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Susan Crowley

13/04/2024 - 12:04 am

El arte de pintar desilusiones

Los últimos encuentros de arte presionan a los mercados con nuevas ideas, una de ellas es salvar al planeta cuya situación desesperada está a punto de alcanzar una crisis irreversible.

La obra de arte se ha convertido en una manifestación diversa, múltiple, velada a veces, oscura y terrible otras; en ocasiones provocadora pero también exasperante por su aparente ligereza. El arte dejó de considerarse reflejo de ideales, belleza y contemplación para convertirse en un posible catalizador de la realidad. En este sentido su reto es mayor. Hoy no se trata de pintar ilusiones, se trata de horadar en la situación límite a la que nos hemos arrojado. Pensadores, científicos, políticos, incluso filósofos no han podido resolver con teorías e ideas la problemática que enfrentamos. Tal vez sea el artista, un visionario que suele penetrar incisivo en la realidad, quien logre abarcar las disyuntivas que enfrentamos. Pero si bien en el pasado padecía la censura, ya fuera la Iglesia, los gobiernos, o uno que otro mecenas, hoy sufre al más implacable de todos, el dinero.

En las últimas décadas del siglo XX se produjeron cambios profundos que afectaron a las instituciones tradicionales y abrieron nuevos campos de apreciación. El comercio acaparó casi por completo al medio artístico e impuso su gusto y forma de capitalizarlo. Galerías, comerciantes, casas de subasta, consultores, intermediarios entraron en contacto con museos, curadores, expertos y el artista y conformaron la enorme cadena de intereses que hoy existe. La llamamos mundo del arte.

Hoy, esa cosmogonía se ha convertido en un fenómeno de masas. Nunca había existido tanto público deseoso de poseerlo. Por lo tanto, es necesario cuestionarse acerca de qué es el arte, qué lugar ocupa el artista, cuáles son las responsabilidades de cada uno de los involucrados. El objetivo es legitimar como producto tasable las ideas, los sueños y las disyuntivas de un artista. Pero más allá de crear una pieza que se disfrute, este enfoque no abona a su capacidad para mover al mundo o incidir en la realidad. ¿En dónde termina su fin práctico y temporal y cuándo empieza a ser trascendente?

El artista Hans Haacke es una especie de sabueso o investigador que husmea en los terrenos que pertenecen a las mafias. Ha sacado a la luz la parte oscura de la burbuja inmobiliaria de Manhattan o de Madrid. Sus exhibiciones no muestran bellos cuadros colgados en los muros. Se trata de archivos con cifras, sistemas de investigación en los que se acumulan “datos duros” que muestran la especulación y corrupción que han derivado en grandes fortunas. La exhibición de una enorme cajetilla de cigarros Helmsboro titulada 20 bills of rights (como ironía a Helms, senador republicano extremadamente conservador), lleva inscrita la Declaración de los Derechos Fundamentales al lado de la frase utilizada por la famosa cigarrera: “Nuestro principal interés en el arte es nuestro propio interés”. Pero frente a Haacke y su eterna disidencia, prácticamente todas las exhibiciones de altos presupuestos dependen de compañías automotrices, cigarreras, de alcohol o moda, que destinaron recursos millonarios para crear impactantes bluckbusters con afluencias comparables a las de un concierto del más popular rockstar.

El espectador se ha acostumbrado a relacionar arte con espectáculo y entretenimiento. En sí mismo eso no es un problema; el arte no tiene que ser aburrido para ser bueno, cultura y esparcimiento deberían ser una misma cosa siempre y cuando ayuden a mover la imaginación y estimulen los sentidos. El problema es que los promotores banalizan a tal grado que prefieren bajar a Van Gogh al nivel de imagen divertida simplificándolo, sin exigir al espectador que participe más que como el receptor de un impacto visual olvidable.

Lejos quedó la idea de Duchamp de convertirnos en parte de su estrategia artística y asumirnos como un interlocutor. Hoy el contrincante se ha convertido en un consumidor de la fiesta o posible comprador sometiéndose a las leyes de mercado impuestas. Una estrategia que entraña tanto el dinero como el afán de pertenecer.

Ferias, bienales, galerías, colecciones privadas e incluso museos compiten por la mejor exposición y por poseer “la pieza”, el más renombrado artista, curiosamente, el precio más alto con el mejor descuento.

Pero el poder adquisitivo no necesariamente va de la mano con la cultura. La moda, la frivolidad y la competencia que han generado los medios masivos y las redes sociales, crean una nueva clase de coleccionismo basado en la presión del mercado capaz de manipular los intereses del cliente. Han apuntado en dirección a los nuevos ricos ansiosos de gastar su dinero. Nuevos Lorenzos de Medici sin clase y cultura llegan a poseer museos completos dentro de sus mansiones. Un beneficio inmediato para el artista y su entorno. Pero ¿cuál será el valor de un arte encerrado y sujeto a los caprichos y especulación económica de un millonario?

Al ritmo vertiginoso de la globalización, el acceso a un mayor capital va de la mano con los precios del arte. En teoría, adquirir una pieza del primer circuito supondría una obra de calidad en duración e importancia más allá de lo temporal. Parece tratarse de una doble fuerza, la espiritual y la material en creciente contradicción. Es difícil aquilatar conceptos con todo sucediendo tan rápido. Las decisiones dentro de una subasta o en una feria que solo dura tres días, simulan una acción en la bolsa. ¿Quién quiere profundizar cuando la pieza está expuesta y se vende al mejor postor?

El arte es una metáfora del mundo actual. Es también un sueño para las masas y especulación económica de las élites. La obra más exquisita o fina puede estar encerrada en una bodega de conservación o lavando dinero. Esto ocurre mientras cientos de artistas de gran calidad mueren de hambre y en el olvido.

Como si de una nueva estrategia se tratara, el arte ha caído del altar de pureza, de la heroicidad espiritual y es un commodity más. Pero no todo está perdido. Hoy ayuda a explicarnos qué demonios está pasando en el mundo. Incluso en la obra más provocadora, abyecta, anómala e irreverente, estos tiempos enfermos de poder y de frivolidad pueden encontrar una luz.

Y es el mismo artista quien toma el valor para alejarse de esa estructura, la critica y la reta a través de sus obras. Los últimos encuentros de arte presionan a los mercados con nuevas ideas, una de ellas es salvar al planeta cuya situación desesperada está a punto de alcanzar una crisis irreversible. Dejemos que hablen, escuchemos sus fundamentos, tratemos de que a través de sus voces el mundo intente dar marcha atrás al desastre que hemos creado.

Las nuevas generaciones que admiraron y aprendieron de artistas como Haacke, están incidiendo en la crítica y buscan que de nueva cuenta el arte hable por todos nosotros. Recomiendo la obra de Kader Attia, Carlos Garaicoa, Antoni Muntadas, Rogelio López Cuenca o Ursula Bieman. Esta última hace un repaso desde la invención de la máquina de vapor hasta las secuelas del Antropoceno a través de documentales que son verdaderas obras de arte. Dejo la liga de su página Geobodies que no es para disfrutar sino para tomar conciencia de los desastres que somos capaces. Como diría Joseph Beuys “todo hombre es un artista”, lo que para mí significa, si somos capaces de crear las más bellas obras, también somos capaces de destruir el planeta.

https://geobodies.org/art-and-videos/forest-law/

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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