Los independientes son un síntoma

14/10/2015 - 12:03 am

OPINION_SE

Por décadas se nos enseño a tener una mentalidad conservadora en lo político. Si el sistema se basaba en un control vertical de un partido sobre la vida política, económica y social de un país, cualquier cambio ponía en riesgo la estabilidad. Muestra de ello era el sentimiento de fatalidad y resignación que abunda en toda reflexión sobre nuestro carácter, desde el laberinto de la soledad hasta justificar que el gobierno que tenemos es el que merecemos. En breve, se nos enseñó a justificar un estado de las cosas en vez de explicar los contextos y encontrar mejores maneras de crecer.

Al contrario, un discurso demócrata pone énfasis en las libertades del individuo, dado que es la única forma de acotar al poder. Cierto, todos somos falibles y se nos puede engañar con facilidad, pero el riesgo se minimiza en un entorno donde se fomenta el contraste e intercambio de ideas, se controla al gobierno a través de pesos y contrapesos y se permite a la persona ejercer su juicio al evaluar a las autoridades.

Nuestras reglas electorales son reflejo de ese pensamiento conservador que arrastramos cual atavismo. El entramado de prohibiciones y sobrerregulaciones reflejan miedo al empoderamiento ciudadano. Como resultado tenemos normas que protegen a las élites partidistas entre sí, haciendo que gane la mercadotecnia y el eslogan sobre los mensajes. Al contrario, leyes electorales que fomentan la competencia hacen que ganen los más aptos para las funciones públicas. Es decir, tenemos reglas de competencia hechas para políticos que no serían competitivos en el resto del mundo.

El último episodio en la lucha contra esta mentalidad conservadora son los candidatos independientes. Lejos de ser una amenaza, un candidato competitivo puede y ha hecho mella en los partidos. La respuesta, en lugar de llevar a que los institutos políticos se hagan más horizontales y abran sus procesos de decisiones a la militancia, ha sido elevar los requisitos para registrar un independiente. Lo que ignoran los políticos es que los independientes son el síntoma de la crisis del sistema de partidos, y si no se atiende a tiempo puede llevar a la caída de la democracia en la demagogia. ¿De qué hablamos?

En primer lugar nuestro sistema electoral no permite el voto retrospectivo. Cualquier persona en otras democracias vota por alguien que por lo general desea quedarse en su cargo, lo cual hace que se evalúe la gestión. Al contrario, aquí votamos prospectivamente: cómo nos puede ir con el candidato que quiere ganar. Ahí pesa más el eslogan que la evaluación. Si bien a partir del año pasado se han estado eligiendo ediles con capacidad para competir por otro puesto, diputados locales que podrán estar hasta tres periodos adicionales y la reelección inmediata operará en 2018 para legisladores federales, el proceso de calibración tomará tiempo.

Otro problema son las reglas elevadas de entrada para formar un partido. Como sucede con cualquier otro oligopolio, no es fácil formar instituciones partidistas que puedan generar competencia. Si las reglas de entrada son complejas y difíciles, se beneficia a quienes ya tienen una franquicia política y disminuyen los incentivos a competir.

Sin embargo la dificultad del acceso tiene una justificación: financiamiento público al 90 por ciento. Dejemos a un lado el debate sobre si existe doble contabilidad para gastos electorales gracias a la corrupción: este nivel de ingresos no fomenta la competitividad, sino el rentismo.

Tampoco los partidos tienen que competir por acceder a los medios: se expropió el tiempo que corresponde al Estado para este efecto. Si hay espacios previamente asignados, tampoco importa la calidad de los mensajes, especialmente hablamos de un bombardeo de millones de spot en meses de elecciones.

Finalmente tenemos una clase política que le teme al contraste. En otras democracias la lucha es descarnada, pues se trata de ganar el poder. Aquí a cualquier ataque nuestros candidatos se tiran al suelo alegando “compló”, “que los quieren bajar a la mala”, “calumnias, difamaciones e insultos”. Por eso nuestra normatividad electoral se concibió para que no se ataquen a nombre de presuntamente protegernos a nosotros mismos. Tenemos peleas de almohadas en lugar de discusiones.

Como resultado tenemos partidos cerrados, controlados por élites anquilosadas que no tienen por qué ir a la calle para ganar apoyo: quien desee controlar las candidaturas sólo necesita adueñarse de respectivo instituto político. Esta es la situación perfecta para que arrase un independiente con un discurso competitivo.

El problema es que si los partidos no ven la advertencia ahorita, el ataque de un demagogo puede ser más demoledor no sólo a ellos, sino a la democracia en su conjunto.

Fernando Dworak
Licenciado en Ciencia política por el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y maestro en Estudios legislativos en la Universidad de Hull, Reino Unido. Es coordinador y coautor de El legislador a examen. El debate sobre la reelección legislativa en México (FCE, 2003) y coautor con Xiuh Tenorio de Modernidad Vs. Retraso. Rezago de una Asamblea Legislativa en una ciudad de vanguardia (Polithink / 2 Tipos Móviles). Ha dictado cátedra en diversas instituciones académicas nacionales. Desde 2009 es coordinador académico del Diplomado en Planeación y Operación Legislativa del ITAM.
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