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Catalina Ruiz-Navarro

23/12/2015 - 12:00 am

Tinder para cenicientas

Quizás es tan sencillo como que ni en la vida real, ni en Tinder, les gusta a las mujeres que se acerquen a ellas de manera agresiva, grosera, invasiva o intimidante. Muy acertadamente, al final del artículo de Vanity Fair en su versión online, está incrustado un video que se titula “Ancianos usando Tinder por primera vez”, y adivinen qué, ¡no les gusta! Ahí tienen la prueba irrefutable de que Tinder es el diablo.

Al parecer el sexo de Tinder es “demasiado casual” . Vanity Fair afirma que nuestro “sistema de apareamiento” (la expresión que usa en inglés, “mating system” es ligeramente menos fuerte) se ha vuelto cortoplacista. Foto: Cuartoscuro
Al parecer el sexo de Tinder es “demasiado casual” . Vanity Fair afirma que nuestro “sistema de apareamiento” (la expresión que usa en inglés, “mating system” es ligeramente menos fuerte) se ha vuelto cortoplacista. Foto: Cuartoscuro

Este año, en una edición de la revista Vanity Fair anuncia la muerte del amor a manos de Tinder. La periodista Nancy Jo Sales se queja de que en los bares de Manhattan la gente “ya no interactúa” sino que mira fijamente sus teléfonos. Están todos en Tinder. Luego cita los testimonios de varios hombres que dicen que para ellos “el sexo es una competencia, que no quieren nada serio, y finalmente para ellos el sexo es una competencia”, que “no quieren nada serio” y el artículo declara que el sexo se ha convertido en algo “fácil”. Finalmente compara los Apps de citas con pedir una persona a domicilio.

Al parecer el sexo de Tinder es “demasiado casual” . Vanity Fair afirma que nuestro “sistema de apareamiento” (la expresión que usa en inglés, “mating system” es ligeramente menos fuerte) se ha vuelto cortoplacista. Ya saben, los jóvenes de hoy, mandando todo al carajo desde 1920. El típico argumento “anti-juventud” se hace aún más cliché cuando el artículo que afirma que “los matrimonios se han vuelto inestables”, y qué “los divorcios se incrementan”. Si pues, eso es obvio, recordemos que antes la gente no se podía divorciar y estaba casi que obligada a quedarse junta, ahí tienen su estabilidad y su incremento. Por otro lado, hay un montón de estudios que muestran que los Millennials tienen en promedio menos parejas sexuales que las personas de otras generaciones (setentas, cof, cof) y que les gusta ahorrar y ser unos niños responsables (¿cómo más iba a ser la generación de los hijos e hijas de los hippies que se volvieron yuppies?). El punto es que, a pesar de que sea fácil pensar que la juventud díscola, eso es un prejuicio viejísimo y rara vez es un buen argumento.

Lo malo es que hay casi tantas falacias en el argumento en defensa Tinder que esgrimen algunos. En la web ronda un video de unos tipos que hacen un dizque documental, en el que quieren probar que las mujeres, aunque se quejen de las Apps, ya no quieren que les hablen en persona. Para lograr su cometido, uno de ellos se acerca de la nada a mujeres que están en la calle, viviendo sus vidas, se aproxima a hablarles y en algunos momentos hasta las persigue, preguntando insistentemente ¿quieres salir conmigo?

Quizás es tan sencillo como que ni en la vida real, ni en Tinder, les gusta a las mujeres que se acerquen a ellas de manera agresiva, grosera, invasiva o intimidante. Muy acertadamente, al final del artículo de Vanity Fair en su versión online, está incrustado un video que se titula “Ancianos usando Tinder por primera vez”, y adivinen qué, ¡no les gusta! Ahí tienen la prueba irrefutable de que Tinder es el diablo. Pero al final una de las señoras concluye que para los hombres “siempre se ha tratado de conseguir tanto como puedan”, mientras que para las mujeres no es así. Suena entonces como que Tinder no ha cambiado mucho las cosas. La misoginia que soportan las mujeres Tinder, es la misma de toda la vida, antiquísima, lo que pasa es que cuando sucede en Tinder le podemos tomar un screenshot, y de hecho, gracias a eso, por fin estamos empezando a discutir abiertamente.

Sin duda, verse expuestas, sin pedirlo, a una lluvia de fotos de penes, es un grave síntoma de una cultura de misoginia. Pero los hombres no objetizan e irrespetan a las mujeres por Tinder, lo hacen porque es lo que saben hacer y es lo que siempre han hecho. En realidad, en pre-requisito para conocer a alguien, online o en persona, es no conocerlo antes. De esta evidente tautología se deriva que cada nuevo conocido es un potencial loco o agresor. Ahora, a esto sumémosle que los principales agresores de las mujeres son sus conocidos. Conclusión: no hay manera de saber si la persona con la que uno va a salir, o que vio en la fiesta y le gustó, o que se encontró en Tinder, es violento, o irrespetuoso, la única manera de saberlo es conversando y quizás entablando una relación. No importa si es usando un App o asistiendo a un baile de secundaria, las maneras en que los humanos nos relacionamos son esencialmente las mismas, y están marcadas con los mismos vicios.

Porque el problema no es el sexo “fácil” o “casual”. En esa moralina de que el sexo tiene que ser difícil también se condena a las mujeres que no quieren acoplarse a ese rol de género de la mujer romántica, monógama, aferrada y casta. El problema no es que el sexo sea casual sino que las personas, generalmente las mujeres, sean tratadas como objetos o mercancía. Lastimosamente no hay un App para quitar el machismo.

Cuando estámos fijados en estas falacias argumentativas no vemos las verdaderas bondades del App (como que en China y Korea del Norte la gente se conoce por Tinder porque Facebook está prohibido, y el App se ha vuelto una forma de resistencia) o los verdaderos peligros (se sabe de casos en los que Grindr y Tinder se han usado para enviar amenazas de muerte, doblemente intimidantes y peligrosas porque estos Apps tienen geolocalización). Perdemos el tiempo discutiendo prejuicios en vez de hablar de los impactos importantes.

Además, dentro de todo, es necesario decir que en medio de tanta misoginia on y offline, las Apps están permitiendo que se discuta y regule socialmente lo que es un comportamiento respetuoso y lo que no. Eso se puede aprender leyéndose un libro de Jane Austen o siguiendo el Instagram de @Feminist_Tinder. Al replicar estos esfuerzos, conversación tras conversación, date tras date, quizás sí logremos que, como mínimo, los micro y macro machismos sean algo mal visto. En vez de satanizar Tinder podríamos escuchar lo que nos está diciendo sobre las dinámicas de nuestra sociedad. (No es Tinder, somos nosotros).

Catalina Ruiz-Navarro
Feminista caribe-colombiana. Columnista semanal de El Espectador y El Heraldo. Co-conductora de (e)stereotipas (Estereotipas.com). Estudió Artes Visuales y Filosofía y tiene una maestría en Literatura; ejerce estas disciplinas como periodista.

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