Juguete es destino

16/01/2016 - 12:00 am
Foto: Especial
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Hace unos meses compartí con un texto fársico mi opinión acerca del mundo gringo de las alergias y cómo en su supuesta búsqueda de tolerancia y corrección política, nuestros vecinos a menudo acaban mostrándose como los más incorrectos intolerantes. Parece que las Amas de Casa Desesperadas de allá se han vuelto a aburrir y ahora las reclamaciones y discusiones giran en torno a la última película de Star Wars, porque claro, es un gran poste del cuál colgarse y martirizarse. #wheresrey es el hasthag feminista bajo el cual nos podemos quejar de que Hasbro no ha hecho suficientes muñecas de la chica que sale en la película y que seguramente será la nueva Jedi que domará al Lado Oscuro.

Aclaraciones: Primera, me encanta Star Wars. Segunda, me considero feminista (sin entrar en definiciones de lo que eso significa hoy). Tercera, suelo ser bastante cínica, pero en esta ocasión me parece que hay más que celebrar que razón de queja… ¿una Jedi femenina? ¡Albricias! Me parece increíble que la franquicia se modernice y evolucione, aunque una chica con lightsaber no me pareció novedoso: como preparación para “El despertar de la fuerza”, mi hermano ya había visto con su hija de 6 años las películas anteriores y ella decidió ser Jedi desde antes de que se le sugiriera la posibilidad. ¿No quieres ser la Princesa Leia?, le preguntamos. ¿Princesa? Qué flojera. Yo soy Jedi, respondió. Mi otra sobrina, por su lado, decidió ser Yoda. No se cuestionó si se valía o no o si Yoda era macho o hembra.

Las Amas de Casa Desesperadas dicen que Hasbro es una empresa machista que está evitando que los niños admiren a una protagonista femenina y que las niñas tengan una muñeca de su heroína con quién jugar. Les están limitando el juego y la percepción de la fortaleza de las mujeres, claman, de la igualdad de género y las posibilidades de las chicas. ¿El juguete hace al juego? ¿El juego hace la percepción? O en otras palabras, ¿juguete es destino? Entonces me puse a pensar en lo que yo jugaba cuando era niña para ver cómo Hasbro, o más bien Juguetes Mi Alegría, había arruinado mi vida.

Para empezar, en la caja del juego de química aparecía un niño, lo cual me hizo, sin más, descartar mi brillante carrera como científica. Estoy segura de que en los tiempos de Marie Curie era distinto: ella seguro tuvo un juego de química con una niña en la portada. No tuve muchas muñecas: ¡zas! Ahí dieron al traste con mis instintos maternales. Sin embargo, recuerdo que en mi jardín de niños, cuando era tu cumpleaños, tenías que comprar un juguete para donar al salón. A mi mamá le pidieron que yo donara el kit de ama de casa: un pequeño burro de planchar con su planchita de madera, una escobita y un plumerito. Lo compramos y lo llevamos, pero limpiar y ordenar nunca se me dio… ni mi escritorio de la lap-top está ordenado. ¿Falló el juguete? Y ahí mismo en el jardín de niños había varias esquinas para jugar distintas cosas. Estaba la esquina del maquillaje (junto al burrito de planchar, claro), y algunas niñas pasaban horas haciendo lo esperado: moldeándose para ser una esposa de Stepford. Pero mi amiga y yo mezclamos todos los materiales de embellecimiento y acabamos siendo un par de monstruos que, ante el horror de la maestra, corríamos de un lado al otro espantando a los demás niños.

Pero había un juguete que moría por tener, aunque no por las razones que ustedes creen: el Hornito Mágico Kenner. Mis amiguitas lo tenían y así podían, maquilladas, hornear pastelitos de masa de hot-cake para sus muñecas. Yo lo quería por otra razón: me gustaba jugar al Apocalipsis. Guardaba, en uno de los bambinetos que mi hermana tenía para sus muñecas, un kit esencial de supervivencia que incluía mi juego de memoria, un par de plumas moradas, mi cobija rosa de cuando era bebé, mi libro favorito (Mujercitas) y algunas cosas más. Pero nunca estuve tan preparada como cuando recibí el hornito en mi siguiente cumpleaños. Cuando mis padres no estaban, cocinaba sobre mi buró, lo cual tenía prohibido. El foco de 40 watts hacía su magia, yo almacenaba los alimentos en un topperware y sabía que no quedaría desamparada en caso de una masacre nuclear. Sobreviviría. Era una célula autosuficiente.

Mi hermana y yo éramos adictas a las damas chinas, pero cuando nos aburríamos jugábamos, con las mismas canicas y el mismo tablero, a La Masacre. Teníamos estrategias de batalla, reuniones alrededor de una mesa redonda arturiana, una hoguera, cámaras de tortura, prisioneros y matanzas tras las cuales acabábamos furiosas. Y eso que la bolsa de canicas no sugería como juego “Guerra Medieval”. Sus Barbis Sirena, Azafata y Quinceañera (vestido cortesía del mercado de Sonora) siempre acababan desnudas y revolcándose con los Kens porque, a pesar de tener la Tiendita de Mascotas, el Consultorio de Dentista y la Casita Mágica de Ama de Casa, lo que querían era hacer el amor todo el día.

Pensar que los juguetes determinan los juegos es subestimar enormemente la imaginación de los niños. Mis primos y yo jugábamos, como tantos otros, a la nave espacial con una caja de cartón. Los niños mexicanos hoy no necesitan una figura de acción del Chapo para jugar a ser narcos, pero se sabe que es un juego tan común como hace 100 años lo era Policías y Ladrones. Así que, Amas de Casa Desesperadas, quizá podrían considerar que lo que determina la percepción son la educación, la cultura y, sobre todo, el ejemplo.

A mí me sigue divirtiendo reclamarle a mi papá que, en una visita a la juguetería, me comprara, en vez del disfraz de She-Ra, la hermana guerrera de He-Man, un estuche de plumones, porque yo iba a ser “artista”. Qué limitante, ¿no? Después rentó un piano, por si lo mío era la música, y mi mamá me acompañó en mi penosa búsqueda de habilidades: cerámica, canto, corte y confección, jazz, guitarra, volibol, atletismo, etcétera. En efecto, nunca tuve el disfraz de amazona sexy con mangas doradas y para colmo dibujo espantosamente (de nuevo el juguete falló), pero se me dijo desde siempre que yo podía ser lo que quisiera. Así que cuando venga el apocalipsis zombi yo voy a sobrevivir, con mis pastelitos de hot-cake y Mujercitas, mientras mi sobrina se encarga de liquidar a todos los zombis con su lightsaber, aunque no sea rosa.

Lorena Amkie
Nació en la Ciudad de México en 1981. Su idilio con las palabras empezó muy temprano y la llevó a pasearse por la poesía, el ensayo y el cuento, para encontrar su hogar en la novela. Graduada de Comunicación por la Universidad Iberoamericana, ha publicado la trilogía gótica para jóvenes Gothic Doll (Grupo Planeta) y la novela El Club de los Perdedores. Imparte talleres de escritura creativa y colabora con distintos medios impresos y digitales. Su cercanía y profundo respeto hacia su público, así como su estilo franco y nada condescendiente, le han valido la atención de miles de jóvenes en México y Latinoamérica, situándola como una de las autoras de literatura juvenil más interesantes en el mundo de habla hispana actualmente.
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