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Tomás Calvillo Unna

16/11/2022 - 12:05 am

La hondura de la luna

“Los parámetros de la claridad y la cordura están así condicionados a la estructura biológica”.

“La hondura de la luna”. Pintura: Tomás Calvillo Unna

Rendija: La química del cerebro es la ideología de la naturaleza, su corriente sanguínea determina la intensidad del enfurecimiento y sus márgenes de odio. Los parámetros de la claridad y la cordura están así condicionados a la estructura biológica, más que a la sociología de la vida y sus discursos.

Esa transparencia del negro,

donde la luz esculpe los caminos;

el sabio vestido de la luna

convertida en la aguja de plata,

que diseña los encajes del sueño,

que nos trajeron hasta aquí.

La perla,

su lagrima nocturna del corazón,

pronunciada en sus labios

como un murmullo,

la gota de agua derramada

en la piel de la noche;

el velo rasgado del eclipse

al humedecer los muslos del alba.

Ella, conserva nuestro tiempo

en la hondura de su tránsito.

Este viaje suyo

que nos tomó desprevenidos,

creyendo en los relatos

cuando éramos hijos e hijas de los dioses,

descifrados en las antiquísimas piedras

del ritual de su calendario;

su torrente de sangre:

elixir o veneno,

la sinuosa luminosidad

de una inagotable sed.

Y de pronto

nos descubrimos

con la indumentaria de los fantasmas,

despojados, a mitad de todo,

vagabundos de la eternidad,

entre mitos destazados;

hablando de esto y de aquello,

expertos en las minuciosas del olvido

y en las promesas de mañanas

que nunca llegan,

y cuando suceden

no las reconocemos:

queremos más futuro

para perder el presente.

El camino de este país

se adentra en las tinieblas.

No cesan los tambores

de comunidad en comunidad,

de pueblo en pueblo,

de ciudad en ciudad;

la jauría en su cacería tiñe de rojo

el volumen de la oscuridad;

blancos y grises

los lobos se arremolinan;

el desprecio alimenta sus fauces.

El Irremediable acecho,

más temprano que tarde,

del tiempo consumido.

Su evidencia,

la desesperación de sus sacrificios,

al despojar las máscaras del poder

de su impoluto sueño;

el trajín de la pesadilla

que carcome las últimas horas;

la aduana de la conciencia que retorna,

en las calles de una convivencia extraviada,

que se resiste a desaparecer.

Es de madrugada

la suerte está echada,

una apuesta que se hereda,

y no se cuestiona.

El rumor de los atajos equivocados,

se expande, crece:

no todo se quiebra,

no todo se destruye.

Todavía llevamos el fulgor del amanecer,

su abrazo,

el destello de los primeros días,

cuando aún las huellas no se conocían;

solo el manso respirar de la mirada;

el encarnado paisaje de los años;

la cera derretida de esa luna

en su retorno inmemorial.

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