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Fabrizio Mejía Madrid

15/09/2022 - 12:05 am

Calderón en Wikileaks

“El Calderón de Wikileaks es el retrato de la debacle del Estado y sus compromisos jurídicos tanto como de su supuesto espíritu democrático”.

La invitación al padre de Julian Assange a los festejos de la Independencia mexicana y la entrega por parte de Claudia Sheinbaum de las llaves de la ciudad al periodista recluído en Gran Bretaña, han vuelto a poner en circulación los cables de Wikileaks que sobre México se dieron a conocer vía el periódico La Jornada. A una década de distancia de aquel cúmulo de 3 mil comunicados redactados desde la embajada estadunidense en México, vale la pena volver sobre algunos de ellos.

El primer cable está fechado el 14 de junio de 2006. Hasta la embajada de George W. Bush va un consejero del Instituto Nacional Electoral, Arturo Sánchez Gutiérrez, quien estuvo encargado del financiamiento a los partidos políticos durante siete años y, luego, fue consejero electoral durante otros siete, de 2003 a 2010. Quien redacta el cable asegura que el consejero del INE “claramente le tiene poco amor a López Obrador”. Es decir, que la forma en que se expresa del candidato de la izquierda es despectiva. Pero el cable es crucial para nuestra historia porque en él este consejero Sánchez Gutiérrez afirma que la elección se definirá a favor de Felipe Calderón por tres puntos porcentuales o menos, que esperan una reacción popular encabezada por López Obrador que se desgastará porque ya hay un acuerdo con los partidos para que acepten los resultados, y le anuncia a los gringos que quizás no exista un anuncio del ganador vía el conteo rápido y que todo recaerá en el Programa de Resultados Preliminares. También se le pregunta sobre las denuncias públicas de Andrés Manuel sobre el software para contar votos vendido por el cuñado de Felipe Calderón, Hildebrando Zavala, y el consejero da una serie de explicaciones bastante confusas: primero dice usan un programa que, si bien es de Hildebrando, no se lo compraron a él y, luego, que tenían un contrato con una empresa de procesamiento de datos de Hildebrando pero que lo firmaron en el 2000, cuando el cuñado ya no estaba. Es notable la forma en que el consejero del INE habla de las negociaciones con el PRI para que acepte los resultados a favor de Calderón a cambio -dice- de “puestos en el gabinete y aprobación de ciertas leyes”. Lo que queda claro es el papel del INE completamente sesgado a favor de uno de los contendientes, el de Acción Nacional, y de alguna forma inmiscuido en las negociaciones con el PRI de Roberto Madrazo.

El siguiente cable sobre el que quiero llamar su atención es el que tiene fecha 19 de octubre 2009 en el que reportan una conversación con el secretario de la Secretaría de la Defensa Nacional, el General Guillermo Galván donde el militar les externa a los empleados de la embajada norteamericana su anhelo de que Felipe Calderón decrete el estado de excepción para su guerra contra el crimen organizado. Quien redacta el informe detalla que el militar citó la posibilidad de invocar el artículo 29 de la Constitución que regula la suspensión de las garantías individuales y el traspaso de las facultades del legislativo al Presidente de la República. El General Galván se queja de que el ejército no tiene un marco legal para actuar y que éste sólo podría sostenerse con el estado de excepción en el que todas las garantías son canceladas. Galván recurre al artículo 29 porque, al parecer, la guerra contra el crimen se obstaculizaba por los derechos individuales como la libertad de expresión, manifestación, y agrupación. Este cable nos da una idea lo que estaba sucediendo al interior de las fuerzas armadas mientras eran lanzadas a las calles y las sierras sin cobertura jurídica: simplemente, buscaban que Felipe Calderón anulara la Constitución para poder hacer su guerra. Luego, el embajador estadunidense invita al secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont para que de una explicación de si el ejército está actuando fuera de la ley. El funcionario invoca, no una ley o un artículo de la Constitución sino una simple resolución de la Suprema Corte que dictaminó que los militares podían hacer labores de seguridad pública si así se lo pedían las autoridades locales. Gómez Mont confiesa ante los gringos que el gobierno de Calderón ha discutido la suspensión de garantías y el estado de excepción en casos como el de Chihuahua y en específico Ciudad Juárez. Queda claro la disposición dictatorial del calderonato en ese momento, cuando ya teníamos un homicidio cada hora en el país, y la tendencia en asesinatos había subido en más de 192%. La Constitución permite el estado de excepción sólo si hay una invasión o una catástrofe natural de dimensiones nacionales o una guerra civil. No se había aplicado desde la Segunda Guerra Mundial y eso habla fuerte de lo que Calderón y sus militares creían que estaban haciendo: cambiar el régimen político a uno en el que el soberano se ponía fuera de la ley invocando un artículo constitucional hecho para situaciones de emergencia. Sabemos por este cable de la embajada estadunidense que Calderón discutió la posibilidad de hacerse de todo lo que está fuera de la ley, es decir, matar legalmente. Hay que tener clara la relevancia de esta tentación de eliminar las garantías individuales pues se trataba de liberar todas las transgresiones que podían cometer los soldados, marinos, y grupos paramilitares sin sanción alguna, donde el Estado estaba asumiendo que estaba disuelto y, por tanto, que todo podía suceder si se consideraba necesario. Ahora que Acción Nacional y sus voceros se rasgan los trajes Gucci con el paraguas vago y confuso de “la militarización”, habría que recordarles que el último sexenio en que gobernaron inició con un fraude electoral cuyos resultados se manejaron desde antes de que ocurriera la elección presidencial y que terminó en la tentación de excluir de un plumazo a todos los ciudadanos, despojarlos de sus derechos, y meterlos en un estado de excepción donde su vida no era importante. Hay que decir que tanto el fraude como el estado de excepción representan la exclusión de los millones que no votaron por Calderón y la amenaza, el potencial, de que el propio Calderón decidiera su muerte.

Este cable hace juego con otro en el que la embajada se muestra preocupada por la salud mental de Felipe Calderón y, aunque no lo dice, por las versiones de su alcoholismo. Dice el cable: cerca “seguimos interesados en cómo este estrés afecta su personalidad y su estilo de gestión y cómo ese estilo está afectando la marcha del gobierno, sobre todo a raíz de los recientes cambios de gabinete. y emite un cuestionario para que los cercanos a Felipe Calderón respondan a varias preguntas:

1) “¿Cómo reacciona el Presidente calderón a puntos de vista diferentes al suyo? (¿Le gusta debatir con personas que no están de acuerdo? ¿Prefiere escuchar su punto de vista, pensar un momento para después llegar a una respuesta?) ¿Se rodea de gente que tiene diferentes puntos de vista o prefiere personas que respondan simplemente “sí, presidente”?

2)¿Cómo describiría el estilo de gestión de Calderon (¿Es más un “hombre de idea” o un “compulsivo”?) ¿Cuáles son los efectos de su estilo de gestión para aquellos que trabajan para él?

3)¿El estrés ha afectado a algún miembro de las áreas de seguridad o económicas del gabinete? ¿Han tenido algún problema de salud? ¿Qué tipo de actividades realizan estos miembros del gabinete para lidiar con el estrés?

Hasta ahí el cuestionario que apunta hacia una inquietud y recelo hacia el estado mental de Calderón y los miembros de su gabinete tras el desastre de la guerra, la crisis de la llamada “gripe del cerdo”, la caída de la economía en un 5.2 por ciento, el cierre de empresas, y el desplome del 63 por ciento de Acción Nacional en las elecciones de 2009. Al final, la idea de un presidente ilegítimo, obsesionado con la muerte, y “estresado” al grado de preocupar a los empresarios y funcionarios de Estados Unidos, termina en el retrato de un personaje ridículo que persigue terroristas que no existen.

Me refiero al último cable que termina de delinear lo que pensó Estados Unidos del presidente mexicano. Son los cables de lo sucedido entre el 24 y 29 de octubre de 2009 que anuncian como una “alerta nuclear” en el puerto de Manzanillo, Colima. Resulta que se detecta una carga radioactiva en un contenedor y se da la voz de alarma para que sea localizado. El gobierno mexicano, atento a un posible acto terrorista, se moviliza para evitar que llegue a Estados Unidos. Un día más tarde, el paquete “nuclear” se localiza en una bodega de Samsung en Querétaro. Entonces, la radioactividad debió ser del trailer que transportaba las piezas de unos aparatos electrónicos. El trailer nunca es localizado y es el propio embajador, Carlos Pascual, el que da por terminado el episodio: “Los problemas de comunicación entre autoridades mexicanas y estadunidenses llevaron a que una falsa alarma se convirtiera en una alerta de la máxima gravedad”.

Hasta ahí el ridículo internacional del “ataque nuclear” del contenedor de Samsung. Pero quisiera terminar esta columna dedicada a la liberación de Julian Assange, con una reflexión sobre lo que hasta hace muy poco, muchos creyeron que era la transición mexicana a la democracia. Nos publicitaron que el hecho de que Acción Nacional llegara en el año 2000 a la Presidencia inauguraba una democracia efectiva, pero los cables de Wikileaks nos enseñan un paisaje mucho más sombrío donde una autoridad electoral ya sabe quién ganó la elección “por menos del 3 por ciento” semanas antes de que se lleve a cabo. Del debate interno del gobierno de Felipe Calderón para suspender la Constitución de la República. Y, finalmente, de un declive mental y organizativo del encargado del Ejecutivo desde 2009 hasta 2012, es decir, desde la mitad de su sexenio. El Calderón de Wikileaks es el retrato de la debacle del Estado y sus compromisos jurídicos tanto como de su supuesto espíritu democrático. Si atendemos a esta versión que los cables sostienen, el sexenio del calderonato desató una crisis humanitaria sin precedentes pero algunos de sus miembros tuvieron la intención de que fuera peor.

Fabrizio Mejía Madrid
Es escritor y periodista. Colabora en La Jornada y Aristégui Noticias. Ha publicado más de 20 libros entre los que se encuentran las novelas Disparos en la oscuridad, El rencor, Tequila DF, Un hombre de confianza, Esa luz que nos deslumbra, Vida digital, y Hombre al agua que recibió en 2004 el Premio Antonin Artaud.

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