Usted debería casarse con una pizza

09/01/2016 - 12:00 am
Ya se ha hablado mucho del narcisismo derivado de internet, de cómo “los jóvenes” (edad indefinida) viven para la aprobación a través de los likes; de las selfies, las caras de pato, las “belfies” (Aunque Ud. No Lo Crea: mismo concepto de la selfie, pero de las nalgas. B para butt), y todos podemos citar algún ejemplo de personajes estúpidos o infames cuyas hazañas les han hecho acreedores a millones de pulgares para arriba, haciéndoles, a veces, efímeramente famosos, y llevándoles en otras ocasiones a ganar dinero gracias a sus videos. Estamos en una tendencia extrema del “cliente siempre tiene la razón”: todos somos clientes y juntos somos El Internet. Foto: Especial
 Estamos en una tendencia extrema del “cliente siempre tiene la razón”: todos somos clientes y juntos somos El Internet. Foto: Especial

Estoy por terminar una novela y la tensión es tal, que no sólo me levanto cada cinco minutos con el pretexto de barrer u ordenar algo, sino que pierdo una cantidad impresionante de tiempo en internet. Hoy, por ejemplo, tuve a mal subir una foto mía a una aplicación que anda circulando en Facebook y que utiliza inteligencia artificial para adivinar tu edad y dictaminar qué tan hot eres. Elegí mi mejor foto, según yo, y ¡bam! Internet me dijo que estaba en el más bajo de los seis niveles de guapura disponibles: el “Hmm…”. Probé con otra imagen, y otra más: pelo corto, largo, blanco y negro, seria, sonriendo… Me negaba a que Internet (así, en mayúsculas) me declarara fea. Debía ser el ángulo, o que ese día no me había maquillado. El resultado con todas fue el mismo: “Hmm”. Eso me remontó a un par de años atrás, cuando viví una experiencia similar e igualmente traumática con Internet, ese ente, ese juez sordo e inapelable.

Estaba soltera y un par de “amigas” de Facebook mostraban en sus perfiles los resultados de un test que habían contestado: ¿Con quién deberías casarte? Una de ellas tenía como prospecto a Ryan Gosling. Vale, pues, me dije, ¿con qué celebridad me emparejará Internet? Después de responder una docena de preguntas superficiales, se me informó lo siguiente: USTED DEBERÍA CASARSE CON UNA PIZZA. Al parecer, debido a mi horrible carácter y algunas desafortunadas predilecciones, no merecía más que ocho rebanadas de queso tipo mozzarella con salsa de tomate de lata. Porque la pizza de la foto ni siquiera era artesanal; era una vil Domino’s.

Hoy en día los usuarios de las redes sociales viven para los Likes. El número de “me gusta” en Facebook, YouTube o Instagram o los RT en Twitter son lo que determina si… ¿si qué? ¿Qué son exactamente estos likes? El tema me recuerda el dolor de cabeza que sufrí cuando mi novio programador me explicó lo que son los Bitcoins y comprendí (ya me corregirá cuando me lea) que son una moneda virtual cuyo valor acabó por migrar al mundo real. ¿Pasa lo mismo con los likes? ¿Tienen realmente algún valor, significan algo fuera de Internet? O en otras palabras, ¿soy realmente fea? ¿Debería casarme con una pizza? (A quien le interese esta alternativa, cheque este link.)

Ya se ha hablado mucho del narcisismo derivado de internet, de cómo “los jóvenes” (edad indefinida) viven para la aprobación a través de los likes; de las selfies, las caras de pato, las “belfies” (Aunque Ud. No Lo Crea: mismo concepto de la selfie, pero de las nalgas. B para butt), y todos podemos citar algún ejemplo de personajes estúpidos o infames cuyas hazañas les han hecho acreedores a millones de pulgares para arriba, haciéndoles, a veces, efímeramente famosos, y llevándoles en otras ocasiones a ganar dinero gracias a sus videos. Estamos en una tendencia extrema del “cliente siempre tiene la razón”: todos somos clientes y juntos somos El Internet. Reseñamos absolutamente todo: hoteles, películas, libros, caras, traseros, las vacaciones de alguien, su atardecer (#atardecer #beautifuldusk #amoacapulco #vivanlasvacaciones)… en fin. Reseñamos existencias, las aprobamos o desaprobamos. Incluso la gente que no utiliza redes sociales o no le pregunta a nadie su opinión, la recibe.

El mundo literario no se escapa. Los escritores hoy, además de redactar buenas historias, tienen que preocuparse por ser populares, caer bien, escribir tuits ingeniosos, existir en la red y ofrecerse como blancos a críticas anónimas que pueden ser infundadas o estar relacionadas a cualquier cosa menos a su obra. Todos estamos de vuelta en la secundaria y, como en la secundaria, a algunos les importa más que a otros la opinión de los demás. Las nuevas generaciones se ven más afectadas, indudablemente: los mayores de, digamos, 30, pasamos nuestras infancias y adolescencias sin internet. Sólo había un mundo en el que había que existir. Para los más jóvenes es distinto y, aunque vienen mejor equipados para enfrentarlo, no los envidio.

En la FIL de Guadalajara estuve platicando con un booktuber (lee esto si no sabes qué es eso) al que una importante editorial ofreció un contrato para una novela. ¿La razón? Más de 100 mil suscriptores en su canal de YouTube. ¿La verdad? El chico nunca había escrito ni un cuentito y estaba nerviosísimo. “Mis fans van a tener muchas expectativas… ¿Y si no les gusta? ¿Y si me dejan de seguir por eso?”. Cuando yo empecé a escribir, la posibilidad de que alguien me leyera ni me pasaba por la mente. Escribía por la misma razón por la que lo sigo haciendo veinte años después: porque me hace feliz. Porque no lo puedo evitar. Escribes, escribes más, sueñas con que alguien te lea, y de pronto (con suerte) alguien lo hace y le gusta. ¡Bam! Ganaste un like. El proceso para este chico es exactamente al revés: a la gente ya le gusta y por eso escribe. Pero, ¿qué es lo que le gusta a la gente? Él. Les gusta él. Y necesita seguir gustándoles para existir. ¿Serán intercambiables sus likes por otra cosa que tenga valor en el mundo al que ahora entra? Está por verse. Pero una cosa es segura: el pobre jamás sabrá lo que es escribir libremente.

De cualquier modo, aunque El Ente pareciera un dictador omnisciente e inapelable, hasta el más vanidoso, si es listo, cuestionará el valor de los likes que recibe, pues como decía Susanita la de Mafalda, “todos somos iguales, pero algunos somos más iguales que otros”. Wikipedia no siempre es la fuente más confiable y lo más aplaudido no siempre es lo mejor. Resulta que si busco mi última novela publicada en una de las páginas más utilizadas de reseñas literarias (goodreads.com), mi calificación es más alta que la de Frankenstein, mi libro favorito. Le gano también a Los Miserables y a Rayuela. Ja. Vale, pues. Quiero comprar esa realidad con mis Bitcoins. Quiero intercambiar mis pulgares hacia arriba por dólares. Vale, pues, te la compro, Internet. Seré fea, pero como escritora soy mejor que Victor Hugo, Mary Shelley y Cortázar… Pizza, ¿quieres casarte conmigo?

Lorena Amkie
Nació en la Ciudad de México en 1981. Su idilio con las palabras empezó muy temprano y la llevó a pasearse por la poesía, el ensayo y el cuento, para encontrar su hogar en la novela. Graduada de Comunicación por la Universidad Iberoamericana, ha publicado la trilogía gótica para jóvenes Gothic Doll (Grupo Planeta) y la novela El Club de los Perdedores. Imparte talleres de escritura creativa y colabora con distintos medios impresos y digitales. Su cercanía y profundo respeto hacia su público, así como su estilo franco y nada condescendiente, le han valido la atención de miles de jóvenes en México y Latinoamérica, situándola como una de las autoras de literatura juvenil más interesantes en el mundo de habla hispana actualmente.
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