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Catalina Ruiz-Navarro

04/12/2015 - 12:03 am

El virus y yo

En la generación de mi mamá varias personas empezaron a enfermarse de un virus misterioso, incurable. Un amigo suyo, genio matemático que se fue a vivir a Dinamarca y que se dedicó a ser bailarín y coreógrafo, fue uno de los afectados, pero nadie nunca se atrevía a mencionar el nombre de su enfermedad. Yo […]

En la generación de mi mamá varias personas empezaron a enfermarse de un virus misterioso, incurable. Un amigo suyo, genio matemático que se fue a vivir a Dinamarca y que se dedicó a ser bailarín y coreógrafo, fue uno de los afectados, pero nadie nunca se atrevía a mencionar el nombre de su enfermedad. Yo nunca conocí al amigo de mi mamá, pues murió cuando era aún una niña, pero como era escritor, y además escribía libros para niños -que en realidad eran para adultos- yo sentía que lo conocía y que era mi amigo. La verdad es que lo quise mucho.

Su último libro se llama Pafi, el virus y yo, es un libro en que le explica su enfermedad a Pafi, su mono de peluche. Comenzó la recopilación en abril de 1989 cuando llevaba un año y medio enfermo y cada entrada al hospital era más larga que el anterior. La obra quedó terminada en octubre del mismo año cuando ya no pudo salir más del hospital. El libro (que lo pueden leer aquí) es una obra maestra de humor y amor uno de los textos más conmovedores que he leído en mi vida.

¿Sabían ustedes que enfermedades como el SIDA ya no son consideradas mortales sino dizque crónicas? Eso dice el TIME, y poco ha vuelto a hablar de vacunas y drogas. Creo que la cosa ya está pasada de moda y a nadie le interesa ni conmueve. Ganas de hacerle perder el tiempo a un trabajador honesto como yo.

–“Hoy te has estado riendo todo el día,” me interrumpió Pafi.

–“Sí, sí, ja, ja. Es que la cortisona me sienta muy bien, aunque me van a volver loco con eso porque unos quieren que la continúe y otros que la suspenda, unos que la baje y otros que la suba”

–“¿Pero entonces cómo es que hay días en que estás tan triste?”

–“Cuando pienso en lo que me puede pasar me da mucho miedo y me pongo bravo y de mal humor, como el día que tiré el almuerzo contra la pared.”

–“¡Cómo me divertí con eso!”

En la última página del libro se dedica a insultar a la muerte: “¡Despiporrada!, ¡Huesuda!, ¡Desgreñada!, ¡Flacuchenta!, ¡Mujer sin nombre!, ¡Aguacate podrido!”.

En los tiempos en que Jorge Holguín murió no había manera de controlar los efectos de un virus como el VIH y a mí generación nos educaron para tenerle un miedo irracional al virus, y por ahí, de paso, al sexo (que de niños nos dicen que es la fuente de todo mal) y yo recuerdo que tenía pesadillas con vampiros que me mordían y me convertían en una vampira pálida como ellos.

Pero luego conocí a Mariana, en un encuentro mega hippie de “Jóvenes activistas sociales” en Uruguay. Mariana era la chica más guapa del campamento y todo el mundo se quedaba embobado viéndola reír. Además, paraba el balón de fútbol de pechito como uno se imagina que hacen todos los argentinos.

Resultó que la causa que Mariana defiende son los derechos de las personas que viven con VIH. Mariana tiene mi edad y vive con el virus desde que tiene 19 años. Nos enseñó a todos en ese campamento que el VIH no es ni el fin de la vida ni una maldición y sobre todo, que era nuestra responsabilidad cuidarnos porque al hacerlo cuidamos también a los demás. Es que con verla de verdad le dan a uno muchas ganas de vivir.

Por eso la invité a escribir en mi revista, Hoja Blanca, un blog que se llamó “Latinoamérica se enamorará de mí” (porque de verdad uno no puede conocer a Mariana si enamorarse un poquito) y la invité a hacer un video de (e)stereotipas en su última visita a México. Como ya ambas tenemos treinta y pico, no chismeamos de novios pendejos que nos hacen llorar -como hacíamos en los veintes- sino de la posibilidad de algún día ser mamás.

La historia de Mariana no es la historia de Jorge, la ciencia ha avanzado lo suficiente para que los antiretrovirales permitan una vida normal, y hasta tener sexo con una persona con VIH sin usar profilácticos. Falta, todavía, que haya voluntad política para que se encuentre una cura definitiva para el VIH, y digo voluntad política porque la medicina para controlar el virus es un negociazo y el acceso a la misma, depende, por supuesto, de todas las discriminaciones interseccionales que ya sabemos. Por lo pronto, se salvan los mismos de siempre y se mueren los mismos de siempre, y se siguen haciendo más ricos los que ya lo eran para empezar.

Los derechos sexuales y los derechos de las personas con VIH, también son derechos humanos. Con virus o sin virus, todos tenemos la obligación de pedir que se encuentre la cura, que se avance en el reconocimiento de sus derechos, y de mejorar nuestras prácticas en salud sexual y reproductiva. Nadie está exento de contraer el virus, ni nosotros, ni nuestros amigos. Por eso, yo quiero usar esta columna para pedirle a todos que se involucren, y para celebrar la fortuna que tengo de tener en mi vida y a Jorge y a Mariana, y a otros amigos que sé que viven con el virus, y a los que quizás viven con el virus pero no lo saben o no me lo han contado.

Como dice Jorge Holguín:

“–Tienes razón Pafi, tener un buen amigo es más importante que todo lo demás, que a uno lo quieran en lugar de que le tengan miedo es muy bueno, que no sea necesario probarle nada a nadie, solamente ser. Pero éstas son cosas que uno se demora mucho en aprender, debe ser por el tipo de educación que se recibe en nuestros países, basada en la competencia y en las luchas de poder”.

@Catalinapordios

Catalina Ruiz-Navarro
Feminista caribe-colombiana. Columnista semanal de El Espectador y El Heraldo. Co-conductora de (e)stereotipas (Estereotipas.com). Estudió Artes Visuales y Filosofía y tiene una maestría en Literatura; ejerce estas disciplinas como periodista.

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