Artes de México

La inspiración carnavalesca del circo

13/10/2019 - 12:01 am

Cubiertos por la carpa nos desprendemos de nuestro papel de adultos, devuelta nuestra capacidad de asombro y entrega total a la espectacularidad de los actos. Nuestros guías, quizá maestros de ceremonia, quizá partícipes de los malabares y acrobacias, llaman nuestra atención sobre detalles que, poco a poco, nos develan el entramado mágico de la puesta en escena circense.

Ciudad de México, 13 de octubre (SinEmbargo).- En las primeras páginas de la revista Circo. Arte y poesía de Artes de México, en la habitual descripción de la portada, se lee que “la carpa es la piel del circo y, como toda piel, es frontera. Es línea divisoria entre la realidad cotidiana y el territorio de ensueño y maravilla” (p. 5). Esa piel envuelve un lugar otro, un espacio prácticamente liminal en el que los textos que componen la revista nos invitan a adentrarnos. Cubiertos por la carpa nos desprendemos de nuestro papel de adultos, devuelta nuestra capacidad de asombro y entrega total a la espectacularidad de los actos. Nuestros guías, quizá maestros de ceremonia, quizá partícipes de los malabares y acrobacias, llaman nuestra atención sobre detalles que, poco a poco, nos develan el entramado mágico de la puesta en escena circense. Entre ellos se encuentran, Gabriela Olmos, Francisco Hernández, Jaime Torres Bodet, Ramón Gómez de la Serna, entre las atracciones lingüísticas, y Francisco Toledo, Irma Grizá, Rufino Tamayo, Marisa Lara y Arturo Guerrero, entre el espectáculo visual.

Las reinterpretaciones artísticas de lo que sucede dentro de la carpa nos acercan a la dimensión carnavalesca de la experiencia del circo. Recordamos, de cierta manera a Bajtín y su estudio sobre la esencia del carnaval, su naturaleza ambigua y liberadora. Aquí los roles impuestos por las normas del mundo cotidiano se suspenden. Lo extraño y lo diferente es el primer plano de la experiencia, no para ser excluido ni vilipendiado sino admirado en todas sus dimensiones transgresoras. El humor, arma y sustento del carnaval, se manifiesta de distintas maneras, como parodia de lo cotidiano, de la naturaleza humana. Así, Luis Felipe Hernández en “Circo de tres pistas”, escribe sobre la naturaleza del circo y lo que ahí acontece, lo que la representación tiene que decir de lo ridículo de la existencia. Sus minificciones, apuntes e incluso aforismos imitan el salto del trapecista, las vueltas de la ficción para aterrizar, triunfales, en el desenmascaramiento de la realidad que es la risa.

Foto: D.R. ©, Marco Pacheco, Paquín junior. Circo Atayde Hermanos, 2005, en Circo, Arte y poesía, Artes de México, 2007.
Foto: D.R. ©, Nahum Zenil, Mujer barbuda, Técnica mixta sobre papel. 70×50 cm, 1994, en Circo, Arte y poesía, Artes de México, 2007.

El carnaval, además, se caracteriza por acercar los contrarios, entrar a un mundo de inversiones donde lo alto y lo bajo coexisten en el mismo receptáculo. Este último bien puede ser el propio cuerpo, para reinterpretar las propias categorías de inferior y superior, subvertirlas. Por ello es relevante que los autores, y las expresiones visuales, se enfoquen en la admiración que suscitan los cuerpos retando sus propios límites. Se gestan, entonces, poemas como “La trapecista” de José Emilio Pacheco, que “Volvió su carne / reflejo y cauce del fluir del mundo” (p. 42). Destaca también la transmutación del vértigo y la emoción creativa del equilibrista en llamas que chisporrotean en Funámbulos de fuego de Marisa Lara y Arturo Guerrero (pp. 48-49). El propio cuerpo es la metáfora de las mutaciones de la existencia, sujeto de admiración y respeto, metonimia de la creación, pero también de la posibilidad natural de transgresión de los límites.

Hemos dicho que el carnaval circense también puede ser subversivo, porque re-presenta cuestiones sociales, las cuales trastoca gracias a su acción paródica. Esto se cifra, sobre todo, en los poemas de José Emilio Pacheco, en sus lecturas sobre el papel del payaso que: “Vuelve cosa de risa lo intolerable. / Nos libera / de la carga de ser, / la imposible costumbre de estar vivos” (p. 42). Destaca también “El domador” a quien convierte en la figura más poderosa dentro de un Estado tiránico, de un encierro perpetuo, donde los animales apenas protestan entre rejas. Es la representación de las representaciones sociales a las cuales nos vemos atenidos, y es desde la parodia y el reflejo que nos atrevemos a mirarlas de frente con todos sus defectos.

Foto: D.R. ©, Carlos Orozco Romero, El acróbata, Óleo sobre tela. 45.5 x 36 cm, 1929, en Circo, Arte y poesía, Artes de México, 2007.
oto: D.R. ©, Alfonso Michel, Agonía o La muerte del circo, Óleo sobre tela. 56.5 x 65 com., 1949, en Circo, Arte y poesía, Artes de México, 2007.

El circo, por tanto, cumple con roles ambiguos, cambiantes. Alivia y maravilla al tiempo que critica y subvierte. Se convierte en un lugar donde todo parece posible. En “Apólogo del juglar y de la domadora”, Jaime Torres Bodet revive personajes que pueden ingresar a nuestro mundo gracias al circo, donde nada es anacrónico ni está fuera de lugar, sino que participa de lo maravilloso en su justa cantidad desbordada. El cuento habla de la debilidad de la pasión humana, de los defectos de una admiración romántica que desemboca en el deseo de venganza, en contraposición a la habilidad implacable de un cuerpo para performar un número circense. La memoria corporal del juglar resulta determinante en la trama del cuento; la narrativa incorpora, de esta manera, el respeto por el arte humano, no tanto mecánico como infalible por la repetición. Además, el lenguaje hace sus propias demostraciones de la maravilla, las imágenes que utiliza el autor para adentrarnos en el mundo de lo extraordinario despiertan en nosotros no sé qué arrebato poético, quizá parecido a la emoción de la caída libre, del balanceo de la danza aérea. En los malabares de las metáforas, se descubre el cuerpo de la domadora como una manifestación sagrada, en cuya cabeza pueden descansar las estrellas: “para sacrificarla, escogieron una estrella pequeña, de parpadeos todavía ignorantes, de niña que no se ha pintado nunca los ojos” (p. 29). Un cuerpo que en el espacio del circo puede adornarse de maravillas: “la carne color de rosa de la domadora florecía en sonrisas, en espumas, en encajes de rizos… Y luego, al inmovilizarse, se deshojaba, pero también en espumas, en sonrisas de encaje, en encajes de rizos” (p. 31).

El cuerpo de texto se amolda también a la propuesta visual del circo. La tipografía y la estructura de cada apartado responden a una similitud con los carteles que anunciaban los actos. Adornando dichos carteles, encontramos una gran variedad de fotografías, sobre todo del Atayde Hermanos para presentarnos una multiplicidad de personajes en momentos climáticos de su presentación. La revista se apega a la idea de juego, de variedad, de promoción de una realidad alterna.

Foto: D.R. ©, Ángel Zárraga, El circo, Óleo sobre tela. 108 x 84 cm., 1915, en Circo, Arte y poesía, Artes de México, 2007.

Así, se presenta la carpa circense como un lugar extraordinario casi rituálico, donde la normativa de la cotidianeidad se desvanece. Es en este lugar otro en el que el cuerpo humano es partícipe de la magia y la admiración que suscitan la destreza de los actos. El espectáculo se convierte en un momento ambiguo, donde el público se deja arrastrar al mundo de la diferencia, al tiempo que ve “el espectáculo del espectáculo” que es la vida misma, maquillada para hacerla más soportable. Diríamos, entonces, que el circo es uno de los momentos carnavalescos que se mantienen en nuestros días, resguardado tras la piel de la carpa, como un ritual festivo, subversivo, que levanta las reglas sociales e iguala las existencias de los participantes en una infancia restituida, que permite la creatividad y el asombro.

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Guadalupe Donají Zavaleta
Estudió Escritura Creativa y Literatura en la Universidad del Claustro de Sor Juana. Obtuvo la beca de investigación Santander-UCSJ con el proyecto de tesis "El ritual erótico de L. iluminada: análisis de Lumpérica de Diamela Eltit". Colaboró en la transcripción y edición de los dos volúmenes de El Consultorio de la Doctora Ilustración de Carlos Monsiváis, con la editorial Malpaso. Actualmente es parte del International Writing Program’s Women’s Creative Mentorship Project de la Universidad de Iowa.
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