LA NIÑA SELENA, UN FÓLDER MÁS TIRADO A LA BASURA

20/06/2014 - 12:00 am

Enrique Peña Nieto ha dicho que si ganó la gubernatura del Estado de México fue gracias a las mujeres. Que si alcanzó la Presidencia de la República fue gracias a las mujeres. Que las mujeres deben sentirse a salvo, porque él las entiende pues en su casa viven seis. Pero las cosas son distintas ahí donde no hay reflectores ni cámaras, donde los micrófonos están apagados y lo único que hay es una madre con un fólder lleno de una vida robada…

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¿La has visto? Si tienes datos que ayuden a su localización comunícate al teléfono 01800 7028770. Imagen: PGJ

Ecatepec, Estado de México, 20 de junio (SinEmbargo).– Apenas supo que el Gobernador Enrique Peña Nieto estaría en la amplia plaza de la Presidencia Municipal, Guillermina cerró su tienda de abarrotes en el viejo barrio de Tulpetlac, reunió los papeles e imágenes de su hija Selena y salió a la autopista para tomar el microbús.

Cuando llegó a San Cristóbal, los simpatizantes priistas ya estaban acomodados de acuerdo a la organización política encargada de su traslado y dotación de torta y refresco. Guillermina entornó los ojos bajo el sol de los primeros meses de 2011 y distinguió la sonrisa satisfecha de Eruviel Ávila Villegas.

La mujer percibió el aumento del volumen y del entusiasmo del hombre que hablaba por el micrófono y que anunciaba la presencia en la tierra, en Ecatepec, de Enrique Peña Nieto. El político atravesó con paso lentísimo la marabunta de mujeres que se le arremolinaban para fotografiarse con él, tocarlo, besarlo, apoyarlo rumbo a la Presidencia de la República.

Guillermina tomó aire y se dispuso a atravesar la gruesa multitud vestida de rojo en dirección al templete. Arribó bañada de sudor propio y ajeno y esperó a que el Gobernador terminara de hablar. Lo miró descender por la escalinata metálica y lo siguió.

Le habló. El hombre no se detenía. Siguió adelante y habló más fuerte. Nada. Peña Nieto se escurría por el camino abierto por sus guardaespaldas, pero se detuvo para saludar algunos simpatizantes y entonces ella lo tuvo casi al alcance de su mano.

–Señor Gobernador, mi hija Selena está desaparecida desde el año pasado. Por favor…

Enrique Peña estiró la mano, tomó el fólder y caminó unos pasos antes de girar la cabeza y entregar la carpeta a una mujer joven y de buen aspecto que seguía al entonces aspirante presidencial con pasitos rápidos y precisos, hábil en el aprieto de sobrevivir a las multitudes parada sobre altos tacones.

De lo que sucedió después habla la propia Guillermina. Sus ojos de párpados gruesos se humedecen y empañan sus anteojos.

“Esa muchacha tiró el fólder a la basura”.

–¿Cómo sabe? –le pregunto en su casa, mientras sostiene entre sus manos la fotografía de su niña.

–Porque yo la vi. Yo seguí con la vista a la muchacha y vi que tiró el folder, ahí en la plaza hay varios botes de basura. De uno de esos tambos lo fui a sacar.

***

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La cama en la que dormía Selena. Foto: Humberto Padgett

Selena Giselle Delgado Hernández es la menor de los tres hijos de Guillermina Hernández Alarcón. Nació el 20 de mayo de 1995.

Si aún vive, recién cumplió 19 años.

Víctor, el padre de la niña fue un hombre ausente del que Guillermina se divorció cansada de sus borracheras y asomos de violencia cuando Selena tenía ocho meses de nacida. El hombre se asentó por el rumbo de Martín Carrera y murió el año pasado, de cirrosis hepática.

Creció en una casa al margen de la autopista México-Pachuca, en el viejo pueblo de Tulpetlac, municipio de Ecatepec, en el Estado de México.

Antes ordenaba el tráfico en un puente vehicular cercano, como los vecinos acostumbran hacer para ganar algunos pesos por las tardes gracias al mal diseño de la vialidad y la ausencia de agentes de tránsito. En un buen día se ganan 500 pesos, más de lo que se podría ganar un obrero, incluso calificado, en alguna de las fábricas de los alrededores.

Apoyaba a su madre con la atención de una tiendita de abarrotes, ahora tapizada con carteles con su fotografía y los aspectos generales de su desaparición: el 29 de abril de 2010 tenía 14 años.

El mayor de los hermanos, Rodrigo, ya estaba casado y el siguiente, Eduardo, estudiaba en la universidad. Sólo Selena permanecía en casa. Era una muchacha con más amigos que amigas y, hasta donde su madre sabe, no había novio. Era una niña apegada a Guillermina.

“Si ella tenía que salir a algún lado, salía conmigo y al revés, si yo tenía que salir, ella me acompañaba. Era mi compañía todo el tiempo”.

***

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Guillermina sostiene una cartulina con los datos de Selena. Foto: Humberto Padgett

Selena  cursaba el tercero año en la Telesecundaria 104 Luis Donaldo Colosio, en la ajetreada Vía Morelos. La niña salía de casa bien temprano y hacía un camino en el que encontraba a sus compañeros hasta integrar un buen grupo a las puertas de la escuela.

Guillermina se sentía cómoda con la escuela. A diferencia de otras en el rumbo, los maestros se tomaban la molestia de marcar al teléfono de padres cuyos hijos no asistían a clases y tenía cierta reputación de ser “estricta”. Selena añadía a su tira de materias su participación en la banda de guerra en que golpeaba un tambor en cada acto cívico.

Era una alumna regular. Se mantenía entre sietes y ochos. No dieces, pero tampoco cincos. Nada mal si se considera que la niña se mantenía lejos del río de drogas, crack y solventes, que inunda las calles de la Sierra de Guadalupe y de la violencia que todo el tiempo sopla en ese lugar. Guillermina misma ha salido varias veces a quitar de encima con gritos y súplicas a dos o tres muchachos que patean en el suelo a uno más.

“Llamamos a la patrulla, pero nunca llegan”, dice Guillermina sin gesticular: así es, eso es lo normal.

–¿Conoció algún caso del asesinato de alguna mujer joven en Ecatepec?

–A partir de que empecé a buscar a mi hija me he dado cuenta de muchas cosas y de muchas muertes de la peor manera que se puede imaginar una. Y lo peor de todo es que es contra niñas. Antes se oía que robaban, cosas normales.

–¿Normales?

–Sí. Es normal que roben en el microbús o que en la calle nos arrebaten la bolsa. Antes yo no oía que se subían a las muchachas, ahora sí. No sé si es porque antes yo no estaba en esa situación, pero a raíz de que mi hija desapareció hasta me buscan para que yo les ayude en cierta forma cuando se desaparece una niña o un familiar.

***

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La abuela de Selena, en la sala de su casa. Foto: Humberto Padgett

Selena despertó el 29 de abril de 2010 al cuarto para la siete de la mañana. Se arregló para ir a la escuela y se asomó a la habitación de Guillermina.

Guillermina estaba empleada desde hacía tres meses en ese tiempo en el mostrador de una farmacia de genéricos. Entraba a las nueve de la mañana y volvía ya bien entrada la noche para ocuparse del quehacer de la casa, tarea que se prolongaba luego de la medianoche.

“Yo terminaba muy cansada y yo, la verdad, lo que más quería era dormir, pero por estar cansada no acompañé a mi hija”, la mujer se ahoga en su culpa. “Mi hija no era una niña mala, ella todo el tiempo estaba aquí. Ahorita la gente dice que yo no le hacía caso, que prefería trabajar a ver a mi hija, pero de verdad que si yo no trabajaba no había dinero”.

La niña salió de la cama –una litera– y encendió el calentador de agua. Entró a la ducha poco después y, ese día, vistió su uniforme deportivo: pants gris perla con franjas guindas con el nombre de la secundaria y blusa blanca con el logotipo guinda compuesto con la foto de Luis Donaldo Colosio, el candidato presidencial priista asesinado en 1994.

–Mamá, ya me voy. Nos vemos en la tarde –dijo antes de salir a la carrera. La mujer había insistido en acompañarla, pero la muchachita dejaba siempre en claro que la reputación de su independencia estaba de por medio.

–Cualquier cosa, llámame al teléfono, yo voy por ti –respondió Guillermina entre las sábanas.

Ese día, en el camino hacia la escuela, nadie la vio.

Hacia la hora de la comida, la madre supuso que Selena la visitaría para preguntar sobre la comida y le haría compañía un rato, pero la niña no pasó por la farmacia. La madre la imaginó dormida en la sala, hablando por teléfono con su abuela o sentada frente al televisor.

Hacia las 11 de la noche, Guillermina abrió la puerta y escuchó el timbre del teléfono. Se extrañó por el constante repiqueteo. Levantó el aparato y escuchó a la dentista de su hija preguntar por la niña. La madre se extrañó de la hora de la llamada.

–Buenas noches, señora, soy Belén, soy la dentista de su hija.

–Sí, dime.

–Nada más llamo para confirmar la cita de mañana.

La dentista atendía un problema de caries de la niña a quien trataba desde meses atrás.

–¿Qué crees? No la veo. Es que voy llegando del trabajo porque hubo un problemita y voy llegando.

–Entonces no está.

–No.

–Ah, bueno. Entonces dígale que mañana la veo.

–Oye, ¿cuánto dinero va  a llevar o qué le vas a hacer?

–Ella ya sabe –dijo Belén y colgó.

Al poco tiempo llegó el hermano universitario. Descubrieron que la niña no estaba en casa. Ni siquiera encontraron la mochila azul Adidas. Salieron a casa de los amigos que reconocían del rumbo y ninguno había visto a Selena. Ni siquiera había llegado a la escuela.

***

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Exterior de la tienda de abarrotes de Guillermina. Foto: Humberto Padgett

Guillermina Hernández y su hijo Eduardo esperaron a la mañana para presentar la denuncia en la agencia del Ministerio Público de Ecatepec. Entraron a las 11 de la mañana a la oficina.

–Usted está muy preocupada y su hija de seguro está en Acapulco tomándose unas chelas –le soltó un funcionario con tono de burla.

La mujer hirvió por la insinuación sexual que percibió en el tipo.

–¿Me van a atender o voy a  seguir oyendo estupideces?

–No –dijo el funcionario. –Ahorita la pasan.

La madre inició su declaración a las cinco de la tarde y habló ante un funcionario distinto al agente del Ministerio Público.

–Nosotros vamos a investigar –dijo el burócrata antes de despedirla sin verla a los ojos.

Al día siguiente, sábado, Guillermina acudió al Centro de Apoyo a Personas extraviadas y Ausentes (CAPEA) del Gobierno del Distrito Federal. La mujer se encontró con un policía en la entrada que pareció conmovido ante el llanto incontrolable de la madre.

–¡Ay! –exclamó el uniformado– Usted bien preocupada y va a ver que al rato regresa y hasta con premio.

–¿A qué se refiere? –quiso confirmar Guillermina la insinuación.

–Sí: lo más seguro es que se fue con el novio y al rato va a regresar con un bebé.

–¿Sabe qué? Vengo a ver si me van a ayudar o no. Yo no vengo a oír pendejadas.

Incómodo, el policía la dejó entrar y dirigió con la persona que recibió la fotografía de Selena y redactó la ficha.

Guillermina sabría que Selena salía a los bares de San Cristóbal, en el centro de Ecatepec, abiertos en los alrededores de una clínica dental de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Para los empleados de “La Ranas”, “La Azotea” y “El Durdan” no había problema en permitir la entrada de la menor de edad y servirle bebidas alcohólicas.

La niña encubría sus salidas con el grupo de su dentista, entonces de unos 23 años de edad. Decía a su madre que pasaba la tarde con alguna amiga, pero en realidad se reunía con Belén con quien, asegura, Guillermina, había planeado un viaje a la grutas de Cacahuamilpa, Guerrero.

–¿Me dejas ir?

–No.

–¿Por qué?

–¿Cómo llegaste hace ocho días? ¿Y a qué hora llegaste? Estás castigada.

–¡Ay ya ves cómo eres! Yo ya estoy grande.

–Tienes 14 años, no me digas que ya estás grande, ellas son más grandes que tú. No tienes nada que hacer con ellas.

–Ándale, déjame ir y déjame ir.

Insistió toda la semana.

–Tú no me dejas hacer mi vida… Tú sí puedes hacer lo que tú quieras y yo no.

–¿Tú quién eres y yo quién soy y a qué te refieres con que yo sí puedo hacer lo que yo quiera? Yo me la paso trabajando.

–Tú sí puedes tener tu novio, ¿y yo qué?

–Por eso, ¿tú cuántos años tienes y quién eres tú? ¿Y yo cuántos años tengo y quién soy yo? Tú no me puedes decir lo que yo puedo hacer o lo que no puedo hacer, yo sí porque mi obligación es hacerte ver lo que está mal.

–¡Es que tú no me dejas hacer y yo ya estoy grande! –estalló Selena.

Guillermina también perdió el control y terminó la discusión con una cachetada. Sabría, tiempo después, que la desaparición de la niña era coincidente con el viaje a las grutas.

La mujer marcó varias veces al teléfono celular de la niña. Durante las primeros horas del extravío, las llamadas entraban al aparato Sony Ericson de Selena.

La familia de Guillermina contrató un policía judicial inactivo para realizar la búsqueda. El hombre marcó al teléfono de Belén y, luego de varios intentos, logró establecer contacto.

Este es el diálogo relatado por Guillermina:

–¿Sabe qué? Dígale a su mamá que no se preocupe, que Selena está bien, ella se fue con su novio, todos sabemos que se fue con su novio. Él es una persona adulta que la cuida y la protege, y está mejor que en su casa porque en su casa ni le hacen caso –dijo una mujer no identificada al otro lado de la línea.

–Bueno tú lo sabes porque tú la estás viendo, pero Guillermina está mal –intentó el ex agente.

–Selena está bien y disculpe, pero tengo muchas cosas que hacer –y la mujer colgó para nunca más responder.

Buscaron en los cuadernos de la niña, preguntaron a vecinos, amigos, compañeros, maestros y a quien se encontraran en Tulpetlac: nadie confirmó que Selena mantuviera alguna relación amorosa.

Algunos policías ministeriales del Estado de México visitaron la casa de Selena un par de veces. Buscaron a Belén y resolvieron de inmediato que con la dentista no había más tema que tratar.

El asunto tocó al agente del Ministerio Público Nadín Zaragoza Jiménez. Durante los siguientes tres meses, el funcionario debió requerir la sábana de llamada del teléfono celular utilizado por Selena. Saber qué llamadas recibió y salieron en las horas alrededor de su desaparición será imposible pues la compañía telefónica, Movistar, almacena datos con una antigüedad de hasta tres meses.

“No se perdió un gatito, ni un celular. Se perdió mi hija. Y él tenía que haber hecho muchas cosas que omitió”, reclama la madre de Selena.

***

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Selena en su primera comunión. Foto: Humberto Padgett

Las autoridades abrieron el caso y luego lo cambiaron dos ocasiones de oficina de la Procuraduría mexiquense, así que ha sido responsabilidad de al menos tres agentes del Ministerio Público.

Al año siguiente de iniciada la investigación, un comandante de apellido Rebollo aceptó hablar con Guillermina. Cargaba un fólder vacío en una mano.

–Mire, todo se perdió: esto es el expediente de su hija. Tenemos que volver a empezar todo.

–¿Cómo es posible que algo tan importante se les pierda así? –reclamó Guillermina aún con más furia que tristeza.

–Así son las cosas, así pasa esto –explicó Rebollo.

Los demás informes dados por los funcionarios de la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE) transcurrían en términos similares.

–¿Qué ha habido? ¿Qué está haciendo? –se asomaba Guillermina de vez en cuando.

–¿Qué cree? Es que como se me descompuso el teclado, pues no he podido hacer nada. De hecho yo tengo que comprar el teclado, las hojas… –insinuó un funcionario.

–¿Por qué? Yo fui secretaria y trabajé con un juez en la Delegación Gustavo A. Madero. Haga su oficio y le mandan todo nuevo.

–No, es que ya no son así las cosas. Si yo quiero algo nuevo lo tengo que comprar yo. Si a mí no me funciona la computadora la tengo que arreglar yo.

–No es cierto. Haga su oficio y le mandan todo nuevo. Es más si quiere papel o lo que necesite, haga su oficio y mándelo.

El empleado de gobierno reía.

–Mire, tengo tanto trabajo que ni he ido a comer. Es más ni tengo dinero para ir a comer.

–¿Pues qué cree? Yo tampoco traigo dinero –respondió Guillermina indignada.

–Es que si usted cooperara todo se haría más rápido.

–Es que si usted quiere dinero, yo le doy lo que quiera, pero deme resultados. Cuando usted me dé resultados yo le doy lo que quiera.

Los comandantes de la Policía Ministerial siempre alegaban que trabajaban sin gasolina para hacer recorridos e investigar. Que carecían de viáticos para indagar en otros lugares. Que ni un peso les daban para comprar una torta y vigilar durante horas algún sitio o persona.

Un cuñado de Guillermina que ha participado en la búsqueda de la niña fue extorsionado una vez por un comandante que le pidió 2 mil pesos por hacer su trabajo. Al día siguiente, supieron los familiares de Selena, el agente fue removido a otra plaza y, por tanto, ya no estaba a cargo del caso, situación que él conocía desde tiempo atrás.

“Mi cuñado les dio dinero al menos tres veces”, recuerda Guillermina.

Después de cuatro años, un mes y 18 días de la desaparición, no hay nada a pesar de la recompensa de 300 mil pesos ofrecida a quien dé información certera que ayude a la localización de Selena Giselle Delgado Hernández. No hay pistas, no hay nada.

Esto es todo lo que han hecho hasta ahora los gobiernos del Estado de México y del Distrito Federal, los que poseen más recursos públicos y cuyos gobernantes poseen un declinable deseo por alcanzar la Presidencia de México.

***

Guillermina buscó ayuda en Internet y encontró una agrupación llamada Niños Robados y Desaparecidos.

Los casos que ha conocido en la Ciudad de México, la gran urbe que se traga a sus niñas, son casi el mismo que el de ella: la tierra se abre y ellas desaparecen para siempre. Las autoridades no son capaces de decir mucho más.

“Una muchacha se llamaba Abril Selena. Se llamaba igual que mi hija. Ella apareció el 10 de mayo del año pasado, el Día de las Madres. La encontraron en un canal de aguas negras de Jardines de Morelos. La violaron, le amarraron una tapadera de alcantarilla y la aventaron al canal”.

–¿Las historias de esas mujeres desaparecidas son similares en cuanto a la ineficacia y corrupción con que se ha comportado el ministerio público? –pregunto a Guillermina.

–Sí. Incluso hay una niña a cuyo levantamiento de cadáver asistió el mismo agente del Ministerio Público que llevaba su caso y no notificó a sus papás. La encontraron un año después en una fosa común en que buscaron cuerpo por cuerpo, porque el Ministerio Público sabía específicamente dónde la había enterrado.

***

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Fotografías infantiles de Selena. Foto: Humberto Padgett

El pasado cumpleaños de Selena transcurrió dentro de la nueva rutina. En la anterior, Guillermina se las arreglaba para esconder un pastel en la víspera, sembrarle velas y despertar a la niña con Las Mañanitas y un asfixiante abrazo.

La última ocasión transcurrió en el interior del Servicio Médico Forense de Barrientos, en Tlalnepantla, revisando fotografías de niñas muertas, varias de ellas asesinadas.

Guillermina ha visitado las morgues de Texcoco, Amecameca, Ciudad Nezahualcóyotl y está, junto a otras siete madres con hijas desaparecidas en el vecino municipio de Tecámac, a la espera de autorización para acudir a los depósitos de cadáveres de Puebla, Hidalgo, Tlaxcala…

“No quiero imaginarme que les estén haciendo cosas malas. He visto a mis compañeras del grupo que encuentran a sus hijas muertas, destrozadas, en pedazos o que sólo encuentran una parte del cuerpo de sus hijas. Antes me había negado a buscarla ahí… Yo no quiero encontrar así a mi hija…”, llora y sus grandes y pesados párpados parecen piedras mojadas.

“Yo estoy segura que mi hija no está en esos lugares, yo siento que mi hija está viva… Y ella no me puede hablar porque no se lo permiten, porque está asustada, no sé… Pero yo sé que mi hija está viva. Yo siento que mi hija está esperando que yo la encuentre, que yo vaya por ella. La verdad no sé cuánto tiempo pasará, pero estoy segura que la encontraré bien… Viva por lo menos”.

“Y van y las tiran  a las carreteras como si fueran animales. Y no es justo, sobre todo que las autoridades digan, y a mí me lo han dicho, que esto es así porque la situación se les salió de las manos. A mí un funcionario de la Procuraduría me dijo: ‘No teníamos contemplado que tanta niña se despareciera’”.

–¿Usted habló con el Gobernador Eruviel Ávila?

–Una coordinadora de la colonia me pidió que le hiciera una carta cuando era Presidente Municipal, la segunda vez que fue Presidente Municipal. Ella me dijo: “Mira sí me recibió la carta su secretaria. Dijeron que te darán cita”. He enviado tres cartas y hasta ahorita estoy esperando que me hablen. *

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