JULIAN ASSANGE HABLA PARA SINEMBARGO

19/06/2013 - 12:01 am

Desconfía de Anonymous porque su anonimato se presta a una infiltración de parte del FBI, cree que hay un soldado debajo de la cama de cada uno de nosotros y que el verdadero negocio de Facebook es la información de todos. ¿Un paranoico libertario o el  epítome del nuevo héroe cívico? La vida de Julian Assange, fundador de Wikileaks, discurre entre líneas de la entrevista telefónica concedida a SinEmbargo desde Londres, donde desde el 19 de junio de 2012 permanece refugiado en la Embajada de la República de Ecuador.

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Julian Assange en la Embajada de Ecuador en Londres. Foto: EFE

Ciudad de México, 19 de junio (SinEmbargo).– Para alguien que ha vivido en más 50 ciudades y pasó por 37 escuelas, debe ser difícil estar atrapado durante 12 meses en los confines de la oficina-celda de la Embajada de Ecuador en Londres en la que vive exiliado. Quizá por ello, quienes lo visitan confirman que no hay reloj a la vista que marque el adormilado paso de las horas.

La voz grave que escucho por teléfono recuerda cavernas y evoca al oído la garganta de un fumador. No es el caso. Pero Assange parece estar construido a base de paradojas. Si la voz hace pensar en un hombre de 60 años, su cara adolescente contradice los 42 que cumplirá el 3 de julio.

Responde con un “Good evening, Jorge” a mi saludo, con una pronunciación sorprendentemente correcta de mi nombre, que por general suele atosigar a los angloparlantes. Estar encerrado con ecuatorianos tanto tiempo, tiene algunas ventajas pese a todo.

No parece ser lo único que ha aprendido de sus anfitriones. En una par de referencias sobre América Latina que surgirán durante la charla, Assange muestra su conocimiento del tema.

Su tono es correcto, con escasas inflexiones, casi monótono, pero impecable. Es sumamente articulado y me sorprende su nivel de elaboración analítica. Muy lejos del habla entusiasta y disperso que me había imaginado por parte de un activista autodidacta e irreverente. Por el contrario, habla con la precisión de un profesor de Filosofía o de Sociológica en una clase muchas veces impartida:

La penetración de Internet en la sociedad, o para ser precisos –apuntala Assange–, el uso tan extendido del Internet en nuestra sociedad ha provocado que las personas se apropien emocionalmente de las redes. Es lo único que puede salvarnos de la vigilancia generalizada que los gobiernos convierten en una arma de destrucción masiva.

Assange responde a un duro cuestionamiento de mi parte sobre el libro de reciente publicación Cypherpunks (Temas de Hoy, Planeta). El texto, una larga conversación de Julian con otros tres colegas activistas, es una denuncia en contra de los sistemas de espionaje y la intervención creciente e indebida del gobierno estadounidense en las redes sociales y en la privacidad de las personas. Sin embargo, a mi juicio el diagnóstico es brillante, pero las soluciones están ausentes.

Revisemos el diagnóstico: el autor dice en su libro que hoy nuestro mundo pertenece a la colectividad porque todos han depositado el núcleo interno de sus vidas en internet. “La gente expone en la Red todas sus ideas políticas, todas las comunicaciones que establece con sus amigos y familiares. No sólo ha aumentado la vigilancia en la comunicaciones que ya existía, el problema es que la comunicación es mucho mayor y nuestras vidas pasan por esa comunicación”.

UN TANQUE EN TU DORMITORIO

Y en su explicación el académico formal trasmuta en el activista mediático con una elección de palabras cuidadosamente elegidas para convertirse en titulares: “Tus comunicaciones están siendo interceptadas por organizaciones de inteligencia militar. Es como tener un tanque en tu dormitorio. Todos estamos bajo una ley marcial en lo que respeta a nuestras comunicaciones: simplemente no podemos ver los tanques, pero están. Es como tener un soldado debajo de la cama”.

Pero el público no se siente amenazado porque considera que sus comunicaciones privadas no interesan a nadie más que a sus amigos y followers, y que la vigilancia está dirigida a “blancos selectivos”, planteo al activista.

Lo más terrible no es la operación táctica: “vamos a espiar a estas personas, a aquellos activistas”; sino el enfoque estratégico: “vamos a espiar a todos” con independencia de que seamos inocentes o culpables. El costo de almacenamiento es bajísimo ahora, y conduce a una actitud de grabarlo todo mediante satélites y resolverlo después mediante la ayuda de sistemas analíticos. No hay leyes contra eso, y operan a escala planetaria. La población humana, dice Assange, se duplica cada veinticinco años, la capacidad de vigilancia se duplica cada dieciocho meses.

Para el fundador de Wikileaks, el espionaje no sólo se refiere al Pentágono sino también al uso que el gobierno hace de las empresas de las redes sociales. Google y Facebook saben con quién te comunicas, a quién conoces, a quién buscas, tu posible orientación sexual, tus creencias religiosas y filosóficas. Todo eso está disponible para el poder: la línea entre gobierno y la empresa privada se ha disipado. Hemos creído que el cliente de Facebook era el usuario; en realidad no es así. Los clientes de Facebook son la publicidad y el gobierno que hacen uso del conocimiento sobre el usuario. Lo que venden Google o Face es la información sobre todos nosotros.

El argumento es inapelable, pero la solución que ofrece el libro me resultó insuficiente. En él Assange dice que necesitamos software libre que todo el mundo pueda modificar y escudriñar. Uno de sus colegas sugiere que usemos herramientas de comunicación como Tor y Criptophone (teléfono celular cifrado) para comunicarnos sólo con aquellos que queramos hacerlo. La criptografía puede resolverlo, pero incluso Assange entiende que sólo unos iniciados pueden recurrir a ella. “Ante la inminente distopía de vigilancia” la única defensa es restringir la información que subes a la Red, para salvaguardar tu privacidad (posteriormente consulté la palabra distopía: una utopía negativa, una noción asociada al riesgo de una sociedad futura controlada por una gran poder).

Parecería que ambas cosas resultan imposibles como solución: convertirse en geek para programar criptografía o dejar de usar Google para hacer búsquedas o email para comunicarnos no son una salida práctica.

Assange responde de manera ingeniosa al cuestionamiento. “Hay una conciencia creciente de lo que está sucediendo y eso está cambiando el consenso de lo que es correcto e incorrecto; los individuos pueden educarse unos a otros sobre las realidad del mundo en que vivimos, incluyendo las realidades del poder que está sobre nosotros. Estamos presenciado un nuevo mundo que no sabíamos siquiera que existía; nos parece que esos consensos pueden generar nuevas presiones políticas y eso derivar a las soluciones que están por construirse”

El australiano ilustra lo anterior con el ejemplo del aprendizaje del lavado de manos: “Hizo falta establecer y popularizar una teoría microbiana de la enfermedad, así como difundir paranoia conectada con su propagación a través de microbios invisibles alojados en las manos: algo, entonces, que no podíamos ver, como tampoco es posible ver la interceptación masiva. Pues bien, una vez que la gente hubo entendido el problema, los fabricantes de jabón lanzaron productos que la gente consumía para mitigar el miedo. En consecuencia, es conveniente infundir temor entre la gente con el propósito de que llegue a entender el problema y se genere así una actitud adecuada que permita su resolución”.

UN JABÓN CAMAY PARA TU EMAIL

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Foto: Screenshot de World Tomorrow

La respuesta de Assange me hace pensar en las alarmistas alegorías del tanque en tu dormitorio y el soldado debajo de tu cama. ¿Es su manera de provocar la paranoia que nos lleve a exigir un software comercial y universal que encripte nuestra información para que no pueda ser leída? ¿Un jabón Camay que limpie de contagios nuestros correos electrónicos?

La respuesta a mi siguiente objeción fue más ambigua. En la filosofía de inspiración anarquista en los planteamientos de Assange, hay una desconfianza sistemática a todo aquello que provenga del poder institucionalizado. Con ganas de hacerle al abogado del diablo, le explico que en nuestros países la libertad para hacer y dejar pasar se traduce en una especie de ley del Viejo Oeste, en el que los poderosos crecen a partir del abuso de los débiles y que en ocasiones el único capaz de intervenir para acotar esta inequidad es el Estado (una palabra que satanizada en el libro Cypherpunks).

En América Latina con frecuencia el gobierno ha sido la única alternativa para mitigar la acción de los grandes poderes factuales. (Este es un tema que Assange no puede ignorar, porque es el credo del gobierno ecuatoriano de Rafael Correa que lo asila, y se ha caracterizado por una retórica populista en contra de los intereses del capital trasnacional depredador).

Para empezar, dice Assange, “cada país de América Latina es diferente “, como si me reprendiera y de paso me hace sentir sueco o alemán. “Al margen de ello”, dice, “si confiáramos completamente en nuestros gobiernos, podríamos aceptar que el Estado se encargue de esta vigilancia. El problema es que tendríamos que confiar en un gran número de personas porque, después de todo, el gobierno está formado por personas. Y ofrecerles tener poder sobre nosotros, al dotarlos del conocimiento de nuestras vidas privadas, les damos un enorme incentivo para corromperse ellos mismos”.

A mí sigue sin convencerme esta especie de todo o nada (libertad individual total o Hermano Mayor) y trato de explicarle el papel de instituciones como el Instituto Federal de Acceso a la Información y Protección de Datos (IFAI).

¿Existe la posibilidad de que la comunidad actúe a través del aparato oficial mediante consejos parcialmente ciudadanos y que impidan la vigilancia y el abuso en contra de los cibernautas. Hay instituciones de este tipo en Europa, una especie de Protección al Consumidor en contra de las trasnacionales de la información?

Assange no da su brazo a torcer: “La gente que vive en un área debe tener todos los elementos para decidir sus destinos. Dicho eso, es una anomalía que sus vidas sean decididas por empresas extranjeras o incluso por un Estado nacional o externo que decida por ellos. El problema es cómo forzamos a los gobiernos a que hagan rendición de cuentas a sus ciudadanos y respondan a sus intereses, y no a los de la  burocracia o a los de las élites”. No dice más, pero me resulta evidente la profunda desconfianza que él profesa a cualquier solución que no salga de la propia comunidad. La ocasional intervención del gobierno a favor de los intereses de los individuos le parece a Assange más bien una anomalía afortunada que una práctica regular. Para él, los gobiernos tarde o temprano terminan por operar sobre la base de sus propios intereses.

Tampoco yo cedo y abordo el tema desde una perspectiva más dramática:

Usted ha dicho que con el pretexto de combatir a los cuatro jinetes del Apocalipsis en Internet (blanqueo de dinero, pornografía infantil, terrorismo y drogas) se han cometido todos los abusos gubernamentales para controlar nuestras comunicaciones. Uno de sus colegas menciona que muy pocos de nosotros estamos expuestos realmente al terrorismo, pero en su nombre todos hemos acabado siendo víctimas de la vigilancia. Sin embargo tales jinetes apocalípticos son reales. El blanqueo de dinero es la base de todo acto de corrupción. Detrás de todo fraude y desviación de recursos públicos hay una transacción financiera. Durante mucho tiempo buen parte de los analistas en América Latina hemos creído que hasta que no haya una verdadera vigilancia de la línea del dinero el narcotráfico y la corrupción política seguirán siendo impunes. De hecho, los más recientes escándalos  de políticos expuestos por su riqueza indebida, han brotado de la incongruencia en sus depósitos bancarios. Por otra parte, los cárteles han usado a las redes sociales para amedrentar, en ocasiones incluso subiendo videos de inaudita crueldad y salvajismo. Pero usted querría ir en el sentido contrario: eliminar todo rastro de dichos controles.

Assange hace una pausa y responde con tres argumentos, dos de los cuales había citado antes. Primero, “cada país es distinto”, me dice, y percibo de nuevo una especie de llamada de atención. Segundo, insiste en que la corrupción política tendría que ver más con la prevención que con la captura; sólo un sistema de rendición de cuentas y transparencia de los actos públicos eliminará los abusos. Y tercero –y este es el argumento nuevo– “tendríamos que preguntarnos algo más básico: ¿por qué existen los cárteles de la droga?  Existen por las restricciones al comercio de drogas, que deriva de la legislación prohibicionista estadounidense, y es eso lo que genera el mercado negro. Es el mercado negro lo que produce a los cárteles. Si hubiera un tráfico legal no existirían las condiciones para el crimen organizado en esta materia”.

ASSANGE, UNA HISTORIA DE OBSESIÓN EN LA FRONTERA DIGITAL

Y entonces sí, yo prefiero cambiar de tema, y abordo los casos de Bradley Manning, Edward Snowen y Julian Assange. El primero está en prisión, y los otros dos exiliados y bajo investigación criminal. Bradley Manning, es el soldado que filtró a Wikileaks documentos diplomáticos y militares que se publicaron en los diarios sobre la guerra de Irak y Afganistán, y sobre infidencias diplomáticas; Edward Snowen, exiliado en Hong Kong, reveló recientemente el espionaje que el gobierno estadounidense realizó en contra de cientos de miles de ciudadanos de varios países a través de Google, Facebook y otras redes sociales.

El caso de Julián Assange es más conocido. Había llevado una vida de nómada desde la infancia. O incluso desde antes, considerando las andanzas del padre. Es hijo de Cristina Hawkins y John Shipton, quienes se conocieron en una tienda de antigüedades en Australia cuando ella tenía 17 años y él iba de paso a una manifestación en contra de la guerra de Vietnam. Julian lleva el apellido Assange por su padrastro, Richard Brett Assange con quien su madre se casó y a quien siguió en una compañía de teatro itinerante. Años más tarde su madre volvió a casarse con un músico de quien tuvieron que huir debido a la disputa legal por la paternidad del hijo de ambos, medio hermano de Julian. Durante años la familia vivió a salto de mata. Dos décadas más tarde esta infancia inestable le ayudarán a evitar una sentencia a prisión hasta por 10 años por hackeo en Melbourne en 1995: el juez consideró que por la descomposición familiar que había padecido el joven,  no ameritaba más que una multa de 2 mil 100 dólares australianos, pese haber sido hallado culpable. Julian tenía 24 años.

Lejos de arredrarse Assange dedicó los siguientes años a profundizar en el tema. En 1997 colaboró en el libro Underground: historias de hacking, locura y obsesión en la frontera electrónica (Underground: Tales of Hacking, Madness and Obsession on the Electronic Frontier); y en ese mismo año coinventó el sistema Rubberhose, un programa criptográfico que tenía el objetivo de ayudar a los defensores de derechos humanos a comunicarse sin ser detectados. En los siguientes años Assange siguió sus actividades de programador y se inscribió en las universidades de Melbourne y Canberra en las que estudió de manera irregular física, matemáticas puras, filosofía y neurociencia. Dejó los estudios para fundar Wikileaks en 2006, aunque él sólo se considera editor en jefe, y reinició su vida de trotamundos. En los siguientes años residió en varios países de África y luego en Europa, sin permanecer mucho tiempo en un sitio fijo.

Las revelaciones en Wikileaks produjeron la irritación de las autoridades estadounidenses mucho antes que se divulgaran los archivos sobre Irán. Pocos años después de ser fundada se registran varios intentos legales para detener las actividades de la organización; sus colaboradores en Estados Unidos habían sido hostigados de distintas maneras. Están documentados los esfuerzos del Departamento de Estado y los organismos de seguridad de aquél país para boicotear a los servidores de Wikileaks presionando a las empresas que los hospedan. Tal fue el caso de Amazon, que le retiró sus servicios.

En agosto de 2010 fue acusado en Suecia por dos mujeres bajo el cargo de abusos sexuales y violación, dando inicio a un largo y accidentado proceso. Aunque las acusaciones originales fueron disminuyendo la presunta gravedad del delito, hasta convertirse en cargos menores, el caso llegó a la Suprema Corte sueca y ameritó la detención en Londres del activista. En junio de 2012, estando en libertad bajo fianza y amenazado con ser deportado a Suecia, decidió exiliarse en la embajada ecuatoriana. El temor de la defensa de Assange no son precisamente los cargos que le fincan en el país escandinavo, que ameritarían alguna pena menor si es que la hubiera, sino por el presunto acuerdo entre Estados Unidos y Suecia para deportarlo a Norteamérica en cuanto pise tierra sueca. En Estados Unidos podría ser enjuiciado bajo la ley de terrorismo y enfrentar cadena perpetua.

MÁRTIRES O UNA AMENAZA PARA OCCIDENTE

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Assange y el canciller ecuatoriano, Ricardo Patiño. Foto: EFE

Manning, Snowen y Assange, son considerados una amenaza para la seguridad nacional de los Estados Unidos. Los tres enfrentan una persecución legal y policiaca que seguramente padecerán el resto de sus vidas. Eso me lleva a una pregunta más personal:

–¿Qué podemos hacer para que personas como ustedes tres no terminen siendo los nuevos mártires? O mejor aún, ¿cómo podemos hacer para generar las condiciones que permitan producir muchos Snowen en el mundo y que éstos no terminen en la cárcel?

–Escribimos este libro para dar valor a la gente a dar un paso adelante y sea capaz de emprender acciones. No creo que nadie deba ser un mártir, al menos no cuando se es aún jóven y tienen la vida por delante. La posición más eficiente para el activismo es colocarte en una posición en la que puedas luchar una vez y otra vez, y otra vez. Y la cárcel es la negación de esa posibilidad. Ellos y otros como ellos que desde dentro de las instituciones se atreven a actuar desde el punto de vista  de la libertad del resto me parecen individuos admirables. Debemos construir presión para que haya más personas como Manning y Snowen, pero también para que puedan actuar sin convertirse en mártires. Debemos asegurarnos que las personas tengan el derecho de hablar sin ser llevados a prisión.

Es todo lo que dirá sobre su lucha personal. Es decir, nada. A lo largo de la entrevista Assange se muestra decidido a divulgar sus ideas, pero se obstina en dejar su caso fuera de la conversación. No se si está harto de convertirse en el centro de su propia charla o existen previsiones legales para evitar alguna declaración que le suscite problemas. En todo caso, está muy consciente de que la conversación telefónica está siendo grabada.

Con todo, consigo una última intervención a propósito de Anonymous.

En su libro prácticamente se ignora cualquier mención de la famosa organización internacional, que se ha caracterizado también por una lucha heroica en contra de los intereses que enturbian las redes sociales y en general Internet.

Assange responde respetuoso pero categórico. “Anonymous es un grupo, casi una corriente que expresa un movimiento cultural al principio y que comenzó a circular información libremente desde hace años. Y con el tiempo, inevitablemente eso los llevó a confrontarse con el FBI y al Departamento de Estado. Me merece todo el respeto. El problema es su anonimato, lo cual constituye su fortaleza y su debilidad. Es fortaleza porque permite actuar sin facilitar la persecución de individuos específicos, pero es una debilidad, y muy significativa, el hecho de que, como su nombre lo indica, sus participantes sean anónimos. Uno nunca sabe quién está detrás de un comunicado; y tampoco sabemos si alguno de sus miembros pueda estar trabajando para el FBI. Eso neutraliza las posibilidades de trabajar en esa plataforma.

¿Algo más en particular que quisiera compartir con el público mexicano?, digo con rapidez cuando advierto en la lejanía la voz de apremio de un ayudante.

Sólo que aprecio infinitamente los apoyos recibidos desde México en esta lucha que sostenemos; es lo único que puede salvarnos. Mil gracias.

Intercambiamos despedidas, y la línea telefónica se queda muda. Durante un rato acecho con la bocina sobre el oído en espera de un click delator, síntoma de alguna grabación clandestina. Tres minutos más tarde cuelgo sin haber escuchado nada pero convencido de que un mundo siniestro nos vigila.

Jorge Zepeda Patterson
Es periodista y escritor.
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