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Ernesto Hernández Norzagaray

29/12/2017 - 12:04 am

Año Nuevo

El mestizaje ha hecho su labor transformadora y la celebración de fin de año, como corresponde a la sociedad del espectáculo, viene acompañada de más fuegos artificiales, fiestas en plazas y discotecas, conciertos.

El mestizaje ha hecho su labor transformadora y la celebración de fin de año, como corresponde a la sociedad del espectáculo, viene acompañada de más fuegos artificiales, fiestas en plazas y discotecas, conciertos. Foto: Juan José Estrada, Cuartoscuro

Ya sé, para algunos en este fin de año no hay nada que festejar, y menos el año que viene, peor no podrá ser, pero recreemos el significado de estar en la víspera de un nuevo año.

Siempre el final y el inicio de un nuevo año  ha sido motivo de una celebración muy propia de la cultura occidental. Las grandes concentraciones humanas que se realizan ese día no tienen parangón con otras festividades del año que se quedan chiquitas como la espectacular Semana Santa o la Navidad que llama todavía al recogimiento y la fiesta hogareña.

En Sídney, por ejemplo, con motivo de esta festividad se realiza la mayor pirotecnia del mundo al quemar 80 mil fuegos o en Valparaíso, sin llegar a tales alcances de luces, se celebra a lo largo de 30 kilómetros convocando en ambas a decenas de millones de personas que miran alucinados en directo o a través de la redes, como estallan los fuegos artificiales en una brisa multicolor que inunda el mar bravo que inspiro al poeta Neruda en Isla Negra.

Vamos, si revisamos las fechas de esta festividad universal, grosso modo este año se estarán cumpliendo 2 mil 74 aniversarios de cuando el emperador Julio César en un acto de autoridad modificó el antiguo calendario romano que establecía el primer día de marzo como el que renovaba el año.

Estableció a cambio el calendario juliano en honor a Jano el llamado “Dios de las puertas” o de las dos caras: “Una que miraba hacia atrás y otra hacia adelante”, y asignó esta celebración al primero de enero que coincidía cuándo los cónsules asumían los cargos de gobierno pero además en nombre de él se puso el primer mes del año (que en español pasó del latín Ianuarius a Janeiro y Janero y de ahí derivó a enero, Wikipedia dixit). Quizá, pudo haber otras razones además de las políticas, pero la historia no las registra como explicación de esta decisión imperial que marcó la cultura occidental.

Más acá, dieciséis siglos después, el Papa Gregorio XIII en 1582 la Universidad de Salamanca realizó dos estudios –uno de ellos fue desechado- y el otro de 1578 que aceptado y creo el calendario gregoriano que ratificaba lo iniciado en la Roma antigua, y promulgó el 1 de enero,  como el vértice entre el viejo y el nuevo año que fue adoptado por España, Italia y Portugal mientras otros países lo harían a mediados del 1700.

Este calendario vendría a ser finalmente el dominante en un mundo con otras tradiciones, religiones, fechas y mitos. Algunas de ellas todavía persistentes pero sus pueblos no pueden prescindir de esa gran celebración mundial. Vamos, existen, pero cada vez más como una reminiscencia cultural y generalmente no por razones económicas o sociales.

El pueblo chino, por ejemplo, ritualmente lo hace en apego al calendario lunar tomando en consideración la segunda luna nueva después del solsticio de invierno boreal que cae el 21 de diciembre. Sin embargo, por el carácter lunar la celebración esta puede variar entre el 21 de enero y el 18 de febrero, no me imagino en la que se meten los tradicionalistas chinos, cuando cada año están cambiando de fecha celebratoria.

Los etíopes, por su parte, celebran el enkutatash el 11 de septiembre, mientras el judaísmo ortodoxo celebra en septiembre el Rosh Hashanah  y para los musulmanes que siguen el calendario lunar la fiesta varía igual que los chinos en función de que como viene cada año.

En el sudeste asiático los camboyanos, tailandeses, birmanos y bengalíes llevan a cabo esta fiesta renovadora el 14 de abril, aunque puede variar al 13, y en el caso camboyano los festejos duran tres días, el primero rindiendo pleitesía a Buda, el segundo se lo dedican a la Caridad y el último, lavan la cara a Buda como símbolo de vida saludable y longeva.

Finalmente, los hindúes llevan a cabo el festival Diwali durante el mes de noviembre y en el terreno del Cristianismo la situación no es diferente. Si bien la mayoría católica lo celebra el 1 de enero, los ortodoxos llegan a celebrarlo el 14 de enero. Pero dentro de esta corriente religiosa hay quienes como los cuáqueros, luteranos y Testigos de Jehová simple y sencillamente no lo celebran pues lo consideran seguramente irrelevante como los regalos de fin de año.

México, haciendo eco de su riqueza multicultural, tiene otro origen y es que los mayas y los aztecas, al tener un sentido del tiempo distinto al occidental que tiene una visión lineal, los nuestros lo veían en forma cíclica. Es decir, para estas culturas precolombinas, todo giraba sobre un mismo eje lo que en su cosmogonía los llevaba a pensar en que ciertos acontecimientos se repetían, como las estaciones del tiempo o los movimientos de los astros.

Pero, igual, las catástrofes que representaban las guerras, los temblores telúricos, las sequías o las inundaciones. Es por esta razón por la que los antiguos mexicanos eran grandes observadores de la naturaleza, y en ese sentido pueblos preventivos, y fueron en muchos sentido más visionarios que los mismos conquistadores que recordemos entraron en el territorio a hierro y fuego destruyendo lo que encontraban a su paso. Así llegaron a tener distintos calendarios que determinaban las actividades de los distintos sectores de su población.

En definitiva, respecto estos pueblos milenarios se habla de la existencia de un “calendario total” que para los aztecas era cada 52 años y para los mayas cada 20, en su cosmovisión en ese periodo se daba un cambio de era que le llamaban la “atadura de los años”.

El mestizaje ha hecho su labor transformadora y la celebración de fin de año, como corresponde a la sociedad del espectáculo, viene acompañada de más fuegos artificiales, fiestas en plazas y discotecas, conciertos, 12 campanadas, uvas y mucho alcohol, abrazos y sobre todo calzones rojos para atraer el amor, amarillos para el dinero y correr con maletas para hacer el siguiente año los viajes que siempre se han soñado.

Por eso y más, ¡¡Feliz año nuevo!!

 

 

Ernesto Hernández Norzagaray
Doctor en Ciencia Política y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel I. Ex Presidente del Consejo Directivo de la Sociedad Mexicana de Estudios Electorales A. C., ex miembro del Consejo Directivo de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política y del Consejo Directivo de la Asociación Mexicana de Ciencia Política A.C. Colaborador del diario Noroeste, Riodoce, 15Diario, Datamex. Ha recibido premios de periodismo y autor de múltiples artículos y varios libros sobre temas político electorales.

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