El “sueño americano” es mito, dice Der Spiegel; deportados se enteran que vivir allá, en EU, era un infierno

22/07/2014 - 6:43 pm

Por Luis Chumacero González Durán

Ciudad de México, 22 de julio (SinEmbargo).– Fue James Truslow Adams quien en su libro The Epic America popularizó la idea del Sueño Americano:

“El Sueño Americano es aquel sueño de una tierra donde la vida debería ser mejor y más rica y más completa para todos, con oportunidades para cada cual según su habilidad o mérito […] independientemente de las circunstancias fortuitas de su nacimiento o posición”.

¿Cuántos mexicanos no han cruzado la frontera en busca de ese sueño a menudo encontrándose con una pesadilla muy distinta de sus esperanzas? Un artículo que la revista alemana Der Spiegel publicó ayer relata la historia de tres mexicanos que crecieron sin papeles en Estados Unidos y que al ser deportados a México han podido vivir algo más parecido al tal Sueño Americano.

“Cuando los agarra la policía, sólo les queda lo que llevan puesto. No tienen tiempo para despedirse de familia y amigos: los hijos de inmigrantes mexicanos ilegales que crecieron en los Estados Unidos sin permiso de residencia. A menudo son delitos menores los que alertan a las autoridades de su presencia: viajar sin pasaje en el metro, beber cerveza por la calle, un control rutinario”, escribe Der Spiegel.

Desde 2005 son más de medio millón los jóvenes de entre 18 y 29 años que han sido deportados de vuelta a México, informa la revista. Muchos son expulsados del único país que conocen, a uno que les es extraño y que les significa un shock cultural, pero que es también una fuente de oportunidades que no tenían en los Estados Unidos.

En México se buscan trabajadores capaces de hablar en inglés y ciertos negocios, como los callcenters, no hacen sino crecer. La vida que dejan atrás los mexicanos deportados no siempre es un idílica y la que comienzan puede ser mejor.

En 2011 El País escribía que “el número de entradas ilegales a EU desde México roza mínimos históricos”.

En 2012 The Economist hablaba sobre una “marea baja” en la inmigración mexicana. Sus datos revelaron que entre 2005 y 2010 fueron más los mexicanos que salieron de Estados Unidos que los que entraron. Esto por varios motivos, pero fundamentalmente por razones económicas. En Estados Unidos la economía no había ido viento en popa y en México la cosa no iba tan mal. De pronto, irse de repatriado podía ser mejor opción que quedarse de inmigrante.

La situación de hace dos años no es tan incongruente con la de ahora. En un artículo del mes pasado, la misma revista inglesa hablaba sobre la reciente crisis inmigratoria de Estados Unidos. Revelaba en primer lugar que el grueso de los nuevos migrantes no son mexicanos, sino centroamericanos y reafirmaba que durante los últimos años la migración hacia Estados Unidos desde su frontera sur había ido a la baja.

En un barrio pobre de California vivía con sus compadres por la calle y una pandilla era su familia sustituta. Bebían, se agarraban a golpes. Su madre trabajaba doce horas diarias en una fábrica. El primer mexicano que entrevistó Der Spiegel tiene 25 años y se llama Juan Carlos. Dijo que “pertenecía a una tropa en patineta, no nos metíamos en pendejadas y asaltos, pero de alguna forma terminas dentro de una pandilla”. También dijo que allá se había sentido como “en un país de tercer mundo”.

Cuando tenía 18 años Juan Carlos fue por primera vez a prisión en los Estados Unidos, explica que fue por hacer graffiti. Cuando fue arrestado y liberado por segunda vez las autoridades se percataron de que no había nacido en EU y lo enviaron al siguiente día a México.

“En el Distrito Federal dio con distintos trabajos”, dice la publicación de Hamburgo, “primero en una cadena de comida rápida, después en una fábrica de chocolates. Eventualmente cayó en la cuenta de lo útil que podía ser su habilidad con el inglés. Se postuló para trabajar en un callcenter y empezó a ganar tanto como alguien con una licenciatura: hablar inglés fluido vale casi tanto como tener estudios universitarios”.

Juan Carlos dice estar agradecido por la deportación, aunque admite extrañar a la familia que dejó atrás en Estados Unidos. Trabaja actualmente como contador para una cancillería que se especializa en casos de migración, quiere eventualmente tener una casa propia, cursar una licenciatura por la tarde y seguir manteniendo a su hijo.

La segunda mexicana que habló con Der Spiegel se llama Adriana Cervantes y tiene 24 años.

Adriana decidió un buen día asistir a una fiesta que le valió ser deportada. La policía la encontró junto con sus amigas bebiendo por la calle, lo cual es ilegal en Estados Unidos, y ella era la única sin documentos.

La revista con base en Hamburgo cuenta que Adriana quiso oponerse a la deportación y por ello tuvo que pasar dos meses en prisión, en donde su experiencia fue más bien afortunada porque las otras prisioneras cuidaron de ella, que pasaba noches en vela por el miedo que tenía.

Fue enviada a México y no quiso arriesgarse a volver a cruzar la frontera, de todas formas no hubiera tenido papeles y dice que “en Estados Unidos aún con un número de Seguridad Social nunca hubiera tenido la oportunidad de trabajar en una oficina con aire acondicionado”.

En Estados Unidos tuvo buenos resultados académicos pero no lograba siquiera tener trabajo en una gasolinera, escribe la publicación alemana. En la Ciudad de México Adriana aprovechó su inglés para trabajar también en un callcenter, donde gana unos 12 mil pesos al mes y tiene bonos, aumentos, y medicamentos gratuitos. Pronto piensa cambiarse a un banco.

Adriana le dijo a revista germánica que es irónico tener que haberse ido de Estados Unidos para terminar aconsejando por teléfono a gente de ese país. Dice que “en el callcenter tienes una nueva vida, incluso si has estado en prisión o estás tatuado. Allá les interesa sobre todo cuántas horas puedes trabajar y qué tan bueno es tu inglés”.

De 30 años, María Ponce fue la tercer mexicana en concederle una entrevista al Spiegel.

Voluntariamente dejó los Estados Unidos para regresar a México. Sus padres habían migrado porque soñaban con una mejor educación para sus hijos, pero no pensaron en qué significaría vivir indocumentados. Su madre trabajaba limpiando, su padre se rompía al espalda en una fábrica de pescado, ella estudiaba economía pero los trabajos que encontraba tenían que ver con limpiar o hacer de mesera.

Adriana dijo a la revista alemana haber vivido con un miedo constante de ser deportada. Cuenta una vez que la policía fue a su casa porque los vecinos se quejaron de lo alta que tenían la televisión y de otra que su familia y ella fueron insultados de forma racista en una pizzería. Al no tener papeles se sentía impotente para protestar o luchar por sus derechos: llamar la atención era correr el riesgo de que la sacaran del país.

Llegada a México encontró empleo igualmente en un callcenter, informa Der Spiegel. Para pelear por los derechos de mexicanos participa en la organización Dream in Mexico. También ha aparecido en programas de televisión y escrito un libro sobre los Soñadores (Dreamers), los mexicanos en Estados Unidos que buscan una mejor situación.

Dijo a la revista alemana que “se piensa que los Estados Unidos es la tierra de las posibilidades… pero eso son tonterías”.

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