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Jorge Javier Romero Vadillo

08/10/2020 - 12:04 am

Izquierda y derecha

No entiendo cómo alguien todavía hoy puede pensar en que López Obrador es un político de izquierda.

No entiendo cómo alguien todavía hoy puede pensar en que López Obrador es un político de izquierda. Foto: Galo Cañas, Cuartoscuro.

Las categorías izquierda y derecha en política siempre han sido denominaciones genéricas que han requerido de precisiones para explicar algo. ¿Quién es de izquierda y quién es de derecha? El diccionario de la lengua española define a la izquierda política por negación: “En las asambleas parlamentarias, conjunto de los representantes de los partidos no conservadores ni centristas” y añade: Conjunto de personas que profesan ideas reformistas o, en general, no conservadoras”. Nada más vago que esa definición, del la que solo se puede sacar en positivo eso de ideas reformistas, pero si vamos a la definición de reformismo, doctrina que profesan los reformistas, resulta que es la búsqueda del cambio gradual y pacífico de una situación política, social, religiosa, etcétera.

Bien se sabe que no se le debe pedir mucho al diccionario de la “Madre Academia”, como burlonamente la llamaba el agudo Nikito Nipongo, personaje de otros tiempos y otro periodismo. Sin embargo, en este caso la vaguedad de las definiciones se ajusta a la poca utilidad descriptiva de las palabras, pues en los jarritos de la izquierda o la derecha caben todos los acomodos. Cada quien se coloca en el que le gusta, aunque luego dentro no reconozca como sus iguales al resto de los ocupantes. Es más: con frecuencia a uno lo acomodan en el jarrito en el que no quiere estar. Suele suceder también que algunos no se quieran meter al jarrito en el que la mayoría considera que debiera estar.

Sin embargo, hubo una época en la que las fronteras entre un lado y el otro de la política parecían más claras: A la derecha estaban los defensores de los privilegios, del orden social tradicional y de la moral conservadora, la defensora del orden patriarcal y jerárquico, mientras que enfrente se encontraban los defensores de la igualdad ante la ley, la justicia, la democracia, la distribución de la riqueza, la equidad entre los sexos y la libertad sexual. Uno y otro bando tenían en su seno a quienes defendían distintas estrategias para lograr sus fines, ya fueran mantener el orden existente o transformarlo, pero en términos generales, los de la derecha defendían la tradición y las creencias ancestrales, mientras que los de la izquierda eran apasionados en la defensa de la razón, la ciencia y el combate a los dogmas religiosos y del progreso tecnológico.

Se trataba de un espectro con gradaciones, que iban desde el fundamentalismo religioso e inquisitorial y a defensa violenta de privilegios de casta o clase, hasta la violencia revolucionaria que pretendía hacer del pasado tabula rasa, pero más o menos eran comprensibles las señas de identidad. Hoy, sin embargo, es mucho más difícil definir los contornos de cada bando, no porque la derecha haya desaparecido –está vivita y coleando y más activa que nunca en la defensa de privilegios y valores acedos–, sino porque la izquierda se ha diluido en una mezcolanza confusa de propósitos, objetivos, valores y se ha instalado en un marasmo.

La izquierda defensora de valores universales ha cedido el lugar a la defensa de identidades particulares, buena parte de ellas fuertemente conservadoras. La idea de la justicia universal ha sido abandonada en favor del reconocimiento de nuevos privilegios –derechos privativos– de grupos específicos. Lo que fue la defensa de las minorías contra la opresión de la moral y la dominación tradicionales, ha terminado por convertirse en un embrollo de reivindicaciones particularistas, mientras el proyecto universalista en la que los derechos y las libertades fueren para toda la ciudadanía parece diluirse en el asistencialismo, heredero de la caridad cristiana.

Lo más grave que le ha ocurrido a la izquierda política mexicana, mucho más estrecha que la izquierda social e intelectual, ha sido quedar a la zaga de un caudillo conservador y religioso que no comparte la mayoría de sus causas históricas. Los políticos que tradicionalmente se han autoproclamado de izquierda y que hoy apoyan sin rechistar los dictados de López Obrador han claudicado en reivindicaciones fundamentales para acomodarse a las creencias y modos del demagogo con tirón popular. Es obvio que para muchos de ellos su rendición ideológica ha sido premiada con un cargo o que su disciplina es condición para tener la bendición del líder para buscar su reelección, pero en muchos casos resulta aberrante.

Hoy vemos cómo mujeres que han dedicado su vida a la reivindicación de sus derechos doblan la cerviz cuando el Presidente dice que no va a proponer la legalización del aborto porque es un tema que divide, mientras que todas las mañanas predica polarización sobre cualquier otro asunto. Es patético ver a antiguos defensores del Estado laico callar cuando el López Obrador lanza sus sermones religiosos. Me repugna ver cómo críticos del asistencialismo priista ahora son acólitos del neopobrismo, para usar el término acuñado por Felipe González, que predica el caudillo. Es desconcertante oír a quienes fueron reprimidos por el ejército en el 68 defender la militarización

Muchos de los seguidores de López Obrador, como suele ocurrir tras de los hombres providenciales, no son más que oportunistas acomodados por la dirección en la que soplan los vientos. En todos los tiempos de la política mexicana han existido fervorosos intérpretes de los sueños presidenciales que cuando cambia el aire defienden lo contrario a lo que antes consideraban iluminado. También ha habido opositores que cuando llegan al poder hace exactamente lo mismo que antes criticaban. La política siempre ha sido un trabajo en el que los cínicos tienen ventajas competitivas, pero da grima ver a quienes fuero honrados militantes de la izquierda defender al caudillo reaccionario, al impulsor de un autoritarismo apoyado en las fuerzas armadas, que desprecia al orden jurídico y a quien le repugnan los contrapesos a su poder o los reparos a sus delirios, que exige disciplina y lealtad ciegas.

No entiendo cómo alguien todavía hoy puede pensar en que López Obrador es un político de izquierda. Sé que fuera del Gobierno existe todavía, y puede crecer, un pensamiento de izquierda reformista y racional. Creo que es tiempo que salga del clóset y se oponga abiertamente al gesticulador que ha expropiado una identidad que no le corresponde.

Jorge Javier Romero Vadillo
Politólogo. Profesor – investigador del departamento de Política y Cultura de la UAM Xochimilco.

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