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Jorge Alberto Gudiño Hernández

05/11/2022 - 12:05 am

No acostumbrarse nunca

“Hablamos de personas muertas, de partes de sus cuerpos, de posibles descuartizamientos y de entierros cuestionables. Incluso si sólo fuera un problema de negligencia sanitaria por parte de los encargados de sepultar los cuerpos, sería grave”.

“El recuerdo detonó por algo mucho más grave. Dos perros esta semana. Dos perros cargando partes humanas”. Foto: Bernardino Hernández, Cuartoscuro

El recuerdo me llega impreciso, como la mayoría de los que provienen de mi infancia. Sé poco de las circunstancias, pues no es el recuerdo de una vivencia sino de un diálogo. Ignoro, pues, mi edad, pero no debía tener más de siete u ocho años. No sé a quién le escuché la anécdota: ¿una vecina, una amiga de la familia, alguien en la fila del banco? Ni idea. Sé, en cambio, que apenas fueron unas cuantas frases. Las primeras, para dejar en claro que el hijo de quien hablaba (eso sí lo sé, era una mujer), había perdido un cacho del dedo (¿cortado, rebanado, desgarrado, arrancado, fileteado…?). Las últimas, para asegurar la el apéndice faltante se lo había lanzado a un gato que se lo había comido.

No sé más. Si acaso, sé que me afectó. No el desconocimiento de la historia completa y su contexto, habría sido excesivo para mi edad. Sino la imagen del felino comiéndose un dedo. Tal vez por eso suelo conservar una respetuosa distancia con los gatos cuando los veo. Uno nunca sabe, tal vez el inconsciente y los traumas de la infancia evitan que los acaricie.

Mentí. Sí sé algo más: durante décadas no pensé en la escena del gato, del dedo, del dedo y del gato. Ahora que la recordé, lo hice sin imágenes. No vi volando un dedo ni a un gato atrapando con sus fauces el alimento. Recordé, en medio de la bruma, ese diálogo y, sobre todo, la incomodidad que me provocó: me sentí de nuevo mal, por el niño que fui, por lo que me significó entonces, por la inquietud provocada y, también, porque me da trabajo acostumbrarme a la idea del gato devorador de dedos. Incluso más, me resulta incómoda la imagen de una persona que, en cuanto pierde una parte de su cuerpo, decide lanzársela a su mascota (¿o era un gato feral?) en lugar de guardarla y correr a los servicios de emergencia.

Sé que exagero. Desconocer la historia completa me lleva a eso. Quizá haya sido sólo un pedazo de piel, la yema del dedo, un padrastro y ya. La incomodidad, sin embargo, persiste.

El recuerdo detonó por algo mucho más grave. Dos perros esta semana. Dos perros cargando partes humanas. Un perro cargando con el hocico una cabeza. Otro perro jalando una pierna. Humanos. Las imágenes circularon pese al horror que significaban.

Tampoco conozco las historias específicas. Ignoro de dónde sacaron los perros las partes humanas. No sé (aunque intuyo) qué hicieron con ellas. A diferencia del niño que fui, puedo imaginar varias explicaciones que cierren los huecos de lo que ignoro. Explicaciones que, en ningún caso, son positivas. Hablamos de personas muertas, de partes de sus cuerpos, de posibles descuartizamientos y de entierros cuestionables. Incluso si sólo fuera un problema de negligencia sanitaria por parte de los encargados de sepultar los cuerpos, sería grave.

Todas las preguntas en torno a estas imágenes apocalípticas son relevantes. Hay muchas que deben contestar las autoridades. Hay, empero, una que debemos responder nosotros: ¿por qué no estamos hablando más de eso? El cuestionamiento no es mío, se lo debo a un amigo: ¿por qué no estamos hablando más de eso? Dos perros pasean con partes humanas por la calle, una cabeza y una pierna, y no estamos hablando más de eso.

Quiero suponer que es por un shock similar al de mi infancia, pero no soy ingenuo. No hablamos más de eso porque, en alguna medida, ya nos acostumbramos al terror. Cuando éste se vuelve curiosidad (“mira, ahí va un perro con una cabeza humana en el hocico”), sólo puede implicar que las cosas están mucho peor de lo que pensamos. Si alguna responsabilidad nos toca, es la de no acostumbrarnos nunca.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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