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Jorge Javier Romero Vadillo

18/04/2024 - 12:02 am

Las elecciones que vienen

“El Estado mexicano está ya lejos de poseer la cualidad básica del monopolio de la violencia y de la exacción fiscal”.

“Si ya el Estado mexicano era bastante fallón, el gobierno que termina ha aumentado su ineficiencia y ha exacerbado su carácter de sistema de botín”. Foto: Galo Cañas Rodríguez Cuartoscuro.

Ayer, 17 de abril, participé en la sesión dedicada a México en el ciclo de conversaciones sobre las elecciones de 2024 del foro Voces para la Democracia del Instituto Universitario Ortega y Gasset en Madrid. El seminario, organizado por Francisco Parra y Otto Granados, contó con la participación de académicos españoles de primer nivel: Esther del Campo, decana de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, Joan Subirats, ex ministro de Universidades del gobierno de España y Fernando Vallespín, catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Madrid y a quien tuve de profesor hace más de treinta años en el Centro de Estudios Constitucionales. Su participación sirvió para situar en el contexto de la crisis de la democracia en el mundo las concreciones de las elecciones de junio, en las que se erigirá no solo quien ocupe la Presidencia de la República, sino a todo el Congreso de la Unión, a casi la mitad de los gobiernos y legislaturas estatales y a un número ingente de alcaldes e integrantes de cabildos de todo el país.

El tono académico y abstracto de la mesa de académicos españoles, contrastó con el del panel en el que me tocó participar, pues  en ella se reflejó el deterioro de la conversación pública que se vive en México: mientras que Víctor Alarcón, colega de la UAM Iztapalapa, y yo tratamos de abordar la pregunta detonante sobre la salud de la democracia en México, planteada por Yaiza Santos, de manera reflexiva y sustentada, la tercera participante, una joven para mi desconocida, Sasi Alejandre, lanzó una perorata propagandística, confusa y abigarrada, según la cual el actual gobierno representaba la instauración de la democracia auténtica y cualquier crítica no era otra cosa que un intento por frenar el cambio verdadero. En fin, lo mismo que repiten los jilguerillos del nuevo oficialismo, aunque expresado sin ton ni son, al grado de provocar grima a buena parte del auditorio.

La cuestión que pretendía responder la conversación era qué podemos esperar de las próximas elecciones. Mi planteamiento fue que yo no veía el futuro con optimismo, pues tanto la heredera designada como la candidata de la oposición arrejuntada no se hacen cargo de la profundidad de la crisis estatal que vive el país. El Estado mexicano está ya lejos de poseer la cualidad básica del monopolio de la violencia y de la exacción fiscal. Los servicios que presta son de baja calidad y están en franco proceso de deterioro. Si ya el Estado mexicano era bastante fallón, el gobierno que termina ha aumentado su ineficiencia y ha exacerbado su carácter de sistema de botín, mientras que la única rama estatal que ha aumentado su poder, que no su eficacia para reducir la violencia, es la militar.

Para cerrar, Yaiza nos preguntó qué le pediríamos a la próxima presidente de México, ante el hecho de que por primera vez en la historia una mujer ocupará la jefatura del Estado y del gobierno en México. Mi respuesta fue que ganare quien ganare, solo será exitosa si convoca a un nuevo pacto político mucho más amplio e incluyente que el de 1996 y, por supuesto, todo lo opuesto a la polarización promovida por López Obrador.

El pacto político que México requiere implicaría una profunda reforma del Estado, para fortalecerlo, ampliar su legitimidad social y dotarlo de las capacidades que hoy no tiene para reducir la desigualdad, combatir la pobreza y reducir la violencia. Un pacto que rompa con la inercia anti fiscal que ha caracterizado al Estado mexicano desde 1821, de la cual el actual Presidente ha sido un paladín destacado.

Sin reforma fiscal profunda, el Estado mexicano seguirá siendo incapaz de garantizar los derechos básicos que supuestamente debe garantizar una democracia, si por democracia entendemos un sistema de organización social en el que loa ciudadanía no tiene solo la capacidad de elegir representantes y gobernantes y, por consiguiente, de deshacerse de los malos gobiernos, sino que tienen derechos exigibles ante las autoridades, con una judicatura independiente, que impida el poder arbitrario y resuelva las controversias entre particulares sin recurrir a la violencia.

Porque el pacto político y social que requiere México para frenar la decadencia implica construir un auténtico sistema de seguridad social, con sanidad universal y con educación de calidad. El auténtico Estado de bienestar no se puede sustentar en programas sociales que solo generan dependencia clientelista, sino que debe girar en torno a derechos universales efectivos y para ello se requieren recursos que solo pueden provenir de los impuestos bien diseñados y recaudados con eficacia.

Sin recursos fiscales no será posible construir un sistema de seguridad de carácter civil, con arraigo en las comunidades y que no se base en la punición, sino en la prevención y la contención de la criminalidad y la violencia, pero un nuevo arreglo fiscal será imposible sin un nuevo pacto de elites que convoque a la mayoría de la sociedad mexicana y supere el encono usado en beneficio del autócrata.

Un nuevo pacto social es indispensable para dotar al Estado de las capacidades necesarias para enfrentar la crisis climática que amenaza la viabilidad misma de la vida humana. Sin un estado eficaz, México no podrá contribuir al esfuerzo mundial necesario para ralentizar el desastre que viene.

El nuevo acuerdo social necesita, sobre todo, sustentarse en una legitimidad del orden jurídico hasta ahora desconocida en México. Para que las relaciones sociales dejen de ser gestionadas de manera arbitraria, siempre en beneficio de los más ricos o de los que más clientelas controlan, se necesita que la ley deje de ser un marco para la negociación de la desobediencia y se convierta en un auténtico sistema de reglas del juego parejas para todos y eso solo se puede lograr sobre la base de un nuevo consenso cultural detonado desde la política.

El nuevo pacto no debe aspirar a construir el paraíso en la tierra ni a superar todas las contradicciones económicas y sociales. Debe tener un objetivo mucho más modesto: lograr por fin que México tenga un Estado decente y que funcione, para usar la afortunada fórmula acuñada por Javier Cercas. Sin embargo, mi previsión es tremendamente pesimista: ni una candidata ni la otra tiene el talento y la voluntad de estadista que una revulsión de esta envergadura requiere.

Jorge Javier Romero Vadillo
Politólogo. Profesor – investigador del departamento de Política y Cultura de la UAM Xochimilco.

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