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Antonio Salgado Borge

04/08/2017 - 12:03 am

Gatorade fue sexista. Paola Espinosa, también

Gatorade y Paola Espinosa fueron sexistas porque, intencionalmente o no, con sus breves y probablemente inocentes frases contribuyeron reafirmar un discurso que no tiene nada de inocente.

La marca de bebidas Gatorade felicitó recientemente a la deportista Paola Espinosa “por obtener la medalla más grande de todas”. La medalla en cuestión: “ser mamá”. Espinosa, una atleta mexicana consumada, no sólo no se sintió ofendida, sino que respondió a esta felicitación mediante un mensaje que cerró con la frase “SÍ mi medalla más grande ser mamá” (sic). La felicitación de Gatorade a Paola Espinosa es sexista, y la respuesta de Paola Espinosa a Gatorade, también. En este artículo argumentaré que se equivocan quienes afirman lo contrario.

Tanto Gatorade como Paola Espinosa son sexistas porque, voluntariamente o no, ambos están reproduciendo un discurso que históricamente ha contribuido a mantener a las mujeres oprimidas. ¿Cuál es este discurso? La vinculación de la máxima realización de la mujer a sus logros en el espacio privado; es decir, asumir que los más grandes triunfos para una mujer ocurren fuera del espacio público. Y es que durante milenios se pensó y expresó que las actividades públicas -las que ocurren fuera del espacio privado- correspondían exclusivamente a los hombres. Así, el gobierno, las leyes, los recursos materiales y otros medios de poder quedaron limitados a las manos de los individuos con pene.

Pero, antes de revisar nuestros argumentos, es necesario clarificar algunos términos; esto nos permitirá ahorrarnos deambulaciones estériles por lugares comunes. Por principio de cuentas, es posible definir sin mayor problema el término sexismo como la discriminación por razón de sexo. Tampoco es problemático entender por discriminación el dar un trato desigual a un grupo de individuos por algún motivo, privilegiando de esta forma a otro grupo de individuos. En este sentido, discriminar a las mujeres por el hecho de ser mujeres –particularmente, por tener cuerpos de mujeres o aparentar tener cuerpos de mujeres- equivale entonces a privilegiar a los individuos que tienen cuerpos de hombres.

También es importante distinguir que los privilegios de un grupo sobre otro no surgen de la nada, sino que se establecen mediante relaciones de opresión; es decir, por relaciones que permiten que un grupo marginalice, desempodere o ejerza algún tipo de violencia sobre otro. Estas relaciones opresivas son diversas y ubicuas. Quizás las más conocidas, por obvias, sean las reproducidas mediante instituciones o leyes. Hasta hace unas décadas, por ejemplo, lo “normal” era que las mujeres no pudieran votar o heredar.

Las relaciones de opresión también se reproducen mediante estructuras sociales menos concretas. A mediados del siglo XX todavía había publicidad que anunciaba productos que “hasta una mujer podría utilizar” o que aludían de alguna forma a la supuesta superioridad masculina. Actualmente, las mujeres siguen siendo juzgadas ferozmente por su vida sexual, siendo privadas de un desarrollo que a los hombres sí se les permite. Este tipo de estructuras inmateriales se incrustan en nuestro entendimiento del mundo desde que cobramos consciencia y suelen irse con nosotros a la tumba. Los ejemplos anteriores ayudan a ilustrar que la opresión siempre tiene un componente histórico. En este sentido, sería incoherente argumentar contra el hecho de que las mujeres han sido un grupo históricamente oprimido.

Dicho esto, es posible argumentar lo siguiente:

  • El sexismo implica privilegios de un grupo o individuo discriminador sobre otro discriminado. Estos privilegios no surgen de la nada, sino que se establecen y mantienen mediante relaciones de opresión en un contexto histórico
  • Cualquier sugerencia o acción -chica o grande, voluntaria o involuntaria- que explícitamente normaliza alguno de los privilegios pasados o presentes de un grupo discriminador sobre uno discriminado, en el mejor de los casos revela algo de las relaciones de opresión; en el peor, contribuye a mantener la opresión o residuos de opresión prevalentes.
  • Es un hecho bien documentado que parte de la discriminación hacia la mujer, que ha permitido preservar algunos de los privilegios históricos de los hombres, pasa por su exclusión de la arena pública con el pretexto de que lo “mejor” o “más glorioso” de sus habilidades ocurre en la esfera privada, particularmente en su función como madre.
  • La exclusión de la mujer de la arena pública –una forma de discriminación- ha reforzado históricamente relaciones de opresión. Sin participación en el poder –político, económico, religioso…- las mujeres quedaron imposibilitadas de acceder a derechos fundamentales.

Me parece que las cuatro premisas anteriores no generan mayor polémica. El problema surge cuando algunos afirmamos que

  • Afirmar –con intención o sin intención, con consciencia o sin consciencia- que el logro o “medalla” más grande de una mujer radica en su maternidad o en cualquier actividad de la vida privada, en el mejor de los casos trivializa el remanente de una estructura opresiva que ha privilegiado a los hombres. En el peor, puede reforzar la existencia una estructura opresiva vigente al normalizar en el presente un formato históricamente opresivo.
  • En cualquier caso, afirmar que el logro más grande de una mujer radica en su maternidad, o en cualquier actividad de la vida privada, es sexista.

Pero (5) se sigue de (1-4); es decir, si se aceptan los puntos que le preceden, (5) no tendría por qué ponerse en duda. Por otro lado, la conclusión (C) se sigue naturalmente de la relación entre sexismo y opresión. La confusión surge porque algun@s de quienes han defendido a la empresa o a la deportista ignoran, o prefieren ignorar, la historia, los formatos de opresión contra las mujeres o el presente aún opresivo.

Analicemos ahora algunos ejemplos que muestran por qué es posible afirmar este es el caso. Hay quienes han llamado a la calma argumentado que la maternidad es uno de los logros más bellos posibles o una realización personal sin paragón; y que no tiene nada de malo festejarla. Lo anterior puede aceptarse como cierto sin mayor problema. Incluso quienes defendemos que Gatorade y Espinosa fueron sexistas o quienes no podemos ser madres somos capaces de reconocer que la maternidad puede ser una experiencia incomparable, y que ser madre tiene méritos innegables.

Pero lo que estamos discutiendo no es lo gratificante de la maternidad, sino la idea de que ser madre, condición que pertenece a la esfera privada, es la “medalla” más grande que una mujer puede recibir. Quienes defienden esta postura pierden de vista que afirmar que la más grande “medalla” para una mujer es algo por lo que los hombres no pueden competir contribuye a reproducir la idea de que la mujer, por ser mujer, está “para otras cosas” ya que le son ajenas las cosas que, en teoría, corresponden al hombre. De esta forma, se han legitimado silenciosamente algunas de las relaciones de opresión que hoy tienen a las mujeres mexicanas, por ejemplo, ganando menos que los hombres o subrepresentadas en los puestos directivos de las grandes compañías.

Es preciso aclarar que la tarea de una madre o las labores del hogar son tan dignas como cualquier otra; lo relevante para nuestra discusión no es la dignidad de estas tareas sino su pertenencia a la esfera privada y la pertenencia de la “más grande medalla” a la esfera privada. Y es que las medallas no son nunca un símbolo de reconocimiento derivado del desempeño de funciones biológicas o de los logros en la esfera privada, sino que son conferidas por triunfos públicos. En este sentido, las grandes medallas para una mujer tienen que ser, al igual que las de los hombres, otorgadas por el papel protagónico de mujeres en la arena pública. Un querido amigo, que recientemente padeció una infección en un ojo, lo puso así: “sólo veo de un ojo, pero aun así logro ver que decir que tener hijos es la medalla más grande de una mujer es como decir que mi tía, que tiene 10, cuenta con más medallas que Ángela Merkel”.

Mucho se ha comentado que una muestra de lo anterior es que Gatorade no ha descrito a la paternidad como “la más grande medalla” que puede tener un hombre. Concuerdo en que esto habla volúmenes y en que es, de suyo revelador. Sin embargo, sería un error suponer que, en caso de producirse, una afirmación de esta naturaleza puede ser suficiente para reparar lo dicho originalmente. Para mostrar por qué, acudo a otro ejemplo concreto: algunos hombres han afirmado que ellos también sienten que la “medalla” más grande que pueden tener es ser padres. Pero a estas alturas dos cosas deben ser distinguibles con facilidad: 1) que las “medallas” autoasignadas y que sólo uno conoce valen exactamente cero y 2) que decir algo semejante es trivializar un formato opresivo plenamente documentado.

Insisto: la maternidad puede ser gloriosa; pero ello no excluye que la maternidad haya sido empleada históricamente para oprimir ni elimina la posibilidad de que ésta sea empleada actualmente como excusa para plantear que el logro más grande la mujer está en casa; contexto que contribuiría a mantener en manos de los hombres el poder que se deriva del control de lo público.

Otra línea empleada por los defensores de Gatorade y Espinosa ha sido aludir a las buenas intenciones de la empresa y de la deportista. Pero esta respuesta no es coherente. En primer lugar, es un error suponer que para oprimir hace falta tener la voluntad de ser un opresor. Incluso quienes tienen las mejores intenciones pueden terminar reproduciendo mecanismos de opresión. Consideremos el siguiente ejemplo: el formato opresivo histórico del que hemos venido hablando puede reproducirse desde el momento en que a los niños se les invita a ser superhéroes que salven el mundo, mientras que a las niñas se les orienta para ser princesas o grandes administradoras del hogar. Es decir, no hace falta tener la intención de reproducirlo para reproducirlo.

Por otra parte, también hay quiénes han invitado a superar lo que consideran una “simple” felicitación que a nadie afecta. Pero lo dicho por Gatorade sólo puede ser irrelevante para las mujeres u hombres que desconocen el recorrido histórico de las luchas feministas por la igualdad de la mujer o de las estructuras materiales y sociales que permiten la opresión. El problema, me temo, es que nuestra educación no suele abordar estos espinosos e incómodos “detalles.”

Así, es común encontrar personas que ignoran lo difícil que ha sido llegar a la frágil igualdad legal que hoy gozamos o que consideran que retroceder no es posible; seres humanos que piensan que virtualmente el mundo empezó el día que nacieron. Es por ello que el contexto histórico de las luchas feministas contra la opresión tendría que ser parte de la educación fundamental tanto de mujeres como de hombres. El caso Gatorade Espinosa es sólo una muestra de que, de otra forma, los esfuerzos de valientes mujeres y grupos feministas han luchado al menos desde el siglo XIX podrían terminar minimizados. En este sentido, llamar feminazis a los que pensamos que lo dicho por Gatorade y Espinosa es sexista no sólo no es un argumento. Peor aún, esta afirmación no sólo no contribuye al debate en nada, sino que está viciada de origen: ser feminazi es plantear la superioridad de la mujer sobre el hombre; y claramente esta conclusión no se sigue de algo de lo dicho anteriormente.

Finalmente, hay quienes afirman que la respuesta positiva de Paola Espinosa es la única prueba necesaria para determinar que el comentario de Gatorade no tiene nada de malo. Esta respuesta tampoco tiene sentido, pues asume como verdades dos falsedades: 1) que los miembros de un grupo oprimido no pueden colaborar en la reproducción de las relaciones de opresión, o que son capaces de detectar su pertenencia a este grupo; y 2) que basta con el “perdón” del individuo afectado para que una acción deje de ser considerada como afectante. Si seguimos esta lógica, bastaría con que un indígena mexicano dijera que no se considera discriminado para pensar que en México no existe discriminación. La respuesta de Paola Espinosa es tan sólo un triste ejemplo de lo que algunos teóricos sociales llaman “falsa consciencia”: [1]una clase de conciencia que previene que algunos de los miembros de una sociedad actúen en concordancia con lo que sus intereses dictarían.

Gatorade y Paola Espinosa fueron sexistas porque, intencionalmente o no, con sus breves y probablemente inocentes frases contribuyeron reafirmar un discurso que no tiene nada de inocente; un discurso que refleja en buena medida un esquema que discrimina a las mujeres mexicanas al contribuir a la perpetuación de algunas de las relaciones de opresión históricamente identificables que persisten en la actualidad. Las estructuras opresivas no se irán a ninguna parte mientras haya quienes insistan en ignorarlas. Y es que para ser sexista no hace falta entender qué es el sexismo, tener la intención de ser sexista o ser parte del grupo que se beneficia del sexismo.

 

@asalgadoborge

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[1] El tema de este artículo no es la “falsa conciencia”; pero este es un concepto de suyo interesante. L@s lector@s interesad@s en conocer mi opinión sobre el tema pueden acceder a este vínculo https://homozapping.com.mx/2017/03/feminismo-y-falsa-conciencia/

 

Antonio Salgado Borge
Candidato a Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Cuenta con maestrías en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y en Estudios Humanísticos (ITESM). Actualmente es tutor en la licenciatura en filosofía en la Universidad de Edimburgo. Fue profesor universitario en Yucatán y es columnista en Diario de Yucatán desde 2010.

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