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Alejandro De la Garza

25/05/2024 - 12:03 am

Cultura y toreo de salón

“El alacrán observa cómo, igual que hace cien años, los grupos culturales hacen sus movimientos allá arriba, una suerte de toreo de salón que desde abajo se ve lejano y ajeno”.

“El cambio de régimen fue entonces mayúsculo a la llegada del morenismo al poder”. Foto: Captura de pantalla.

El sino del escorpión ha revisado algunos episodios de la historia de los grupos culturales que siempre han querido influir en el poder (de manera tan legítima como cualquier otro grupo) para ser beneficiados por él (a veces de forma no tan legítima). Ante sus exigencias, el ambivalente ogro filantrópico puede gruñir y mostrar sus filosos dientes o tornarse generoso y amable, dependiendo del momento político y la necesidad de legitimación intelectual, académica y cultural del grupo o partido en el poder.

Desde los científicos positivistas, aquél grupo de políticos, intelectuales y hombres de negocio que influyeron sobre la vida política de nuestro país (y tanto se beneficiaron de ella) durante la dictadura de Porfirio Díaz, hasta los artistas e intelectuales llevados a la Secretaría de Educación Pública por José Vasconcelos en el llamado “renacimiento cultural” del México de los años veinte, y desde los intelectuales, artistas y maestros que apoyaron la Educación socialista del cardenismo, hasta los grupos culturales e intelectuales hegemónicos durante los años de nuestro neoliberalismo, estos pequeños grupos, formaciones o núcleos culturales reunidos en torno a intereses y demandas comunes, han aspirado siempre a un trato de excepción, trasladando incluso a nuestro país el concepto francés de la “excepcionalidad cultural”, referido a la obligación del Estado de apoyar las expresiones culturales y artísticas de un país mediante un trato privilegiado, financiamientos, exenciones fiscales, becas, premios o reconocimientos.

Luego de sacudirse el Maximato callista con la expulsión de Plutarco Elías Calles del país, en los combativos años treinta, el régimen cardenista fue ganando apoyo popular con la la reforma agraria, la organización sindical de los trabajadores y campesinos, el intento de transformación socialista en la educación y la expropiación petrolera. Muchos artistas, maestros e incluso los intelectuales del Partido Comunista apoyaban las políticas del régimen, en tanto desde la Universidad un grupo académico resistía la educación socialista abogando por la libertad de cátedra. Tras el gobierno de reacomodos de Ávila Camacho, llegó el régimen del primer civil que gobernó nuestro país: Miguel Alemán, y con él la “modernización” que implicó la fusión del poder político con el poder económico.

En aquellos años cincuenta se comienza a conformar un núcleo cultural que encabezaría Fernando Benítez, grupo al que se bautizó como “la mafia” y que ya en los sesenta incluiría a José Luis Cuevas, Carlos Fuentes y los “300 cultos”, según los llamó Carlos Monsiváis; pero no hubo intelectual, artista o grupo cultural que apoyara entonces al régimen de Gustavo Días Ordaz, acaso sólo Porfirio Muñoz Ledo, quien alabó al violento presidente poblano en un discurso en el Congreso.

El alacrán recuerda con nitidez la actitud filantrópica del gobierno de Echeverría con los intelectuales. Carlos Fuentes llegó a decir en aquel inicio de los años setenta: “Echeverría o el fascismo”, al tiempo que el presidente impulsaba a los países del “tercer mundo” y recibía a muchos académicos e intelectuales argentinos, uruguayos y chilenos que escapaban de las dictaduras en sus países. Así de contradictorio el mandatario que ordenó la guerra sucia, la Operación Cóndor, las desapariciones y asesinatos de jóvenes, líderes sociales y guerrilleros.

López Portillo encarnó al ogro filantrópico, mientras corría a periodistas y editores que le desagradaban (“¡No voy a pagar para que me peguen!”), impulsó las tareas culturales de su esposa, apoyó a las artes a través de la Subsecretaría de Cultura de la SEP y logró fama pública de “hombre culto” (el escorpión recuerda una reunión en Los Pinos donde López Portillo presumió haber leído completo El Cuarteto de Alejandría, de Durrel),  El sexenio culminó con una nueva crisis, otra devaluación y la estatización de la banca, que, paradójicamente, fue apoyada entonces por los integrantes del grupo Nexos (entonces autodefinidos como socialdemócratas), y rechazada por los integrantes de la revista Vuelta (antecedente de Letras Libres), encabezada entonces por Octavio Paz, quienes se definían entonces como liberales. Estábamos en el umbral de neoliberalismo.

La historia posterior es conocida: en busca de legitimación ante la comunidad cultural, luego del fraude electoral del 88, Salinas congregó a las instituciones artísticas y culturales en el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, creó las becas del FONCA y otorgó sus primeros apoyos económicos, respondió al llamado de los intelectuales para no vender el Canal 22 y lo cedió a la “comunidad cultural”. Fueron años de legitimización de los actos de un gobierno que terminó en un fracaso económico estrepitoso y una crisis profunda que se trata de suavizar recordando los avances en materia de electoral (creación del IFE-INE), y la “transición a la democracia”, bien avalada por los grupos culturales e intelectuales que incluso obtuvieron provecho económico, puestos, privilegios, institutos de estudio y otras oficinas a partir de ella. Fueron años de crisis y profundización de la desigualdad, pero no para los dos grupos culturales hegemónicos que se mantuvieron gracias a la generosidad y los apapachos de los gobiernos del PRI-PAN.

Cuando el gobierno de Enrique Peña Nieto caía en el profundo pozo de la corrupción y el descrédito, fue creada la Secretaría de Cultura (2015) como un aliciente para que la comunidad cultural continuara creyendo. Y lo logró. El cambio de régimen fue entonces mayúsculo a la llegada del morenismo al poder. El cambio cultural ha sido caótico y acaso poco comprensible: los artistas se quejaron de inmediato ante las modificaciones al FONCA, ante la falta de apoyos a proyectos independientes y más… Pero la redirección del presupuesto cultural hacia proyectos populares, regionales y alejados del centro político de la Ciudad de México es un hecho. Aún así, los reclamos por la altísima inversión en Chapultepec no han parado. Y hay inconformidad, pero también una actitud un tanto a la expectativa de la mentada comunidad cultural.

Los grupos culturales hegemónicos ya se han definido abiertamente (siempre lo hicieron por debajo de la mesa) al hacer un llamado a votar por un gobierno “más generoso” con la cultura, que vuelva a los apoyos cuantiosos y los privilegios de antes. Esa idea de la excepcionalidad sigue determinándolos. Al mismo tiempo, otro amplio grupo de intelectuales, académicos y artistas se pronuncian claramente por la continuidad del proyecto y llaman a votar por Morena. El alacrán observa cómo, igual que hace cien años, los grupos culturales hacen sus movimientos allá arriba, una suerte de toreo de salón que desde abajo se ve lejano y ajeno. ¡Olé!

@Aladelagarza

Alejandro De la Garza
Alejandro de la Garza. Periodista cultural, crítico literario y escritor. Autor del libro Espejo de agua. Ensayos de literatura mexicana (Cal y Arena, 2011). Desde los años ochenta ha escrito ensayos de crítica literaria y cultural en revistas (La Cultura en México, Nexos, Replicante) y en los suplementos culturales de los principales diarios (La Jornada, El Nacional, El Universal, Milenio, La Razón). En el suplemento El Cultural de La Razón publicó durante seis años la columna semanal de crítica cultural “El sino del escorpión”. A partir de mayo de 2021 esta columna es publicada por Sinembargo.mx

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