Pablo Ramos, el escritor que piensa con los dedos y su “Ley de la ferocidad” (Atentos a la TRIVIA)

13/08/2016 - 12:03 am
Pablo Ramos, autor de La ley de la ferocidad. Foto: Youtube
Pablo Ramos, autor de La ley de la ferocidad. Foto: Youtube

¿Atormentado o pragmático? ¿Mitómano o converso? Pablo Ramos es una de las voces más potentes de la nueva literatura argentina. Sus libros compiten nariz con nariz con su propia vida, a veces, disparatada e increíble. La ley de la ferocidad, editada por Malpaso, cuenta la historia intensa y cruda de un hombre atormentado que revuelve en el pasado para comprender la razón de su naturaleza, provocadora y cruel. Aquí, el perfil-entrevista elaborado por el escritor venezolano Daniel Centeno Maldonado.

Por Daniel Centeno Maldonado

Ciudad de México, 13 de agosto (SinEmbargo).- Pablo Ramos construía supermercados. Y lo hacía en grande. Con un impulso digno de un Donald Trump austral, no paró de levantar estas estructuras en buena parte de Argentina. Los beneficios económicos no tardaron. En 1999 había facturado nueve millones de dólares para él solito y con esto entró al vértigo de la opulencia: una botella de buen whisky al día, trajes a la medida, perfumes franceses, putas de concurso a cinco mil dólares la sesión, 150 obreros a su disposición peleándose por sus cheques y un kilo de cocaína dentro de su caja fuerte.

Luego vinieron la rehabilitación y el lavado de alma.

“¿Sabés algo? Hoy disfruté de la vida. Te lo juro. Estuve en las playas de la Guaira con dos escritores argentinos, en esa paz, bañándonos y comiendo pescado frito. No podía pedir más, che”.

Ahora lo dice con la convicción de quien desanda el camino. Pablo Ramos habla sin parar, explicando las cosas como puede, enmarañándolas, salpicándolas de nuevos interrogantes. No tiene pudor para exorcizar su pasado en vivo y en el papel. No hay malditismo, ni pose, ni aura de mártir o de vendedor de autoayuda.

Su alma es la de un niño de las villas miseria más peligrosas de Buenos Aires, con un pasado tormentoso, de adicciones, de padre maltratador y madre encajadora, de fugas de su casa, de pasar ocho meses entre rejas, de jugarse la vida a cada latido.

Pablo Ramos es un pibe que aún no cree la suerte de haberse salvado y que, en medio de su eterno desconcierto, derrama chistes y carcajadas sin contención, en el fondo, para saberse despierto.

“Antes tenía que pagar para que las chicas más lindas dijeran que me querían. Hoy las mujeres me dan bola. Soy pelado (pelón), petiso (chaparro) y feo, pero me hacen caso. Ahora tengo la tranquilidad para hacer el amor, para ver a mis hijos… ¿Sabés por qué Raymond Carver escribía corto? Porque tenía que ir a recoger a sus hijos al colegio y, mientras tanto, en el auto agarraba la libreta y se ponía a redactar diálogos. Por eso sus frases son cortas”.

El motivo de la escritura de Ramos, en cambio, es otro. Antes de sentarse delante de la página en blanco, se paseó por decenas de oficios de diferentes raleas. Enumerarlos cansaría los dedos de cualquier transcriptor y la vista del lector más impenitente. Lo cierto fue que en muchos de estos trabajos consideró que era, más bien, mediocre.

“Cuando agarré la trompeta me di cuenta de que era una mierda como músico. Sin embargo, nunca paré de leer. La única diferencia era que no empecé a escribir antes porque le tengo mucho respeto a la literatura… La verdad es que me di cuenta de que soy escritor porque fracaso al hablar, aunque parezca todo lo contrario.

Soy un autor impulsado por una necesidad. Empecé a escribir a los 33 años porque me di cuenta de que todos mis fracasos tenían que ver con el lenguaje, porque es imposible decir te quiero, te necesito, la belleza me conmueve… Por eso me vi en la tesitura de armar una gran mentira, sumergirme en la ficción, para que la otra persona entendiera mi necesidad de afecto, fundada en episodios de mi vida. Necesito toda la mentira para expresarme y ésta requiere de una arquitectura, un equilibrio, un personaje.

No me curo del todo en el proceso, pero sí sé que resuelvo problemas. Ahora, de repente, me siento en una máquina de escribir y las cosas se me arman. Me di cuenta de que pienso con los dedos. En mi caso la literatura es una cosa física”, afirma.

Participa en la trivia y gana un ejemplar de La ley de la ferocidad, por cortesía de Malpaso Editorial. Foto: Especial
Participa en la trivia y gana un ejemplar de La ley de la ferocidad, por cortesía de Malpaso Editorial. Foto: Especial

LA FICCIÓN DE LA VIDA

La literatura de Pablo Ramos confunde los planos entre vida y ficción. Él lo sabe y parece asumir con cierto tedio el empeño que tienen en calificarla de autobiográfica. Las solapas de Cuando lo peor haya pasado, El origen de la tristeza y La ley de la ferocidad lo retratan como un hombre ojeroso, con un rostro que gotea tristeza y necesidad de pedir perdón. El texto que acompaña este homenaje a la lástima no puede ser más elocuente:

“Pablo Ramos nació en 1966 en un suburbio de la provincia de Buenos Aires, donde transcurrió su infancia. Después su ámbito fue la calle, la vida difícil, a veces la desesperanza…”

“¿Cómo podés asegurar que me gusta cómo me pintan en esas líneas? No me interesa que me vendan por mi vida. Lo que pasa es que en las primeras solapas no pude elegir, ni siquiera la foto. Era un tímido nuevo escritor en la editorial. En el próximo libro he cambiado todo”.

–¿Por qué siempre aclaras que odias el término “autobiográfico”?

–Porque una autobiografía es otra cosa. Mi literatura puede ser autorreferencial, eso sí… En este punto es bien claro lo que dice Sartre: hay que diferenciar los detalles de la vida privada y la vivencia de una zona de la realidad. Eso quiere decir que un escritor dinamita su vida y construye con los escombros los ladrillos de su literatura. Si no, no existiría la obra de Carver, de Cheever. Hasta Tolkien inventa un mundo imaginario, pero resulta que los hobbits son burgueses muy pequeños con los que él se identifica y los malos que vienen en elefantes son calvos, altos y negros. En pocas palabras, son musulmanes. Y todo esto se entiende porque Tolkien le tenía terror a esta cultura. Es evidente que en la literatura realista las cosas son más evidentes.

"La ley de la ferocidad me parece una obra maestra", dijo Rodolfo Fogwill. Foto: Malpaso
“La ley de la ferocidad me parece una obra maestra”, dijo Rodolfo Fogwill. Foto: Malpaso

–¿Puede existir una literatura escrita sin vivencias?

–Sí, creo que se puede escribir literatura sin vivencia. Mis personajes se basan en un alter ego, para que el lector llegue a mí. No obstante, guardo mil cosas sin publicar que no tienen nada que ver conmigo, un policial, otro libro cuya protagonista es una mujer… En fin, toda historia es una aventura moral, en donde tenemos que elegir. Por cada cosa pagas un precio, eso sí.

UN TIPO QUE LA PASA BIEN

Ramos vuelve a envolver en un caos su conversación. Es frecuente que se emocione, y empiece a atar cabos. Vuelve a hablar de su día de playa, mientras come unos raviolis de cacao en un restaurante de nouvelle cuisine caraqueña. Después salta al disfrute que le causó bailar la noche anterior en un local de salsa callejera y ron verraco. Su sonrisa no puede mostrar más dientes.

“Y luego las solapas dicen que soy un tipo que la pasa mal. ¡Si la estoy pasando de puta madre, che! Cuando alguien  escribe una nota sobre mí en el diario, a veces, no puedo dormir de la emoción esperando a que se haga de mañana para salir disparado a comprar el periódico. Pude elegir la postura, pero elijo disfrutar. Me encanta llegar temprano a un café, buscar una mesa y sentarme a leer alguna nota que hable de mí, antes de que lo haga mi novia. Me parece que estoy en un lugar noble. Soy un escritor, no un lumpen”.

–Eras alcohólico y drogadicto. Estabas muy mal y cuando te internaron en un centro de desintoxicación te pusiste a escribir como loco, sin parar. De allí salió Cuando lo peor haya pasado, el libro de cuentos que ganó el Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes (2003) y el Primer Premio en el concurso Casa de las Américas de Cuba (2004). ¿Podría decirse que cambiaste un vicio por otro?

–Me parece muy lindo eso, che. Sí, cambié un vicio que me estaba destruyendo como persona a otro que me está construyendo. Siento que me estoy reconciliando con algo potencial que yo era a los 15 años, un pibe que iba a la iglesia, que se metía en la villa, ayudaba, etc. hasta que me di cuenta de que era más socialista que católico. Luego, en las novelas no me reconcilio con mi padre o mi pasado, sino con las palabras… En fin, no me parece cursi decir que la literatura salva. No sé si salva, pero a mí me salvó. Es tremendo en lo que se convierte el ser humano cuando está desesperado.

ASUNTOS FAMILIARES

El gran proyecto conocido de Pablo Ramos es Gabriel. Éste no es otro que el protagonista de dos sus dos novelas. En la primera, El origen de la tristeza, es apenas un joven que se encuentra de frente con la adolescencia. Ambientada en los años ochenta, la historia transcurre en una villa recargada de miseria y ternura en partes iguales. En La ley de la ferocidad, Gabriel se sumerge en un proyecto narrativo más ambicioso, en extensión y construcción. En medio de la década de los noventa el personaje revisa su pasado y la relación con su padre, mientras se encuentra internado en un centro de desintoxicación y considera que ha fracasado como yuppie. Libro agridulce, de fosos profundos y atisbos de luz, fue recibido con aplausos por la crítica y colegas de la talla de Laura Restrepo. Ahora, Ramos dice que está a punto de terminar el tercer texto, en donde Gabriel tiene 74 años y sabe que está próximo a morir.

“No me va a temblar la mano cuando lo mate. No, porque eso también significará que estoy muerto para los que se empeñen en decir que lo mío es autobiográfico… Si desde que me puse a escribir me compré una casa y otras más a cada hijo que tengo. Entonces, estaré felizmente muerto y de verdad que debo reconocer que así es muy linda la muerte. Además, la de Gabriel será una muerte preciosa”, dice.

Cuando habla de sus personajes, aunque no lo parezca, Ramos mide lo que dice. Ese territorio es sacrosanto. Los dramas de sus creaciones son los dramas de ellos y los de él, pero desde el punto de vista del escritor. Esa es la única profesión que para Pablo guarda estrecho vínculo con la raíz de su palabra: lo que profesas.

Por este motivo, prefiere caminar de puntillas en ese mar que se llama literatura. Cree que escribir no es más que el ejercicio de una libertad sobre otra, de un pacto tácito con el lector. Todo lo toma en cuenta: el sentido que se pierde con una coma, la tiranía de la corrección de textos, su amor a teclear viejas máquinas de escribir y las trampas de los sinónimos.

“Sí, es verdad, el español no tiene sinónimos. Rostro no es lo mismo que cara. La gente que escribe con un diccionario de sinónimos no entiende nada de literatura. Yo puedo ver a alguien y ver el rostro de la muerte. Por eso no es igual. La gente tiene cara, che, no rostro. Y eso pasa con todas las palabras”.

Pero esa, ni por asomo, es su mayor consideración sobre el oficio de escritor. Pablo Ramos tiene una gigante, enorme, que parece engullirlo de un bocado: su madre.

La mujer, a quien llama cariñosamente la gallega, estuvo casada con un peronista de izquierda. El esposo, un machista según su hijo, no era mal tipo, pero mantuvo una relación tormentosa con su familia. Algunos pasajes de esta historia pueden sospecharse en las novelas El origen de la tristeza y La ley de la ferocidad. Bajo su égida la casa fue cerrada a cal y canto hacia cualquier tema literario. Una imagen que pinta Pablo cuando se pone serio, da muestras de la magnitud del conflicto: “el viejo aprovechó la época de la Dictadura Militar para tirarle los libros de Federico García Lorca a la vieja. Lo hizo por las dudas de que yo le saliera maricón y lector, cuando mi futuro era el de ingeniero”.

–¿Entonces por eso dices que suavizas tus historias? ¿Por consideración a tu madre?

–Sí. Robert Ford dijo una frase que me partió la cabeza: “pretendo hacer algo que tenga más que ver con la verdad que con el arte, porque la gente suele estar más cómoda con el arte que con la verdad”. Y es cierto. A mí el arte me importa tres carajos. Por eso soy escritor… Pero soy primero un hombre. Si yo escribo que mi padre fue violento en una etapa de su vida, su alcoholismo, el intento de suicidio de mi vieja, etc… Bueno, esa época fue muy dolorosa para hablarla con mi madre, con quien ahora me llevo de maravillas. Me puedo hacer la pregunta sobre escribir sobre la violencia, pero luego pienso que mejor no, que mejor lo dejo de lado, que mi vieja lo va a leer y que no puedo escapar de este conflicto moral como hombre. Yo le he escuchado a Washington Cucurto que él le pone nombre y apellido a su mujer e hijos en sus textos, porque no lo leen. Eso me parece una aberración tremenda, que me lo hizo mirar con desconfianza como persona.

–¿Qué opina tu madre de tus libros?

–Ella acaba de leer La ley de la ferocidad, en donde hablo mucho de la relación traumática del personaje con su padre. Después me vio y me dijo: “Esto es lo mejor que has escrito… Algunas partes me las salté. Y estoy escribiendo unos cuadernos para dejarte a vos”. ¿Viste? Ella también está redactando algo, porque siempre fue gran lectora y escritora escondida…

Pablo Ramos sonríe con una mezcla de melancolía cuando dice esto. A ratos, parece que se está ante Gabriel, en esos contados momentos en los que se abre y consigue porciones de redención dentro de sus libros.

–¿Podrías titular esta entrevista? ¿Qué nombre le colocarías?

–A ver… El que tiene sed… ¡No, no, esperá! El que piensa con los dedos. ¡Eso! El que piensa con los dedos. Me gusta esa.

Pablo Ramos ya no construye supermercados. Ahora come la última mitad de un ravioli solitario y parece estar satisfecho.

¿Quién es Pablo Ramos? Poeta, músico y narrador. Nació en el suburbio bonaerense de Avellaneda (1966) y ha vivido lo suyo… Su historia se refleja en sus novelas El origen de la tristeza (Malpaso, 2014), La ley de la ferocidad (Malpaso, 2015) y En cinco minutos levántate María (Malpaso, 2016), que forman una trilogía aunque pueden leerse independientemente. Su libro de relatos Cuando lo peor haya pasado ganó los premios Fondo Nacional de las Artes (Argentina, 2003) y Casa de las Américas (Cuba, 2004). En 2012 publicó la colección de cuentos El camino de la luna. Gana un ejemplar de La ley de la ferocidad, enviando un correo a [email protected] con el subject ¡Quiero un ejemplar de la novela de Pablo Ramos!

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