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Susan Crowley

06/08/2022 - 12:04 am

Una Bienal berlinesa

Especialmente ahora que ya no se puede evadir nuestra responsabilidad en los estragos del planeta, estas exposiciones están buscando dejar el glamour y concentrarse en las posibles vías de salvación de nuestro entorno.

La agudeza, sensibilidad y deseo de reparar de Kader Attia se pone ahora al servicio de una bienal como la berlinesa. Foto: kaderattia.de

Como su nombre lo indica, una bienal es una exposición que ocurre cada dos años y sirve como foro para una enorme cantidad de eventos, exposiciones, mesas de trabajo y conversaciones con un fin determinado. La ciudad anfitriona abre sus puertas y recibe gente de todo el mundo. Desde que Venecia impuso su sello, las bienales de arte se han convertido en las más atractivas para un cierto tipo de turismo que busca cultura, entretenimiento y la posibilidad de disfrutar una ciudad que literalmente tira la casa por la ventana. Artistas, comisarios, curadores, especialistas y un público deseoso de vivir el arte son los concurrentes a estos eventos.

Si bien la idea de una exposición de este tipo suena atractiva, últimamente ha sido criticada por sus presupuestos exorbitantes y la frivolidad con la que los socialités y personalidades del arte se pasean en alfombras rojas y cócteles; para muchos, incluso, las bienales resultan innecesarias e ineficaces. Especialmente ahora que ya no se puede evadir nuestra responsabilidad en los estragos del planeta, estas exposiciones están buscando dejar el glamour y concentrarse en las posibles vías de salvación de nuestro entorno. Debido a esto, los organizadores se han propuesto avanzar hacia objetivos mucho más precisos; forma y fondo deben servir como un foro que no sólo dure unos meses, sino que utilice su poder de convocatoria para influir y generar nuevas maneras de pensar al mundo, no solo al arte.

El Antropoceno es la era en la que el humano lo ha invadido y depredado todo, la necesidad de detener la degradación ambiental y social nos atañe a todos. En una bienal especializada en el arte, la individualidad y el ego del artista se hacen a un lado y el motor es el deseo de mover al mundo hacia el rumbo contrario del que hasta hoy lo hemos llevado. La Bienal de Berlín, en su edición número 12, está permeada por un espíritu de crítica y sin miedo a abordar ciertos temas incómodos como los estragos del colonialismo, el cambio climático y uno muy delicado, pero necesario, Israel.

En una ciudad monumental y cuya memoria se ha mostrado urgida por olvidar los trastornos de la Segunda Guerra Mundial, causados por su ambición de poder, aburguesada y convertida en la cool city del turismo joven, desenfadado y con intereses “cultos”, Berlín se aleja a pasos agigantados de la culpa histórica. Pero la experiencia que no sirve de aprendizaje tiende a repetirse. La unificación de las dos Alemanias, las migraciones, la crisis energética provocada por la guerra en curso, colocan a esta nación en una suerte de funambulista: optar por intereses mezquinos y cerrarse, o volverse el centro de la conciencia universal, al menos en lo que toca al poder transfigurador del arte. Y esto no es poca cosa, recordemos que fue precisamente el arte y los artistas los que salvaron a Alemania y a Europa de las ruinas.

A partir de su inauguración, la doceava Bienal de Berlín clama por este propósito. En pocos meses y comisariada por el gran artista y curador Kader Attia, nacido en una familia musulmana, francés de origen argelino y premio Duchamp en 2016, su grupo de curadoras, todas mujeres y los 82 artistas de todo el mundo, Berlín emprende un camino de conciencia, responsabilidad y, como el mismo Attia lo expresa, de reparación.

La historia se escribió con la tinta egoísta de los poderosos. Es tiempo de tabula rasa. Toca medir las consecuencias de las acciones cometidas por imperios que durante siglos explotaron a lo que consideraron su territorio, su sociedad, su naturaleza, devastando y esclavizando a naciones completas. Con la falsa noción de civilizado y civilizador, el hombre blanco occidental es la verdadera barbarie que intenta justificar sus acciones impías en nombre de una conquista que considera su derecho.

Con la justificación de llevar la modernidad y salvar a los “primitivos” de su atraso, las colonias no agotaron la ambición de los colonizadores. La ecología, la vida de millones de personas, el conocimiento, los ritos, la economía y los sueños de aquellos pueblos fueron destruidos. Pero igual que enriquecieron sus imperios pisoteando culturas milenarias, un día se fascinaron con el espíritu libertario y, sin más, dejaron abandonados, en la pobreza y en la descomposición social a quienes los habían servido como esclavos. Se retiraron dejando detrás suyo desigualdad, frustración y un futuro incierto.

Más adelante, movidos por el interés económico, en forma de empresas exitosas avaladas por teorías neoliberales, emprendieron una nueva colonización. Esta vez con sus productos, créditos y el espejismo capitalista. Ya no hablaban de esclavitud, pero esclavizaron a las personas convirtiéndolas en consumidoras adictas. El modelo neoliberal ha sido un escudo para la rapiña; el libre comercio, disfrazado de modernidad equilibradora, no ha podido garantizar los valores democráticos y universales que presume.

En la bienal de Berlín se destacan los trabajos de artistas que han revisado y documentado la voracidad de Occidente y su impacto contra aquellos que fueron considerados los “otros”. No queda más que pensar que si un día esos “otros” pudieron sacudirse el yugo de los imperios, ¿cómo podrán superar la nueva y voraz adicción al consumo?

Kader Attia un artista que a veces es más antropólogo, filósofo, arquitecto, psicoanalista y hasta sociólogo, sin dejar de ser un obsesivo reparador de la belleza, de las bellezas que no sabemos ver, llama la atención sobre este y otros asuntos complejos que deben revisarse. Uno de sus trabajos más comprometidos es sobre la deformación de rostros africanos, como parte de un ritual de embellecimiento, confrontados a las aberraciones causadas por el gas mostaza en los rostros de mercenarios franceses que pelearon en Argel. Abandonados por su país, fueron encontrados deambulando por las calles con sus uniformes hechos harapos, aunque llenos de medallas relucientes, así los capturó el espíritu sanador del artista. Otro de los importantes trabajos de Attia es una especie de crossover. La música ritual africana y su influencia en el hip hop norteamericano; de los cantos rituales a los estudios de grabación y grandes escenarios para después ser exportada como una moda a los sitios donde se originó. Híbrido de las dos culturas, pastiche inexplicable que crea una extraña adicción en los jóvenes africanos ansiosos de vestir y comportarse como ven a sus ídolos musicales en los canales de video.

El trabajo de Attia es infinito en cualidades. No solo es el reflejo de la belleza en los oscuros intersticios donde no somos capaces de mirar y él lo hace por nosotros. Es un artista del alma, con una densidad y honestidad en su discurso que nos produce asombro. También nos ayuda a encarar el lado oscuro de la existencia, sin sensiblería y hasta con un posible gozo. En cada obra suya hay una mirada transfigurada, otra forma de entender los abismos del ser en todas sus circunstancias con amor y con ética.

La agudeza, sensibilidad y deseo de reparar de Kader Attia se pone ahora al servicio de una bienal como la berlinesa en un intento más por hacer reaccionar a los visitantes y en general tratar de llegar lejos, como un llamado urgente para atender la condición agónica del planeta.

@Susancrowley 

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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