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David Ordaz Bulos

14/11/2021 - 12:02 am

Tula, breve genealogía del desastre

Podríamos afirmar que la región de Tula es una zona de sacrificio, como Horacio Aráoz define a las zonas destruidas por la  megaminería, al trazar el vínculo del sáqueo de subsidios ecológicos desde la época colonial hasta el presente.

a Hidrografías. Javier Acevedo-Mota
Serie de 12 fotografías intervenidas y tachuela.
2019

El azul de la destrucción

La tragedia de Tula, esa ciudad que en algún tiempo fue el epicentro civilizatorio de los toltecas, tiene responsabilidades múltiples y va más allá de un desastre natural. La zona que ha sido declarada como un infierno ecológico, es herencia de los discursos del desarrollismo y del crecimiento industrial infinito que tomaron fuerza en el mundo después de la Segunda Guerra Mundial y se desplegaron como régimen de verdad por un planeta finito.

Seis de septiembre del 2021: en las pantallas circulan imágenes de las inundaciones en Ecatepec, en la periferia norte de la Ciudad de México. La insólita corriente arrastra personas y autos. Horas después, esa misma corriente llegó al Valle del Mezquital, la región de raíz indígena volvió a ser noticia tras la inundación que dejó 17 muertos y miles de personas afectadas, consecuencia de la gran cantidad de agua de lluvias acumulada en la capital del país, ese monstruo que cada día se hunde más en el lodo y pierde más vasos acuáticos. Por ello, es que necesita bombear el líquido hacia afuera y lejos de la ciudad, a través del Túnel Emisor Central y el Túnel Emisor Oriente. Y, como lo explicó Dean Chahim, en su popular artículo La tragedia de la inundación en Tula fue una decisión política, todos los días los ingenieros tienen que tomar decisiones hacia donde expulsar el agua e inundar zonas pobres en lugar de zonas industriales.

Podríamos afirmar que la región de Tula es una zona de sacrificio, como Horacio Aráoz define a las zonas destruidas por la  megaminería, al trazar el vínculo del sáqueo de subsidios ecológicos desde la época colonial hasta el presente. Sólo que en este caso, en lugar de minería, hablamos de un paisaje en el que conviven una refinería de petróleo, una cementera y cien mil hectáreas de riego de aguas negras; además del tráfico de huachicol y el paso del tren de la bestia, cargado de migrantes, principalmente centroamericanos, que se detienen en Bojay. En los años setenta, Paul Leduc documentó el proceso de mutación de la zona, en la cinta Etnocidio: notas sobre el Mezquital.

Dos semanas después de la tragedia, las aguas del Río Tlautla (que desemboca en el Río Tula), se tornaron de un color azul intenso, casi hiperrealista, tipo Yves Klein, el artista que alguna vez expresó su deseo de hacer del azul, el color de la destrucción. Sin embargo, no se trató de ninguna intervención directa de arte contemporáneo, sino de amilina que salió de la cementera de La Cruz Azul a la altura del fraccionamiento Dengui. El químico sirve para pintar sacos de cemento y el contacto con el cuerpo humano afecta a la hemoglobina, la proteína que transporta el oxígeno en la sangre. También produce cianosis, que torna a la piel de color púrpura. Días después del acontecimiento, Protección Civil del municipio declaró que se trató de un sabotaje por parte de un ex-empleado ––probablemente movido por intereses muy oscuros––  de la misma cementera contra el que se va intervenir legalmente.

Hidrografías. Javier Acevedo-Mota
Serie de 12 fotografías intervenidas y tachuela.
2019

Modo de vida imperial

En 1926, tras la Revolución Mexicana, Plutarco Elías Calles creó la Comisión Nacional de Irrigación (CNI) para hacer frente al sistema latifundista que controlaba la tierra y el agua; y para construir infraestructura de riego en zonas en donde no existen condiciones temporales seguras, como el Valle del Mezquital. Me genera mucha curiosidad una frase que aparece entre los estatutos de dicha comisión y da cuenta de los discursos bajo las que fue creada: “hacer prevalecer al mestizo emprendedor sobre el indígena indiferente a la modernidad”. Fue en esos momentos que el agua comenzó a verse como un recurso productivo sujeto de intervención fiscal por parte del aparato estatal y sus burocracias acuáticas.

A través de la infraestructura hidráulica en varias partes de la república y en particular en el Valle del Mezquital, con la construcción en 1947 de la presa Endó, el Estado amarró legitimidad y creó ese caldo de cultivo de clientelas políticas tan propias del llamado “viejo régimen” y por supuesto de Hidalgo, un lugar que Germán Petersen define como enclave autoritario, dada su tradición de caciquil, conservadora y carente de alternancia democrática.

Por eso, en el Valle del Mezquital el agua ha sido un instrumento de poder caciquil y pugnas grupales. Y fue a finales de los años cuarenta que el entonces gobernador de Hidalgo, Javier Rojo Gómez, entregó en un pacto federal, los permisos ––negados por Tlaxcala, el Estado de México y Querétaro–– que dan el agua limpia al Distrito Federal, a cambio de recibir las aguas negras que convirtieron a la región en una letrina.

En México, el sistema de control centralizado del agua prevaleció desde finales del siglo XIX hasta los años ochenta del siglo pasado, cuando en 1982 la Comisión de Aguas del Valle de México fue declarada en quiebra y en 1989 comienza un manejo descentralizado del agua, con la Comisión Nacional del Agua (Conagua), que como explican Peña, Vargas y Romero (2013), fue diseñada para rescatar 6 millones de hectáreas bajo un esquema de “corresponsabilidad” para reducir el déficit público en la lógica del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Desde entonces, dicen los autores, en el Valle del Mezquital comenzó un intento fallido de transferencia de los sistemas de riego.

6 de noviembre del 2021: exactamente dos meses después de la tragedia, Andrés Manuel López Obrador llegó a Tula, en medio de protestas de damnificados que han demandado a la Conagua y que piden entre otras cosas, una indemnización efectiva de 35 mil pesos. En su visita el presidente anunció la construcción de un nuevo hospital, una nueva inversión en la refinería y aludió al saqueó histórico que ha vivido la zona por malos gobiernos.  Nada de esto resuelve la crisis climática de la zona, las aguas negras seguirán regando los cultivos y las personas enfermas por el aire, el agua y la tierra contaminada no dejarán espacios libres en el nuevo hospital. Paralelamente, en esas mismas fechas colectivos ambientalistas se manifestaron en la Ciudad de México frente a la Secretaría de Relaciones Exteriores, pidiendo la declaración de una “emergencia nacional climática”. La protesta fue parte de la Jornada de Movilización Mundial de Justicia Climática COP 26, en resonancia con la cumbre en Glasgow que pide acuerdos vinculantes entre a los gobiernos a bajar 1.5 grados de temperatura el planeta impulsando la descarbonización. Y que, de acuerdo con el Conteo de responsabilidad nacional por el colapso climático, hecho por Jason Hickel, Estados Unidos tiene el 40 por ciento de responsabilidad, seguido por la Unión Europea con el 28 por ciento, el resto de Europa con el 13 por ciento, el resto del norte global el 10 por ciento y el sur global el 8 por ciento.

Tula, enclavada en la periferia del sur global alimenta ese 8 por ciento, es un signo de los patrones degenerativos de desconexión con la naturaleza que desembocan en la actual crisis civilizatoria que tiene varios rostros: ambiental, epistemológica y cultural; con raíces en el colonialismo que secó un lago y funciona como un continuum hasta nuestros días. Ahí llegan nuestros desechos que son producto de lo que Ulrich Brand y Markus Wissen han llegado a nombrar como el “modo de vida imperial”, estilos y formas de gestión de la vida basados en la acumulación y el consumo, aprendidos de los países del norte, indiferentes a sus consecuencias pintarrajeados con el pesado maquillaje del capitalismo verde. Quisiera atreverme a ser optimista y decir que nos toca cambiar el enfoque, aprender a reconocernos de nuevo como especie para dar una respuesta colectiva y sistémica que nos saque de la crisis. Y como dice Ronald Sistek, el explorador chileno del paradigma regenerativo: “pasar desde una sociedad de crecimiento industrial hacia una sociedad que sostenga la vida”.

 

David Ordaz Bulos

@David_Orb

 

Referencias:

  • Francisco Peña, Sergio Vargas, Roberto Romero. (2013). Resistencia a las políticas de gestión del agua en México. La transferencia del distrito de riego en Tula. México: El Colegio de San Luis.
  • Ronald Sistek. (2017). ¿Época de cambios o un cambio de época?. 10 de noviembre 2021, de Círculo de apoyo para proyectos regenerativos Sitio web: https://circulodeapoyo.org/2017/07/
  • Ulrich Brand, Markus Wissen. (2021). Modo de vida imperial. Vida cotidiana y crisis ecológica del capitalismo. Argentina: Tinta Limón.

 

 

David Ordaz Bulos
Psicólogo social. Maestro en Sociología Política por el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. Estudiante del doctorado en Creación y Teorías de la Cultura de la Universidad de las Américas Puebla.

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