Author image

Gisela Pérez de Acha

07/09/2014 - 12:00 am

La mentira de Internet

El Internet no es libre. Tenemos demasiado tiempo dejándonos llevar por la idea de que la conexión en red va a liberarnos, va a redefinir la democracia, el consumo, el activismo, el gobierno y la ciudadanía. Y no digo que no tenga rasgos genuinamente libertarios, pero la verdad es que en el fondo el Internet […]

El Internet no es libre. Tenemos demasiado tiempo dejándonos llevar por la idea de que la conexión en red va a liberarnos, va a redefinir la democracia, el consumo, el activismo, el gobierno y la ciudadanía. Y no digo que no tenga rasgos genuinamente libertarios, pero la verdad es que en el fondo el Internet es una utopía.

Surgió en 1969 como una idea que prometía revolucionar el conocimiento y los métodos de decisión democrática al mando de un proyecto financiado por el Departamento de Defensa de Estados Unidos, pero con fines verdaderamente pacíficos: vincular las computadores de los laboratorios del país con la finalidad que los científicos pudieran cruzar datos e investigaciones. Veinticinco años después no podemos decir que el Internet nos liberó. Hemos perdido la batalla por la libertad para ceder el control al gobierno y las empresas privadas. Porque sí, “información es poder”, y más en nuestra época.

No crean que el fenómeno de geolocalización y censura en Internet son únicos a la Ley Telecom de nuestro país. Es un fenómeno mundial. Empezando por China, donde el gobierno obliga a Google a filtrar contenidos disidentes de su buscador al grado que la represión y violencia policial en las protestas de Tiananmen de 1989, no existen en los buscadores de la empresa. Pasando por Yahoo que fue requerido por las autoridades chinas para entregar información sobre periodistas disidentes que utilizaban su plataforma de email para criticar al gobierno. Sobre sus espaldas pesa la pena de prisión a Li Zhi y Shi Tao, mientras el pretexto de Yahoo fue cumplir con las leyes locales. Y es que el anonimato no se protege en las relaciones comerciales. Todo apunta a exactamente lo contrario.

Me encantaría decir en este punto, que sólo en China y en países autoritarios como Rusia (y muy pronto México) se censura el Internet. Pero en democracias bien establecidas la censura viene por otro lado: la batalla para proteger el copyright. En Estados Unidos, la cuna del Internet y Silicon Valley, el primer propósito frente al fenómeno del Internet fue proteger los intereses comerciales de los grandes actores del mercado de películas y música: Hollywood, Time Warner, AT&T y las grandes industrias disqueras. No por nada nos quitaron Napster de las manos. Compartir música de manera gratuita, o usar torrents en Internet es penado con cárcel.

El problema es la fe ciega que se tiene en el libre mercado y la “mano invisible” que mágicamente regulan las cosas y conducen a la libertad y a la democracia. En términos de libertad de expresión, el juez de la Suprema Corte de Estados Unidos, Oliver Wendell Holmes dijo en su voto disidente de 1919 de Abrahams vs. Estados Unidos que la libertad de expresión merecía ser protegida porque al igual que el libre flujo de bienes y servicios, crea un ambiente competitivo en donde las “buenas ideas” se desarrollan y las “malas” fracasan. Pero la libertad de expresión no puede ser libre mercado, porque el “libre” mercado no existe. Mucho menos es libre. Cada vez vemos más monopolios, más desigualdad y más privilegios para los poderosos.

El resultado de este binomio tan peligroso es que escondido tras una careta de libertad, el “libre” mercado genera nuevos y más poderosos monopolios. De eso se trata el Internet hoy en día, y los ejemplos sobran.

En 2008 y a petición del senador Joe Liebermann, Amazon bloqueo de sus servidores a Wikileaks, una organización que representa la contracultura del control en Internet al publicar documentos filtrados a partir de leaks anónimos. Hoy, el nuevo libro de su portavoz Julian Assange, no se vende a través de sus servicios. Por su parte, Apple elimina apps porque no permite “contenido erótico” ni “satírico hacia el Presidente Obama” en sus iPads y iPhones. Y cómo olvidar que el mundo cambió después de que en 2013 Edward Snowden filtró documentos secretos donde se revelaba un “sistema secreto de espionaje masivo” por parte de la National Security Agency hacia los usuarios de Microsoft, Yahoo, Google, Facebook, AOL, Skype y Youtube en el mundo entero. Las empresas entregan todos nuestros correos, fotos, textos, actividades e información personal al gobierno estadounidense poniendo el pretexto de que tan sólo cumplen con las leyes locales. Perdón, pero la diferencia con China es sólo de grado.

Es una lástima que el espíritu inicial del Internet se haya perdido. De verdad, nos ganó el copyright y las grandes fuerzas de mercado que ahora regulan la libertad de expresión en Internet desde una doble faceta: a través de los nuevos monopolios que censuran contenido sin tener ningún tipo de responsabilidad, y a través de las reglas comerciales en donde los discursos populares son los únicos que venden.

Hoy ya no somos los consumidores, sino el producto que se vende en Internet a través del  chisme de las redes sociales. Mientras más doblamos el espejo narcisista que busca likes y retuits, más información regalamos a plataformas privadas como Facebook, Google y Twitter. Somos el producto porque nuestra privacidad y nuestros datos se monetizan para ser vendidos a empresas de publicidad que saben perfectamente con quién hablamos y qué páginas visitamos. La genialidad de los nuevos monopolios de Internet, es saber vender publicidad hecha a nuestra medida en base a curvas de preferencias que jamás se habían medido tan bien.

El mercado tiene un efecto adicionales en las redes sociales: son las mayorías las que ponen las reglas, porque sólo los discursos populares “venden.” Y todo por nuestro maldito narcisismo. Buscamos ese espejo donde somos aceptados, “favoriteados” y tenemos muchísimos “amigos” y “seguidores”. Pero la genuina libertad de expresión es exactamente lo contrario, es decir las cosas que a todo el mundo le molestan, que se juzgan y que ofenden al grado de querer callarlas. En las redes sociales el disenso es cada vez más escaso.

Pew Center, una asociación que se dedica a hacer investigaciones sobre el Internet, acaba de sacar un estudio en base a una encuesta donde hablan de la “espiral del silencio” en las redes sociales. Decían que el Internet nos iba a liberar, que las Primaveras Árabes y el #YoSoy132 eran el inicio de una nueva era de “información democrática” e individualismo rampante… pero los seres humanos –dice Pew– no hablamos de las cosas que no son aceptadas por la mayoría de nuestros amigos, familiares y colegas. Esta es la espiral del silencio: no se comparten opiniones si no van de acuerdo con lo que dictan las modas mayoritarias del momento. La encuesta de se centró en decir que los usuarios de Facebook y Twitter eran menos proclives a compartir sus opiniones si sentían que sus “seguidores” o “amigos” no compartirían su punto de vista. Tiene todo el sentido, es la diferencia entre hablar por teléfono en privado o en un altavoz. Alexis de Tocqueville le llamaba, la “tiranía de la mayoría”, y nunca se ha ejemplificado mejor con las redes sociales.

El resultado es control, espionaje masivo, publicidad hecha a la medida, falta absoluta de privacidad y chismerío que se reduce a 140 caracteres.

La autocensura es la regla en Internet, mientras la libertad se trata de exactamente lo contrario. Seguimos pegados, adictos, sin espacios de disenso ni resistencia. El campo de batalla por la libertad ya no se enmarca dentro de las dualidades que han regido la historia: democracia contra dictadura, o comunismo contra capitalismo. En la era del Internet los límites a la libertad son mucho más sutiles, y nosotros más complacientes.

El resultado final es la dominación sobre el discurso, y una espiral de silencio lacerante.  La utopía murió, y no nos hemos dado cuenta.

Los contenidos, expresiones u opiniones vertidos en este espacio son responsabilidad única de los autores, por lo que SinEmbargo.mx no se hace responsable de los mismos.

en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video