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Catalina Ruiz-Navarro

13/11/2015 - 12:00 am

La madre, la virgen y el águila

Crecemos escuchando que la maternidad es una “bendición”. Esta frase me parece escalofriante por dos razones, primero, porque las bendiciones son como cosas que caen del cielo, algo que te sucede, como la lluvia, no algo que puedes elegir. Segundo porque muy pocas mujeres viven la maternidad de una manera segura y justa. Esto es […]

Crecemos escuchando que la maternidad es una “bendición”. Esta frase me parece escalofriante por dos razones, primero, porque las bendiciones son como cosas que caen del cielo, algo que te sucede, como la lluvia, no algo que puedes elegir. Segundo porque muy pocas mujeres viven la maternidad de una manera segura y justa. Esto es más que evidente evidente en el informe presentado por GIRE el miércoles sobre violencia obstétrica: parir o estar embarazada en México es, para muchas mujeres, una pesadilla que las puede llevar a la muerte. Afecta nuestro derecho a la salud, a la información, a la no discriminación, a una vida libre de violencia y a la vida privada.

Una cosa es ser una mujer privilegiada, con el dinero para pagar una sala aparte en un hospital, con una familia que apoya y cuida, con un padre para su hija y con el conocimiento suficiente para saber cuáles son sus derechos. Pero eso solo le pasa a unas cuantas. El resto de las mexicanas tiene que enfrentar regaños, burlas, ironías, insultos, amenazas, y negación a los tratamientos. En en trabajo, tratan a las embarazadas como enfermas convalecientes que, como si fuera poco, se buscaron su propia enfermedad. Pero, además, mujeres se ven obligadas a parir en baños, en salas de espera, en pasillos, en jardines porque los hospitales no dan abasto, y la salud es de acceso prioritario para quienes pueden pagar. A otras les ponen dispositivos intrauterinos, o las esterilizan (a algunas les preguntan, cómo no, pero mientras están pariendo y no pueden dar un consentimiento informado, otras simplemente quedan al criterio del médico que quizás piensa que las mujeres pobres no deben tener “más hijos” porque “es irresponsable”), a otras las convencen de tener una cesárea para que el médico pueda agendar con tiempo y así poder llegar tranquilo a su juego de golf.

Estas historias no las escuchamos con frecuencia porque la gente solo quiere saber de los partos privilegiados de las mujeres privilegiadas. Tampoco las escuchamos porque ni siquiera las documentan. GIRE presentó solicitudes a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH)  y a las comisiones de las entidades federativas. De las solicitudes se obtuvo que, en el periodo comprendido del 1 de enero al 30 de junio de 2015, se recibieron en total 132 quejas por violencia obstétrica, y solo son 14 las recomendaciones emitidas, aceptadas y cumplidas por igual concepto. Además de que el subregistro es evidente las mujeres que pudieron quejarse son las “afortunadas” entre las miles que ni siquiera contemplan el acceso a la justicia y esto habla de que viven en o cerca a centros urbanos, son mayores de edad, hablan español, y tienen una mediana idea de que el Estado existe. ¿Qué pasa con las demás?

Claro, en contra de esto hay leyes de sobra, pero casi todas echan mano del derecho penal, y este problema no se resuelve con garrote y zanahoria. La violencia obstétrica no se va a acabar con meter a la cárcel a médicos y enfermeras, las sanciones individuales son mediáticamente efectistas pero no mejoran la situación de las mujeres. En cambio, un enfoque cultural, que busque cambiar las actitudes del personal médico hacia las mujeres, y una ampliación presupuestal que garantice suficientes centros de salud con el material adecuado para atender a las pacientes sí tendría un efecto considerable en la reducción de este problema.

La violencia obstétrica deriva de una falta de respeto por la autonomía de las mujeres, por nuestros cuerpos y nuestras vidas. Por eso es automática, y por eso está naturalizada. Dados los avances tecnológicos, es cruel e inadmisible que siquiera una mujer muera por negligencia y violencia de los prestadores de servicios de salud o por no tener acceso a sus derechos sexuales y reproductivos, que incluyen atención e información.

Siempre me ha impresionado el logo del Instituto Mexicano del Seguro Social: un águila, que a la vez es Virgen, que a la vez es madre. Su sincretismo es poderoso y emocional: la salud del Estado es una madre que nos amamanta, la santísima María o quizás Tonantzin que nos trae bienestar divino. Que ironía cruel es esta imagen, cuando entre esta y la realidad hay tanta distancia.

Siempre me ha impresionado el logo del Instituto Mexicano del Seguro Social: un águila, que a la vez es Virgen, que a la vez es madre. Foto: Tomada de Internet
Siempre me ha impresionado el logo del Instituto Mexicano del Seguro Social: un águila, que a la vez es Virgen, que a la vez es madre. Foto: Tomada de Internet

@Catalinapordios

Catalina Ruiz-Navarro
Feminista caribe-colombiana. Columnista semanal de El Espectador y El Heraldo. Co-conductora de (e)stereotipas (Estereotipas.com). Estudió Artes Visuales y Filosofía y tiene una maestría en Literatura; ejerce estas disciplinas como periodista.

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