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Adrián López Ortiz

08/12/2016 - 12:00 am

El valor de los medios I

El verdadero valor de los medios de comunicación en una sociedad democrática moderna debe ser contribuir para que las personas opinen y actúen como ciudadanos exigentes con sus gobernantes. Los medios claudican cuando abandonan esta tarea.

El verdadero valor de los medios de comunicación en una sociedad democrática moderna debe ser contribuir para que las personas opinen y actúen como ciudadanos exigentes con sus gobernantes. Los medios claudican cuando abandonan esta tarea. Foto: Cuartoscuro
El verdadero valor de los medios de comunicación en una sociedad democrática moderna debe ser contribuir para que las personas opinen y actúen como ciudadanos exigentes con sus gobernantes. Los medios claudican cuando abandonan esta tarea. Foto: Cuartoscuro

¿Cuál es el valor de los medios de comunicación en una sociedad? Según Michael Ignatieff, los medios y las ciudadanos son los encargados de velar por el cumplimiento del procedimiento contradictorio democrático. Especialmente cuando los poderes legislativo y judicial fallan en su tarea de fiscalizar al Ejecutivo y ejercer como contrapeso.

Ese es el deber ser. ¿Pero qué sucede con los medios en la realidad? La victoria de Donald Trump abrió un amplio debate sobre la pertinencia del trabajo de los medios en los Estados Unidos y la validez de una de sus principales fuentes en materia electoral: las encuestas.

Esos son los medios entendidos desde su valor público y su función social: el periodismo. El periodismo es la profesionalización del trabajo de informar a la sociedad en la lógica del derecho humano de Acceso a la Información, la libertad de expresión y la libertad de prensa.

Pero no olvidemos que los medios son más que “periodismo”: son un sector de la economía y, gracias a la digitalización, cada vez un sector más complejo. Los medios son un actor económico como cualquier otro, que aspira a ser negocio y generar beneficios para sus accionistas y el resto de los actores involucrados.

No es secreto que esa industria pasa ahora por uno de los momentos más complicados de su historia. Discrepo de quienes consideran a la digitalización como una amenaza. Todavía más de quienes ven a la coyuntura solo como una crisis pasajera para la industria global de los medios. La digitalización llegó para quedarse y está cambiando radicalmente la manera en que los humanos nos comunicamos y, por lo tanto, también la manera en que nos informamos.

En realidad los medios se están refundando. Dirigir una televisora, un periódico o una radio tradicional ahora, es como fabricar máquinas de escribir cuando se inventó la computadora. Es otro paradigma. Acaso mejor, pero distinto.

La refundación implica que los medios dejaron de tener control absoluto sobre el flujo de información y los precios del mercado de la publicidad (su principal ingreso). Según el periodista Jeff Jarvis, estamos no frente a la desaparición de los medios, sino frente a la extinción del modelo de medio masivo.

Los medios mexicanos no son la excepción a esta dinámica global de pulverización del poder que puntualmente señala Moisés Naím en El fin del poder. Y eso es bueno. Sin embargo, el sector nacional tiene características propias que, conjuntas, implican una seria amenaza para el periodismo y la libertad de expresión en México.

Esas características pueden separarse en externas e internas. Las externas son: la censura y autocensura permanentes como consecuencia de la presión del poder político y el crimen organizado, la falta de una regulación moderna sobre la publicidad oficial, la impunidad generalizada en materia de agresiones a medios y periodistas, y la inoperancia absoluta de la Fiscalía Especializada en Atención a Delitos contra la libertad de Expresión y el Mecanismo de Protección a Periodistas.

Desde la perspectiva interna es más grave: la alta dependencia de la publicidad oficial que en muchos casos está por encima de la mitad de los ingresos totales; la falta de mecanismos institucionales para la transparencia y la rendición de cuentas (Defensores de Audiencias, Códigos de Ética, Manuales y Cuadernos de Estilo, Lineamientos Editoriales Especiales), la carencia de capacitación técnica y especializada en temas claves como políticas públicas o derechos humanos, la precariedad laboral, la ausencia de institucionalización en los gobiernos corporativos, la falta de innovación en plataformas y contenidos, y los evidentes conflictos de interés con otras industrias desde la dueñez de los medios.

En la medida en que los medios mexicanos sobreviven gracias al “patrocinio” opaco y discrecional de la publicidad oficial de la Oficina de Comunicación Social de la Presidencia, la Gubernatura o la Alcaldía, cabe recordar una idea de Noam Chomsky: los medios son, como cualquier otro actor económico poderoso, un sector que responde a los intereses de las élites.

Con escasas excepciones, en eso se ha convertido el ecosistema de medios mexicano: en una industria opaca que no sirve a la ciudadanía sino a sus verdaderos “dueños”: el crimen organizado y las élites político-empresariales. Dos actores que en México, muchas veces son lo mismo. No hay independencia periodística sin independencia monetaria, es así de simple. Y sin independencia, la libertad de expresión es una mentira.

En The Vanishing Newspaper, Philip Meyer explica el “Modelo de la Influencia”, dónde el objetivo de un medio consiste en tener poder de “influencia” sobre una audiencia determinada para ésta sea atractiva a los ojos de un anunciante concreto y esté dispuesto a pagar por el acceso a la misma.

Ese bucle se retroalimenta positivamente si el medio es capaz de generar valor para sus audiencias haciendo periodismo. Ese valor se entiende de manera moderna ya no solo como información (datos), sino como contexto, localidad, servicio y personalización.

¿Cuántos de los medios mexicanos proveen ese nivel de valor a sus audiencias? Si lo hicieran, sus niveles de confianza no estarían tan bajos como los de nuestros diputados. Pero si solo tres o cuatro de cada diez mexicanos confían en los medios, entonces algo estamos haciendo muy mal.

El verdadero valor de los medios de comunicación en una sociedad democrática moderna debe ser contribuir para que las personas opinen y actúen como ciudadanos exigentes con sus gobernantes. Los medios claudican cuando abandonan esta tarea colocándose del “otro lado” para recuperar algo del poder perdido y cosechar beneficios económicos.

Soy de los que creen que los medios además de generar valor deben tener postura. Estar a favor de ciertas cosas y en contra de otras tantas. Es decisión libre de la institución decidir cuáles. Pero no podemos seguir navegando en la cobardía cómoda de la “objetividad”.

Los medios deben tener una voz, un tono, una propuesta. Algo con lo que sus audiencias se identifiquen. Causas para generar aliados. Esto no va en detrimento del periodismo sino todo lo contrario, obliga a un ejercicio más riguroso del mismo.

Si quieren sobrevivir sin prostituirse, los medios mexicanos están obligados a generar valor para sus audiencias con una postura transparente y autocrítica. Transitar hacia lo digital es retador, hacerlo sin una identidad clara, ni una marca sólida, es casi imposible. El nombre del juego se llama credibilidad.

 

 

 

Adrián López Ortiz
Es ingeniero y maestro en estudios humanísticos con concentración en ética aplicada. Es autor de “Un país sin Paz” y “Ensayo de una provocación “, así como coautor de “La cultura en Sinaloa: narrativas de lo social y la violencia”. Imparte clase de ética y ciudadanía en el Tec de Monterrey, y desde 2012 es Director General de Periódicos Noroeste en Sinaloa.

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