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Susan Crowley

04/11/2023 - 12:04 am

El universo en una cabeza

El tonto inocente somos cada uno de nosotros y nuestra conquista de la consciencia, la verdadera sabiduría que es la renuncia al ego por amor al otro. Un amor que se desborda en la música, transformándola en un infinito encuentro y salvación.

Entrar al universo de Richard Wagner supone una exploración en muchos sentidos. Para quien se fascina por la ópera, es el espectáculo total. Una oportunidad para vivir una experiencia más allá de las pegajosas melodías y temas que tanto nos agradan en otros autores. La melodía infinita y la aparición de los leitmotiv nos guían dentro de la complejidad de los personajes, sus deseos, infortunios, felicidad, frustración y realización. Los laberintos psicológicos a los que el artista nos conduce dejan de ser simples caracteres del melodrama tradicional para convertirse en arquetipos: deberán recorrer el camino del héroe, librar batallas, elevar su condición a otro plano, trascender y con ello salvar su alma. Para el compositor el alma de sus héroes y heroínas es una extensión de la esencia humana.

Una de las muchas sensaciones que nos quedan al escuchar o ver cualquiera de las óperas del compositor alemán es su necesidad de equilibrar las fuerzas universales. Wagner es un constructor de mitos, tal vez el último heredero del género clásico. La entrega, el sacrificio, la derrota del mal, el reconocimiento de ciertos valores más allá de los límites humanos, la derrota de la mezquindad y los bajos instintos son una constante: las fuerzas oscuras se han adueñado del mundo y es urgente recuperarlo. Ninguno de los personajes se debate por cuestiones mundanas, en ellos habita el orden universal que lo rige todo: poder, ambición, fidelidad, sacralidad, amor; todo simbolizado por la espada, el oro, el elixir, el grial. Objetivación de la condición humana expuesta a la totalidad y al riesgo, el precipicio del que habla Kierkegaard; ese estadio en el que nos ponemos a prueba hasta las últimas consecuencias.

El drama musical wagneriano es, además de un arte total, una suerte de filosofía y religión, por lo menos así lo consideró su creador. Viaje espiritual que nos exige ser más que espectadores ordinarios. Artistas contemporáneos y posteriores a Wagner sucumbieron a este llamado, dejaron todo, siguiéndolo como su guía. Ludwig II, Marcel Proust, Oscar Wilde, Thomas Mann, una buena cantidad de integrantes de las hoy llamadas LGBTQ+; más adelante directores de cine como Visconti, Lars von Trier, Syberberg integraron la obra de Wagner a su arte. Tal vez este fanatismo sea el origen de la pasión y más tarde la furia del filósofo Federico Nietzsche, uno de sus más cercanos amigos y más tarde su peor enemigo. ¿Qué fue lo que tanto enojó al filósofo?

En el Nacimiento de la tragedia, Nietzsche habla de dos fuerzas míticas que irradian con su poder a los humanos: la apolínea (Apolo) y la dionisiaca (Dioniso). En la concepción del pensador, los dioses interfieren a su antojo en el destino humano. Existe la idea de super hombre (übermensch) que lleva a cabo ciertos actos heroicos para complacer a sus dioses. Pero, sin saberlo es una ficha más del tablero divino.

En el ciclo El anillo del nibelungo (Der Ring des Nibelungen), el mundo está regido por dioses paganos cuyos caprichos mueven la vida; la ambición, el amor, el odio e incluso la destrucción de su propio panteón. Wothan (como Zeus) vive fascinado por sus conquistas. Tiene hijos con sus amantes, provoca celos irrefrenables en su esposa Frica y se traiciona a sí mismo y a su estirpe con tal de aplacar su furia. Pero su más grande ambición es poseer el anillo de oro con el que podrá dominarlo todo. Pareciera no preocuparle que su ambición entraña una maldición.

En la música de su admirado, Nietzsche encontraba fascinante esta lucha entre Apolo y Dioniso. Sin buscar justificación moral alguna, es la encarnación de su filosofía. Y si le faltaba abonar a su causa, con Tristán e Isolda, encontró que el amor, entendido como un acto de otredad, no servía más que para aburrir e instaurar el tedio vital. Ese amor devoto que, como diría San Pablo en su carta a los Corintios, es comprensivo y servicial; que no sabe de envidias, jactancias, ni orgullos. Que no es grosero, egoísta, que no pierde los estribos, que no es rencoroso, era ideal para los cristianos bien intencionados, no para los proto héroes. La vida de Wagner y su obra eran un claro ejemplo de las fuerzas opuestas que proclama Nietzsche. Un acto de voluntad que, incluso, implica la destrucción del ser amado.

La lucha de Eros se manifiesta en los amantes de Wagner, especialmente en Tristán e Isolda, que son arrastrados a la voluntad erótica sin oponer resistencia. Es un amor que devora, que consume al otro sin necesariamente desear su bien. El amor traspasa, destruye. El amante es un pretexto para afirmar el “yo”. Isolda se ve a sí misma amando a Tristán que únicamente le sirve para reconocer-se y agotar su potencia erótica. Sería imposible concebir en ella un amor cristiano. En estos amantes a tumba abierta no existe la renuncia, ni la comprensión, son egoístas. Carcomen las entrañas del otro, lo desangran. Paradójicamente, en consumir al amante está la propia desintegración. Eso es la muerte por amor de Isolda, un exceso que no puede contenerse en el cuerpo.

Como Wagner, los amantes están ciegos. Narcisos cuyo poder convoca a sí mismos. Son onanistas, no buscan la redención. Por eso la muerte por amor de Isolda (liebestod), es una incursión al misterio, a lo inescrutable, es penetrar el sinsentido cuyo único propósito sería anularse y anular al amado. Es la disolución de un cuerpo que impide el rostro o la renuncia porque no hay a qué ni a quién renunciar, en la muerte se funde la única y posible integración del ser en la nada; el nihilismo nietzscheano. El mito triunfa por sobre toda intención humana y exige un eterno retorno, un círculo que no se cerrará jamás. Desde luego, no hay libre albedrío ni sujetos, solo vehículos en cumplimiento de lo inexorable. Con esta definición parecía que Wagner había entregado su legado y permitía a Nietzsche sustentar su filosofía encarnada en el arte.

Sin embargo, en su última obra, Wagner dio un vuelco traicionando todo su cuerpo de obra anterior. Parsifal, el tonto inocente, es su testamento. Lo nombró festival escénico sacro (bühenweihfestspiel), una reivindicación en contra de su causa pagana y con la que se volcó al cristianismo oriental, como sujeto de posible redención. Nietzsche llamó a esta redención fragilidad de espíritu, incluso debilidad de su dios de cabecera.

Parsifal vivirá una conversión espiritual que le permitirá conquistar el Santo Grial, símbolo del cáliz en el que Cristo vertió su sangre, y recuperar la lanza con la que fue atravesado en la cruz. En la versión del director alemán Häns Jurgen Syberberg (que puede verse en YouTube, aquí dejo la liga: https://www.youtube.com/watch?v=uRIfcmt0AV0) este tránsito se lleva a cabo a través de la máscara mortuoria de Wagner. Los ojos, las fosas nasales, los oídos, la boca, el cerebro del compositor se abren para ilustrar las escenas. De la divinidad-Wagner, mente sagaz que piensa y crea al mundo brota todo.

En el monasterio de Montsalvat, los caballeros del Grial sufren la desgracia de Gurnemanz que fue herido por el malvado Klingsor, quien tiene en su poder la lanza sagrada que podrá curarlo. El brujo, antes caballero del Grial, se automutiló para satisfacer su deseo y fue expulsado. Solo quien sea capaz de enfrentar a Klingsor y a Kundry, una hechicera a las órdenes del mago negro podrá salvar a Gurnemanz. El ingenuo Parsifal recorrerá peligrosos caminos de seducción para transformarse en el salvador y lograr el equilibrio perdido.

El tonto inocente somos cada uno de nosotros y nuestra conquista de la consciencia, la verdadera sabiduría que es la renuncia al ego por amor al otro. Un amor que se desborda en la música, transformándola en un infinito encuentro y salvación. El super hombre es un Cristo capaz de sacrificarse por la humanidad. Cada leitmotiv, la espada, el Grial, la seducción, es utilizado por Wagner como instrumento de curación. Una curación que nos libera de las fuerzas paganas. Nada más alejado del pensamiento de Nietzsche. Parsifal es el testamento de un Wagner que, habiendo explorado todos los instintos y los apetitos, ve en la ascesis la más alta de las cualidades del ser.

Inicio de otra religión, otra forma de concebir el arte y el pensamiento a través de la música, tal y como lo describe Syberberg desde la cabeza del músico alemán. Traición a Nietzsche, o no, una de las experiencias musicales más sublimes creadas por un artista.

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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