La literatura iberoamericana, en 10 escritores clásicos

14/01/2017 - 12:03 am

Una cartografía del último medio siglo de literatura iberoamericana, realizado a través de entrevistas con algunos de sus principales protagonistas, a cargo de Danubio Torres Fierro, un verdadero experto en la materia.

Ciudad de México, 14 de enero (SinEmbargo).- Los escritores suelen hacerse una imagen de sí mismos y luego intentan parecérsele. ¿Importa más la persona que el personaje? ¿El autor es el anverso o es el reverso de la persona que escribe? ¿En qué medida debe separase al artista que crea y al hombre que vive?

Éstas y otras preguntas detonan y articulan este libro que es muchos libros. Es una galería de retratos de escritores y escritoras que incluyen las claves de sus universos creadores, los rasgos que dan relieve y forma a sus personalidades y el recuento de las opiniones que los perfilan.

El libro es también una intrahistoria del boom literario iberoamericano: la radiografía íntima de un momento revolucionario de nuestra tradición cultural.

Abarcando el último medio siglo, reconstruye -mediante el testimonio de sus protagonistas- un itinerario ideológico y un panorama creador.

Desde México a España, y desde Argentina al Brasil, pasando por Cuba, Chile, Uruguay y el Perú, se levanta el escenario a la vez privado y público que contribuyó a rescatar y reescribir unas señas de identidad marcadas por el orgullo y la singularidad.

Danubio Torres Fierro es un verdadero experto en suplementos culturales y en escritores clásicos que han diseñado el panorama de nuestra literatura. Veamos lo que destaca de algunos de nuestros máximos creadores.

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Gabriel García Márquez: La primavera del patriarca

“No quiero que hablemos de política. Estoy harto de entrevistas en las que sólo y únicamente me preguntan sobre el presente y el futuro de América Latina, sobre la Revolución cubana, sobre la situación de Colombia. Lo que a mí me gusta es la literatura y la música”, eso fue lo que precisó Gabriel García Márquez al conceder este diálogo. Después, ya durante la conversión, confesaría que “hablar de literatura es hablar de cosas muy íntimas, muy privadas”, una forma de subrayar que –en esta oportunidad- sus declaraciones se encaminarían hacia lo infrecuente, que la política sería cuidadosamente ladeada.

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Octavio Paz: Un escritor incómodo

­–¿El premio Nobel ha cambiado su vida?

–Ha sido una pausa y nada más. Los premios no son pasaportes de inmortalidad: son accidentes. También son estímulos, acicates para continuar la tarea. Pero a veces se pueden convertir en losas sepulcrales. El peso de la celebridad fácil, la consagración oficial, la solemnidad académica, las estatuas de yeso o de cartón… Contra todo esto sólo hay un remedio: los ácidos de la ironía y del humor. Perforan todas las losas y desfiguran todas las estatuas. He querido y quiero ser lo que hasta ahora he sido: un escritor. La literatura es una actividad de solitarios y para solitarios: escribimos a solas nuestros libros y nuestros lectores los leen a solas.

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Carlos Fuentes: La fortaleza latinoamericana

­–Para comenzar, hablemos de lo que llamaría tu variedad de registros. Acabas de publicar Una familia lejana(1980), que se sitúa en la zona fantástica de que frecuentes en Aura (1962) y en Cumpleaños (1969) y dentro de unos meses darás a conocer un volumen de relatos que, por su parte, se emparentan con el realismo exacerbado y crítico de La región más transparente (1958) y La muerte de Artemio Cruz (1962) ¿Pasas con comodidad de un extremo a otro?

Tan cómodo como se punto sentir Balzac, que es el autor de César Birotteau (1837) pero también de La pieza de Zapa (1831), de La maison Nucingen (1838) pero también de La búsqueda del absoluto (1834) y sobre todo el de esa novela maravillosa (en realidad una especie de imagen de la unidad de la imaginación que es Louis Lambert (1832). En la medida en que, como sabes, soy muy balzaciano y siempre he tenido presente su gran modelo, aprecio que en los distintos niveles de la comedia humana (o si tú quieres, de la comedia mexicana) caben muchos pisos. El sótano que habita Aura y también el penthouse que habita Artemio Cruz. Son parte de un mismo edificio.

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Juan Goytisolo: Pasado y presente de España

Has persistido en tu exilio, que comenzó bajo la dictadura de Franco y se prolonga hasta hoy, luego de que España ha hecho una transición a la democracia ¿Por qué?

Te voy a contestar con una frase de José María Blanco White, un autor que –te consta- admiro. Él dijo, hablando del exilio, que “es la bendición más señalada que he recibido en mi vida”. La frase, en su momento, me impresionó mucho y he procurado, desde entonces, transformar lo que podía ser un castigo (la dificultad o la imposibilidad de regresar al país, en una determinada época, como era la del periodo franquista o el hecho de que durante un lapso largo mi obra estuviese prohibida) en una bendición. Es decir, traté de servirme de esa carencia, de darle la vuelta y aprovecharla para lograr una connotación positiva. Así y para mí y a partir de cierta fecha temprana, el exilio no ha sido un lamento sino una fuerza vital cuyo impulso se ha prolongado después incluso de que desapareció la causa que lo provocó. Yo podría haber regresado a España una vez muerto Franco, es claro: pero, como lo dije en un texto que escribí la misma noche en que él murió, esa muerte me llegó demasiado tarde. Era como recibir un sí a una propuesta amorosa que se declaró una serie de años antes, cuando ya estás enamorado de otra persona y eso sí carece de sentido.

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Adolfo Bioy Casares: Las utopías pesimistas

Comencemos por algo que me intriga. En un momento determinado, casi renegaste de tus libros anteriores a La invención de Morel.

Y sigo renegando

¿Por qué haces esa separación de aguas? ¿Por qué te parece que a partir de esa novela hay otra etapa, algo distinto?

Quizá se deba a que tengo la ilusión de que La invención es un libro mejor que los anteriores (aunque, naturalmente, para que sea mejor no se necesita mucho). Pero sí: me parece que allí perdí muchos de los defectos y los vicios que eran evidente en mi obra. Fue como si hubiera tenido la convicción de que el argumento de La invención era importante, que podía dar como resultado un libro lindo y eso me exigió un esfuerzo grande que creo haber solucionado liberándome –repito- de ciertos defectos, de vanidad sobre todo, que me perdían irremediablemente. Porque antes trataba de imitar autores, quería escribir empleando todo el idioma o, más bien, intenté escribir con el idioma de los españoles clásicos mezclándolo con el de los tangos y el de mis lectores de Gustav Jung y James Joyce. Vale decir que trabajaba mucho para escribir pero probablemente no había descubierto aún cómo había que trabajar. Así, alrededor del argumento de La invención, de ese argumento que era ya como un objeto, algo muy pensado, trabajé –¿cómo podría decírtelo?- como con una especie de molde. Eso me permitió escribir de un modo más o menos necesario, más o menos exacto. Quiero decir: no me permití digresiones porque, si bien creo que las digresiones importan, también creo que son difíciles de lograr, que al menos corresponden a un artista superior al que yo era en ese momento. Por todo eso tengo una especie de mala conciencia: pienso que he hecho mi aprendizaje a costa de los lectores, que no tuve la modestia de guardar en los cajones muchos originales, como hacen otros. Guardé muchísimos, pero a la vez publiqué demasiados. Eso explica que, desde ese momento, trate de escribir libros menos malos. Tengo que justificarme y hacerme perdonar.

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Manuel Puig: Versiones falsas de mí mismo

Empecemos por el final. Sé que estás escribiendo una larga novela, así que hablábame de ella.

Estoy algo preocupado con esa nueva novela (El beso de la mujer araña), porque nunca como esta vez he sentido la necesidad de explayarme, de no fijarme los límites precisos. En mis novelas anteriores, sobre todo en las dos últimas, hay una cierta economía. Acá, por el contrario, hay diálogos largos y una necesidad de que las cosas se vayan expresando solas. Apelo, además, a pocos recursos técnicos.

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Guillermo Cabrera Infante: Mea Cuba

Me gustaría que me hablaras de tu prehistoria, es decir, de la época anterior a tus comienzos como escritor. ¿Cómo era tu familia, como fue tu infancia, qué recuerdos tienes, qué terrores sentías?

La prehistoria personal, como túdices, siempre abarca a la familia: comenzaré, pues, por hablar de ésta. Está mi abuelo paterno Francisco Cabrera, natural de Canarias, de oficio forjador (un nombre hermoso para una actividad importante en la Cuba colonial: hacer ventanas de hierro forjado: todavía quedan en mi pueblo ventanas hechas por mi abuelo) casado con Cecilia López, de una antigua familia cubana. Este matrimonio, que tenía cinco hijos y fue aparentemente normal, tuvo un fin anormal, trágico. Francisco Cabrera, cuando mi padre tenía dos años, invitó a su mujer a las afueras del pueblo, cerca del río Cacoyugüín (Gibara es el pueblo, está en la provincia de Oriente, a cien kilómetros en dirección noreste está Banes, donde nació Fulgencio Batista, y a cien kilómetros en dirección sureste está Birán, donde nació Fidel Castro; como se ve, nací rodeado de tiranos o de sus proyectos). Durante este paseo, Francisco Cabrera habló intensamente con Cecilia López. En un momento de la conversación mi abuelo sacó un revólver y le disparó dos tiros a mi abuela, que cayó al suelo. Cargó con ella de regreso a la casa y la acostó en un sofá en la sala. “Manden por el médico”, dijo, y sin agregar otra palabra se encerró en su cuarto. Cecilia López no murió enseguida, pero cuando los gritos de la familia convencieron a Francisco Cabrera de que su mujer había muerto, se dio un tiro en la sien.

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Juan Benet: Un teatro fantasmal

¿Inventaste Región por una necesidad de representar de alguna manera una realidad española, como una especie de concentrado de tu propia experiencia o, más bien por tener tu mundo propio donde eres amo y señor?

Es difícil fijar las causas y, a lo mejor no importa demasiado. En verdad, el invento fue para sentirme cómodo, para hacer lo que quisiera, sin limitaciones ni prescripciones, para pintar las cosas como me diera la gana. Si en lugar de Región lo hubiera llamado León o Granada tendría que haberme circunscripto a determinados elementos, o pintar lo que mis ojos veían. Para exagerar era mejor inventar.

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Jorge Edwards: El culto (malsano) a los héroes

Me consta que los Edwards son una familia importante en Chile y también tú perteneces a una rama más bien pobretona )a diferencia, por ejemplo, de los dueños de El Mercurio). Pero preferiría que tú mismo me hablaras de tu medio familiar, sin duda determinante en tu formación y tu obra

Los Edwards son una familia antigua en Chile. El primero llegó antes de la Independencia y su historia es pintoresca y algo oscura. Había nacido en Londres y desembarcó secretamente en el norte de Chile, escondido adentro de un baúl, de un barco de bandera rusa, en 1806. Ese barco siguió viaje y naufragó cerca de Alaska, así que él se salvó por haber desertado. Después se convirtió al catolicismo, se casó con una chilena y más tarde estuvo ligado a los comienzos de la independencia del país, incluso asociado con lord Cochrane en la organización de la escucha libertadora al Perú. Tuvo muchos hijos, de manera que no puedo responder, como comprenderás, de los pecados políticos de la descendencia de uno de ellos. En mi rama ha habido algún escritor…

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José Bianco: Literatura, tu nombre es ambigüedad

Alguna vez dijiste que, por desgracia, tu caso no es el del escritor que escribe obras válidas desde joven. Esa alusión se refería, sin duda, a tu primer libro de cuentos y quizá a Las ratas. ¿Por qué? ¿Por qué reniegas de tus libros (de esos libros)?

He publicado de nuevo Las ratas, aunque es verdad que dejé pasar treinta años sin dejar que lo reeditaran. Escribo con entusiasmo, pero en cuanto veo mis cosas impresas, ya sea en libros o revistas…

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