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Rubén Martín

09/01/2022 - 12:04 am

Desigualdad en las vacunas

De otro lado, el número exponencial de casos saturará de nuevo nuestro precario sistema de salud público y los hospitales privados.

Vacunas de Pfizer contra COVID-19 son preparadas para su uso en una unidad de vacunación de los Servicios de Salud y Humanos del condado Dallas en Mesquite, Texas.
“Hay una absurda y obscena concentración de las vacunas en los países más ricos, dejando a las naciones más pobres sin acceso a dosis necesarias para salvar vidas”. Foto: LM Otero, archivo, AP

Tal como lo anticiparon los expertos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la propagación de contagios de COVID-19 con la variante Ómicron, están pegando como un tsunami por casi todo el mundo. El viernes 7 de enero hubo casi 2.9 millones de contagios en todo el planeta, tres veces más que el pico anterior de primavera en abril de 2021, cuando se presentaron 900 mil casos diarios. Algunos países están experimentando tasas de contagio que no habían tenido en dos años de pandemia. Es el caso de Estados Unidos que casi llega al millón de casos diarios, Francia con 333 mil casos el pasado viernes o Gran Bretaña que ha llegado a tener hasta 188 mil por día. Y el aumento en los contagios seguirán en ascenso, pues en la mayoría de los países apenas se está propaganda la variante Ómicron del SARS-CoV-02.

En Estados Unidos, se espera el pico de contagios hacia finales del mes y con rangos de contagios de entre cinco millones a ocho millones de casos por semana, de acuerdo al doctor Jeffrey Shaman, modelador de enfermedades infecciosas y epidemiólogo de la Universidad de Columbia (https://nyti.ms/3HNHPa5).

En México el sábado 8 de enero rompimos récord de contagios con casi 31 mil casos reportados y la Secretaría de Salud federal reportó que la semana epidemiológica 51 los contagios de coronavirus crecieron 81 por ciento en todo el país. Pero estamos lejos de alcanzar el pico de contagios por lo que en las siguientes dos o tres semanas seguiremos rompiendo los récords y no será sorpresa que en el país alcancemos los 100 mil casos diarios.

Por fortuna, parece ser que la variante Ómicron de la COVID-19 es más contagiosa, pero parece provocar enfermedades menos graves porque ya se ha reportado que ataca el sistema respiratorio superior, pero no los pulmones y que las olas de contagio suelen durar menos tiempo que variantes anteriores como la Delta, según se reportó en Sudáfrica, el primer país del mundo en reportar y padecer la variante Ómicron.

Aún así, sería un error minimizar este tsunami de contagios de COVID-19 con la variante Ómicron. Algunos incluso se confían en que sus síntomas son parecidos a los de una gripe habitual. Lo han dicho los expertos: Ómicron no es una gripe y quienes se contagien (nos contagiemos) podrían tener secuelas serias como han provocado otras variantes de SARS-CoV-02.

De otro lado, el número exponencial de casos saturará de nuevo nuestro precario sistema de salud público y los hospitales privados. Más contagios implican también más hospitalizaciones y eventualmente, más muertes.

Otro aspecto que está provocando Ómicron, por la rapidez e intensidad de su propagación es que afecta a todos por igual, y esto implica, lamentablemente, a trabajadores de la salud y trabajadores de servicios públicos o privados que van a ocasionar interrupciones en las cadenas de producción, distribución y consumo, así como la segura suspensión de servicios y eventualmente eventos masivos del entretenimiento y los deportes. Al menos eso sería lo más sensato aunque el Gobierno federal que encabeza Andrés Manuel López Obrador, parece determinado a dejar abiertas todas las actividades económicas y dejar la protección a la responsabilidad individual.

Uno de las razones por las que Ómicron u otras variantes han bajado los casos de hospitalizaciones y las muertes es gracias a la aplicación de vacunas tanto en el mundo como en México.

Pero al igual que el moderno sistema mundial capitalista funciona gracias a la desigualdad, ésta también se presenta en el reparto global de vacunas. Hay una absurda y obscena concentración de las vacunas en los países más ricos, dejando a las naciones más pobres sin acceso a dosis necesarias para salvar vidas.

En conjunto, los países de altos ingresos como la Unión Europea, Norteamérica, Japón y Australia concentran 7.127 millones de dosis; los países de ingresos medios altos tienen dos mil 999 millones de vacunas, los países de ingresos medios tres mil 931 millones de dosis y las naciones de ingresos bajos cuentan apenas con 485 millones de dosis, según reporte del Centro de Innovación en Salud Global de la Universidad de Duke (https://bit.ly/3JQRZIR).

Esta tremenda desigualdad resalta aún más al revisar los casos particulares. Por ejemplo, los países de la Unión Europea han asegurado la compra de dos mil 927 millones de vacunas para una población de 447.5 millones de personas, lo que equivale a que cada europeo tiene acceso a 6.5 dosis. En contraste, Uganda, tiene 43.2 millones de habitantes y apenas 18 millones de vacunas, es decir, menos de una mitad de vacuna por ugandés.

Estados Unidos ha adquirido mil 725 millones de dosis, con una población 329.5 millones de habitantes para una relación de más de cinco vacunas para cada habitante de ese país. Con 684 millones de dosis, Japón aseguró también cinco vacunas por cada uno de sus habitantes: 125.8 millones.

El extremo es el caso de Canadá, cuyo Gobierno compró 419 millones de dosis para una población de 38 millones de habitantes. Es decir, cada canadiense tendría acceso hasta once vacunas. El otro polo de esta absurda concentración de biológicos contra COVID-19 lo representa Zimbawe que tiene apenas 3.5 millones de dosis y una población 14.5 millones. A cada habitante de esta nación africana le toca apenas un cuarto de vacuna.

En su papel de dar seguridad a sus ciudadanos, los gobiernos de las naciones ricas han anunciado no sólo una tercera dosis de refuerzo, sino hasta una quinta o sexta.

Los directivos y expertos de la OMS han reiterado hasta el cansancio que esta injusta repartición de la vacuna no hará sino retrasar el fin de la pandemia, o al menos su control, pues mientras existan varias naciones que han vacunado a una proporción menor de sus poblaciones, el virus de la COVID-19 seguirá vivo, reproduciéndose y, lo más importante, mutando con el riesgo de que se produzca una variante aún más peligrosa que las que hemos enfrentado en dos años de pandemia.

Es imperativo que termine el desigual reparto de vacunas en el mundo. El riesgo de no hacerlo es enfrentar una pandemia más peligrosa y mortal. Que también enfermará y eventualmente matará a las poblaciones de las naciones ricas, por más que se hayan puesto cinco dosis.

Rubén Martín
Periodista desde 1991. Fundador del diario Siglo 21 de Guadalajara y colaborador de media docena de diarios locales y nacionales. Su columna Antipolítica se publica en el diario El Informador. Conduce el programa Cosa Pública 2.0 en Radio Universidad de Guadalajara. Es doctor en Ciencias Sociales. Twitter: @rmartinmar Correo: [email protected]

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