Soledad animal

12/09/2015 - 12:00 am

En la soledad del solitario se roe el corazón;

en la multitud es la muchedumbre quien

se lo roe. Elegid.

Friedrich Nietzsche

Durante siglos la soledad se ha suplido por diversas compañías que no son  humanas, o que provienen de lo sobrenatural, o en dependencia con algún sentimiento retorcido. En lo más antiguo era natural poblar las habitaciones de fantasmas de personas que estuvieron cerca, para bien o para mal, del solitario, o procreaban animales fantásticos, como dragones y  medusas. Más adelanta, cuando empezaron a fundarse los villorrios, era propicio espiar a los colonos vecinos y llevar una bitácora de sus malignas conductas; entonces, el ermitaño dejaba anónimos moralistas en los buzones, o hacía llegar denuncias a los burgomaestres, o calumnias al cónyuge cornudo. Muchas veces, este vigilante obtuso más bien se sentía vigilado por sus denunciados y no era insólito para la comunidad descubrirlo un día ahorcado de un árbol, bajo la duda colectiva del suicidio o un ajuste de cuentas. De cualquier modo, la desaparición del solitario mentecato, por los rincones de las casas, era bien vista.

         Cuando las ciudades fueron creciendo, además de proseguir el solitario sobrenatural y el fantástico y el espía denunciante, fue común que la soledad se empezara a poblar de animales domésticos. Primero fueron cabras y gallos, guajolotes y gallinas, o serpientes enormes y salamandras, dependiendo de la circunstancia geográfica. Los conejos y los monos tuvieron su temporada. Luego, se impondrían los perros y los gatos, lo cual es más común hoy en día.

Van desde los ancianos que se dedican a recoger y a salvaguardar la vida y los derechos de caninos y gatunos, hasta los que simplemente viven con una docena de ellos en el caso de los perros, o más de dos docenas en tratándose de los felinos.

         Por lo regular, los vecinos nunca han sabido qué tipo de relaciones han mantenido los solitarios, mujeres u hombres, con serpientes, salamandras, cabras, gallinas, monos, gatos y perros. Aventuran ideas como la de que forman una familia con las bestias, entablan la simple compañía, dialogan con ellas, tienen vínculos turbios y perversos, o les hacen funerales, los entierran y guardan fotografías de los difuntos. De cualquier modo, los vecinos llegan a sentirse perturbados, pues notan que el ermitaño le da un sitio más importante a los animales que a las personas y se sienten ofendidos, devaluados, y no falta que en grupitos comenten que el vecindario podría ser generoso con el solitario. Hasta le ofrecen cordialidades que el solitario desprecia, o no entiende, y no es extraño que los más ofendidos envenenen, entre las sombras, a miembros de la familia bestial. La soledad seguirá poblada por animales y no por vecinos. El solitario podría argumentar, con Hebbel, que todo el mundo tiene su manía: la única cabalgadura que salta los abismos.

La relación es tan entrañable entre el ermitaño y sus protegidos, parners dirían en EU, que se han dado casos extraordinarios. Hace poco falleció, en Palm Beach, la Florida, el alemán Hans Suskind, de 90 años, retirado, quien llegó a EU durante la Segunda Guerra Mundial, habiendo sido juez en su país de origen. Durante muchos años vendió especias y agua de colonia para la compañía Watkins y nunca se le conocieron familiares, a no ser los gatos, tanto en Indianápolis como en la ciudad de Okeechobee.

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