LA VILLA: NEGOCIO EN LAS SOMBRAS

18/07/2011 - 12:00 am

Jamás contado por una fuente externa a la Iglesia Católica, el dinero que ingresa a La Basílica de Guadalupe ha sido origen de historias truculentas y suspicaces.

Sus últimos administradores –el abad Guillermo Shulenburg (fallecido en 2009) y el rector Diego Monroy– dejaron la autoridad del santuario envueltos en acusaciones de enriquecimiento inexplicable sin que sus casos se esclarecieran o dieran pie al debate si los ciudadanos deben conocer cuánto llega y cuánto sale de La Basílica de Guadalupe, el sitio donde se ejerce la devoción católica de mayor dimensión en el mundo, con 20 millones de peregrinos cada año.

La suspicacia se refiere a la Plaza Mariana. Está claro que, a través del Grupo Carso, el empresario Carlos Slim invirtió 44 mil 650 millones de pesos en la construcción de ese conjunto (la suma fue considerada una donación que, en términos del catolicismo es una limosna, por la cual no se paga impuestos), pero se desconoce si la Basílica le regaló el terreno al magnate para realizar el negocio. El terreno fue cedido en 2003 por el Gobierno del Distrito Federal a La Basílica. De hecho, ninguna ley la obliga a informar sobre sus propiedades porque está constituida como asociación religiosa y se enmarca en la libertad de culto.

En general, es difícil hacer un cálculo de la derrama que por diversos conceptos se conforma en esa institución, considerada también un punto turístico.

El cronista de La Villa, Horacio Sentíes, habla de muchos millones de pesos en un flujo irregular durante el año. Pedro Herrasti, párroco en la iglesia de la Inmaculada Concepción y autor del ensayo “El dinero de la Iglesia”, publicado en el folleto El verdadero catolicismo (EVC), coincide en que ese dinero puede ser infinito, tanto como favores o agradecimientos se le otorgan a la Guadalupana.

El dinero de La Villa cae por un cepo, conectado a una tubería en el subsuelo del templo. Fue construido en 1974 cuando el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez erigió la nueva Basílica. La razón de esta máquina, cuya apariencia emula los artefactos de tortura de la Edad Media o las gigantescas alcancías del Renacimiento, es que la mayor parte del dinero llega en monedas. Cientos, miles, quizá millones de monedas, con todas sus denominaciones, caen a diario en un caudaloso río. “Contarlas de otro modo sería imposible”, suelta el padre Pedro Herrasti. Las monedas se quedan ahí hasta conformar una suma.

Un intento reciente para conocer el ingreso en La Villa ha fracasado. Con la voz cansada, pero aún fuerte, Gonzalo Guízar Villanueva –hermano de Jesús Guízar, el último canónigo que cuestionó el destino de estos montos – dice a Sin embargo.mx que no continuará en la batalla por el esclarecimiento del fallecimiento de su hermano, ocurrido el 23 de enero de 2010, en condiciones poco claras.

“No puedo seguir metiéndole dinero bueno al malo. Le di carpetazo. Estoy enfermo. Benedicto XVI fue maestro de mi hermano y no ha respondido. Averiguar sobre el dinero de La Villa es topar con pared. Yo hasta aquí llegué”, dice después de litros de tinta en cartas dirigidas a El Vaticano, además de demandas penales ante la Procuraduría General de la República (PGR).

Entre 2007 y 2010, monseñor Jesús Guízar Villanueva –su hermano– envió varias misivas al cardenal Norberto Rivera Carrera en las que describía enriquecimiento ilícito del entonces rector Diego Monroy. Su muerte ensombreció a La Basílica en la historia reciente.

¿Por qué el manto del desconocimiento cubre los fondos de La Basílica? La vida de Horacio Sentíes ha trascurrido completa en una sola casa de la delegación Gustavo A. Madero del Distrito Federal, muy cerca del santuario. Se convirtió en estudioso de esta veneración. Ha escrito ocho libros. Aduce una razón histórica: “Sabemos que tuvimos un conflicto por la revolución cristera. El Estado no quiere que se repita una situación así. Por eso jamás ha intentado conocer qué ocurre con ese dinero”.

Pero admite que si esta devoción ha originado un negocio multimillonario, con ingresos y egresos, y sin facturas visibles, “nosotros, como mexicanos, tenemos derecho a que se nos informe. Ellos (los prelados católicos) son los primeros que deben acatar la moralidad”.

La Plaza Mariana

Cuatro edificios, un área de capillas y criptas, así como de espacios religiosos, comerciales y de salud; todo para recibir a los peregrinos. Será la Casa Mariana, al costado derecho de la Basílica. La oferta de casi dos mil vendedores de ambulantes, desplegada en luminosos artefactos chinos con la imagen guadalupana, concluyó. Carlos Slim es el nuevo dueño de este mercado.

Después de que el espacio fuera donado en 2003 por el entonces jefe de Gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador a la Basílica de Guadalupe, el proyecto se detuvo durante casi ocho años por falta de recursos.

La construcción de esta obra comenzó en febrero de 2006 (cuando AMLO se encontraba en campaña para las elecciones federales). El jefe del GDF interino, Alejandro Encinas, colocó la primera piedra acompañado del cardenal Norberto Rivera.

Carlos Slim anuncia la inversión del Grupo Carso en la Plaza Mariana, durante la inauguración de la primera etapa. (Dar click para ver video)

¿Por qué la iglesia no nos informa cuál es el desarrollo que está realizando Carlos Slim en la Plaza Mariana? –vuelve a preguntar Sentíes. “Slim es un hombre que tiene la virtud de ser un gran empresario. Es inmensamente rico, pero demasiado audaz. Hasta el momento no sabemos cuál es el interés que lo mueve para estar haciendo esa construcción. Yo no me opongo porque eso genera trabajo, pero también me hago la pregunta: ¿El señor está construyendo en un terreno que no es de él?, ¿Quién se lo dio? Es una cosa callada”, dice el cronista.

Jornada de dinero incesante

Ni en el más dulce sueño. Junio de 2011. Basílica de Guadalupe. Ciudad de México. El silencio impresiona. Cinco mil parejas han abarrotado el atrio del santuario. Esperan ser bendecidas en un matrimonio comunitario. Con la vista hacia el frente, uno del brazo del otro, los hombres y mujeres dan vuelta en círculo respecto a la imagen de la Virgen de Guadalupe. Parece un mar blanco. Se defienden del calor con publicaciones religiosas convertidas en abanicos. Algunos se arremangan. La Virgen se ve desde cualquier sitio. Lo previó en sus planos el arquitecto Ramírez Vázquez: una parroquia circular.

Y el andar de las parejas sólo puede ocurrir en círculo, como suceden las peregrinaciones: cada quien un turno de segundos para adorar a la Guadalupana. En esta redonda estructura, donde ahora contraen matrimonio 10 mil seres humanos, Karol Wojtila, el papa Juan Pablo II, fue beatificado.

Monseñor Enrique Glennie Graue, rector de La Basílica a partir de enero de este año, acaba de decir que la unión matrimonial es para toda la vida. Por el evento cada pareja pagó 150 pesos, el 3% del costo que tiene una boda normal: ese concepto se cotizó este año en 5 mil pesos.

Todo se desarrolla según el guión del culto guadalupano. La Virgen de Santa María de Guadalupe, la patrona de América, tiene la devoción más grande que haya recibido una advocación mariana. Su radio de acción se inicia en el Cerro del Tepeyac, en las orillas de la delegación Gustavo A. Madero en la ciudad de México, y se extiende por completo en el continente americano.

La derrama se amplifica. Un bautizo cuesta mil 300 pesos. Cuesta menos cuando es colectivo: 150 pesos, como la boda. Las misas de aniversario luctuoso cuestan 100 pesos. El turno para la mención durante la misa debe solicitarse con cuatro meses de antelación.

No todo es luminoso. En La Basílica también se paga por los errores de la vida. O por la esperanza de cambiar. En el convento de las Capuccinas, en el costado oriente del antiguo edificio, cada mañana se jura para abandonar las adicciones. Al alcohol y la droga. O a los malos comportamientos con la esposa, el esposo, los hijos o los hermanos. Algunos vienen descalzos. Integran bloques de 20 personas. El religioso dice: “Juro no volver (y aquí por lo general se incluyen las bebidas alcohólicas) en los próximos seis meses (el plazo a veces es de un año)”. Los hombres y mujeres se van. Muchos con cara tranquila, como en señal de no volver. Se les entrega un papel y cada uno deja 20 pesos. “Y uno va dejando ahí el compromiso, más que otra cosa”, dice un hombre cuando concluye esa ceremonia.

De pronto, llega el mediodía. Frente a las puertas laterales de La Basílica se ha colocado un tendido. Ha aparecido un religioso sobre una mesa. Lleva un ramo y una cubeta de agua bendita. Los peregrinos lo rodean. El religioso los rocía. En cuestión de minutos, los grupos de hombres y mujeres juramentados están bañados de los pies a la cabeza. Pagarán por este baño una cooperación de cinco pesos.

En el altar de las veladoras, ubicado hacia el lado norte de la Basílica, los visitantes piden milagros. Cada favor solicitado equivale a una veladora. Cada dos minutos, los kilos de cera son recogidos para ser reciclados, lo que supone un negocio.

Las secretas historias

El dinero de La Villa se mantiene en secrecía. Y ello, a lo largo de dos siglos de historia ha dejado en claroscuro a los clérigos que la han administrado. Por lo menos eso arroja el repaso de sus historias. El abad Guillermo Schulenburg y el rector Diego Monroy son los ejemplos.

Schulenburg jugaba golf, tuvo dos casas, una en Bosques de las Lomas y otra en el fraccionamiento Tabachines de Cuernavaca. Se transportaba en un Mercedes Benz.

En 1996, el cardenal Norberto Rivera le pidió la abadía. La había ocupado desde el 17 de mayo de 1963. Sus 75 años de edad eran la razón. Pero Shulenburg no se fue. Dijo que a él lo había nombrado el Papa Juan XXIII y no el cardenal mexicano.

Reticente a abandonar La Basílica, Schulenburg se convirtió en el antiaparicionista de la Guadalupana más emblemático. Una paradoja porque negó la aparición de la Virgen desde el mismo santuario. Le envió una carta a Roma en la que cuestionó la existencia terrena de Juan Diego. Según Shulenburg, el indio nunca existió. Al menos no cómo se entiende el paso por la vida que es nacer y morir.

En la misiva se leía: “La existencia del indio Juan Diego no ha sido demostrada, podríamos obtener muchas firmas de eclesiásticos preparados, así como de laicos intelectuales que avalan esta carta”. Después, declaró a la revista italiana “30 Giorni” que la existencia de Juan Diego era “un símbolo y no una realidad”.

El escándalo desembocó en los cuestionamientos. ¿A dónde va a parar el dinero de La Villa? ¿Por qué Shulenburg tiene tan buena vida? -preguntaron algunos religiosos y el propio cardenal Norberto Rivera. El fin de esta historia fue la renuncia de Shulenburg en ese mismo 1996. Su partida originó que la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) modificara los estatutos de La Basílica: la figura de abad sería sustituida por la de rector y el cargo duraría 10 años. El Papa Juan Pablo II aprobó las nuevas reglas en 1999. De 1996 a 2000, tal rectoría la ocupó Antonio Macedo.

El primero en cumplir el decenio establecido por la CEM fue Diego Monroy, quien permaneció al frente del santuario de 2000 a 2010. Pronto, Monroy también empezó a distinguirse por una apariencia ostentosa. El canónigo Jesús Guízar se abocó a cuestionarlo. Le envió varias cartas al cardenal Norberto Rivera. En una de las misivas, fechada el 14 de junio de 2007, Guízar escribió:

“La fortuna personal de monseñor Monroy también resulta escandalosa: dos casas en la colonia Tepeyac Insurgentes (calle de Talara y en Habana y Chulavista); otra casa familiar en Quiroga, Michoacán, y una casa-museo en Pátzcuaro, Michoacán, amén de grandes colecciones de obras de arte. En cada una hay servidumbre abundante. ¿Dé dónde saca tanto dinero? Ojalá ahora se pueda hacer algo. Tal vez una visita canónica”.

En la epístola de junio de 2007, Guízar le comunicó al cardenal Rivera la desaparición del patrimonio de Guillermo Schulenburg, legado al cabildo de la Basílica. Según el decir de Guízar, eran cuatro cuentas bancarias depositadas en Estados Unidos y sumaban más de 60 millones de pesos, más un lote de joyas y 30 centenarios.

Ese año, el cardenal Norberto Rivera Carrera recibió la renuncia de Diego Monroy y designó a Enrique Glennie Graue como nuevo rector de La Basílica de Guadalupe.

Donación del Grupo Carso a la Plaza Mariana

44,650 MDP

Grupo Ideal

13 mil MDP

Frisco

10 mil MDP

Telmex

10 mil MDP

Telcel

10 mil MDP

Otras empresas

1,650 MDP

Fuente: Grupo Carso

Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público

De acuerdo con la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público, la Basílica de Guadalupe es una asociación religiosa; es decir una persona moral sin fines lucrativos ni obligación de presentar impuestos ni informar a ninguna autoridad del Estado lo que percibe ni lo que gasta.

Durante siete décadas, las iglesias no tuvieron personalidad jurídica en México. La Constitución de 1917 las desconocía. En 1991, se creó esa nueva persona moral sin precedentes en ningún otro país: las asociaciones religiosas.

Si bien la reforma constitucional para acercar al Estado con la Iglesia Católica fue notable en ese año de la administración salinista, las enmiendas no estipularon el pago de impuestos ni la rendición de cuentas.

El texto de dicha Ley se refiere al dinero de las asociaciones religiosas sólo una vez. El inciso “d” del artículo segundo dice a la letra: “No ser obligado (el feligrés) a prestar servicios personales ni a contribuir con dinero o en especie al sostenimiento de una asociación, iglesia o cualquier otra agrupación religiosa, ni a participar o contribuir de la misma manera en ritos, ceremonias, festividades, servicios o actos de culto religioso”.

El constitucionalista Raúl González Schmall explica: “El dinero de La Villa se considera parte de la libertad religiosa. Está relacionado con la voluntad del feligrés, la cual no debe ser fiscalizada”.

Enrique Glennie Graue

Actual rector de La Basílica de Guadalupe

Es doctor en teología espiritual por la Universidad Gregoriana de Roma y uno de los hombres de mayor confianza del cardenal Rivera Carrera. Ocupó la dirección espiritual del Seminario Mayor y fue párroco de Santo Domingo. Durante los 90 fue rector del Seminario Conciliar de México.

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