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Tomás Calvillo Unna

30/08/2017 - 12:02 am

La ironía de nuestros espejos

La incoherencia, confusión, frivolidad y soberbia aparecen con carta de naturalización en actores políticos que se supone tienen la reserva del sentido común ante tiempos complejos. 

“El espejo del retrato”. Pintura de Tomás Calvillo

El 2018 está a la vuelta de la esquina, pero pudiera suceder que lo que esperamos no lo encontremos. Después del triste papel del INE, (para decir lo menos de la institución que cuesta muchos millones al erario público y que costó mucho esfuerzo y valor a millones de mexicanos para que se edificara) se puede advertir una de las debilidades estructurales del sistema político mexicano. Este último se ha ido desfondando y atraviesa una crisis mayor que seguramente llegará a su desenlace en los intentos por mantener o cambiar un orden que en realidad ya desapareció.

Por lo mismo la incoherencia, confusión, frivolidad y soberbia aparecen con carta de naturalización en actores políticos que se supone tienen la reserva del sentido común ante tiempos complejos.

El sistema político mexicano está desdoblado, o mal doblado, ya no es lo que creemos que es, y quienes lo representan creen aún en el ente que hace posible a la sociedad procesar con relativa estabilidad y paz sus conflictos.

Todos aparentamos hacer lo que no hacemos, y lo que hacemos ya no tiene sentido. Es decir, nos hemos convertido en un galimatías donde la política, su contenido y horizonte se han fugado, esfumado, desaparecido, bajo la montaña mágica de miles de millones de pesos para financiar como elegimos lo que no elegimos.

El rostro de la impunidad también es una expresión de ello, como la incapacidad de evitarla. La violencia rampante, el descaro del chantaje, la amenaza y el crimen en la vida cotidiana, son los crueles rasgos de una normalidad política que se impone.

Las historias de algunos gobernadores que parecieran inverosímiles son reales, como también las de ciertos empresarios; grupos de políticos y grupos de empresarios que se disputan la mejor manera de expoliar al país, en búsqueda de quién sabe qué tesoro que los convertirá en una especie de semidioses, con el poder de manipular, comprar, y si las sombras de las llamas del averno los alcanzan, aniquilar sin piedad alguna. Aniquilar tradiciones, pueblos, tierras, seres humanos.

El 2018 no será como lo imaginamos, el país está muy dañado a pesar de las fotografías del dúo dinámico que atemorizan por su ingenuidad generacional y una frivolidad solo entendible porque realmente viven en un país distinto al que habitan la mayoría de los ciudadanos; ciertamente es el país del poder, una vorágine que puede consumir al más avezado y sin darse cuenta llevarlo al otro lado del espejo.

Se supone que los más avispados tendrían la posibilidad de influir algo en todo ello y reducir un poco los costos, pero no, están embriagados de sí mismos y el espejo de las reformas estructurales los deslumbró hasta dejarlos casi ciegos.

Tendrán que echar mano del operador político, aunque implique ceder una parcela de ese poder que está al alcance de las manos, ceder para ordenar los desajustes medio siniestros y daños colaterales de índole social y hasta cultural, que los grandes cambios comienzan a dejar ver.

Erigir orden para evitar que la prometida riqueza no se la lleven unos cuantos desfigurados que ponen en peligro la continuidad de lo que ya no está.

¿En qué paradoja nos hemos metido?

 

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