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Francisco Ortiz Pinchetti

06/01/2017 - 12:00 am

¿Y los Reyes Magos?

Las turbulencias de estos días diluyen casi por completo una de las celebraciones más entrañables para los niños mexicanos, entre los cuales por supuesto me incluyo. Entre bloqueos, plantones, rumores y saqueos el Día de los Reyes Magos de este viernes no tendrá la magia de otros años. Recuerdo la emoción en grado de sobresalto […]

Rebeca mi compañera y yo tuvimos una experiencia sobrecogedora en vísperas de este Día de Reyes, en otro rumbo de la capital. Nos impactó, por insólita. Foto: Cuartoscuro
Rebeca mi compañera y yo tuvimos una experiencia sobrecogedora en vísperas de este Día de Reyes, en otro rumbo de la capital. Nos impactó, por insólita. Foto: Cuartoscuro

Las turbulencias de estos días diluyen casi por completo una de las celebraciones más entrañables para los niños mexicanos, entre los cuales por supuesto me incluyo. Entre bloqueos, plantones, rumores y saqueos el Día de los Reyes Magos de este viernes no tendrá la magia de otros años.

Recuerdo la emoción en grado de sobresalto que me causaba bajar apenas amanecía a la sala de la casa todavía en pijama y tiritando de frío para descubrir con sorpresa los regalos colocados a un lado del Nacimiento –junto al zapato respectivo– en el que ya estaban frente al pesebre las figuras de Melchor, Gaspar y Baltazar y de sus infaltables acompañantes, el caballo, el elefante y el camello.

Mi padre, que disfrutaba esa festividad con especial ternura, solía ponerle a la escena algunos elementos que le dieran un toque de realismo. Por ejemplo, la noche anterior nos hacía acompañarlo a colocar una cubeta con agua al pie del Belén, mismo balde que al día siguiente encontraríamos casi vacío, pues con su contenido habrían mitigado su sed los animales de los Santos Reyes luego de su larga caminata. También ponía por ahí, a discreción, manojitos de paja que aseguraba eran parte de la pastura que comían los propios animales.

A menudo recurría a una suerte de “efectos especiales” para aumentar nuestra emoción ante el hallazgo. Por ejemplo, cuando pedí mi “bicicleta rodada 24 con timbre y faro de dinamo” me encontré con un hilo de cáñamo atado a mi zapato que salía de la sala. Obviamente intrigado seguí su curso a lo largo de varias habitaciones hasta hallar por fin, ya con taquicardia, el vehículo anhelado, flamante, cubierto con tiritas de escarcha plateadas y ramitas de musgo.

El temor de encontrarnos con una bolsa de carbón como castigo a nuestro mal comportamiento durante el año estaba siempre presente, aunque por fortuna –que yo recuerde– nunca ocurrió semejante tragedia a ninguno de mis hermanos ni a mí. Eso sí, llegamos a encontrarnos ocasionalmente con alguna nota firmada por cualquiera de los Reyes Magos en la que nos recriminaba por una desobediencia o mentira.

De hecho, la celebración iniciaba semanas atrás con la instalación del Nacimiento (no había costumbre familiar entonces del Árbol de Navidad), continuaba con la redacción de nuestra carta a los Reyes días antes del 6 de enero y culminaba, ya despejada la incógnita de su respuesta, con la merienda alrededor de la Rosca en cuyo interior se ocultaba un solo muñeco o niño (no media docena como ahora) cuyo hallazgo implicaba la obligación de costear la tamalada del Día de la Candelaria, el 2 de febrero siguiente, compromiso que jamás se cumplía.

No dudo que la noche de este jueves se hayan repetido los tumultos anuales de compradores en los puestos instalados en la calle Corregidora, en Anillo de Circunvalación o en alguna otra vía del Centro Histórico convertida en el mercado popular y callejero de juguetes de la ciudad de México. Sin embargo, Rebeca mi compañera y yo tuvimos una experiencia sobrecogedora en vísperas de este Día de Reyes, en otro rumbo de la capital. Nos impactó, por insólita.

Luego de encontrar cerradas mucho antes de su horario habitual tres tiendas de autoservicio en la colonia Dela Valle, logramos entrar con aparente normalidad a la Mega de Pilares, en cuyas cajas cientos de padres de familia formaban colas con carritos en los que la mayoría llevaba cajas de juguetes. Para nuestra sorpresa, luego de pagar, nos hicieron salir apresuradamente del establecimiento por la única puerta que se mantenía abierta y a través de una suerte de pasillo laberíntico formado por decenas de plataformas de estiba de madera apiladas con montacargas a manera de barricada… ¡como para contener un posible asalto multitudinario!

Me parece que somos víctimas de una irracionalidad nada casual que se ha difundido a través de las redes sociales convocatorias y versiones falsas, anónimas, para provocar temores y alarma en una población agobiada de por sí por las noticias que ensombrecen su futuro inmediato. Y que fomentan y justifican acciones vandálicas como la que aparentemente temían sufrir los encargados de la Mega. Cualquiera de los que ahí nos encontrábamos habrá imaginado lo que podría ocurrirnos en caso de materializarse el supuesto atentado.

Nos enteramos por los medios de la llamada de auxilio de la Asociación Nacional de Tiendas de Autoservicio y Departamentales (ANTAD) que reportó que precisamente durante esa noche y madrugada los saqueos ascendieron a 250 en el Estado de México, Hidalgo, Veracruz, Tabasco, Querétaro, Michoacán y Quintana Roo. Tan sólo en el Edomex fueron detenidos 430 vándalos… entre ellos cuatro policías captados en un video cuando guardaban en su patrulla artículos robados en una tienda de Ecatepec. Los saqueadores seguramente serán liberados en unos cuantos días como ha ocurrido en otros casos de violencia callejera y asaltos a comercios.

Ojalá que los niños de este país, con la inocencia propia de su edad, ni siquiera se enteren de esas atrocidades, ni se contagien del miedo causado por los infames operadores del infundio. Que despierten con la ilusión mañanera de este día, cuando esos seres míticos venidos de Oriente atenderán como todos los años sus peticiones plasmadas en una cartita: “Queridos Santos Reyes…”. Válgame.

Twitter: @fopinchetti

Francisco Ortiz Pinchetti
Fue reportero de Excélsior. Fundador del semanario Proceso, donde fue reportero, editor de asuntos especiales y codirector. Es director del periódico Libre en el Sur y del sitio www.libreenelsur.mx. Autor de De pueblo en pueblo (Océano, 2000) y coautor de El Fenómeno Fox (Planeta, 2001).

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