La sociedad de la crispación

21/07/2017 - 12:04 am
No siempre fue así. Antes la gente era más amable. Más humana la relación entre personas. Foto: Cuartoscuro

“Este hijo de puta debe renunciar junto con todos los compinches. Son un atentado a la democracia. Son asalariados VIP del régimen de bandoleros que comandan Salinas, senadores, jueces de toda laya, secretarios de Estado y toda una bola de jijueslachingada (sic) corruptos de los 3 niveles de gobierno. Y los que están más arriba de ellos”, escribe un internauta enfurecido con boleto o sin boleto.

Pero, también, veo en la calle a un hombre que reclama enfurecido porque no le dan el cambio fraccionado, cosa de 40 centavos que sirve para nada, pero es suyo. Sé, además, de una profesora  desquiciada que corrió a sus alumnas por llevar minifaldas. Veo un video de unos policías golpeando con odio a un hombre que protesta por algo. Un espontáneo sin más airadamente le mienta la madre al Presidente cuando iniciaba una carrera por el Bosque de Chapultepec. Incluso, se de la muerte por nada, solo la satisfacción del instinto asesino, allí están el creciente número de feminicidios, por todos lados del país.

Es la historia de cada día en nuestras ciudades y pueblos. Hay demasiados enojados con el arma en la mano o en la lengua, el teclado. No todas son por razones políticas o delincuenciales. Hombres y mujeres comunes y corrientes que traen encima una bomba de tiempo y dispuestos hacerla estallar en cualquier momento y lugar. A los que los elementos reguladores de la conducta humana parecen no estarles funcionando.

Así, nos dirá Freud brota la parte primitiva del ser, el ello que despojado de cualquier freno moral o éticos se expresa tal cual atendiendo a impulsos provocado por el hambre, la sexualidad, el instinto. Es la quiebra del superyó o sea de la “conciencia moral”, el ideal del yo, que todos tenemos en algún lugar de nuestra alma.

Se dirá que eso ya lo sabemos. Pero, lo que resulta más difícil de comprender que es lo que lo provocó, en qué momento se quebró el equilibrio que nos da la cultura, qué podemos hacer además de respirar profundo para no caer en provocaciones estúpidas. La mayoría de la gente está irritada. Cualquiera puede ser la razón. La prestación de un mal servicio. Un abuso en un cobro. Personalmente me irrita tener que dar vueltas por ineficiencia o simplemente por perversidad de ver a la gente ir y venir sin éxito.

Una reprimenda de un padre o un jefe. Activa resortes insospechados. Arrebatos sin control, desproporcionados y terribles. No son tiempos buenos para la vida en pareja, familia, comunitaria. Hay desconfianza, duda, tensión. Donde alguien la tiene que pagar. Sea el vecino, la cajera, el hijo o la hija.

No siempre fue así. Antes la gente era más amable. Más humana la relación entre personas. Recordemos a la gente promedio que frecuentábamos de niños o adolescentes. Los amores eran menos tormentosos. Más para caminar juntos, para toda la vida. Hoy los archivos de los juzgados están llenos de expedientes de divorcios y relaciones que permanecen pese a estar destrozados produciendo pequeños o grandes infiernos cotidianos.

Las prisiones están repletas de gente que no pudo contener sus emociones, sus manos, sus pies y los casos de violencia familiar aumentan exponencialmente. Los psiquiatras están haciendo su agosto con los enfermos mentales y más los “especialistas” dedicados a la atención de control de emociones. Los libros de autoayuda son un venero inagotable.  La gente vuelve a las iglesias buscando paz en lo sagrado como también quienes van a los clubes de AA para expiar culpas colectivamente. Tú me platicas tu historia, yo te platicó la mía, como una dialéctica purificadora.

En esos rituales íntimos la gente busca espantar sus fantasmas, su lado violento. Volverse una persona normal. Ya sin corajes, sin odios infundados, amar al prójimo, controlar su agresividad innata. La que todos llevamos dentro en lo más recóndito.

Recuerdo que hace algunos años en Madrid fui a presenciar una de las obras espectaculares de la compañía teatral catalana: La Fura dels Baus, el centro de la obra era una adolescente sin experiencia de vida más allá de lo familiar y amistoso, de los juegos entre hermanos, era de una familia cualquiera, lejos de lo pecaminoso, que tenía los instintos dormidos, como un oso invernando en una cueva glacial, y en un ejercicio teatral esa chica virginal con el acercamiento de los otros va despojándose paulatinamente de su coraza amartillada. De sus prejuicios y temores. Del respeto a los convencionalismos, las fórmulas de equilibrio social. La chica descubre su cuerpo y con el deseo, necesidad, placer y entonces empieza su lucha feroz contra lo que la habían moldeado. Lo que había hecho lo que era, su educación. Imagen y semejanza de la madre en el sentido metafórico. Entonces, eso la lleva al plano de las emociones al asesinato de la madre. Fuente de vida, convencionalismos, prejuicios. Todo lo que le impedía alcanzar la libertad. Para quedar en su estado primitivo y de ahí después volar como el Ave de Fénix que resurge de sus propias cenizas.

Por supuesto no es el caso de nuestro enojo colectivo, que no es tan mexicano, hay enojados en todos lados. Nuestra ruptura es otra dimensión de lo instintivo.  Buscar que alguien pague los enojos. No tiene un sentido onírico. Sino de molestia con lo existente y cotidiano. Con lo que agota tus fuerzas. Esas largas colas para al final encontrarte con una mala cara. Un mal trato. El político que roba y se va impune, mientras al común de la gente no le alcanza para llegar a fin de quincena.

Pero, eso que irrita, sigue siendo el terreno de los dioses, entonces los humores públicos, se enderezan contra el que está más cerca incluso el ser amado. Sea en la familia o la gente con quien se trabaja, y los desempleados con el que se encuentra, para cerrar me recuerdo el cuento del brasileño Rubem Fonseca: El Cobrador, cuando un hombre cualquiera va con el dentista a sacarse una muela y al terminar el trabajo el odontólogo esperaba el pago por su servicio y el desmolado en lugar de sacar la billetera saca una pistola y le da un tiro en la rótula y grita:«¡Yo ya no pago nada más, estoy cansado de pagar! ¡Ahora soy yo quien cobro!».

Así estamos.

 

Ernesto Hernández Norzagaray
Doctor en Ciencia Política y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel I. Ex Presidente del Consejo Directivo de la Sociedad Mexicana de Estudios Electorales A. C., ex miembro del Consejo Directivo de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política y del Consejo Directivo de la Asociación Mexicana de Ciencia Política A.C. Colaborador del diario Noroeste, Riodoce, 15Diario, Datamex. Ha recibido premios de periodismo y autor de múltiples artículos y varios libros sobre temas político electorales.
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