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Alondra Maldonado

02/09/2016 - 12:01 am

Sabores del Pacífico | El sabor del espíritu

“El indignante hecho de la invitación de Donald Trump por Peña Nieto a nuestro país, después de los insultos que le ha prodigado a los mexicanos, es un acto indignante, nauseabundo, ruin, bajo”, escribe la chef

Estoy conmovida hasta la médula, durante esta búsqueda de los Sabores del Pacífico resonó en mis oídos el nombre de Hugo D’Acosta con palabras llenas de gratitud. Alguien dijo: ” Apareció un ángel que me cambió la vida”.

El indignante hecho de la invitación de Donald Trump por Peña Nieto a nuestro país, después de los insultos que le ha prodigado a los mexicanos, en palabras de Fernanda Familiar este acto fue “abrirle la puerta al enemigo”, es un acto indignante, nauseabundo, ruin, bajo. Es un hecho que nos muestra el no amor por lo propio, por defender a tu pueblo, a tu país, es un espejo del deterioro en el que se encuentra nuestro terruño, creo que lo calificaría mejor la palabra abandono. Abandonado a los intereses de una cúpula de poder embriagados de una avaricia desmedida, que amasan fortunas que ni ellos, ni su familia inmediata podrían terminarse en vida. Este cuento ya lo sabemos, a costa de los millones de mexicanos que viven en extrema pobreza, de los otros millones de clase media que luchamos contra los vendavales. Una sistema cancerígeno que carcome el recurso vital más importante, el espíritu del ser humano, el saberse capaz de cambiar el rumbo de la vida misma; masas enteras que dicen resignados: “pos así es la vida”.

En lugar de que el apoyo al deporte, música, pintura, letras, investigación, documentación, promoción y salvaguarda gastronómica fuera en un crescendo, tiene un descenso a pasos agigantados espeluznante que se evidenció palpablemente durante los Juegos Olímpicos de Rio. Jugadores que durmieron en una banca de parque, uniformes parchados, jugadores que llegaron gracias al boteo por las calles de la ciudad. Así está nuestro México, pero por ahí dicen: La culpa no la tiene el indio sino quien lo hizo compadre. No hay otro, sino nosotros mismos.

Por eso estoy conmovida, porque comprobé que basta la voluntad y la generosidad de un hombre para cambiar el rostro de una región. La realidad del Valle de Guadalupe era, un puñado de casas vinícolas donde no todas sobresalían precisamente por su calidad, que compraban la uva a los productores del ejido El Porvenir a precios no justos, donde las grandes ganancias nada tienen que ver con el principal productor de la cadena, quien sembrar la uva. La historia de todo México. Hasta que alguien tuvo la gran ocurrencia de cultivar el espíritu humano y decir en primer lugar: puedes cambiar el rumbo de tu vida. Esto ya son palabras mayúsculas, que a alguien acostumbrado a cuidar de la vid, piscar y vender su uva, le digan, puedes hacer algo diferente. Es realmente romper con esquemas, es despertar la curiosidad interna, es atreverse a soñar, es despertar de un letargo, es ver el amanecer tras el horizonte oscuro.

Pero los sueños no se logran con deseos, se logran a base de esfuerzo y conocimiento, este último elemento es el principal para dejar de ser mano de obra, para convertirse en una fuerza creadora capaz de transformar los elementos, de darle un valor agregado a aquello que nuestras manos produce. El conocimiento te revela el por qué de los sucesos o al menos, te da elementos para jugar con la materia. Hugo D’Acosta, no sólo despertó la curiosidad de una posibilidad distinta, sino que tomó a un puñado de hombres, muchos de ellos integrantes del ejido El Provenir, quienes desesperados por la decisión de una de las grandes empresas de no querer más la variedad de uva que tenían, sino otras variedades, estaban a punto de abandonar sus tierras. Los tomó y los formó en el arte de la transmutación del mosto en vino, en la belleza única de cada variedad, en los sabores y aromas que esconden cada una de ellas, en el valor de un vino hecho con cariño, cuidado, esmero, dedicación y conocimiento. Clases teóricas, en campo, en la elaboración práctica del vino personal, acompañamiento en su producción y así, el valle de unos cuantos señores feudales, se convirtió en un valle de artesanos, de productores locales, esa revolución silenciosa, yo la diría una revolución amorosa de “generosidad intelectual”. El acompañamiento de Hugo, aún no termina, es todavía es un tutor de mano firme, guía, auxilia, capacita, deja que cada uno exprese el alma propia en su vino. Ha transformado su entorno, ha extraído la miel del espíritu humano.

 

Nos ha enseñado un camino para lograr el cambio de manera sustentable.

 

Chef Alondra Maldonado Rodriguera

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