Juaritos Literario

Elegía escolar: Isabel Ruiz Figueroa juega a recuperar “notas de clase” en un poemario

27/06/2020 - 12:00 am

¿Cómo resumir las experiencias que te constituyen como individuo? Esta autora lo hace con un mapamundi de Chihuahua, donde coloca elementos locales y personajes que configura la identidad, el lenguaje y el entorno de esta zona fronteriza.

Extensos paisajes en voz lírica, entre la arena del desierto y las barrancas de la sierra. Poemas en clave escolar, donde no existen figuras paternas, pero sí escritores y artistas míticos que dan discursos de graduación: Fernanda Melchor, Bolaño, Remedios Varo y Sábato, entre otros.

Por Héctor González

Ciudad Juárez, Chihuahua, 27 de junio (JuaritosLiterario).- Cómo distribuir en un mapa los conceptos e ideas y, sobre todo, las experiencias que te constituyen como individuo. Cómo hacerlo si el ejercicio se limita al estado donde vives –Chihuahua– y este configura tu identidad, tu lenguaje, el entorno y las imágenes que te acompañan.

Para mí, la capital del Estado Grande ha sido siempre un viaje pospuesto; Delicias, una desfavorable oferta de trabajo; Nuevo Casas Grandes, Bocoyna y Parral, anécdotas de mis amigos; mientras que otros municipios, tan solo una parada, una siesta rumbo a otro lugar. En Ciudad Juárez puedo fijar casi todo lo que me es significativo.

Este mismo ejercicio, un “Examen de diagnóstico” sin evaluación, abre la primera sección del poemario de Isabel Ruiz FigueroaElegía escolar, publicado el año pasado por el Instituto de Cultura del Municipio de la capital. Sus composiciones colocarán en el mapamundi de Chihuahua (sí, mapamundi) a distintos elementos locales y personajes: benériami, la calle 39 y Jesús García, jóvenes que aúllan, un autobús andando por Nuevo Casas Grandes, la abuela, el rayénari o las aves polvo.

Extensos, los paisajes chihuahuenses parecen prolongar el ánimo de la voz lírica entre las olas de arena del desierto y las barrancas de la sierra. Acrecientan la rutinaria sensación de repetir el día despertando con el canto del zorzal y el cielo rojo del amanecer del norte hasta diluirse en un presente constante y el infinitivo de las acciones. Aquí encontramos a alguien sin mucha convicción haciendo el rol de benériami, incómodo –o como Nicanor Parra, “embrutecido por el sonsonete / de las quinientas horas semanales”– entre muchachos que “parecen un zorro esperando dispersarse en un llano rocoso con la campanada / los he visto carcajear   no miento   cuando corren al patio escapando del salón”. Y después del aula, las calles, cafés, supermercados, cantinas y el anonimato en la ciudad, más la constante presencia de polvo y sol entrando a cualquier rincón.

Pero antes de los paisajes y los espacios, lo primero que destaca del poemario es la nomenclatura escolar en la propuesta de Ruiz Figueroa, vinculada a etapas del tránsito por nuestra educación. Las dedicatorias son oficios; en los poemas se aplica un examen diagnóstico, se encuentra la planeación semestral que ofrece los objetivos de las clases y de la Elegía en conjunto; sesiones de español, cálculo y ciencias naturales; más exposiciones, más exámenes, más tareas; una tesis, la graduación y el aprendizaje vital que no se adquiere en una escuela; un docente perdido entre un montón de manos alzadas, en medio de un:

Más allá de “el juego de las memorias / de la arquitectura barroca y los tecnicismos baratos”, la tesis principal del poemario dirige su atención al lenguaje y a la identidad, especialmente en los jóvenes. Existen “Partículas natura”, elementos de una lengua disfrazada, oculta por otra o, dicho de frente, el colonialismo de una lengua sobre otras, que pueden ser aludidas solo como otro tema de clase sin ningún efecto real.

Pero este silencio convertido en interrogante persistirá. En “Necrópolis de la tesis”, la segunda sección del poemario, Broca y Wernicke, neurólogos del siglo XIX que distinguieron dos tipos de afasia conocidas hoy por sus nombres, evidencian la asimilación de sonidos de otra lengua en la propia, aunque estas “partículas” que pueden definir a los padres –aquellas para decir o ser brisa, lluvia, lumbre y piedras– dejen de pronunciarse por unas más prácticas. Estos dos personajes van adquiriendo distintas identidades en los versos de Isabel Figueroa Ruiz; dramatizan el conflicto que envuelve al benériame en su elegía:

“¿por qué estudié medicina y no a la brisa lluvia / lumbre piedra? / ¿por qué me dediqué a pararme frente a los jóvenes aullando y no / a beber tecuin?”

La afasia, entendida como una dificultad neurológica que afecta la capacidad de comunicación, trastorna el lenguaje y trastorna la relación del benériamiconsigo mismo y su mundo. Podemos encontrar en Elegía escolar el deterioro de la comunicación y entramos en el juego al compartir esta complejidad de entender un mensaje bien articulado y fluido, pero introduce expresiones cuyo significado queda sin relación evidente con los elementos del texto.

Este conflicto se sugiere a partir del desuso de las “Partículas natura”, las cuales “habían sobrevivido en los campos ocultos / [pero] se disfrazaban con sílabas que Wernicke había traído del otro lado del mar”, vistas después por él mismo solo como un objeto curioso sin llegar a descifrar su sentido, “sin precisar si se trataba de un himno glorioso o de un guajolote”.

El efecto del trastorno se observa también en los vínculos personales. Los jóvenes aparecen en varias ocasiones, pero esbozados desde la carencia de algo: “juventudes confundidas con su origen”, “generaciones que no aprendieron nada en la universidad” y, por supuesto, los “jóvenes que aúllan” fijados –¿por qué?– en Juárez. Su presencia en el poemario no demuestra conexión entre personas, como ocurre con el benériami, transitan aislados o permanecen anónimos o detrás de una ventana.

Foto: Instituto de Cultura del Municipio de Chihuahua

No hay en la Elegía figuras paternas o maternas directas. O sí las hay, pero interpretadas por escritores, artistas y personajes míticos que desfilan por la tercera parte del poemario, en discursos de graduación: Fernanda Melchor impartiendo clase de literatura mexicana, Bolaño en su papel de sinodal, Remedios Varo y dos musas griegas brindando consuelo, Sábato, dos poetas españolas de posguerra, Gloria Fuentes y Celia Viñas, y otros. Solo hacia el cierre del poemario, en “método de enseñanza no oficial”, aparece el recuerdo de la abuela contraponiéndose implícitamente en su rol de owirúame y sus saberes de chamán, un conocimiento práctico que agradece con respeto la comunidad, con el benériami, aislado entre sus clases.

Foto: Instituto de Cultura del Municipio de Chihuahua

Aún hay más elementos interesantes en el poemario de Isabel: reconocer la construcción de fractal literario anunciado en “Tesis mecánica” y que asoma con claridad en algunas piezas; destacar símbolos como esas aves polvo pasando siempre por las ventanas; preguntarse por qué el ralámuli aparece tan poco en toda la elegía; que alguien que sí conozca Chihuahua capital hable sobre las calles por donde pasea el benériami; cuál es el peso de las influencias literarias referidas y, por cierto, qué hace ahí una cita de César Silva Márquez.

Otra cuestión quisiera dejar pendiente: cómo resuelve la autora desde la escritura poética la problemática que plantea en su libro si consideramos que es un texto escrito en su mayoría en español. En uno de sus planteamientos se lee: “si transcribo esta historia es porque la primavera nace / y en la garganta me crece un pájaro”.

ESTE CONTENIDO ES PUBLICADO POR SINEMBARGO CON AUTORIZACIÓN EXPRESA DE JUARITOS LITERARIO. VER ORIGINAL AQUÍ. PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN.

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