Entrevista

Llevar a Castillo o a tanto mediocre a la pira no acaba con la lepra: Fadanelli

20/08/2016 - 12:05 am

Fue en 1976 la última vez que la Selección Mexicana de Basquetbol, uno de los deportes más populares en el país, se presentó a unos Juegos Olímpicos. Basquetbolista en su juventud, con su 1.85 de estatura, el escritor Guillermo Fadanelli expone cómo los cacicazgos en las distintas federaciones han terminado por trastocar el desarrollo del deporte nacional.

“A Alfredo Castillo no lo conozco”, dice. “Debe ser uno de tantos miserables que toman puestos sin ningún conocimiento y que creen que pueden, desde su posición jerárquica, dictar normas. O hacer exámenes a los deportistas y al estado de cosas. Yo invitaría a quien me escuchara a que se olvide de estar haciendo piras de tanto funcionario mediocre, que no vamos a acabar con la lepra administrativa sólo llevando a la hoguera a dos o a tres funcionarios públicos. Que tiene que haber una crítica constante”.

Ciudad de México, 19 de agosto (SinEmbargo).– El medallero no es el de hace cuatro años. Londres representó siete medallas para la delegación mexicana. En cambio, en Río de Janeiro, cinco atletas han logrado subirse al podio. Nada de esto es tan importante como darse cuenta que el deporte nacional es manejado por caciques. Así lo considera el escritor mexicano Guillermo Fadanelli.

El nombramiento de funcionarios que no cuentan con un perfil para el puesto nos ha llevado a las condiciones lamentables. “Es una lacra que nos ha perseguido. O que ha perseguido a los gobiernos mexicanos durante muchas décadas. No es la primera vez, de ningún modo, ni será la última”, dice Fadanelli al ser cuestionado sobre el ex Comisionado de la Seguridad en Michoacán, Alfredo Castillo Cervantes, ahora titular de la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (Conade).

El funcionario fue criticado por los propios deportistas luego de que llevó y se paseó con su novia en las Olimpiadas que terminarán mañana. Se trata de la Miss Distrito Federal 2009, Jacqueline Tostado Madrid, quien incluso portó un uniforme de la delegación nacional mientras varios atletas se quejaron por no contar con uno adecuado para competir.

Por eso, los logros de un deportista de un país como México pertenecen al deportista mismo, afirma Fadanelli. El boxeador chihuahuense Misael Rodríguez, medallista de bronce en Río, tuvo que botear para llegar a las competencias de Brasil.

En la vida del escritor ha estado presente el deporte. Jugó para el equipo de baloncesto de los Pumas, donde, afirma era el más bajito con su metro y 85 centímetros. Y este deporte se coló en su novela “El Hombre Nacido en Danzig”, una de muchas en un escritor prolífico y varias veces premiado.

En una conversación con SinEmbargo, Guillermo Fadanelli explica por qué juega para perder y por qué hace falta desencantarse para darse cuenta de los males que aquejan a este país que, de antemano, pone en duda que se le pueda llamara así.

Foto: Cri Rodríguez
El escritor mexicano Guillermo Fadanelli afirma que a un deportista no hay que exigirle nada. “Relacionarnos con los logros de un medallista olímpico me parece una actitud lamentable en lo general”, dice. Foto: Cri Rodríguez

—Hace cuatro años mirábamos que México ganaba siete medallas. Trajeron siete, esta vez sólo hemos asegurado cinco. ¿Hemos venido involucionando en el deporte, como en muchas otras cosas con este Gobierno federal?

—Yo no estaría seguro de dar un juicio de tales magnitudes y afirmar que el deporte en México ha involucionado. Creo que las estructuras de Gobierno, las estructuras de organización deportiva cada vez están peor y más resquebrajadas. Yo miro el deporte como un conjunto de acciones, con un horizonte de entretenimiento. O dirigidas hacia el entretenimiento, hacia el juego, hacia el conocimiento de uno mismo pero no necesariamente hacia la competencia salvaje. Ahí tendríamos que ver qué es lo que le pedimos a un deportista: ¿Que traiga una medalla? ¿Que sea un ganador pese a ser originario de un país muy mal organizado en la estructura del deporte, con excesos de corrupción en cada federación, con pequeños reyes feudales que se encarnan durante décadas en una federación y nadie, ninguna Ley, ningún órgano legislativo, los puede remover?

—¿Exigimos demasiado a los deportistas?

—Yo creo que a un deportista no hay que exigirle nada en lo absoluto. Simplemente que lleve a cabo su mejor esfuerzo en todo caso y que se desempeñe de la mejor manera posible. Relacionarnos con los logros de un medallista o deportista olímpico me parece una actitud lamentable en lo general; tenemos que buscar otro tipo de representación. Somos individuos. Los individuos construyen su propia vida. Los estímulos son para el deportista y no para el público. El público tendría que buscar estímulos y representaciones en otros ámbitos del dominio público.

—¿Cómo cuáles?

—Mejores instituciones, mejor educación. Una salud para todos, para que cada uno pueda alargar su vida y vivirla de la mejor manera posible. Que los logros de la civilización estén a nuestra mano, que podamos viajar cuando deseemos, que podamos conocer la complejidad del mundo, en fin… podría hacer una lista interminable. Pero no podemos determinar nuestra satisfacción por las medallas que gana un deportista. Ahora bien, eso es muy distinto a la cuestión política en el deporte.

—¿Cuál es la sana competencia?

—Mira: el juego y la competencia tienen carices distintos. El juego implica imaginación, conocimiento del otro, de ti mismo, entretenimiento. La competencia lo que muestra es una habilidad y un deseo de pasar por encima del otro. Yo me inclino por el juego antes que por la competencia. No quiere decir que podamos definir a ambos de manera tan tajante. Pero a mí me gusta jugar. Incluso, me gusta jugar para perder. En “El Jugador” de [Fiodor] Dostoievski hay un momento en el que el personaje dice: “Es que los rusos jugamos para perder”. Porque en la derrota hay vida, hay conocimiento, hay la sensación de llegar al fondo. Yo abandoné esa necesidad de ganar hace muchos años. Yo practiqué el basquetbol, el atletismo, alguna vez el tenis, el fútbol americano, etcétera. Pero conforme pasó el tiempo fui abandonando, por alguna razón, el deseo de ser un triunfador, de ganar en el deporte, de pasar encima de los demás. De pronto, en algún momento de la vida me resultó incómodo la simple necesidad de ganar.

—El basquetbol es el segundo deporte más jugado en México. Y no ha ido en una Olimpiada en 40 años. ¿Nos produce más insatisfacción participar y perder, que simplemente no participar?

—El basquetbol ha tenido uno de los mayores problemas a lo largo de las últimas décadas por los cacicazgos y las tiranías de la federación. Incluso ha habido intentos alternativos de crear equipos distintos. Hay buen nivel de basquetbol en México. Hay ligas universitarias y se práctica profundamente. Si tú me preguntas, ¿por qué el basquetbol no brilla? Pues mi respuesta sería que al ser un deporte organizado, que requiere planeación, una liga contundente y competitiva, en el mejor sentido de la palabra, pues difícilmente va poder llegar más allá del juego y de la mera competencia local.

—Entiendo que usted jugó. ¿No deseaba ganar?

—Yo jugué con los Pumas y recuerdo que estuvimos en campeonatos nacionales; estuve seis o siete años en la selección de los Pumas y por supuesto que deseaba ganar. Sería absurdo pensar que un jugador no quiere ganar. Sería hipócrita. Pero también aprendí mucho de esa experiencia. Yo era el más bajo, mido 1.85. Pero lo que a mí me entusiasmaba mucho del jugar, eran los entrenamientos. Prefería los entrenamientos al partido. El público me daba temor. No quería ser observado, ni aplaudido. Pero aprendes a tener conciencia de ti mismo, del temor que te causa el rival, del conocimiento del rival, del conocimiento de tus habilidades o debilidades. En fin. Siete años practicando un deporte es sobre todo una experiencia personal. No veo por qué tenga que hacerse colectiva. Creo que esa es la frase que destaca Jean Paul Sartre en “La Náusea”, en el epígrafe Céline, que dice: “Es un individuo sin importancia colectiva”. El tener importancia colectiva para mí es una accidente. Si nos damos cuenta hoy quiénes son los famosos, o quiénes acaparan los medios, pues nos daremos cuenta de que vivimos en una época lamentable. De alguna manera bárbara. Y la fama que también es de alguna manera una adicción se vuelve un impedimento para el pensar, desarrollarse, para el vivir.

—Vemos justamente a quienes dirigen las instituciones. ¿Cómo se puede entender que la persona que estaba a cargo de la pacificación de Michoacán ahora está al frente del deporte nacional?

—Sí, bueno, esa es una lacra que nos ha perseguido. O que ha perseguido a los gobiernos mexicanos durante muchas décadas. No es la primera vez, de ningún modo, ni será la última. Sin embargo, creo que un político es un sirviente público. Es nuestra servidumbre. Su obligación es rendirnos cuentas de su trabajo. Pero a la hora de rendir cuentas, a la hora de tomar el puesto, debemos tomar conciencia de qué clase de persona estamos hablando. ¿Tiene conocimiento en el ámbito donde ahora mantiene un cargo público? ¿Ha sido asignado por dedazo o mero azar al puesto que detenta? ¿Cuánto tiempo de su vida ha dedicado a la energía, a la agricultura, al deporte, dependiendo al caso?. Es decir, ¿tiene conocimiento de la labor que va desempeñar? Y sobre todo no un conocimiento tecnocrático ni de la materia, sino también de la tradición del área en la que va él a tener una decisión. Entonces, si hacemos una lista de los secretarios o funcionarios públicos o políticos que llevan las riendas de un país que casi no existe, nos daremos cuenta que va ser difícil encontrar a uno de ellos que reúna el conocimiento del área que va atender, la visión política y, sobre todo, el compromiso con la sociedad civil.

—¿Cómo han influido estos servidores en el deporte nacional?

—En un país resquebrajado como el nuestro, con instituciones en continuo desarrollo que no terminan de cuajar, yo creo que el funcionario debería hacer primero que nada un acto de conciencia. Preguntarse a sí mismo y reflexionar: ¿Qué es lo que deseo? ¿Enriquecerme? ¿Ascender políticamente? ¿Satisfacer mis propios intereses? ¿Cuáles son mis horizontes éticos a la hora de tomar el puesto de aceptar una responsabilidad? No tenemos ni siquiera que hacer la crítica de los dirigentes políticos y deportivos; tienen una tradición nefasta, que se cuestiona cada cuatro años, cada Juego Panamericano, Centroamericano. Debería haber un plan a largo plazo, por supuesto, un plan no sexenal y, sobre todo, un cambio de mentalidad de los valores y de lo que quieren las personas para el futuro. Un país construido de individuos, no de asociaciones corruptas, y de mentes reflexivas, no de aplaudidores comunes.

—Justamente. ¿Cree que la gente está más despierta para exigir la salida de un funcionario?

—No, no creo. No sé si incluso llamar ciudadanía a esta especie de masa democrática. Que va a las urnas o crítica desde su posición de ser masa. Yo guardo muy pocas esperanzas con respecto al futuro. La moral y la sociedad se mueven centímetros a lo largo de las décadas. Apelaría más a la autoreflexión. Al individuo. A la autocrítica. Sin, por supuesto, dejar de tener opiniones políticas o de participar. Pero yo no podría hacer un análisis tan desmedido de si somos una sociedad que piensa más. Yo no sé si la comunicación sea reflexión. Yo no sé si las redes sociales nos hayan liberado de algo. El hecho de estar más comunicados nos ha hecho más prudentes y más críticos. No lo sé.

—¿Y la oposición tiene la capacidad de crítica?

—Lo que veo es que ni los partidos políticos, las instituciones públicas, los gobiernos de los estados no nos dan visos o luces de representar un camino de salida a esta crisis perpetua en la que vivimos. Yo apelaría al individuo. A la autoreflexión y a la crítica. A no dejar de pelear en tus propios terrenos. A la desconfianza, pero una desconfianza no subjetiva, no resentida, sino casi como un principio de conocimiento. Desde mi punto de vista, no hay en este momento visos de ningún tipo de esperanza social. Hay algunos espacios, medios, grupos, barrios y localidades, que de alguna manera están al margen de todo este caminar desbocado hacia la derrota. Pero yo guardo pocas esperanzas.

—Hay cuestiones, como las de Alfredo Castillo…

—Mira: a Alfredo Castillo no lo conozco. Debe ser uno de tantos miserables que toman puestos sin ningún conocimiento y que creen que pueden, desde su posición jerárquica, dictar normas. O hacer exámenes a los deportistas y al estado de cosas. Yo invitaría a quien me escuchara a que se olvide de estar haciendo piras de tanto funcionario mediocre, que no vamos a acabar con la lepra administrativa sólo llevando a la hoguera a dos o a tres funcionarios públicos. Que tiene que haber una crítica constante. Que no son los nombres propios, ni los dirigentes nada más. El fenómeno es mucho más complejo. Y trasciende al Gobierno mismo, trasciende a quién nombra a estos directores. ¿Qué hacen las cámaras legislativas y los Congresos a la hora de construir leyes para un bienestar mayor y mejor funcionamiento en el deporte?

—¿Esta masa de la usted me habla es cómplice de nuestros gobiernos? ¿Del PRI al frente del deporte por décadas?

—Yo creo que el poder de representación está en entredicho. Incluyendo la Olimpiada. Yo no me siento representado por los mexicanos que fueron a la Olimpiada. Es decir, ¿qué es eso? ¿Qué es un país? ¿Una Patria? ¿Tenemos un país? Yo pondría ahí el énfasis de toda esta charla. ¿Tenemos un país que pueda ser representado? ¿Por quién? ¿Qué clase de país es este? Yo no me siento representado. Ahora que “el cielito lindo” se ha vuelto casi un canto funeral en Río de Janeiro, y que en lo personal me parece una canción detestable, porque cada vez que viajo escucho a alguien que se quiere afirmar cantando el “cielito lindo” y yo corro en sentido contrario. ¿Qué es una Patria? Unos libros, tus amigos, las personas que te hacen bien. ¿Las instituciones que procuran tu bien? ¿Hay seguridad cuando sales a la calle? ¿Caminas? ¿La policía jamás a va estafarte? ¿Las instituciones siempre van a estar cuidando tu salud? Bueno, si sí, entonces podemos hablar de país. Mientras tanto dónde está el país. ¿Cuál es esa entelequia que llamamos México? Por eso a mí no me preocupa tanto los resultados de los mexicanos en los Juegos Olímpicos, porque tienen un pasaporte que los llama mexicanos. Pero este es un país complejo. Dividido en muchas regiones, por culturas diversas, comidas distintas, temperamentos diferentes y con instituciones que no están haciendo nada desde mi punto de vista país. Esta es mi opinión. Toda opinión que deviene con convicción es aterradora. Es decir, estas son mis opiniones en este momento y son opiniones personales. Porque siempre hay que estar abierto al diálogo. A transformar lo que cada uno piensa acerca de las cosas.

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