
La crueldad, la barbarie, y el sadismo es lo que hemos presenciado ya desde hace muchos meses, en la guerra de Israel contra los gazatíes: niños, bebés, mujeres y hombres salvajemente asesinados. Es importante designarla como lo que es y no como la propaganda israelí la ha presentado. Esa es la verdadera y evidente naturaleza de esta guerra y de la política genocida israelí. A estas alturas de la guerra, a nadie puede quedarle ninguna duda de que Israel no combate a Hamás, no buscaba recuperar a los rehenes, sino aniquilar con una saña que no puede describirse sino como nazi a la población palestina de la Franja, para apoderarse de la que es su tierra, como sistemáticamente ha hecho desde que se fundó el Estado de Israel. La política del despojo de los palestinos, histórica e internacionalmente aceptada y promovida ha creado un monstruo de raíz nazi ya inocultable.
El grado de destrucción que los israelís han cometido en Gaza en esta ocasión no tiene parangón. Han arrasado con todo, escuelas, universidades, hospitales, iglesias, restaurantes, monumentos, barcas, calles, hasta con los cementerios. La crueldad y el sadismo que han tenido con la población civil sí tiene, sin embargo, una comparación inevitable: las políticas nazis impuestas por Hitler contra la población judía en la Segunda Guerra Mundial. Escribir esto antes del 7 octubre del 2023, hubiera sonado como una exageración grosera, pero ahora un año y medio después, no sólo suena justo, sino verificable. Crear guetos, impedir la movilidad de la población, despojarlos de sus propiedades, retirarles trabajos, alimentos y servicios médicos, asesinarlos como si no fueran personas, sino animales (incluidos miles de niños) fueron crímenes que los nazis cometieron en toda Europa contra millones de judíos. La política más extendida, desde los guetos hasta los campos de concentración, consistió en llevarlos a la hambruna, es decir, matarlos de hambre. Tal cual los israelís ahora asesinan a los palestinos de Gaza: con bombas, con hambre, con enfermedades, privándolos de servicios médicos. De la misma manera, familias enteras de palestinos han sido borradas de la faz de la tierra, constituidas por varias generaciones: la misma trágica suerte que sufrieron los judíos europeos el siglo pasado. Miles de niños han sido asesinados por bombas, sepultados bajo escombros, y cientos de miles desfallecen por el hambre ante la decisión de Israel de negarles el acceso de alimentos. Ayuda humanitaria que no ha podido entrar a causa del Gobierno de Israel que mantiene a los palestinos presos y que ha decidido matarlos de hambre y tratar de forzarlos para irse de su país. Del mismo modo en que los judíos eran conducidos primero a guetos y después a campos de concentración, despojados de sus pertenencias, del mismo modo los gazatíes han sido desplazados de sus hogares y obligados a refugiarse en zonas “seguras” designadas para ello, donde han sido bombardeados por el mismo gobierno que los obligó a refugiarse. Una crueldad común para los nazis, que eran capaces de juntar a grupos de judíos para masacrarlos. También, los palestinos están siendo obligados a sostener largas caminatas extenuantes en medio del hambre generalizada, han sido humillados a través de prácticas como desnudarlos, obligarlos a caminar. A presos les han puesto brazaletes con números, tal como los nazis hacían con los presos judíos a los que les tatuaban el número que los identificaba. Muchos han sido salvajemente torturados y también desaparecidos.
Es evidente también que los israelíes contemplan una “solución final” para los palestinos de Gaza: expulsarlos de su territorio y apoderarse de él. Limpieza étnica en forma, el sueño nazi de purificación de las razas y la supremacía sobre un grupo étnico, pero cometido por el Gobierno de Israel. Obligar a los palestinos a dejar su tierra para cumplir el sueño de agrandar el Estado de Israel es, querido lector, un crimen de guerra imperdonable, una forma renovada y sí hay que decirlo, muy trágicamente irónica, de nazismo.
La Franja de Gaza es, en los hechos, un campo de concentración donde Israel administra la muerte sobre seres humanos a los que no considera humanos. Por eso, decide bombardear indiscriminadamente a civiles, bombardear hospitales y escuelas, privar a millones de agua, alimentos, asesinar a niños y mujeres, bombardear hospitales, dejar morir a bebés en incubadoras.
Por supuesto, hay diferencias, pero la impronta nazi está frente a los ojos de todos: la crueldad, la humillación, el odio del genocida.
Y esta es quizás la diferencia más tristemente irónica de todas: los nazis ocultaban o intentaban ocultar sus crímenes, los israelíes los cometen frente a los ojos de todos y se ufanan. No sólo eso, el genocida cuenta con el apoyo de otros países y la ONU que se pensó serviría para evitar una catástrofe, ha sido incapaz de evitarla: decenas de miles de niños han sido asesinados por Israel sin que nada ni nadie haya podido evitarlo. Niños palestinos tan inocentes como los niños judíos que los nazis asesinaron sólo por ser judíos.
El mundo, la comunidad internacional, podrá seguir tolerando la atrocidad que sucede en la Franja de Gaza, como ha hecho hasta ahora. Condenando a medias las políticas nazis de Israel, indignándose cuando los “excesos” de Netanyahu rebasan lo criminal, como dejar a millones de personas sin alimentos o agua, pero no podrá decir que desconocía la naturaleza de los acontecimientos, ni la tragedia del pueblo palestino. No podrá limpiarse la conciencia de haber sido incapaz de detener a los nazis modernos que frente a los ojos del mundo entero cometieron innumerables crímenes de lesa humanidad. Será una mancha imborrable en la consciencia de todos los que pudiendo hacer algo, prefirieron cerrar los ojos. La historia no los perdonará como no perdona a Hitler y sus secuaces. Junto a ellos están ya, en la misma página de la historia, los verdugos modernos de los palestinos.





