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Catalina Ruiz-Navarro

23/10/2015 - 12:00 am

Wikileaks versus “las feministas”

Recientemente la cuenta de Wikileaks en Twitter decidió señalar a un nuevo “opresor” de la libertad de expresión: “las feministas”. Según la organización, “el feminismo” es un “vehículo reaccionario para empujar intereses de los Estados, tales como la censura y el encarcelamiento”. Luego, básicamente dijeron que desde las acusaciones por violación que penden sobre la […]

Recientemente la cuenta de Wikileaks en Twitter decidió señalar a un nuevo “opresor” de la libertad de expresión: “las feministas”. Según la organización, “el feminismo” es un “vehículo reaccionario para empujar intereses de los Estados, tales como la censura y el encarcelamiento”. Luego, básicamente dijeron que desde las acusaciones por violación que penden sobre la cabeza de su líder, Julian Assange, han sido falsificadas por “fichas del gobierno”, una teoría muy popular entre los seguidores de este activista por la libertad de expresión. Otros tuits de Wikileaks afirman que “para proteger a las mujeres de la ‘violencia online’ el mundo necesitará mucha censura online”, (sí, escriben violencia online entre comillas); mientras que en otro tuit se lee: “¿Acaso el feminismo moderno tiene un problema con la libertad de expresión?”.

En agosto de 2010 dos mujeres acudieron a la Policía sueca para que le pidiera a Assange que se hiciera un examen por enfermedades de transmisión sexual. Ambas alegaban que habían tenido relaciones sexuales con el activista. Al principio, según cuentan, la relación sexual fue consensuada, pero consensuada para tener sexo con condón. Luego, al igual que demasiados hombres que conozco, el tipo tuvo sexo con ellas sin protección. Con una porque el condón se rompió y Assange no detuvo la interacción sexual. Con la otra porque le dijo que tenía un condón puesto y mintió. Aunque en principio las mujeres solo exigieron un examen médico, la Fiscalía de ese país abrió una investigación por sexo no consensuado, es decir, por violación. Finalmente, Assange terminó por abrir “investigaciones preliminares” por cargos de “acoso sexual” y “violación” (aunque esta no es una traducción exacta). En mayo de 2012 la Corte Suprema de Inglaterra dijo que Assange debía ser extraditado a Suecia para enfrentar los cargos. En junio de ese año, el activista buscó asilo en la embajada ecuatoriana en Londres, en donde vive desde entonces, pues su salida puede terminar en una extradición a Estados Unidos por cargos de espionaje.

Debido a cómo funcionan las investigaciones penales en Suecia, en este momento no existen cargos concretos en contra de Julian Assange. Por el tiempo transcurrido, la Fiscalía sueca anunció recientemente que desistiría de investigar tres  de las probables acusaciones de vejación debido a que el tiempo para presentar cargos ha expirado. Sin embargo, la solicitud de extradición con fines de interrogatorio se mantiene por el posible cargo de violación. A esto se suma que la semana pasada, la policía londinense retiró su guardia afuera de la embajada, pues les ha estado saliendo carísimo.

Desde que se supo de la investigación, los fervorosos defensores de Assange han alegado que las mujeres afectadas “exageran” y que las acusaciones tienen una motivación política. Wikileaks se une al mito de que “las feministas queremos apagar internet”, un argumento que he escuchado en repetidas ocasiones entre activistas por la libertad de expresión en la red. Como con otros mitos sobre el feminismo (el de la mujer malvada que aborta como método anticonceptivo, o el de la que quiere matar a los hombres) cuando uno pregunta: ¿Cuándo y cuál es exactamente la feminista que quiere esto?, las respuestas son vagas: “Alguna”, “no recuerdo el nombre”, “todas”. Yo conozco a muchas feministas alrededor del mundo que trabajan con el tema de censura y gobernanza en Internet y les puedo asegurar que ninguna, ¡jamás!, ha abogado por la censura. Una vez más se asume que el feminismo es una postura unificada -algo que es imposible, porque todas las mujeres del mundo (52% de la población) somos muy diferentes, y vivimos en diferentes realidades y esto quiere decir que todas las feministas del mundo somos muy diversas también. Por eso, hablar de “El Feminismo” nunca será preciso, porque no es una tendencia de pensamiento monolítica ni tiene por qué serlo, por lo que es más preciso hablar de feminismos en plural.

Me da un poco de tristeza y mucha indignación ver a algunos activistas de Internet afirmando pendejadas como que “las feministas buscan censura”. Estas afirmaciones vienen de una defensa a ultranza de la libertad del discurso, pensadas desde un liberalismo blanco y europeo, asumen que la libertad de expresión se ejerce en el vacío, cuando las dinámicas de poder siempre son mucho más complejas. El discurso de odio afecta de manera diferente a hombres y a mujeres, a mujeres blancas y a mujeres negras o indígenas, y tener una voz y la manera en que esa voz se usa, incluso en contextos en donde está técnicamente garantizado, tiene todo que ver con los privilegios específicos para cada persona. Por eso, no es lo mismo decirle “muere puto” a Peña Nieto, a decírselo a un homosexual de Iztapalapa. Esto también es distinto según quién, cuándo, y desde qué estructura de poder se dice cada cosa. Por ejemplo: no es lo mismo que un hombre negro en domingo le diga a su vecino negro, “negro”, a que lo haga el lunes, vestido con su uniforme de policía. Es importante y necesario señalar los discursos de odio en Internet, pues efectivamente silencian a los menos privilegiados, que usualmente ni siquiera tienen acceso a la justicia y por eso terminan aislándose o retirándose de los espacios digitales, cosa que ocurre reiteradamente con todas las mujeres del mundo. Esto es lo que hacemos muchas feministas, y no tiene que ver con censurar a nadie, al contrario, se trata de abrir y garantizar espacios seguros para que las mujeres de todo tipo se expresen en la red.

Cuando algunos activistas por la libertad de expresión declaran que las mujeres que acusaron a Assange de sexo no consensuado son unas “exageradas” están revictimizándolas, pues el consenso puede retirarse en cualquier momento de una relación. Y les digo una cosa, yo estaría emputadísima si un tipo tiene sexo conmigo sin condón a pesar de que yo, explicitamente, pidiera uno. Más allá del empute, esta práctica, tan normalizada en nuestra sociedad, puede llevar a la trasmisión de un virus, al contagio de una enfermedad venérea, o a embarazos que obviamente no son deseados. Pero, aún si no existen esas consecuencias, es una falta de respeto al cuerpo de la otra persona. Como los hombres (y especialmente los hombres blancos) están educados para creer que pueden disponer de los cuerpos de los otros a su alrededor (sean mujeres, indígenas, negros, u otros grupos oprimidos) es muy dificil explicarles la importancia del consentimiento.

En el caso de Assange no se trata de si la ley sueca es muy “liberal” o “amplia”, pues es ingenuo creer que un sistema legal es suficiente para dirimir entre los juegos de poder inmersos en el sexo. En el caso de la violación no suele haber más pruebas que la palabra de la víctima, y depender de un sistema legal probatorio genera que solo creamos que hay abuso cuando hay marcas de ese abuso o cuando hay violencia, y así no es como sucede. Ni siquiera una ley tan progresista como la sueca puede resolver el problema de la violación. La ley, como nos lo explicó Foucault, también es un sistema de poder, logocentrista ni más ni menos, y para variar favorece a quienes ya tienen ese poder.

Sí, Assange es un “héroe progresista”. Hay muchas razones para admirarlo y sus revelaciones han tenido un impacto indiscutible en el debate internacional sobre el acceso a los derechos. Pero no por eso es un santo, ni está exento de vulnerar los derechos de otras personas. Como nos han mostrado todas las izquierdas y muchos de sus líderes, defender los derechos y ser progresista no te quita lo macho, y hacer algo bueno por la libertad de expresión no crea inmunidad para hacer otras cosas en detrimento de otros grupos y otros derechos. Nosotros, los espectadores de este debate, no podemos saber qué pasó a puerta cerrada entre Assange y estas mujeres. Ni siquiera un veredicto legal nos dará certeza al respecto. Pero sí tenemos la responsabilidad de no minimizar los alegatos por querer encumbrar ciertos liderazgos, porque ninguna causa, por loable que sea, justifica estigmatizar la lucha por los derechos de las mujeres.

 

@Catalinapordios

Catalina Ruiz-Navarro
Feminista caribe-colombiana. Columnista semanal de El Espectador y El Heraldo. Co-conductora de (e)stereotipas (Estereotipas.com). Estudió Artes Visuales y Filosofía y tiene una maestría en Literatura; ejerce estas disciplinas como periodista.

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