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Beatriz Navarro

20/06/2020 - 12:04 am

Una nueva paternidad en tiempos de COVID-19

La resistencia, la empatía, la benevolencia, la confianza en el sentido común colectivo, y la humildad se mencionan como características comunes del denominado “liderazgo femenino.”

La resistencia, la empatía, la benevolencia, la confianza en el sentido común colectivo, y la humildad se mencionan como características comunes del denominado “liderazgo femenino”. Foto: Rodrigo Abd, AP.

Hace un par de años tuve el privilegio de entrevistar a Laura Chinchilla Miranda, expresidenta de Costa Rica. Entre otras cosas, conversamos sobre si ser mujer le había representado algún obstáculo particular en el ejercicio del poder. La Presidenta me compartió que, para ella “existen barreras del tipo mental que nos construyen las sociedades.” En su hogar, nunca sintió que existieran distinciones por parte de sus padres entre ella y sus cuatro hermanos varones. “Mi hogar era neutro, pero recuerdo que, aprendiendo a escribir, tuve que repetir mil veces las oraciones de: Mamá amasa la masa. Papá va a trabajar.” Su reflexión me recordó a Simone de Beauvoir, quien desde el siglo pasado explicara que, “no se nace mujer, se llega a serlo,” advirtiendo que son las sociedades las que clasifican comportamientos -en femenino o masculino- para después justificar roles, mandatos y exclusiones.

El liderazgo global es masculino y ante el COVID-19, con más de 8 millones de infectados y medio millón de muertos alrededor del mundo, deja mucho que desear. Los casos de Nueva Zelanda, -único país que considera eliminada la pandemia sin contagios locales- Dinamarca, Finlandia, Alemania, Islandia y Noruega arrojan esperanza. Estos países han mostrado resultados de contención extraordinarios. ¿Qué tienen estos países en común? Entre otras cosas, sí, todos son gobernados por mujeres.

La resistencia, la empatía, la benevolencia, la confianza en el sentido común colectivo, y la humildad se mencionan como características comunes del denominado “liderazgo femenino.” Su opuesto, resulta entonces más activo, agresivo, asertivo y disciplinado. Estas asociaciones son bastante delicadas de clasificar en “azul y rosa” ya que estamos perpetuando innecesarias y peligrosas construcciones de género.

De acuerdo con información de la Organización Mundial de la Salud y The Global Health 50/50 Research Initiative, la tasa de mortalidad de COVID-19 es significativamente mayor en hombres que en mujeres. Algunas investigaciones sugieren que los mastocitos inician una respuesta inmune más activa en las mujeres, lo que puede ayudarlas a combatir enfermedades infecciosas mejor que los hombres. Sin embrago, para Caren Grown, Directora Global de la División de Género del Banco Mundial, “aún cuando mayor mortalidad masculina pareciera ser un problema de hombres, lo cierto es que, las consecuencias afectan más a las mujeres.”

Los motivos son varios, en su mayoría derivados de la dependencia económica. Por ejemplo, en los países en donde los hombres son tradicionalmente los únicos proveedores económicos del hogar, representa la necesidad de planear, desde la trinchera de las políticas públicas, programas de transferencia de efectivo, pensiones o programas de incorporación al mercado laboral diseñados exclusivamente para esas mujeres. Pero aún en los hogares de ingreso doble, podemos ver los efectos de la brecha salarial, además de la persistencia de mujeres trabajando mayoritariamente en sectores considerados “femeninos” que son menos remunerados.

¿En qué están trabajando las mujeres durante la pandemia? Muchas se encuentran desempeñando el trabajo del hogar no remunerado, de tiempo completo. Para contextualizar, la Oficina de Estadísticas Laborales de los Estados Unidos, reporta que, de los 44 millones de desempleados, un 55 por ciento, son mujeres. Muchas de ellas han renunciado a su trabajo “voluntariamente” ante el reto que representa el cuidado infantil y el trabajo remoto. Y es que, en momentos de crisis, los humanos tendemos a regresar a estereotipos conocidos y la participación masculina en el cuidado infantil y en las labores del hogar, aún en países desarrollados, sigue siendo limitada.

Por otro lado, las mujeres conforman mayoritariamente el personal de limpieza doméstico mundialmente. Esta labor raya en condiciones de esclavitud en muchos países, con salarios y horarios discrecionales, sin prestaciones, ni seguros de ninguna índole. En países más desarrollados, es un sector también, ocupado mayoritariamente por mujeres indocumentadas. Finalmente, las mujeres son también enfermeras y representan un 70 por ciento de todo el personal de salud a nivel global. Con jornadas extenuantes, son la primera línea de defensa y merecen más que aplausos.

Dado que estas funciones esenciales, se consideran “intrínsecamente femeninas” nunca han sido los suficientemente valoradas y por tanto, remuneradas.

Todo esto sin mencionar, que el confinamiento ha exacerbado la violencia intrafamiliar. El análisis más reciente UN Women muestra que la violencia doméstica se ha incrementado exponencialmente (especialmente en Brasil y México), convirtiendo al hogar en el lugar menos seguro para protegerse de este virus. Irónicamente, aún cuando el COVID-19 es menos letal para las mujeres, el patriarcado institucional mundial las hace permanecer en calidad de sobrevivientes, por el resto de sus vidas.

Nueva Zelanda, Dinamarca, Finlandia, Alemania, Islandia y Noruega, no son los mejores ejemplos sólo porque tengan mujeres al mando, sino por las sociedades inclusivas que las eligieron. Estos países decidieron colectivamente, tener instituciones públicas y privadas más inclusivas, mucho tiempo antes de que nos azotara esta crisis. Todos estos países ocupan los primeros lugares en el Global Gender Gap Report 2020 de la OCDE, es decir, tienen paridad educativa, una mayor representación femenina en todos los niveles (sectores público y privado) pero también, tienen una mejor relación casa-trabajo, fomentando que hombres y mujeres se involucren por igual en la crianza de los hijos.

Este día del padre, vale la pena reflexionar en la famosa “masculinidad tóxica” y actuar activamente como padres más empáticos, benévolos, sensibles y humildes, sin replicar en el hogar, tóxicas construcciones de género. Quizás, la clave para recuperarnos exitosamente de esta pandemia sea crear sociedades más abiertas, que permitan a los hombres ser más vulnerables y a las mujeres ejercer su fuerza. Si la desigualdad es la normalidad, esperemos que esta crisis la destruya. Existen normalidades y tradiciones que no merecen reconstrucción alguna.

Beatriz Navarro
Analista política y consultora internacional. Fue representante del Ministerio de Hacienda y Crédito Público en la Embajada de México en EU. Ha sido consultora en el Banco Mundial y en el Banco Interamericano de Desarrollo. Es abogada del Instituto Tecnológico Autónomo de México y tiene Maestría en Derecho Internacional y Diplomacia por The Fletcher School, Tufts University (EU), además de especialidad en Business Communications en Harvard.

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