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Sandra Lorenzano

11/12/2022 - 12:03 am

La intuición de la isla o el arte de la hospitalidad

“Las islas son sitios mágicos, qué duda cabe. No olvidemos que “Utopía”, aquel espacio perfecto a decir de Tomás Moro, era una isla”.

“Los años compartidos con José Saramago en Lanzarote constituyen la lente desde la cual se ve el mundo”. Foto: Fundacionsiglofuturo.org.

Pilar del Río tiene el don de los contadores de historias. Mejor dicho: de las contadoras. De la estirpe de Scherezade, va hilando una escena con otra y de ese modo nos mantiene atentas a sus palabras, casi diría que nos mantiene en vilo, sentadas en el borde de la silla, sintiéndonos a la vez testigos/testigas y protagonistas del relato.

Como en los huipiles de nuestra tierra, sus palabras bordan realidades y sueños, deseos y memorias. Las del hombre que ama y las de ella misma. Realidades y sueños, deseos y memorias que como en un juego de matrioshkas, (“bábushkas”, hubiera dicho mi madre), nos hablan de Saramago, y al mismo tiempo nos van hablando de ella misma.

Escritura que es palabra dicha, palabra hablada, bordada, tejida para hacer -al reunir una con otra- una suerte de manta, un quilt, en el que cada fragmento es independiente de los demás y a la vez interdependiente. ¿No somos acaso eso cada uno, cada una de nosotras? ¿Seres que a pesar de su (aparente) autonomía necesitamos a los demás para formar parte del gran relato del mundo?

Y así nuestra Scherezade nos cubre con esa manta, nos cobija, nos ofrece refugio y hogar en un libro llamado La intuición de la isla –que bien podría llamarse Bienvenidos a casa- en el que hay una isla dentro de la cual hay una casa, llamada “A casa” (en portugués), en la que vive un hombre que, como el dios de la Biblia -con el que tanto se ha peleado-, ha creado un universo a partir del verbo.

Porque en el principio fue el verbo. En el comienzo de los tiempos, cuando aún no se habían separado la luz y las tinieblas, ya estaban las palabras. Sonido fundacional, arrullo primigenio, voz creadora, como la de aquel abuelo que hemos hecho ya parte de nuestra vida, y con el cual el escritor portugués llevó la oralidad al máximo escenario de consagración de la palabra escrita: el Nobel de Literatura.

“El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida -dijo entonces- no sabía leer ni escribir. A las cuatro de la madrugada, cuando la promesa de un nuevo día aún venía por tierras de Francia, se levantaba del catre y salía al campo, llevando hasta el pasto la media docena de cerdas de cuya fertilidad se alimentaban él y la mujer. Vivían de esta escasez mis abuelos maternos, de la pequeña cría de cerdos que después del desmame eran vendidos a los vecinos de la aldea. Azinhaga era su nombre, en la provincia del Ribatejo.”

Así, el origen del escritor es también el origen del mundo: anterior a la lectura y la escritura y cuando aún no se había “hecho la luz”, la sabiduría ya estaba aquí. “El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida”: esa semilla, ese dios o Adán, esa fuente de conocimiento, era un campesino, un porquero. Pero no era un hombre solitario; desde el inicio hay una pareja originaria: Jerónimo y Josefa, “mis abuelos maternos”.

Y Azinhaga es hoy también una isla contada por Pilar, en un archipiélago que desde el mundo clásico -Platón, Timeo, Plinio el Viejo ya lo mencionan- se conoce como de “las islas afortunadas”. Afortunadas las islas por haberse vuelto el hogar de Saramago, afortunadas nosotras que gracias a la autora somos invitadas a compartir la vida generosa que construyeron juntos -la segunda pareja originaria- en Lanzarote.

Las islas son sitios mágicos, qué duda cabe. No olvidemos que “Utopía”, aquel espacio perfecto a decir de Tomás Moro, era una isla. O que el propio Saramago convirtió a la península ibérica en una isla al desprenderla del resto de Europa y ponerla a navegar hacia el Atlántico sur, en La balsa de piedra.

Como los cuentos, las islas pueden ser cuna de todos los mundos, punto de partida, origen. En el principio fue el verbo: en el principio fue una isla.

Hay quienes creen que isla es casi sinónimo de a-isla-miento, pero en este caso es todo lo contrario. La Utopía que Pilar y José construyeron en Lanzarote, es la utopía de la hospitalidad, palabra que se traduce del término griego filoxenía, que significa literalmente “amor (afecto o bondad) a los extraños”. Qué importante recordarlo en épocas de puertas cerradas y fronteras clausuradas, en épocas de mares convertidos en tumbas. “A casa” está orgullosamente construida así desde una ética de la alteridad, de la responsabilidad, del amor hacia las y los demás.

Las islas son sitios mágicos, qué duda cabe. No olvidemos que “Utopía”, aquel espacio perfecto a decir de Tomás Moro, era una isla. Foto: Fundacionsiglofuturo.org.

Hogar de puertas abiertas, entonces, cálido, acogedor, protector; hogar en el que cuidar y ser cuidado, querer y ser querido, donde no faltará nunca un abrazo, un plato de comida, algo de beber y un rincón en el que descansar o hacer confidencias. Las voces, las risas, las charlas, tienen como centro la generosa mesa de la cocina. Es desde allí que se va a la biblioteca, o al patio, o al mar. Y allí se reunieron durante casi dieciocho años artistas y poetas, políticos y científicos, viejos y jóvenes, músicos y periodistas: los miembros de una familia cariñosa, solidaria, rica en coincidencias y complicidades.

Los fragmentos que narran encuentros, conversaciones, recorridos por la isla, o el desayuno de pan con aceite de oliva y azúcar de nuestro Nobel, el disfrute de la vida con un libro, amigos, un buen malvasía -el vino canario-, la coincidencia de lenguas y acentos… muestran que, en Lanzarote y de la mano de Pilar, “lo cotidiano se vuelve mágico”, como dice la canción.

Pero dejaré que ustedes descubran por sí mismos esta cartografía del amor a la vida.

Del presente al pasado, de lo perdido a lo creado, de lo añorado a lo imaginado, de lo recordado a lo temido, los años compartidos con José Saramago en Lanzarote constituyen la lente desde la cual se ve el mundo. Y a la vez se construye un mundo. Un mundo que ya se había intuido, como leemos en ese poema escrito en los años sesenta, que abre el libro y que se llama “Una isla a veces habitada”:

En la isla a veces habitada de lo que somos,
hay noches, mañanas y madrugadas
en que no necesitamos morir.
En ese momento sabemos todo lo que fue y será.
El mundo se nos aparece explicado definitivamente
y entra en nosotros una gran serenidad,
y se dicen las palabras que la significan.
Levantamos un puñado de tierra
y la apretamos en las manos. Con dulzura.
Allí está toda la verdad soportable:
el contorno, la voluntad y los límites.
Podemos en ese momento decir que somos libres,
con la paz y con la sonrisa de quien se reconoce
y viajó alrededor del mundo infatigable,
porque mordió el alma hasta sus huesos.
Liberemos sin apuro la tierra donde ocurren milagros
como el agua, la piedra y la raíz.
Cada uno de nosotros es en este momento la vida.
Que eso nos baste.[2]

Saramago, que escribió poca poesía, comparada con su narrativa, decía “Mi poesía es la que es, limpia, honesta, y en algún momento habrá sido algo más que eso, pero (…) si pasa a la historia, será como la de un novelista que también escribió algunos versos”. Estas palabras encontraron, no obstante, y ya en la época de su consagración literaria, un matiz en su propia voz: “En el fondo no dejé de ser un poeta, (…) un poeta que se expresa a través de la prosa…”[3]

Me gusta pensar que La intuición de la isla puede ser leída como una guía amorosa por la obra de Saramago, por los títulos escritos en Lanzarote, pero también por la esencia humana, humanista (de “humus”: tierra), que caracterizó al escritor desde que siendo niño escuchaba las historias de aquel abuelo sabio que abrazó, uno por uno a los árboles de su huerto, cuando sintió que sus días se terminaban.

Este viejo pastor, rudo, analfabeto, tenía en su interior un tesoro de sensibilidad tal que, anticipando que no volvería a su casa, fue a despedirse de los seres vivos con los que nunca habló, que parecen no sentir, pero él hizo, el que habló, el que sintió, reconoció esos árboles que habían sido la vida para él, y se despidió de ellos como se despedía de sus hijos o hermanos o nietos. Mi abuelo no separó la vida de la vida…[4]

El humanismo esencial de Saramago, que aprendió a “no separar la vida de la vida”, pasa a una nueva etapa después de El Evangelio según Jesucristo. Comienza entonces la que se considera la tercera parte de su evolución como escritor, que coincide con el inicio de la vida en Lanzarote. Pero claro que no todo se debe al cambio de espacio. Como bien dice Pilar del Río, después del Evangelio, después de haberse enfrentado al “factor dios”, sintió un vacío tremendo dentro de sí. Si el origen de nuestra civilización es una mentira, ¿qué nos queda?

Ya en “A casa” nace Ensayo sobre la ceguera: los seres humanos somos ciegos que viendo no vemos. “Supo entonces, aunque todavía sin palabras, que había pasado el tiempo de la estatua, era la hora de describir la piedra de la que se hacen las estatuas, y una isla volcánica que reproduce el principio del mundo se erigía en el paisaje que venía intuyendo y necesitando” (La intuición de la isla, p. 21).

En este sentido yo diría que el libro de Pilar es también una novela de formación, una bildungsroman, que no inicia con el nacimiento del personaje, como es lo usual, sino con el re-nacimiento que significa para José Saramago la vida en Lanzarote.

Allí está el escritor cada vez más esencial, por llamar de alguna manera a su búsqueda de la piedra. La piedra es el ser humano, como él mismo lo dice, pero un ser humano en relación permanente con los demás. Por ello es también la etapa de mayor vínculo con las luchas por los derechos humanos en el mundo.

Se fortalece entonces su relación con nuestro país, sobre la cual solía decir: “Si no me encuentran en mi país, búsquenme en México”.

“Cuando Saramago tomó contacto con el mundo literario mexicano fue cuando Fuentes celebró los cuarenta años de la aparición de La región más transparente; ahí fue cuando se declaró “portugués y mexicano”; después, cuando firmó libros y las colas se hacían interminables de modo que ya no podía seguir firmando, se paseó saludando a todos los que esperaban su autógrafo. Al irse le gritaron todos: “¡Jo-sé, Jo-sé, Jo-sé!”. Entonces fue cuando Saramago dijo: “En México gané mi nombre”.[5]

Estuvo en Chiapas en 1998, antes de la noticia del Nobel. Fue con Carlos Monsiváis y con su editor Sealtiel Alatriste. Gracias a Saramago, otros autores como Susan Sontag o Nadine Gordimer, Vásquez Montalbán o el propio Carlos Fuentes, también se comprometieron con el zapatismo. Como escribió Lydia Cacho:”A partir de entonces Saramago estableció con el México de los de abajo una relación leal y para siempre”.

Pensando en los zapatistas, en los indígenas de Acteal y en el compromiso de Saramago con los de abajo, cierro estas líneas con el último párrafo que escribe Pilar en el libro:

“Hay mañanas que se observa cierto movimiento de luz en la rotonda José Saramago: es que en ese momento alguien está continuando la tarea de escribir para que la literatura y la pasión no acaben y con ellas termine la vida. En A Casa se continúa el oficio de contar, de agradecer y de confiar en el futuro que se construye si seres humanos, hombres y mujeres, lo hacen. Por eso, gracias a todos y a todas”. (p. 220)

Gracias a ti, querida Pilar, por el regalo de estas hermosas páginas, gracias por esta amorosa puerta de entrada a la vida y la obra de José Saramago. Y por darnos hogar, también a nosotras, las y los lectores.

 

[1] Texto de presentación de La intuición de la isla, de Pilar del Río, México, Alfaguara 2022, leído en la librería Gandhi el 2 de diciembre de 2022.

La primera edición de La intuición de la isla es de Itineraria, una joven editorial de Lanzarote, creada por Alba Cantón y Sergio Erro.

[2] Publicado en José Saramago, Probablemente alegría.

[3] Ver Antonio Daganzo

https://www.entreletras.eu/letras/camino-de-palabras-voy-abriendo-la-poesia-de-jose-saramago/

[4] En “De la estatua a la piedra: el autor se explica a sí mismo” (conferencia pronunciada en la Universidad de Turín, 1997.

[5] Ver artículo de Juan Cruz en El País, 25 de noviembre de 2018

https://elpais.com/cultura/2018/11/25/actualidad/1543156752_394394.html

 

Sandra Lorenzano
Es "argen-mex" por destino y convicción (nació en Buenos Aires, pero vive en México desde 1976). Narradora, poeta y ensayista, su novela más reciente es "El día que no fue" (Alfaguara). Investigadora de la UNAM, se desempeña allí como Directora de Cultura y Comunicación de la Coordinación para la Igualdad de Género. Presidenta de la Asamblea Consultiva del Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación).

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