no llevan nota, bitácora, dicen que tiran todo. Si nos vamos a otro negocio, otra empresa, ahí están los estados de cuenta, saben lo que les cuesta. Aquí no llevan controles”, critica Damián Torres.

Luis Isidro cuenta que en el INIFAP han desarrollado tecnología de micro y macro túneles para asegurar el melón un mes antes de la producción habitual, pero el productor lo ve como una mala inversión. Les dicen que van a tener que invertir 10 mil pesos que a la larga les va a costear y no quieren. “Hay lo que va, lo que salga”, argumentan. Es el día a día del melonero.

En el día a día, muchos productores han perdido todo. Sobran las historias del ejidatario que perdió todo por un mal año. “Hay gente que ha empeñado sus escrituras, sus casas, sus coches. Le invierten a una cosecha y nada”, me dice un exejidatario que ahora gana 200 pesos diarios cargando melón porque sí, él fue uno de ellos, y como ya no es ejidatario, prefiere no contarme su historia.

En 2015 se cosecharon 5 mil 270.25 hectáreas en toda La Laguna con un valor estimado de 646 mil pesos. Foto: Francisco Rodríguez / Vanguardia
En 2015 se cosecharon 5 mil 270.25 hectáreas en toda La Laguna con un valor estimado de 646 mil pesos. Foto: Francisco Rodríguez / Vanguardia

 

El problema del melón todos lo saben. Cuenta el cronista Matías Rodríguez que sabe de historia y lo dice como si el problema estuviera colgado en una placa conmemorativa. El campo, reflexiona, ha dedicado gran parte del esfuerzo en este cultivo y los ejidatarios han sufrido tremendos reveses.

Antonio Vega Rodríguez ‘el tomatillo’, sí cuenta su desgracia, ‘quialcabo no hay que llorar’, dice. Fue hace años, una granizada que azotó sus 4.5 hectáreas de melón, mejor dicho, las 4.5 hectáreas que había rentado para sembrar su melón, porque aquí en La Laguna, 8 de cada 10 productores rentan las cerca de 2 mil hectáreas de Matamoros y Viesca dedicadas al melón y sandía. Una pinchi granizada un día antes de cortar la fruta. Una granizada que enterró 400 mil pesos de inversión.

– ¿Te acuerdas de la granizada, un día antes de que cortáramos? –le recuerda el hijo al padre, sonriendo, como si todavía fuera una broma.

– No hay que llorar –responde el padre, un hombre sesentón con surcos marcados en la cara.

– ¿Sabe qué nos dieron de apoyo? –me pregunta el viejo.

– No

– Un mecate.

– ¿…?

– Para que nos matáramos y ya no estuviéramos llorando.

El mejor melón va para los super mercados y se compra en cuatro pesos. Foto: Francisco Rodríguez / Vanguardia
El mejor melón va para los super mercados y se compra en cuatro pesos. Foto: Francisco Rodríguez / Vanguardia

 

La peor granizada en años. Y con las tierras y el melón, también perdieron camionetas, le quisieron quitar la casa. “Todavía no salgo”, asegura Antonio Vega. Debe tierras y dinero prestado. Pero no hay que llorar, insiste cada que puede.

Damián Torres, el maestro en ciencias de economía del INIFAP, opina que todo, todo es parte de una carencia de cultura organizacional. Asegura que muchas veces los mismos productores incrementan sus costos de producción. Les ofrecen agroquímicos que no necesitan, o aplican de más, lo que afecta el cultivo y por ende eleva los costos. Hay falta de información y preparación.

El INIFAP tiene en puerta realizar estudios de precios de mercado, series de tiempo, proyecciones confiables que puedan utilizar los agricultores en el mercado. “Pero no hay visión, necesitamos organizarnos”, admite Jesús Zárate.

Los compradores pequeños que compran para vender en crucero llegan a vender hasta mil 500 pesos. Foto: Francisco Rodríguez / Vanguardia
Los compradores pequeños que compran para vender en crucero llegan a vender hasta mil 500 pesos. Foto: Francisco Rodríguez / Vanguardia

 

Intentaron organizar a los productores, cuenta Luis Isidro del INIFAP, acordando qué productores sembrarían la primera parte, quiénes la intermedia y quiénes el melón tardío. “Pero se enoja la gente, todos quieren todo. Y si hay sanciones prefieren pagarlas”, asegura Isidro. “Todos vamos a lo mismo, todos queremos ganar en la primera, intermedio o al final”, expone Jesús Zárate. “No tienen esa iniciativa de organizarse. Simplemente quieren producir y esperar buen precio”, remata Damián Torres. Y las frases parecen plasmadas en los calendarios: cada año lo mismo.

Regreso con Antonio Vega que ya no siembra desde aquella pinchi granizada:

– ¿Y ahora? –le suelto.

– Nos pasamos a ser coyotes –suelta una risa pícara-. Si nos ponemos a llorar nos va a ir peor. A lo que sigue, como buen mexicano. Como laguneros qué hicimos, vencimos, si nos vencemos, quién nos va a dar.

El melón esta tatuado en el escudo de armas del municipio y la economía local no se entiende sin la temporada de cosecha. Foto: Francisco Rodríguez / Vanguardia
El melón esta tatuado en el escudo de armas del municipio y la economía local no se entiende sin la temporada de cosecha. Foto: Francisco Rodríguez / Vanguardia

 

Y como coyote, explica Antonio defendiendo su nuevo oficio, se expone a los infortunios que sufre un coyote. “Acabo de mandar melón a Guadalajara y es tiempo que no nos pagan”. Dice que le robaron una camioneta en el camino, que si se voltea el camión en la carretera, qué hace; argumenta que son los riesgos del coyote, que apenas le gana unos centavos al kilo, que ayer lo pendejearon porque compró en 1.80 el kilo cuando después le ofrecieron en 1.20. Lo que no dice es que también son los riesgos de una mala planeación en la agricultura.

– Ése que compró a 1.80 ¿a dónde lo mandó? –le pregunto.

– A Tamaulipas. 2 mil pesos le voy a ganar. ¿Y los riesgos? Pero hay que buscar la forma de no estancarnos.

Para no estancarse fuera de temporada, Antonio le hace a la leña o trabaja en alguna pequeña propiedad. Pero siempre, aunque haya perdido todo, sabe que regresará a las meloneras. A sufrirle con gusto porque aquí, en este calor abrasador, no se vale llorar. Quialcabo, dice Antonio, ‘yo tengo suerte porque soy hijo de Dios. ¿Y los otros?’.

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