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Jorge Alberto Gudiño Hernández

12/11/2022 - 12:05 am

Dar la cara

“(…) a la tragedia, al dolor de la familia y a las dudas de la comunidad estudiantil, han sumado indignación. Su forma de responder no es sino una de las tantas que tiene la violencia: ocultarse, engañar, enturbiar lo sucedido”.

Mujeres se manifiestan por la muerte de un niño en el Colegio Williams. Foto: Rogelio Morales, Cuartoscuro

La noticia no es más trágica que muchas otras que nos llegan a diario. Sin embargo, a muchos nos estremeció debido a la posible cercanía. Cuando los padres llevamos a nuestros hijos en la escuela, lo hacemos con la idea de dejarlos en un lugar seguro. Incluso cuando nos enteramos de tiroteos o vemos videos con maestras pidiéndoles a los chicos que se tiren al piso por el sonido de las balas pasando cerca de los colegios, seguimos creyendo que eso no le pasará a los nuestros. Esa idea, un tanto manida, de que la escuela es como el segundo hogar, funciona pues, de lo contrario, no podríamos con la angustia al dejar a nuestros hijos al cuidado de otros.

Esta semana murió un pequeño de seis años en el Colegio Williams. Aún no es claro si murió por la negligencia de los encargados de la alberca, por una condición cardiaca, por una atención tardía o por la combinación de todos estos elementos.

Lo que sí es evidente es que el colegio ha respondido de la peor manera posible. Es claro que nadie está preparado para un hecho como el sucedido. No debe haber autoridades escolares capacitadas para el peor escenario posible: que un alumno muera en sus instalaciones. Pese a ello, me da la impresión de que lo mejor es dar la cara.

Al parecer, han hecho hasta lo imposible por no hacerlo.

El primer comunicado del colegio, lamentándose de la muerte de un alumno, hacía parecer, por la forma en que estaba redactado, que la tragedia podría no haber sucedido en sus instalaciones. Tan fue así, que al día siguiente de la desgracia, sus planteles continuaron abiertos y siguieron con las actividades regulares.

De nuevo, no se sabe aún si fue por negligencia, por una condición previa o por una combinación de factores. Lo cierto, no obstante, es que un niño murió en sus instalaciones.

Lo menos que pudieron haber hecho fue dar la cara, hablar con la verdad, informar de cómo se dieron los acontecimientos. Primero, sí, a los padres. Después, a su comunidad escolar. Por último a la opinión pública. En cambio, lo que hubo fueron evasivas, respuestas a medias en las pocas entrevistas, un atrincheramiento tras la tradición del colegio. Más aún, algunos reportes aseguran que hasta hubo bots contratados para contrarrestar el escándalo en las redes sociales. Si esto es cierto, es muy grave. La idea de contratar mecanismos publicitarios para minimizar el daño a la institución muestra cuáles son sus prioridades: no el lamentarse de la muerte de un pequeño, no procurar el consuelo (imposible) a una familia, no mostrar empatía sino, por increíble que parezca, lavar el nombre de la institución.

Ni siquiera en el escenario de un accidente por completo ajeno al colegio parece sensata esa estrategia.

Insisto, nadie puede estar preparado para algo como lo que sucedió. Sin embargo, a la tragedia, al dolor de la familia y a las dudas de la comunidad estudiantil, han sumado indignación. Su forma de responder no es sino una de las tantas que tiene la violencia: ocultarse, engañar, enturbiar lo sucedido.

Mis hijos no van en esa escuela; tampoco los de nadie cercano a mi familia. Si fuera el caso, me daría mucho miedo hacerlos volver a las instalaciones. No sólo por la tragedia, sino porque me sería imposible confiar de nueva cuenta en quien no da la cara.

Ojalá las autoridades sean capaces de dar con la verdad que, aunque no podrá reparar la pérdida, ayudará a reinstalar la tranquilidad. También será importante asignar responsabilidades, pues eso podría restaurar la confianza.

Espero, sinceramente, que la familia encuentre consuelo aunque sé que no será pronto.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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