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Alejandro Páez Varela

04/06/2018 - 12:08 am

Así no

Sólo es adecuado cerrar la boca frente a la tragedia cuando eres parte de la tragedia: esa élite se fundió a un gobierno, el de Peña, que actuó como si las mayorías estuvieran bajo una carpa, en el zócalo, y sólo se necesitara una lluvia o el sol para echarlos a la sus casas. Un gobierno que vio este país como si fuera el Estado de México, con su prensa a modo, empresarios a modo, organizaciones civiles a modo e incluso partidos políticos corruptos y a modo.

Que Germán Larrea le pregunte a las familias de todos los mineros muertos por quién van a votar para que entienda por qué. Foto: Presidencia de la República

El Gobierno del Presidente Enrique Peña Nieto tuvo varios eventos que conmovieron el corazón, a veces duro, de mexicanos de todos los colores y todas las tendencias. Pondría en primer lugar la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. No olvido que cuando se dio a conocer la noticia de que supuestamente los habían quemado –fundamento de la “verdad histórica”–, un amigo y yo habíamos quedado para desayunar un sábado. Es un amigo que no se conmueve con cualquier cosa. Me dijo esto: “Me voy a quedar con mis hijos. De verdad no tengo humor para salir a la calle. Tengo el alma rota”. Me sacudió. Millones nos sacudimos entonces y millones seguimos conmovidos con el papelón que hizo el Gobierno con ese caso, hasta hoy impune.

Fuimos testigos, en este sexenio, del episodio de la “casa blanca”, destapado por Carmen Aristegui y su equipo. El núcleo duro de Estado y del priismo cerró filas con Peña casi en automático –como era de esperarse– mientras que entre los ciudadanos había indignación y coraje. Armando Hinojosa, dueño de Grupo Higa, tenía (tiene) miles de millones en contratos pero era, a la vez, el financiero de la casa del Presidente y su esposa. Tipo oscuro y tenebroso, se ganó los reflectores. Angélica Rivera, la amada “Gaviota” de las telenovelas, se cayó de su nicho, en vivo y en directo, para millones de mexicanos que le tenían alguna estima. El Gobierno entraría, a partir de allí, en una crisis de la que ya no se recuperó a pesar de los miles de millones que, violando los topes establecidos por el Congreso, repartió a los medios.

El doctor Juan Manuel Mireles nos abrió los ojos en este gobierno cuando narró cómo los criminales se llevaban a las hijas de los pueblos de Michoacán y las regresaban embarazadas, meses después; y encabezó una guerra civil para recuperar los territorios perdidos por el Estado, y todos nos conmovimos. En Tanhuato, en Nochixtlán y en Apatzingán, fuerzas federales llevaron a cabo, en eventos distintos, ejecuciones sumarias que nos pusieron los cabellos de punta: ¿en manos de quién estamos?, nos preguntamos.

Y hubo episodios tristes, también; lamentables para millones porque no se trataba sólo del Presidente quien salía humillado, sino todos nosotros, como mexicanos. Y ejemplifico en uno: la estúpida bienvenida a Donald Trump en Los Pinos. Qué coraje y qué desatino. Cuánta indignación.

Miles de muertos en el sexenio, más aún que con Felipe Calderón. Decenas de casos de corrupción como el de Odebrecht que se quedan sin castigo. O el del famoso socavón. O el infame nombramiento de Virgilio Andrade para “investigar al Presidente”. O Rodrigo Medina, César Duarte, Javier Duarte, Roberto Borge, Tomás Yarrington, Eugenio Hernández. O los asesinatos de periodistas, como nunca antes en la historia. O los feminicidios.

Sí, millones de mexicanos nos conmovimos una y otra vez con estos escándalos. Y los que tuvieron voz, la usaron. Y los que pudieron, marcharon. Y los que tenían redes sociales las aprovecharon para exigir, demandar, plantear su indignación o comentar.

Millones de mexicanos, excepto un puñado. Alberto Baillères, Claudio X. González, Héctor Hernández, José Ramón Elizondo, Eduardo Tricio o Germán Larrea jamás hablaron frente a las tragedias, frente a la desesperación o la indignación. Frente a un gobierno que alcanzaba niveles inéditos de deuda, devaluación de la moneda e incluso inflación que ya no se veía. Se encerraron en el silencio más cómplice, a pesar de tener los recursos para usar, al menos, su voz.

Ni una sola vez denunciaron la corrupción en el Gobierno. Ni una vez exigieron la aparición de los 43 estudiantes. Jamás demandaron a las fuerzas federales que no desaparecieran y ejecutaran ciudadanos. Nunca pidieron hacer algo por los periodistas asesinados y por el abandono de sus familias. No estuvieron con el resto para exigirle al Gobierno federal que hiciera algo por los desplazados o por los desaparecidos o por las miles de mujeres que son violentadas, asesinadas. No usaron sus recursos para –deje usted ayudar– denunciar el aumento de la pobreza, los gasolinazos, los engaños y las promesas incumplidas de Peña Nieto.

Ni una sola vez.

Ahora quieren imponernos un Presidente con campañas de miedo. Y como las campañas de miedo ya no les funcionan, llaman al “voto útil”, que es útil para ellos.

Ahora quieren decirnos, a usted y a mí, a sus empleados y a quienes los escuchan, qué hacer con nuestro voto.

Eso es, francamente, no tener madre.

***

Sólo es adecuado cerrar la boca frente a la tragedia cuando eres parte de la tragedia: esa élite se fundió a un gobierno, el de Peña, que actuó como si las mayorías estuvieran bajo una carpa, en el Zócalo, y sólo se necesitara una lluvia, los granaderos o el sol para echarlos. Un gobierno que vio este país como si fuera el Estado de México, con su prensa a modo, empresarios a modo, organizaciones civiles a modo e incluso partidos políticos corruptos y a modo.

Es fácil para esa élite de empresarios cerrar los ojos cuando se es parte de un gobierno que cree que el resto no existe o es, simplemente, las sobras necesarias de cada banquete. Por eso, ese puñado que quiere ahora ponernos Presidente se encerró, encantado, en la cápsula que sólo sirvió para repetirse el botín: la Presidencia de la República. Y mientras, todo lo demás se descomponía.

Dónde estuvieron ésos cuando los gritos que clamaban justicia, poner fin a la impunidad y a la corrupción, se topaban con oídos sordos. Dónde estaban mientras se negaba a la gente la oportunidad de tener acceso a la justicia. Pues ahora esa gente tiene las urnas para cobrárselas, como decía ayer el abogado Ulrich Richter en El Universal. Se olvidaron que México no es el Estado de México, donde los demás son pobres y reciben una lámina en cada elección y con eso tienen para votar por el PRI.

Ésa élite de empresarios y su gobierno favorito se olvidaron que los pueblos, de vez en cuando, toman sus propias decisiones.

Y ahora quieren decirnos por quién votar. Ja. No jodan. Así no.

***

Se les lastimaron las muñecas de tanto aplaudirle a Carlos Salinas, a Ernesto Zedillo, a Vicente Fox, a Felipe Calderón, a Enrique Peña. Impulsaron sus gobiernos y se hincharon de billetes con ellos sin necesidad de responsabilizarse de nada. Qué cómodos.

Ahora les asusta la posibilidad de que los trabajadores recuperen algo de lo que han perdido.

Porque resulta que debemos agradecerles cuando dan empleos de hambre (los peores salarios de todo el continente están en México) en las playas que se apropiaron, las minas que se quedaron, los pozos de agua y de petróleo que chupan como si no hubiera mañana. Porque resulta que les debemos hacer manicure aunque perdimos, en estos años, la seguridad social, y nos llevaron en masa a las empresas de outsourcing. Resulta que esa élite se siente ahora con derecho a imponernos Presidente, que porque el que viene, según las encuestas, los llama por lo que son: traficantes de influencias.

Ahora resulta que se sienten con la autoridad moral de pedirle a sus empleados que laman, como perros, los collares que les pusieron en el cuello.

Ja. No jodan. Así no.

Alejandro Páez Varela
Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx

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