“Yo amo a México”, asegura migrante hondureño en su visita a la Casa Blanca

22/07/2015 - 2:08 pm

Washington, 22 Jul (Notimex).- Once años después de perder su pierna, brazo y una mano tras caer de “La Bestia” en su trayecto por México hacia Estados Unidos desde El Progreso, Yoro (en el norte de Honduras), José Luis Hernández llegó a las puertas de la Casa Blanca para pedir justicia para los inmigrantes.

“Yo digo que llevo sangre mexicana, porque en el cuerpo humano tenemos hasta seis litros de sangre y yo sólo quedé con dos, Me desangré y me pusieron unos 40 litros de sangre de mexicanos y mexicanas a lo largo de nueve cirugías. Yo amo a México”, afirma Hernández en entrevista con Notimex.

Años después de su odisea inconclusa, José Luis y un grupo de sus paisanos mutilados intentaron en febrero pasado un nuevo periplo a Estados Unidos en busca del refugio político. Un juez en Texas les permitió el ingreso tentativo. “Han sufrido mucho para llegar hasta aquí”, les dijo.

Aunque no han logrado la audiencia que desean para narrarle en persona al presidente Barack Obama sus historias de sufrimiento y sacrificio, José Luis no pierde la esperanza del encuentro. “Que vean aquí todo lo que sufrimos para llegar”, dice el inmigrante hondureño de 29 años de edad.

José Luis tenía sólo 16 años cuando intentó su primer viaje a los Estados Unidos “por el sueño de una mejor vida”. Pero fue detenido por autoridades migratorias en Oaxaca (México) y se le repatrió. Dos años después, pese a la oposición de sus padres, hizo un nuevo intento que casi le costó la vida.

Había recorrido en semanas de viaje el trayecto entre El Progreso hasta la frontera con Estados Unidos. Cansado y hambriento, descansaba en uno de los vagones del tren en movimiento cuando intentó abrocharse los zapatos. La oscuridad lo adormeció y cayó al suelo al llegar a Delicias, Chihuahua.

“En lo que caí, el tren me mutiló una pierna y el mismo golpe me despertó y en instantes metí mi brazo para sacar mi pierna desecha y también me cortó el tren. Quise sacar mi brazo con mi mano izquierda y también me la aplastó”, recuerda en su relato.

José Luis está convencido de que habría muerto desangrado a no ser que la persona que en forma providencial lo encontró resultó ser un paramédico de la Cruz Roja que hacia una ronda por el lugar. Sin perder el conocimiento, fue llevado a emergencias en un hospital local.

“Los doctores se sorprendieron de que seguía vivo. Me llevaron al quirófano y desperté a los dos días. Cuando vi cómo había quedado, me dieron ganas de llorar pero no tenía ya lágrimas… Sólo lloraba mi corazón”, señala con la mirada fija en algún sitio.

José Luis permaneció hospitalizado dos años en México. Cuenta que cuando las autoridades migratorias acudieron a Delicias a proceder con su deportación a Honduras, la población local, los médicos, las enfermeras y trabajadoras sociales no lo permitieron.

“Se encariñaron mucho conmigo y no dejaron que me deportaran. Yo sólo pensaba que había viajado a Estados Unidos para ayudar a mi familia y ahora iba a ser una carga para ellos”, rememora.

Su tratamiento médico continuó primero en Ciudad Juárez y después en el Distrito Federal, donde recibió una prótesis de la pierna que continúa utilizando. Hasta la fecha dice seguir agradecido por la hospitalidad del pueblo mexicano.

“Después regresé a mi país a la cruda y triste realidad. Es un hecho que todos los que se caen de ´La Bestia´ no quieren regresar a su país de origen. Me tocó regresar a mi familia y verla en las mismas condiciones miserables en que las había dejado. Y ahora peor, por mi discapacidad”, reflexiona.

Con el apoyo de su familia, José Luis siguió en Honduras pero decidió unirse a la Asociación de Migrantes Retornados con Discapacidad (AMIREDIS). En febrero pasado decidieron 17 de ellos hacer un nuevo viaje y entregarse a las autoridades migratorias de Estados Unidos.

Entraron por Eagle Pass, Texas, y pidieron asilo político. Estuvieron más de dos meses retenidos en un centro migratorio. Nueve de ellos decidieron regresar a Honduras y ocho mantuvieron la lucha. Un juez migratorio dio entrada a su caso y esperan la fecha de una audiencia formal.

Desde el mes pasado viven en la zona metropolitana de Washington. Duermen en el piso en una casa habilitada por una iglesia local y se apoyan con la caridad de los fieles. Siguen a la espera de la posibilidad de reunirse con el presidente o con algún legislador.

Durante el eventual encuentro con Barack Obama quieren pedirle que siga la pelea por la reforma migratoria y por fondos para abatir la pobreza en Centroamérica. La Casa Blanca solicitó al Congreso mil millones de dólares en apoyo a la región, pero no han sido aprobados.

Los ocho han estado parados en las rejas de la residencia ejecutiva aunque algunos tienen dificultades para su traslado. Por separado, desean tramitar un encuentro con el Papa Francisco, quien visitará Washington el próximo 24 de septiembre.

José Luis dice que si el gobierno de Estados Unidos le otorga el asilo político permanecerá un tiempo en este país, pero no pierde la esperanza de casarse. “Yo amo a México y me encantaría vivir en México y casarme con una mexicana”, afirma con énfasis.

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