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Fabrizio Mejía Madrid

09/06/2022 - 12:05 am

Un triunfo inexistente

El problema de esto es que la Alianza sigue viendo la política como era en el antiguo régimen: la colocación de una marca en los anaqueles del supermercado de partidos.

Tras la derrota de la Alianza opositora en cuatro de seis elecciones en los estados el pasado 5 de junio, sus voceros optaron por una más de sus fallidas estrategias: decir que ganaron o, en su defecto, que el brazo electoral del obradorismo, Morena, perdió porque no ganó todas. Desde antes del día de la votación, se intentó culpar a otros de la derrota que se avecinaba. Unos, los calderonistas y peñistas desde Tamaulipas, donde gobernaba quien está acusado de nexos con el crimen organizado, filtraron una campaña de que era el Presidente López Obrador el que sostenía un pacto con el narcotráfico. Sus pruebas: que va mucho a Badiraguato. Felipe Calderón, que tenía en seguridad pública a un representante del Cártel de Sinaloa, Genaro García Luna, nunca fue a Badiraguato porque no lo necesitaba: se reunía con ellos a puerta cerrada. Según este rumor lanzado por la Alianza, los votantes brotarían de los retenes de los narcos y no de las casas de los ciudadanos en domingo. Tampoco podrían explicar por qué ganaron en Durango que, según ellos mismos y su desdén por amplias regiones del país, sería un estado narcotraficante. Otros, los empresarios de las condonaciones de impuestos y los fideicomisos, le trataron echar la culpa de su anunciada derrota electoral a los del Partido Movimiento Ciudadano, el Mc del McPRIAN. Hasta Jalisco llegó el artífice de la Alianza, Claudio X. González a confesar que sólo con el PRI, PAN y PRD no “les daban los números”. Dijo algo que ya presagiaba el giro que le querían dar a su derrota. Confesó que los partidos de su Alianza opositora estaban muy vistos y que el MC era más fresco y usó un término mercadotécnico: “diferenciador”, que es un aspecto de una marca que le da una ventaja frente a los demás productos. Es como un papel de baño que, además de hacer lo que los demás, contiene un humectante o es amigable con el planeta. Es su diferenciador. El MC era el humectante de la Alianza, según el término de mercadotecnia que usó el autor del “México Ganador”.  Y ahí debe encontrarse la clave del triunfo inexistente de la Alianza: es mercadotecnia. Es encontrar culpables para evadir que tu marca es rechazada por la mayoría del país. Ya, en el colmo, quisieron culpar a los gobernadores del PRI, en Hidalgo y Oaxaca, por ser “más proclives a Morena que a su partido”. Como si el PRI pudiera ayudar a otro cuando ni siquiera puede ya ayudarse a sí mismo.  

El problema de esto es que la Alianza sigue viendo la política como era en el antiguo régimen: la colocación de una marca en los anaqueles del supermercado de partidos. Como lo fue Enrique Peña Nieto o Vicente Fox: una serie de lemas publicitarios y un candidato que sonríe en todos los programas de la televisión. No han entendido ni siquiera el ABC del movimiento obradorista que es política pura, es decir, poner en público los conflictos, enmarcarlos en una coherencia con principios éticos, y recorrer el país. Fue la publicidad mediática del neoliberalismo la que habló del “mercado político” como un pasillo de refrigeradores con distintos sabores de yogurt. Había “branding”, es decir, apego de los electores a ciertas marcas y también productos nuevos que tenían ventajas para competir con los otros. Pero inauguró otra cosa que para una democracia es peligrosa: las llamadas “narrativas”. Cuando decimos “narrativas” nos estamos refiriendo a un término mercadológico que dice que una marca debe escoger su propia historia. No la verdadera, sino la más atractiva. Por ejemplo, al hablar de Alfred Nobel, decir que fue el creador de los premios de la Academia sueca en vez del inventor de la dinamita. No se miente con descaro, sino que se selecciona la parte que le conviene a la marca: en vez de explosiones en las minas, de cuerpos desmembrados en las trincheras, tomamos sólo el fragmento de la alfombra roja, los discursos, y el rey de Suecia. 

Esa “narrativa” que es una forma del sesgo se convierte en una mentira vulgar cuando vemos lo que han dicho los dirigentes de Acción Nacional sobre su derrota en la elección de seis gubernaturas, Santiago Creel o Marko Cortés: que donde ganó Morena hubo intervenciones de los gobiernos estatales, y que los dos estados que ellos ganaron fueron fiestas democráticas en las que los electores se abrazaban entre sí en éxtasis cívicos. Se les olvida decir que Morena ganó en esos estados por primera vez, es decir, que lo hizo desde la oposición, sin muchas posibilidades de “intervenir”. Se olvidan también de las denuncias de coacción del voto y violencia policiaca en los estados que ellos ganaron, Durango y Aguascalientes. Ya instalados en la tenue línea entre seleccionar la información y ya de plano mentir, se proclamaron victoriosos en Tamaulipas, donde no ganaron, ni de acuerdo al INE, que ya es mucho decir. Santiago Creel en su mensaje dice algo curioso porque es muy obtuso: “Morena tiene más territorio que población”. Como si gobernar 70 millones de mexicanos directamente en 20 estados de la República fuera reprobable y no haber perdido cuatro de seis estados como le ocurrió a la Alianza. A Creel se le olvida que Acción Nacional ya sólo gobierna en cinco estados que, entre todos, tienen 16 millones de habitantes.

Pero la mentira para crear un espejismo de triunfo daña severamente al lenguaje público. Decir que una derrota palmaria como la del 5 de junio es un triunfo es torturar la realidad y mentir. En la mercadotecnia no existe la verdad y no debería porque se vende lo que se demanda, pero en política esto resulta degradante para la vida democrática. Vicente Fox, por ejemplo, fue un producto que, cuando lo sacamos del empaque, ya nos había decepcionado, y Enrique Peña Nieto sólo se veía bien en el comercial y no en la actividad de gobernar de la que nunca se ocupó. Pero la verdad existe. 

Los neoliberales se dijeron siempre “realistas” que es lo que alguien dice cuando está a punto de hacer algo que le avergüenza. El “realismo” en política neoliberal era prescindir de los principios, de los horizontes de lo deseable o lo irrenunciable por lo posible; lo probo por lo probable. Para justificar esa práctica sin contenidos, ese sólo juego de fuerzas sin objetivos confesables, se usaban los números. Nuestras vidas se hicieron en estos últimos treinta años de cifras, tendencias, proyecciones. Ya instalados en la soberbia cognitiva, los neoliberales solían repetirnos: “Lo que no se mide, no existe”. Esa reducción de la vida a unos números elevó la realidad cuantificable a algo neutral que no podía ni debía ser objetada. Cuando se daban los fraudes como el de Felipe Calderón por .57 por ciento de ventaja, los numerológos de la democracia nos regañaban: “Una elección se pierde por un voto”. 

Pero, ahora que la Alianza fue derrotada en cuatro de los seis estados, los números ya no son agentes del “realismo”, sino que pueden tener narrativas como la del mucho territorio con poca población o la del PRI que aportó su creatividad cuando dijo que las victorias de Morena eran producto del abstencionismo. Es un “irrealismo” que está diseñado para los incautos que creen que, como acuñó Claudio X. González, “hay tiro en 2024”. Salvo a que se refiera al tiro en el pie que ha significado para Acción Nacional, el PRI y el PRD la Alianza, no veo a qué otro tiro pueda estar aludiendo. Es una fantasía mercadológica que quiere convencer a sus bases que los dirigentes no son dañinos, como cuando la industria cigarrera afirmaba que no producía cáncer. 

En tan sólo cinco años, el obradorismo ganó la Presidencia de la República, la mayoría en el Congreso, y 20 entidades federativas. Lo hizo incorporando a una ciudadanía nueva, plebeya, para quienes la política es una forma de arraigo, de inclusión en eso que se llama Patria, y que tiene en el Estado al garante de sus derechos. Esa una ciudadanía que ya no cree en la mercadotecnia política por el grave daño hecho durante las campañas negras tipo “el peligro para México”. No cree en la manufactura del consenso a partir de la propaganda. Justo lo que ha hecho la Alianza opositora es no tener un proyecto de país y creer que toda su política es publicidad. Así, en vez de argumentos, o iniciativas de ley, las senadoras de Acción Nacional han privilegiado el performance en el salón de sesiones para acceder a ser un meme. Lápidas al Secretario de Salud, lejos de una supuesta casa del hijo del Presidente, disfraces han sustituido la labor legislativa. Sólo así se explica, también, que las campañas contra el Presidente y sus iniciativas de bienestar o infraestructura estén pensadas para ser memes o rumores de WhatsApp. Porque, en efecto, la Alianza ha caído en su propia trampa de entender la política como un mercado y a los partidos como marcas, donde no hay verdad sino diferenciadores. Por eso, a los demás no suena tan alejada de la realidad y tan poco comprensible. Tendemos a pensar que habitan la burbuja del círculo rojo de la política y que, por ello, a la mayoría nos parecen sacados de una nave espacial. Vienen de un planeta en donde había “expertos en la vida pública del país”, donde la política era una oferta y una demanda, donde las marcas tenían compradores apegados y nuevas presentaciones. Han existido en esa superficialidad y, por lo visto, nadarán todavía un tiempo más en ella. Hasta que, como dice el poeta, “escuchen voces humanas y, entonces, se ahoguen”. 

Fabrizio Mejía Madrid
Es escritor y periodista. Colabora en La Jornada y Aristégui Noticias. Ha publicado más de 20 libros entre los que se encuentran las novelas Disparos en la oscuridad, El rencor, Tequila DF, Un hombre de confianza, Esa luz que nos deslumbra, Vida digital, y Hombre al agua que recibió en 2004 el Premio Antonin Artaud.

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