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Óscar de la Borbolla

25/05/2015 - 12:01 am

La cosmovisión de lo urgente

En español, hay un de verbo que alude a un fenómeno muy frecuente y que a la larga hace que las vidas de las personas, por muy distintas que sean entre sí, contengan una dosis de insatisfacción.  Me refiero al verbo “postergar.” Generalmente se toma como sinónimo de posponer, pero tiene un matiz en el […]

En español, hay un de verbo que alude a un fenómeno muy frecuente y que a la larga hace que las vidas de las personas, por muy distintas que sean entre sí, contengan una dosis de insatisfacción.  Me refiero al verbo “postergar.” Generalmente se toma como sinónimo de posponer, pero tiene un matiz en el que vale la pena detenerse, pues “postergar” no es solo posponer: hacer una cosa antes que otra o dejar para después una cosa para atender primero otra, sino que en “postergar” está la idea de que lo que se coloca en segundo lugar es más importante que aquello que se hace primero. Postergar es entregarse a lo urgente y diferir lo importante.

La mayoría de las veces somos literalmente postergadores: es tan apremiante la vida, nos pone tan frecuentemente en situación de responder, que resulta raro que nos demos el tiempo para lo que queremos y, así, vamos aplazando casi siempre lo que es valioso para nosotros: lo dejamos para después, que es lo que significa etimológicamente procrastinar: dejar para mañana.

Si a esta conducta práctica (reaccionar), que nos impone la vida, le sumamos la ideología pragmática que impera en nuestro tiempo el resultado es catastrófico: la vida se nos va en atender urgencias y en descuidar lo que auténticamente deseamos, y de ahí que, a la larga, las diferentes vidas se experimenten como insatisfactorias.

A tal grado estamos encerrados en la cosmovisión de lo urgente que todo aquello que no responda a lo apremiante es descalificado. Decimos, por ejemplo, “esto es un discusión bizantina”, y todo el mundo entiende que se trata de algo inútil y necio como el alegato de los teólogos acerca del sexo de los ángeles, mientras los turcos estaban tomando la ciudad de Constantinopla. Subvirtamos, por un momento, esta cosmovisión y preguntémonos sinceramente: ¿a quién le preocupa hoy que en el siglo XV haya caído el Imperio Bizantino a manos del Imperio Otomano? ¿No sería más interesante hoy saber lo que habrían elucubrado aquellos filósofos bizantinos acerca del sexo de los ángeles?

Existen infinidad de asuntos importantes que por haber sido postergados hoy nadie los sabe, es posible que la historia humana fuera otra si no se hubiesen postergado tantas cosas. Hay un aporte extraordinario de este tipo casi se pierde. Me refiero al trabajo teórico del joven matemático Évariste Galois asesinado en un duelo a la edad de 20 años. Sus enemigos políticos le armaron la celada valiéndose de una mujer; él se vuelve su amante y un día es sorprendido por el mejor espadachín de Francia, quien se se finge el ofendido esposo y lo reta a un duelo. En la noche anterior a su muerte, Galois garabateó en unas hojas sus hallazgos para resolver ecuaciones mediante radicales, paso que fue uno de los eslabones decisivos en la solución del Último Teorema de Fermat. Una cuestión urgente como el honor (París, principios del siglo XIX) casi quitan a Galois la posibilidad de materializar lo importante. Y como él ha de haber millones que dejaron incumplidos sus verdaderos anhelos por entregarse a lo urgente, por volcar su vida en las demandas meramente pragmáticas de la vida.

Y además este mundo cada vez ayuda menos a comprender la importancia de lo que es importante. La sociedad atruena como un coro que acalla en nosotros todo lo que no sirva de un modo inmediato para “salir adelante.” En medio de esta era pragmática en todos los órdenes quisiera reivindicar como un símbolo de todo lo importante perdido las discusiones bizantinas: qué nostalgia por las reflexiones a las que habrían podido llegar los bizantinos, qué incurable ignorancia que sigamos sin saber el sexo de los ángeles.

@oscardelaborbol

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Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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