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General Gallardo

06/01/2020 - 12:03 am

Un año de la 4t entre simulaciones y traiciones

Lo anterior es paralelo al persistente desmantelamiento de cualquier forma de contrapesos institucionales que se perciban para obstaculizar la libertad de acción de su gobierno. Cabe recordar que estos mecanismos se diseñaron y construyeron (desde el Siglo de las Luces) justamente para acotar el monopolio y los males derivados del pensamiento único.

“En México, a un año de haber presenciado un cambio climático en la política, especialmente en el peculiar estilo de gobernar del Presidente, se puede razonablemente asegurar que el pensamiento, virtudes, convicciones, personalidad, filias y fobias y, en general, el peculiar modus operandi del mandatario frente al candidato Andrés Manuel López Obrador que conocíamos han quedado finalmente al descubierto”. Foto: Mireya Novo, Cuartoscuro

El mensaje contundente de la historia es que la crítica y apertura a la diversidad del pensamiento fortalece y no debilita la administración del gobernante.

La capitulación de la capacidad crítica de un pueblo, que ocurre en aras de manifestar una solidaridad, cariño o aprecio a un líder amado que encabeza una causa popular transformadora -no importa cuán visionaria y justa sea-, nunca será una virtud liberal y mucho menos democrática por el hecho de que esta suerte de aprecio exagerado evoluciona en una subordinación rayana en una veneración cuasi sagrada, que desemboca en la cancelación del valor y la diversidad de la inteligencia colegiada y colectiva.

En la experiencia histórica es común observar que esta acrítica conducta, impregnada de un tufo de fundamentalismo religioso, contagia a los recién empoderados, quienes, inflamados por la inspiración de su alta vocación transformadora –luego de encabezar una ofensiva heroica contra el sistema y los vicios de un Estado delincuente–, abrazan una cruzada incontestable de verdades sin contrapesos, que evolucionan hasta construir la sospecha y extrañamiento de estar frente a un líder transformado. Éste, si bien todavía investido por el halo libertario de su lucha, en realidad, en los hechos, sin darse cuenta, inexorablemente transita desde el difícil camino de la izquierda militante hasta abrazar las mejores prácticas de la ultraderecha más acabada.

En este estado, no es infrecuente observar una conducta dual del novel gobernante, quien, si bien en el discurso encarna los valores más apreciados de la izquierda progresista, frente a la realidad de los poderes fácticos que se imponen para obstaculizar y contrarrestar su utopía, su activismo cede y se torna de pronto simultáneo a camuflar su administración autoritaria, orientada (sin darse cuenta ni desearlo) a privilegiar secretamente a las élites.

El problema ulterior es que este fenómeno, típicamente escala el camino de construir una administración totalitaria, dejando en el aire social una sensación de desazón desconcertante que obliga eventualmente al pueblo que lo apoya a revisar la integridad y congruencia original del espíritu del otrora candidato.

Esta inquietud abre la puerta a la emergencia de una errática atmósfera mediática de sospechas, de dimes y diretes, que al escalar el poder reacciona y la contrarresta con la socorrida estrategia de enfrentar a ricos y a pobres, a protestantes y católicos, a indígenas y mestizos, a liberales y conservadores, sembrando en el camino una semilla envenenada que –en un país heterogéneo de clases, reivindicaciones y culturas– pudiera eventualmente desembocar en la fractura de la unidad de la nación que se administra.

Así, el culto a la personalidad, elevado a la temperatura irracional del fanatismo, en el terreno de la experiencia le termina haciendo un flaco favor al dirigente, quien, ante la capitulación manifiesta de sus huestes para ejercitar la responsabilidad crítica y correctiva de su régimen, al final contribuye a restar eficacia -en lugar de acreditar- el quehacer cotidiano de su líder. 

En México, a un año de haber presenciado un cambio climático en la política, especialmente en el peculiar estilo de gobernar del Presidente, se puede razonablemente asegurar que el pensamiento, virtudes, convicciones, personalidad, filias y fobias y, en general, el peculiar modus operandi del mandatario frente al candidato Andrés Manuel López Obrador que conocíamos han quedado finalmente al descubierto.

Aquí, el rasgo que llama la atención es la transformación axiológica y ontológica que quizás ni el mismo López Obrador en sus peores pesadillas haya remotamente imaginado: la de un día despertar y descubrirse encarnado en un lobo feroz de ultraderecha, camuflado con una conveniente piel de oveja de la izquierda. Lo anterior, si bien dibuja sólo una imagen literaria, la utilizo para subrayar la percepción que, me parece, se fortalece día con día por la manifiesta insistente proclividad e indulgencia jurídica del presidente con las élites, a la descalificación sistemática de la crítica, a su actitud tolerante de su política exterior para enfrentar las agresiones a los migrantes en los Estados Unidos de América y muchas otras.

Lo anterior es paralelo al persistente desmantelamiento de cualquier forma de contrapesos institucionales que se perciban para obstaculizar la libertad de acción de su gobierno. Cabe recordar que estos mecanismos se diseñaron y construyeron (desde el Siglo de las Luces) justamente para acotar el monopolio y los males derivados del pensamiento único.

Este análisis nos lleva a pensar y a consolarnos de que, si bien los liderazgos y las administraciones públicas de izquierda o de derecha (hoy agotadas) son todavía indispensables para asegurar la administración del orden y la justicia social en las sociedades civilizadas, resultan cada vez más marginales frente al imperio de la ley, porque la época de los liderazgos únicos, de los estadistas visionarios o cualquier otro tipo de imposiciones ideológicas a un pueblo, ya no determina o resuelve, como solía hacerlo, la conducción omnipresente de la cosa pública, que cada vez más se cocina y deposita en el poder plural de la ciudadanía.

La tolerancia a la autocrítica y la apertura liberal renovada del Presidente Andrés Manuel López Obrador a la pluralidad del debate y la participación de todos –no importa si son de izquierda, del centro o la derecha– determinará en los años por venir, no sólo su lugar justo y generoso en la historia, sino el valor y visión de la verdadera cuarta transformación de nuestra patria. (Proceso/De Paula León)

En este marco de inquietudes, la obstinación a imponer ideologías provenientes de la ignorancia e improvisación, simulaciones y mentiras, del que nunca tuvo y llega a tener, se presenta el fin de la segunda década del presente milenio, 2019 el año más violento hasta ahora registrado en la historia de México, toma gran relevancia por tratarse del primer año de un gobierno que se jacta de legítimo y democrático.

En una proyección termina con cerca de 40 mil muertes, respaldadas por 30 millones de votos y una alta aprobación del Gobierno, que sostiene aún una crisis humanitaria, la inoperancia de las instituciones y el fracaso del sistema de seguridad y justicia.

La promesa de AMLO en campaña fue de regresar a los militares sus cuarteles, sin embargo, se hicieron reformas profundas a la Constitución, bajo la promesa de no hacerlas, militarizó al país con pretexto de combatir la inseguridad, perversamente se desarticuló el sistema de defensa y seguridad del Estado mexicano.

Van cerca de 60 masacres, al paso como se ve, por parte del gobierno de la 4t, no hay intención de pacificar y menos de construir la paz para terminar con la violencia, pues el mecanismo de construcción tiene base en la justicia transicional, lo que tocaría directamente al poder oligárquico y al poder militar, señalado como el principal violador de derechos humanos, de donde se concluye que hay arreglos a espaldas de la sociedad.

Pregunto: ¿Cómo quiere el Gobierno de la 4t, encontrar la paz y seguridad, violando la Constitución y el Estado de Derecho?

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