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Gisela Pérez de Acha

26/10/2014 - 12:01 am

Marcha por los 43

Estábamos ahí por Ayotzinapa. Faltaban diez minutos para las seis y el Ángel de la Independencia ya estaba lleno. En las calles fluían caudales de gente, buscando voz, buscando espacio, buscando aire en una atmósfera plagada de injusticia. Entre pancartas, pinturas y banderas, el color predominante era el rojo: sangre, rabia y muertes. Duele, y […]

Estábamos ahí por Ayotzinapa. Faltaban diez minutos para las seis y el Ángel de la Independencia ya estaba lleno. En las calles fluían caudales de gente, buscando voz, buscando espacio, buscando aire en una atmósfera plagada de injusticia. Entre pancartas, pinturas y banderas, el color predominante era el rojo: sangre, rabia y muertes. Duele, y cómo no.

Duele que desaparezcan 43 estudiantes, que se esfumen hacia la nada como cenizas insignificantes. Duele cada fosa, cada hueso, rodilla y cadera calcinada. Duele el ambiente putrefacto y desesperanzado. Duelen los días nublados. Duele, el eterno y perverso día de muertos y los cadáveres que salen de la tierra para confirmar pesadillas, dudas y tristezas.

 

FotoEspejo

Éramos un chingo de estudiantes y caras jóvenes. Apenas unos días antes se había confirmado el paro nacional: UAM, UACM, INBA, CCH, Fes Acatlán, Cuautitlán y Zaragoza, ENAH; casi todas las Facultades de la UNAM y las 17 escuelas normales que integran la Federación de Estudiantes Campesinos. No se me olvida la Facultad de Química y los chavos vestidos de batas blancas y cargando tubos de colores; o las estoicas banderas del Politécnico y su enorme contingente. Mi boca guardaba el sabor de aquellas primeras marchas del 132. Pero esta vez éramos más. Y mucho más tristes.

El río de gente se perdía en el horizonte. Vaya energía. Empezamos a caminar.

Me uní al clamor colectivo: “¡¡El que no brinque es Peña!! ¡¡El que no brinque es Peña!!” Y más te vale brincar, porque no hay peor insulto para la masa que ser ese cabrón, aunque sea de manera retórica. Es el amalgama de voluntades que se da en las protestas. Es perderse en uno mismo, sentir el dolor colectivo de un pueblo que clama democracia. Pero al mismo tiempo es el oxímoron de una furia jubilosa. Es el coraje de estar hasta la madre, pero encontrar catarsis en los gritos, las consignas y la rabia. Son descargas colectivas terapéuticas y dosis de esperanzadora democracia dividida entre los cuerpos callejeros.

Cerré los ojos y me dejé llevar: todos éramos iguales.

Casi siempre cuando marcho me quedo en un mismo colectivo, pero esta vez empecé a deambular. Apenas había dado unos pasos cuando me topé con unos chavos que cantaban un poema al compás de sus tambores. Era la Casa de Canto:

¿Quién dijo que todo está perdido?

Yo vengo a ofrecer mi corazón,

Tanta sangre que se llevó el río,

Yo vengo a ofrecer mi corazón.

Y hablo de países y de esperanzas,

Hablo por la vida, hablo por la nada,

Hablo de cambiar ésta, nuestra casa,

De cambiarla por cambiar, no más.

FotoCanto

¡¡Me encantaría pensar que no todo está perdido!! Pensar que esta enorme masa, esta protesta, estos gritos y estas dosis de justicia llevarán a algún lado, cambiaremos el país y derrocaremos al Régimen. Pero no es así. Protestar es necesario, pero no es suficiente si constantemente nos topamos con los oídos sordos del poder. No lo pude evitar y se me llenaron los ojos de lágrimas. Los cantos seguían. Caminé más rápido para que nadie se diera cuenta.

En eso vi un contingente que me hizo sonreír. Cuántas emociones en un mismo minuto. Eran los alumnos de la IBERO liderados por dos maestras en cada esquina que les decían a qué ritmo caminar. Los chavos, fresas y bien vestidos, gritaban con muchísimo corazón: “¡¡Peña, culero, te corrimos de la IBERO!! ¡¡Y por asesino, fuera de los Pinos!!”. A huevo, pensé. No tenían más de veinte años. Eran inclusive más chavitos que los 131 que hace dos años empezaron todo el movimiento en plenas elecciones. Son la nueva generación de activistas de esa escuela. ¡Qué gusto me dio! Sonreían de oreja a oreja, orgullosos de lo que sus compañeros habían empezado.

FotoIbero

En los rostros de la gente estaba pintado el 43. Somos una cultura que basa las identidades de protesta en números. Del dolor del 68, al #YoSoy132 y ahora los 43 desaparecidos. La noche empezó a caer. Se prendieron las antorchas y las veladoras. Los rostros adquirían un tono lúgubre. “¡Banda! Después del semáforo hacemos marcha de silencio”, alguien gritó. El colectivo obedeció. Los gritos de cuadras atrás hacían eco entre los edificios mientras el luto se apoderaba de la gente. Una vela por cada muestra de dolor. Era casi como pedir posada.

FotoAntorcha

Caminé de contingente en contingente hasta llegar al frente. La brisa de la noche fría empezaba a correr. Me puse la chamarra y alcé la vista a colores que llamaron mi atención. Era Atenco con sus característicos machetes. Eran campesinos y campesinas que no tenían interés en el silencio y gritaban aquellas consignas que ya me son tan familiares. “¡¡Zapataaaa vivee!! ¡¡La lucha sigueeee!! ¡¡Zapata vive y vive!! ¡¡La lucha sigue y sigue!!”

FotoAtenco

Si Zapata vive, es que aún no hay revolución. Existe la resistencia, pero la mera retórica priista lo dice todo. Es la Revolución Institucionalizada; la que se anula y queda atrapada entre los tentáculos del sistema; la que habla su mismo lenguaje y no encuentra salida. Por eso destruir mediante la violencia suena tan tentador. Es hora de cambiar de estrategia y salirnos de esa lógica pantanosa. ¿Cómo hacemos? ¿Dónde está la verdadera revolución? ¿Cómo se va a canalizar la indignación y esperanza de protesta? ¿Cuándo encontraremos el cambio?

Me distrajeron unos gritos feroces: “¡¡Ahora!! ¡¡Ahora!! ¡¡Se hace indispensable!! ¡¡Presentación con vida y castigo a los culpables!!”. Era el colectivo anarquista que venía hasta el frente. Sonreían. Con antorchas, capuchas y guitarras en las manos; cantos y muchísimo punk. Se me olvida a veces que el anarquismo es esencialmente pacífico. Eran la definición perfecta de furia jubilosa.

FotoAnarquistas

Íbamos por la Alameda, y aún había contingentes que salían del Ángel para unirse a la protesta. Éramos miles. Nos sentíamos millones. Éramos, uno mismo.

En eso me acerqué al colectivo de Rexiste. Son caras conocidas para mi, la mayoría ex132. Traían un carrito de súper con pintura blanca, rodillos, brochas, aerosoles y una guitarra jarocha. Amo su trabajo. Se dedican a hacer intervenciones callejeras durante las marchas. Es una mezcla entre street art y desobediencia civil pacífica, colorida y de protesta. Esta vez tenían preparada una acción en el Zócalo, no me la podía perder.

Tomamos la Calle de Juárez para llegar lo más pronto posible y preparar todo. Después de las pequeñas y asfixianes calles del centro, llegar al destino abre los pulmones. En el zócalo se veía una tarima instalada frente a Palacio Nacional. Eran mentadas de madre y clamores de justicia. Eran los familiares de Ayotzinapa. Eran dolor, rabia y lágrimas. Eran, la cara de la injusticia.

Nosotros fuimos exactamente hacia el otro lado. Manos a la obra. El colectivo de Rexiste empezó a pintar con letras gigantes en blanco: FUE EL ESTADO. ¡¡El Estado los mató y los desapareció, y ahora no los encuentra!! No es el narco, no es un hecho aislado, no es una banda de asesinos, es el maldito “legítimo” Estado.

Pienso, luego me desaparecen. Fueron los órganos de gobierno y su intolerancia ante el disenso.

FotoColectivo

Los rodillos y brochazos empezaban a darle forma a las enormes letras de denuncia. La gente se empezó a acercar. ¿Cómo les ayudamos? ¿Qué hacemos? Era refrescante hacer algo así enfrente de la plataforma de los mitines oxidados. La banda de Rexiste acepta la ayuda sin decir que no. Los voluntarios colocaban sus veladoras en cada letra, asegurándose que no se apagaran con el frío. Cuando por fin estuvieron listas, hicimos un círculo enorme alrededor de la blanca denuncia. Nos tomamos de las manos, codo a codo, bien cerquita entre mares de desconocidos.

¿Listos? Contamos hasta cuarenta y tres a todo pulmón. “Unoooo, doooos (…) quinceeee, dieciséis (…) treintaaaa, treinta y unooo (…) cuarenta y uno, cuarenta y dos, cuarenta y tres. ¡¡¡FUE EL ESTADOOOO!!!” Gritamos con toda las fuerzas. Las manos se soltaron, la masa de disolvió y los gritos se imprimieron en las letras.

FotoESTADO

Qué gran manera de terminar. Daba gusto leer la denuncia. Eran las 22.30pm y aún había gente llegando al Zócalo. Saldo en blanco. No hay violencia cuando no hay policías, qué casualidad. El colectivo lo que pide es paz.

La noche cerraba, el viento era aún más frío. Mientras iba a casa, pensaba en toda esa energía y furia jubilosa. ¿Cómo unirnos para provocar un cambio estructural? Si tenemos un gobierno tan jodido, ¿no es por que de cierta manera nos dejamos? Qué fácil es gritar cambio entre consignas, pero ojalá la protesta se transforme en algo más. El país lo necesita. Cerré los ojos y guardé las ganas.

Hasta la próxima protesta.

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