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Catalina Ruiz-Navarro

18/12/2015 - 12:05 am

El amor (pos)moderno o Filosofía para un dragón

Lejos de trivializar el amor, la posmodernidad ha hecho más preciosas esas pocas cosas que todavía tienen aura. En la era de la reproductibilidad técnica podemos fabricar camisetas y relaciones en masa, pero el “eso” que seguimos llamando amor, y que además es masivo, sigue siendo inmasificable, en transformación permanente, imposible de tecnificar o embotellar, irrepetible, mitológico e inasible, como un dragón prehistórico y esquivo.

(Modern love) walks beside me

(Modern love) walks on by

(Modern love) gets me to the church on time

(Church on time) terrifies me

(Church on time) makes me party

(Church on time) puts my trust in God and Man

(God and Man) no confessions

(God and Man) no religion

(God and Man) don’t believe in Modern Love

Lejos de trivializar el amor, la posmodernidad ha hecho más preciosas esas pocas cosas que todavía tienen aura.
Lejos de trivializar el amor, la posmodernidad ha hecho más preciosas esas pocas cosas que todavía tienen aura.

Hace unos años Zygmunt Bauman sacó un libro, best seller, llamado Amor líquido, en donde habla de las formas posmodernas que adopta esa experiencia misteriosa que siempre hemos llamado “amor”. El libro me pareció desolador porque básicamente propone que los vínculos humanos contemporáneos son, de manera casi irremediable, tremendamente frágiles, y están caracterizados por una carencia de solidez, calidez y una tendencia a ser cada vez más fugaces y superficiales. Para Bauman, el amor posmoderno es una suerte de consumo mutuo en donde las costumbres económicas invaden las relaciones personales y las personas se convierten en objetos de consumo con quienes resulta costoso crear un vínculo profundo. Aunque muchas de nuestras experiencias nos pueden hacer pensar que esto es verosímil, sigue existiendo el desafío empírico de que incluso siendo esquivos o azarosos, estos vínculos profundos existen, y hay una experiencia común de este amor, “amor amor”, que parece darle sentido e intensidad a todos los ámbitos de nuestras vidas.

Quiero partir de que yo, como persona enamorada, y con esa fe (o locura) que el enamoramiento da sobre la experiencia del amor, afirmo este tipo de vínculos significativos siguen siendo importantes. No soy la única que lo afirma y todas estas experiencias en donde uno manifiesta “que ama” tienen unas señales comunes, son todas únicas y a la vez todas trasversales. Como la única prueba de una cosa tan subjetiva como el amor es que haya personas que digan que el amor existe, la duda puede saciarse en que nuestra cultura en todas sus manifestaciones parece ser un largo y variado testimonio del amor. ¿Podemos pensar en un amor que sea una experiencia significativa, impredecible, cambiavidas (o lo que en filosofía se llama un “acontecimiento”)?

Lo interesante del libro de Bauman no es la teoría que propone, que es más bien un refrito complaciente, un libro sobre el consumo hecho para consumidores, sino que esta idea de la fragilidad de los vínculos resonara en tantas personas. Como es evidente que el amor existe, lo que hay que entender por la crisis planteada por Bauman es que, esas “muertes” de las cosas son una buena excusa (y esto que lo diga Hegel) para cuestionar los conceptos de esas cosas.

Nuestra idea del amor romántico quizás comienza con un mito inventado por Platón, en el diálogo en El Banquete, en boca del poeta Aristófanes. Dice que aquellos que están enamorados se sienten “completos”, puesto que, en nuestros inicios, los humanos éramos seres redondos con dos caras, cuatro brazos, cuatro piernas, y había tres sexos: unos tenían dos cuerpos de hombre (hijos del sol), otros dos cuerpos de mujer (hijos de la tierra) y otros uno de cada uno (hijos de la luna). (¡Ven que los griegos no eran heteronormados!) Estos humanos trataron de subir al Olimpo y por eso Zeus los cortó en dos. Desde entonces, los humanos buscamos esa “otra mitad”. Esa idea de la otra mitad dejó hace rato de ser platónica y se convirtió en un cliché de tarjetas de Hallmark, perdió su contexto y se hizo parte de las formas en que hablamos del amor: la media naranja.

En el mundo contemporáneo, esta idea de la media naranja tiene mil implicaciones nefastas en la psiquis de las personas, nos dice que somos incompletos y dependientes o nos aboca a una suerte de “monogamia trágica”. Los contemporáneos vivimos en esta fantasía o manía megalómana que nos hace creer que lo podemos todo como el Llanero Solitario (y miren que hasta el Llanero Solitario tenía un amigo y un caballo). Básicamente creemos que la independencia nos hará sentir completos, y como la absoluta independencia es imposible porque los humanos somos necesariamente interdependientes, vivimos en una constante idea de vacío (al ver que la independencia no nos hizo sentir completos). Pero este es un vacío basado en una falsa asociación. No vemos (como dice Judith Butler) que la dependencia no es trágica sino inevitable, y que nuestra ética debe estar basada en el reconocimiento de nuestra interdependencia.

En la caricatura de esta supuesta aporía del amor contemporáneo (en la que también metió sus manos Sartre), uno desea que lo amen, pero no por alguien que se ha tomado una poción de amor, sino por alguien que, en plena libertad, ha elegido amarnos a nosotros. Hasta aquí lo que decía Sartre me parece hermoso, porque habla de un amor que es una opción, en el que no se restringe el libre albedrío de los individuos. Y ojo, que esa libertad de todos los individuos es una cosa materialmente nueva y en muchos casos meramente teórica. Como bien enseñan las novelas mexicanas, no todo el mundo tiene el privilegio de elegir cómo y a quién amar. Después Sartre habla de que queremos “poseer” al ser amado (que es distinto que “poseer” una cosa, pues la cosa no puede poseernos de vuelta). Pero “poseer” es una palabra muy fea, y desencadena un drama, en Sartre, y en todos nosotros, que tristemente conocemos muy bien: el amante (quien ama) quiere el amor de la otra persona porque siente que en ese amor se revela su identidad. En ese deseo se arriesga a pasar de sujeto a objeto, a ser poseído unilateralmente por quien ama y, paradójicamente, a perder su identidad. Esto resuena especialmente con mi generación de “hijos del divorcio” que muchas veces crecimos desencantados del “amor eterno” que no le funcionó a nuestros padres, y que sabemos que muy probablemente tampoco a nuestros abuelos –aunque ellos no podían divorciarse. Sartre nos presenta una paradoja que resume el desencanto de toda mi generación: quien ama no quiere que su amor termine, ni que su amado o amada encuentre el amor en otra persona, pero eso no es algo que una persona libre pueda garantizar, pues la verdadera libertad de escoger implica poder escoger dejar de amar.

Pero en esa posibilidad está la condición necesaria y lo extraordinario del amor: tiene que ver con una elección, o mejor dicho, un riesgo que se toma cada día y de esta manera, cada día en que uno sigue amando es en sí mismo un evento extraordinario. En ese amor spinozista se plantea la paradoja de que para encontrarse hay que perderse, y de esta manera se le puede contestar a Sartre, que no hay tal cosa como la identidad del amante y del amado como indistintas, cuando una afecta a la otra de tal manera que se mantienen en conversación. En Spinoza el amor al otro pasa por el amor a uno mismo, y por eso deja de ser una cuestión de completarse.  Además no tiene ni siquiera que ser materialmente correspondido: el otro está en nuestro determinar, determinándonos. Spinoza además dice que la entrega del amor libre, es libre pero no necesariamente voluntaria. En el amor libre no se elige entre un desprendimiento absoluto y un cálculo de ventajas. En el amor libre se entiende explícitamente que ya siempre la decisión ha sido tomada y que lo que se ha decidido es amar. El amor libre es por tanto ese saber que siempre ya he tomado partido por amar.

Alain Badiou tiene un librito que se llama In Praise of Love, o Elogio al amor, (compren este en vez de leer al baboso de Bauman) donde reafirma que no se puede pensar en un amor seguro en donde no tomamos riesgos. Ese amor de Bauman de comprar y tirar no es amor, sino una forma en que nos relacionamos sin arriesgarnos. Badiou dice que el amor es una búsqueda por la verdad que responda a esta pregunta: “¿Cómo es el mundo que uno ve cuando lo experimenta desde el punto de vista de dos y no de uno?” (a Badiou se le olvido decir “o de tres, o de cuatro” pues su texto sigue siendo binario aunque creo que las premisas que presenta son extensivas al poliamor). El amor aquí es un proyecto existencial de construir un mundo con un punto de vista descentrado de uno mismo y de nuestro mero impulso de sobrevivir y reafirmar nuestra identidad. Un mundo pensado desde la diferencia.

El amor entonces es un evento pseudometafísico y cambiavidas: un instante fortuito e inimaginable que altera por completo el curso de planes con respecto a nosotros mismos y al mundo. Es a la vez un azar del destino, y una decisión, a la vez libre e irremediable. Hay un encuentro, significa algo, funda algo, y construye algo, y esto depende de una persistente elección cada día. Yo añadiría que el amor se siente como un inmenso riesgo, porque no puede ser sin abrirse sin tregua a la vulnerabilidad. Esto es en realidad poderoso porque, como Judith Butler nos dijo, la fuerza se construye en el reconocimiento de dicha vulnerabilidad.

Creo que, lejos de trivializar el amor, la posmodernidad ha hecho más preciosas esas pocas cosas que todavía tienen aura. En la era de la reproductibilidad técnica podemos fabricar camisetas y relaciones en masa, pero el “eso” que seguimos llamando amor, y que además es masivo, sigue siendo inmasificable, en transformación permanente, imposible de tecnificar o embotellar, irrepetible, mitológico e inasible, como un dragón prehistórico y esquivo.

@Catalinapordios 

Catalina Ruiz-Navarro
Feminista caribe-colombiana. Columnista semanal de El Espectador y El Heraldo. Co-conductora de (e)stereotipas (Estereotipas.com). Estudió Artes Visuales y Filosofía y tiene una maestría en Literatura; ejerce estas disciplinas como periodista.

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