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Mario Campa

12/02/2025 - 12:05 am

El activismo político de Musk daña a Tesla, pero SpaceX amerita atención

El hombre más rico del mundo coludido con el político más influyente del país más poderoso tiene tendencia a los autogoles.

El activismo político de Elon Musk hunde a Tesla. Las ventas de autos cayeron en 2024 por primera vez en más de una década. Para extender las alarmas, el declive se profundizó en enero del 2025. En España, las ventas de Tesla cayeron 75 por ciento y la marca salió del Top 10 de eléctricos. En Francia y Alemania las ventas se hundieron 63 y 59 por ciento. Las caídas son peores en dólares por los descuentos al comprador ante una demanda débil que afecta menos a otros fabricantes. Luego, resulta inevitable trazar la crisis al dueño. Y es que el hombre más rico del mundo coludido con el político más influyente del país más poderoso tiene tendencia a los autogoles.

¿Son las caídas atribuibles a boicots del consumidor? No todas. Algunas responden más a la intensa competencia china, a una rebaja de subsidios a la compra de autos eléctricos o incluso a la estacionalidad de lanzamientos de los nuevos modelos de la propia Tesla. Pero su poder explicativo no abarca toda la historia. La política altera cualquier imagen pública. La alianza de Musk con partidos extremistas de Europa como AfD en Alemania y las controversias legales del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) en Estados Unidos atan el rechazo del megadonante a sus empresas. Para muestra, las distribuidoras y los vehículos llaman a los activistas como la luz a los mosquitos hasta multiplicar en las calles las pintas de suásticas y otros símbolos de rechazo.

Varias pistas sugieren que la caída en ventas obedece también al activismo político. Una encuesta de CNN registró que la aprobación neta de Musk pasó de +29 en 2016 a -11 en 2025 y que la mayoría de estadounidenses lo quiere fuera del Gobierno. Otra de YouGov publicó que sólo 26 por ciento de los republicanos desea “mucha influencia” de Musk en el Gobierno. Una tercera de Novus encontró que las opiniones negativas de Tesla entre los suecos se dispararon del 47 al 63 por ciento tras la toma de protesta de Trump. El sitio británico Electrifying.com halló que el 60 por ciento de los compradores de autos dicen que la reputación y las actividades políticas de Musk los disuaden de comprar un Tesla. En enero, Brand Finance, una consultora de estrategia y valuación de marcas, estimó que el valor de la marca Tesla cayó 26 por ciento en un año. Encima, el Cybertruck defraudó expectativas y convirtió solo el cinco por ciento de las unidades apartadas en ventas. En resumen, el diagnóstico interno de Tesla debiera ser un genuino “no eres tú, soy yo”.

A pesar de la polémica acumulativa, las acciones de Tesla reaccionan con timidez. ¿Qué explica un rendimiento del ~85 por ciento en un año con todo y un ~20 por ciento de caída desde el 20 de enero? En primer lugar, Tesla es más que un fabricante de autos; lidera la venta de baterías estacionarias y promete taxis autónomos y robots para el hogar que complejiza valuar al corporativo. En segundo, los inversionistas aún confían que todo nexo a Trump, a cuya campaña Musk donó más de 290 millones de dólares, granjeará generosos favores. No obstante, una imagen negativa persistente pone en riesgo el aura de Tesla y podría desatar aprietos financieros. Pero entretanto, el poder dormido de los boicots y el activismo de los consumidores ya despierta y cobra factura.

Tesla es víctima de escrutinio, pero es otra empresa de Musk la que amerita mayor lupa. La biografía oficial de Walter Isaacson identifica con nitidez el sueño máximo del hombre más rico del mundo: a saber, colonizar Marte. Para lograr su cometido, Elon Musk enfrenta trabas regulatorias y el riesgo económico de una misión espacial, con todo y la libertad terrenal de cartera. Es allí donde una alianza con Trump salta de dimensión.

Navegar el espacio está reservado al influyente. Sin autorización ni ayudas del Estado, empresas como Blue Origin de Jeff Bezos, otro magnate congraciado con Trump, serían inviables. Es el caso de SpaceX y su filial Starlink. Payload Research estima que un tercio de las ventas de la empresa privada valuada en 350 mil millones de dólares propiedad de Musk al 42 por ciento proviene del Gobierno, incluidos los servicios de abastecimiento de la Estación Espacial Internacional, telecomunicaciones, ciberseguridad y vigilancia satelital (Starshield). Todo sumado, SpaceX obtuvo en la última década más de 15 mil millones de dólares en contratos gubernamentales con la NASA y la Defensa. Para alcanzar las estrellas, Musk depende del Presidente estadunidense en turno.

La licencia de motosierra de Musk en el Gobierno federal despierta suspicacias sobre sus próximos objetivos. Tras los accidentes aéreos en los albores del retorno de Trump, algunos congresistas demócratas alertaron que el magnate pretende reformar el espacio aéreo estadunidense. Aunque es incierto si abarca sólo el sector aeronáutico o incluye al aeroespacial, no sería la primera vez que Musk cabildea contra la ingeniería regulatoria. Por ejemplo, Isaacson relata que Tesla intentó eliminar el volante de los automóviles en su totalidad por considerarlo un gasto excesivo frente a su tecnología de pilotaje autónomo. Ahora, con SpaceX cualquier influencia preferencial en el diseño y supervisión de políticas significaría potenciales ahorros millonarios. Lo mismo cuando se trata de reglamentar el uso de suelo en Marte, por poner otro ejemplo imbricado al sueño del hombre más rico e influyente del planeta.

El futuro de Elon Musk y sus empresas pende ahora de Trump. Al ritmo visto, luce improbable que se autoimponga una camisa de fuerza para tranquilizar a sus detractores e inversionistas. Si bien la imagen de electrón libre quedaría dañada con el activismo político, la corrupción abre puertas cuando otras se cierran. Empresas como X (antes Twitter) o xAI (inteligencia artificial) podrían también desquitar las 290 millones de verdes razones para dar rienda suelta a la motosierra distractora. Mientras el votante estadounidense normalice las desigualdades y la pérdida de poder adquisitivo y deposite fe ciega en los poderosos que maximizan su propia utilidad trimestral, la democracia perderá sustancia. Si el descontento popular recae en el extranjero marginal, una oligarquía neofascista no suena para nada a exageración. Lo mínimo que toca es politizar a Tesla y SpaceX. Es cavar trincheras en anticipación de la nueva era.

Mario Campa
Mario A. Campa Molina (@mario_campa) es licenciado en Economía y tiene estudios completos en Ciencia Política (2006-2010). Es maestro (MPA) en Política Económica y Finanzas Internacionales (2013-2015) por la Universidad de Columbia. Fue analista económico-financiero y profesor universitario del ITESM. Es planeador estratégico y asesor de política pública. Radica en Sonora.

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