Artes de México

La espina y el fruto: plantas del Jardín Etnobotánico de Oaxaca de Cecilia Salcedo y Alejandro Ávila Blomberg

06/10/2019 - 12:02 am

Las espinosas plantas que impactaron e inspiraron tanto a Neruda en su poesía como a Cecilia Salcedo en su fotografía, desarrollaron sus ahuates para defenderse de bestias muertas desde hace millones de años. A pesar de sus espinas, las bestias consiguieron comer de sus frutos y defecar las semillas liberadas de su gruesa cobertura, permitiendo su propagación. A pesar de las espinas, la promesa de que su fruto fuese consumido por grandes hocicos para propagarse les incentivó a producirlos cada vez de mayor tamaño.

 Por Lisa Grabinsky

Ciudad de México, 6 de octubre (SinEmbargo).- En el mundo de la botánica, la espina y el fruto son dos caras de una misma moneda. Por una parte, las espinas protegen a las plantas y a sus frutos de depredadores. Sin embargo, gracias al consumo de sus frutos por parte de los animales es posible que las semillas se esparzan por todo el territorio. Por ello, cada fruto posee características para atraer a depredadores que tengan la capacidad de propagar sus semillas —ya sea de manera natural o artificial—, así como para repeler a aquellos que no son aptos. El Jardín Etnobotánico de Oaxaca es un recinto que exhibe esta estrecha relación entre espina, fruto y consumidor. Ésta ha sido retratada por el lente de la fotógrafa Cecilia Salcedo y por las palabras del antropólogo Alejandro Ávila Blomberg en La espina y el fruto: plantas del Jardín Etnobotánico de Oaxaca, un tomo de la colección Libros de la Espiral de Artes de México.

El texto abre con la poesía que Pablo Neruda escribió durante su visita a México, Confieso que he vivido, donde se resalta la impresión que se generó en el poeta al conocer las plantas espinosas. A partir de dicho asombro, nos adentramos en las fotografías que Cecilia Salcedo captura en el Jardín Botánico. Tanto ella como Alejandro Ávila Blomberg, nos llevan de la mano por la historia y la evolución del mundo de las plantas nativas de Oaxaca.

Cecilia Salcedo, “Toloache, Datura stramonium”, en La espina y el fruto, 2006.

Las espinosas plantas que impactaron e inspiraron tanto a Neruda en su poesía como a Cecilia Salcedo en su fotografía, desarrollaron sus ahuates para defenderse de bestias muertas desde hace millones de años. A pesar de sus espinas, las bestias consiguieron comer de sus frutos y defecar las semillas liberadas de su gruesa cobertura, permitiendo su propagación. A pesar de las espinas, la promesa de que su fruto fuese consumido por grandes hocicos para propagarse les incentivó a producirlos cada vez de mayor tamaño.

Cada fruta está destinada a un animal en específico, pues será éste quien posea las características necesarias para acceder a las semillas. Por ejemplo, las pitayas que revientan de noche en lo alto de los brazos de grandes cactus son para los murciélagos. Los chiles maduros se tornan de verde a rojo, color percibido sólo por las aves, no por la mayoría de los monocromáticos mamíferos hervíboros. La razón tras el picor es alejar a los mamíferos cuyos jugos gástricos destruirían la semilla que tratan de propagar.

El fruto espinoso del toloache —el cual de por sí es tóxico y embrutece a cualquier persona con una pequeña dosis—, ofrece elaiosomas a las hormigas: un nutrimento esencial para ellas. Como los elaiosomas están adheridos a la semilla, es gracias a las hormigas que esta planta —misma que Salcedo ha retratado e incluido en la portada del texto— se logra propagar.

Cecilia Salcedo, “Nopal criollo, Opuntia sp.”, en La espina y el fruto, 2006.

Cecilia retrata también las semillas del cojón de toro, cuyos frutos se secan y se abren, permitiendo que sea el viento quien arrastre las semillas, mostrándonos un tipo especial de plantas que no necesitan de otros seres vivos. El equiseto y los helechos, por otro lado, son plantas que no dan ni frutos ni espinas, pero han existido desde hace millones de años. Aunque pareciera que los animales y dichas plantas no se relacionan, algunas son utilizadas como medicina por los humanos , como es el caso del popotillo y la canahuala.

Continuando con el recorrido en el Jardín Botánico, aprendemos que el guaje —a partir del cual Oaxaca recibe su nombre— es un fruto muy particular. Está muy cubierto por totomoxtle y por sí solo no sería capaz de germinar porque todo se pudre. Los humanos de esta región del sur de México aprendieron la labor de las hormigas para obtener la semilla y sembrarla. El logotipo del Jardín Botánico espera retratar esa estrecha relación entre humanos y plantas. Por ende, incorpora seis rositas de cacao, utilizadas al tradicional tejate Oaxaqueño, considerada la bebida más sofisticada de la gastronomía mexicana, pues combina ingredientes de diferentes zonas ecológicas y geográficas.

El Jardín Botánico se encuentra localizado en el traspatio del antiguo convento de dominicos, construido gracias a las ganancias del negocio de la grana cochinilla. Esa riqueza obtenida del cultivo de la grana no hubiese sido posible sin el trabajo de los indígenas que cultivaron el nopal y lo domesticaron junto con su plaga gracias a su curiosidad e ingenio. Tal estrecha es la relación que las pencas perdieron sus espinas, permitiéndoles a los insectos engordar. Desafortunadamente, hoy en día los pueblos que domesticaron al nopal y a su plaga no reciben retribución alguna. Ello originado a partir de la extracción de esquejes que fueron propagados en Haití por Thiéry de Menonville en el siglo XVIII y que posteriormente se desarrollaron en Perú y en las Canarias.

Cecilia Salcedo, “Rosita de cacao, Quaraibea funebris”, en La espina y el fruto, 2006.

Oaxaca es la región donde se conoce la mayor diversidad de especies de plantas y hongos ricos en compuestos químicos prodigiosos, utilizados en rituales chamánicos para abrir la percepción y cuya publicación en la revista Life dio pie al movimiento psicodélico de los 60´s. El Jardín Botánico promueve los derechos indígenas sobre los recursos naturales, además de cultivar especies silvestres que están en peligro de extinción, ya sea por la destrucción humana del ecosistema como por la obsesión por la posesión de plantas exóticas. Esto último ha generado un tráfico de plantas saqueadas del campo.

La intención de este texto va más allá del mensaje ecologista. En la última parte del libro encontraremos una sección con pequeñas muestras de las culturas indígenas de Oaxaca y su relación con sus plantas nativas, de sus frutos hasta sus espinas, a través de poemas, mitos y leyendas zapotecas, mixtecas y mazatecas. Es interesante resaltar que la fotógrafa retrató las plantas, semillas y espinas sin conocimiento previo de sus usos ni de sus nombres, del mismo modo que Neruda se inspiró en las plantas nativas para escribir su “Serenata de México”. Ciertamente la inspiración obtenida del mundo vegetal nos demuestra el papel inherente que tiene la naturaleza sobre diversos aspectos de la cultura.

Consigue el libro La espina y el fruto. Jardín Etnobotánico de Oaxaca, a través de la página web de la editorial https://catalogo.artesdemexico.com/productos/la-espina-y-el-fruto-jardin-etnobotanico-de-oaxaca/

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